jueves, 31 de octubre de 2013

Portal de transmutación y sanación

A lo largo de este año 13, cada mes ha sido más exigente al anterior. Esto sucede porque luego de pasar enero, en febrero se manifestaron las energías de enero y febrero. En marzo, se presentaron las vibraciones de enero, febrero y marzo. En abril las de los tres meses anteriores y de abril, y así sucesivamente. 

En noviembre, las energías de once meses se concentran y en diciembre se potenciarán las doce juntas. El volumen final es en enero, donde se presentarán las energías de todo el 2013 más el mes en que se cierra el año de la serpiente.

Desde el próximo 31 de octubre y hasta el 31 de diciembre, el planeta y la conciencia humana ingresan en comunión a un portal inmenso de transmutación y sanación. Será como ingresar en una gran centrifugadora. Tal vez el resumen más adecuado pueda escribirse en una línea: lo que deba reunirse, se reunirá y lo que deba separarse, se separará. El resto de esta nota, es para desarrollar esta idea y sus criterios.

Para hacer más sensible aún esta apertura, luego de fin de año entraremos en los últimos treinta días del gobierno de la serpiente, por tanto este tránsito de tres meses será la última estocada preparándonos para lo que viene.

En marzo de 2014 la nave planetaria ingresará definitivamente a la quinta dimensión a la vez que su frecuencia continuará en ascenso hasta alcanzar en un período de algunos años, la séptima dimensión o frecuencia crística. En ese momento y de acuerdo al desenlace de muchos acontecimientos que tendrán lugar en el mundo, habrá poco espacio para algo más que el amor incondicional y se aceptará la presencia de quienes ya caminen desde su intención y voluntad ese aprendizaje.

Nos están tratando con mucho cariño a nivel cósmico, por eso es comprensible que se presenten estados gripales, resfríos, alergias, diarreas, mareos, malestar estomacal, dolores punzantes en el bajo vientre… La zona afectada es análoga con respecto a la prioridad que debemos atender en nuestra vida. Esto está sucediendo para depurar lo más posible nuestro organismo antes del ingreso al portal. Una vez dentro de esa zona, la afección se trasladará a nuestro mundo cotidiano, donde debemos enfrentarnos sí o sí a lo que más le tememos.

Las fuerzas del destino que no estamos aceptando, el amor presente y silencioso al cual nos estamos negando, el dolor que nos arropa, las relaciones distorsivas, los procesos que nos están avisando que culminan y nos agazapamos a ellos. La violencia emocional y física, la agresividad… Todo alcanza su límite. Todo esto se maximizará. Estamos hablando de un período ventana, de dos meses intensísimos. ¿Cuál es el sentido de esto? 

Que la Tierra pase a habitar en conciencia a la quinta dimensión no es alarmante, es una belleza. A lo que debemos prestar atención es que toda la vida en ella debe acoplarse a ese ritmo y frecuencia vibratoria. La gran masa crítica —400.000 personas— continúa en crecimiento, pero desde luego, no todos estamos en el mismo punto del proceso evolutivo, ya que este es netamente individual. Sólo debemos rendirnos cuentas a nosotros mismos.

Nos damos cuenta que algo cambió en nosotros cuando la perspectiva a través de la cual observamos la vida, se ve alterada. A eso se le llama salto cuántico, movimiento del punto de encaje o pasaje a otro estado de conciencia. Para la Tierra funciona igual, pero ese cambio lo expresa en el movimiento de su eje, en la inversión de su polaridad. Está dejando de sostener los estados más críticos y sufrientes para recalibrar su energía hacia un caudal de mayor amor.

La llama o rayo violeta ha modificado su sentido y poder, además de la transformación y transmutación, asume ahora la transfiguración, transpolación y transmigración. Genera y siembra el terreno para todo cambio. Asociado a la Tierra, acompaña y apuntala el movimiento del eje planetario. El detonante de su manifestación puede ser el fuego durante este período.

La llama o rayo azul, además de ser la línea de sanación del universo, se convierte en el depurador del alma, cerrando tiempos, aspectos kármicos y transparentando el camino, dotándolo de autenticidad. La impresión de su energía durante este portal será fundamental. Su movimiento sanador dejará en evidencia lo que es verdadero y lo que no, combinando claridad y luz a la misión y propósito individual y colectivo.

En definitiva, el portal se vestirá de azul y violeta, para que bajo el gobierno de los dos rayos, seamos llevados un paso más hacia nuestro destino. Vamos a ser movidos desde donde estamos, hacia el próximo estado de conciencia. Cada uno tendrá que descubrir qué pacto. En términos fríos y universales, la importancia de una misión o tarea se mide por el alcance que tenga, por el número de individuos a los cuales toque o reúna. Pero si vamos a ser llamados a ocupar nuestro lugar, es porque se precisa que cada cual asuma su papel, especial y único.

Es altamente probable que si le damos vuelta o le corremos la cara a la transformación, la vida nos muestre los dientes o recibamos golpes donde más nos duela. Nos van a quitar de las zonas de comodidad que estemos sosteniendo, pero —por favor— tomémoslo como una posibilidad de empezar a fluir.

Aquello que esté pendiente se sugiere encararlo antes, será una buena manera de desobstruir los caminos ante la llegada del gobierno de las llama violeta y azul durante los dos meses que vienen.


Camilo

viernes, 25 de octubre de 2013

Los arquetipos del destino: libertad (4)

El mundo ya estaba ordenado antes de que nosotros llegáramos a él. La conversión del conocimiento a la sabiduría implica que nuestros movimientos, en lugar de intentar organizar la trama, puedan entrar en ella y fluir, que nuestros pasos vayan al encuentro de lo que nos corresponde.  

Cuando se entiende esa regla, estamos ante uno de los espacios más sagrados de la conciencia. El universo externo y el universo interno comienzan a sintonizar, a encontrarse, sabemos que hay un telón de fondo moviendo la cara visible del espectáculo, del parque de diversiones que es la vida. Transformar la relación con la existencia permite conectar con el plan divino. El plan divino no es más que el gran misterio, el mundo de los sueños donde descansa la futura creación, y el gran espíritu es la conciencia manifestada, lo que ya está en la forma física. El punto de contacto con ese Gran Orden —o plan divino— es el mayor propósito; nuestra tarea y su desarrollo en comunión con esa gran conciencia o gran orden.

Sospecho que ciertas palabras pierden fuerza y utilidad cuando evolucionamos. El juicio final, la voluntad y el libre albedrío no es el campo que habitamos, estos arquetipos siguen vivos dentro de nosotros pero la vibración se establece y se coloca en otro lado.

Cuando el miedo se desenrolla de las entrañas y quien queda al descubierto es la esencia, no hay más adónde llegar. El corazón está listo para mostrarse y ser alimentado una y otra vez con amor y nutrir a otros, porque no hay nada que lo separe de su propia creación.

Si sabés que sos la belleza y el milagro de la vida, será navegar la luz. El transcurso en conciencia, da calma y serenidad para responder a las dificultades que se presenten, pero no por despertar estamos eximidos de obstáculos. La vida seguirá floreciendo y marchitando, ocasionando lo necesario para que el tamiz del alma adquiera brillo. El mapa de los dolores que nos condujo hasta ese momento siempre será el motivo de nuestro movimiento. Los más fuerte y transformador de nuestra experiencia vital no está precisamente para ser reparado o cerrado, sino más bien se convierte en el trazo, en el motor y en el impulso que nos conecta a la vida. El día que pude comprender eso, dejé de luchar contra cualquier parte de mi destino que se manifestara y se abrió lo real detrás de lo aparente, más vivo y resplandeciente que nunca. Estaba en condiciones de aceptar mis propias decisiones sin miramientos, las elecciones de mi espíritu.

No hay un sentir más estimulante ni un pensar más inspirador que aquellos que se levantan para hacer posible y fortalecer nuestra tarea. El gran desafío en este estado, es recordar que ya escogimos nuestro rumbo en un espacio más elevado que este. La invitación del universo en este punto, es que tomemos nuestro destino, lo que ya acordamos.

El destino en esencia es el recorrido, no la estación final. Estamos destinados a muchas cosas: a nacer en una familia, a determinadas experiencias que nos formen y nos devuelvan quiénes somos, a una pareja o a la ausencia de ellas, a llamar a las almas que serán nuestros hijos, entre infinitas variables. Todo lo que hagamos le da sentido a nuestro propósito y el propósito explica el para qué del recorrido anterior. Por eso asumir nuestro papel es un estado de conciencia, no un punto final.

Al entrar en este nivel, se cancela la necesidad de buscar porque el ser despertó en el mundo de la forma. Somos el caminante, abrimos el alma y soltamos el espíritu. Todo nos guía, todo nos enciende; es una frecuencia inmensa donde la pulsión abre la misión y esta nos familiariza con seres afines, con quienes compartimos ese destino común.

Hay distancia entre habitar el reino de las formas y ser concientes de que se trata de un gran teatro, a actuar dentro del reparto. Quien desarrolla un destino conciente es aquel que es capaz de transformar la obra, de acompañar el deterioro hasta la desintegración de lo que ya está muerto y dar frutos, es decir, crear nuevas alternativas.

Encontrarse con el destino es el calce justo, la horma de nuestros zapatos. Probamos en el pie, el molde del alma. El otro pie son quienes acompañan nuestro caminar. La vida devuelve la creación a la que nos ajustamos, siempre. Si nos acoplamos y entregamos por entero, la abundancia de amor en todas sus formas que está sintetizada en el ser, desciende a la existencia.

Lo que resulta de ese estado de gracia en uno, es que las relaciones en nuestro entorno se armonizan, acompañan  la melodía. Al ocupar nuestro lugar, el espacio de quienes están a nuestro lado se clarifica. Es más, quien abraza su libertad, sólo magnetiza y atrae hacia sí, a energías significativas con ese estado de conciencia.

Hagas lo que hagas, estás andando hacia tu destino y al construirlo estás caminando hacia la transformación más profunda de todas: la muerte. La misión que todos llevamos dentro se desata hasta desencausar en ella. Por eso nos cuesta involucrarnos en la vida, porque hacemos todo lo posible por escapar de la muerte. Anular el final de la travesía humana es como no nacer porque en algún momento nos tendremos que marchar de este plano. El destino está claramente asociado al desenlace de la forma física, a la desaparición y sin embargo la maravilla es anclar nuestra tarea aquí para llenarnos de vida. Sólo de esa manera podremos cambiar la relación con la muerte y entenderla como un pasaje necesario, del otro lado también esperan a su tiempo, por nuestro nacimiento.


Lo mejor que podemos dejar aquí es la impresión del espíritu en la materia, dándole la posibilidad al alma de que se apodere del organismo y la naturaleza humana que estamos experimentando. ¿Qué otra cosa te podés llevar a tu nuevo destino que no sea la memoria de haberlo dado todo, el registro de la libertad en la Tierra y volver con tu brillo al reino de las estrellas? Si nos inclinamos ante el universo, todo el cosmos nos devolverá el gesto.


Camilo

jueves, 24 de octubre de 2013

Los arquetipos del destino: libre albedrío (3)

Se puede elegir no pelear por el agua y el sol. Podemos discernir lo que no queremos para nuestra vida. Cuando discriminamos lo que no deseamos, indirectamente estamos llevando nuestro corazón hacia la única puerta que de verdad nos pertenece y nos estremece; el umbral que detrás, guarda nuestro destino. Podemos quitarnos de encima las expectativas ajenas, los patrones heredados y devolver a los demás sus pretensiones sobre cómo tiene que ser la vida que nos es propia.

Cuando no te sientas muy convencido acerca del sentido que estas tomando, jugá a tu favor y sé un buen estratega: comenzá a acorralar a tu corazón. “Esto no lo quiero, esto tampoco, esto no es para mí, esto menos”. Para que llegue la claridad, despejá la ecuación y observá qué es lo que pasa al no absorber obligaciones ni responder a las demandas a las que tan acostumbrado estás. Así se crea el clima del libre albedrío. Es un estado de “vacaciones” intermitente donde se negocia un poco de paz.
  
Lleva tiempo confrontar con los códigos familiares y las reglas sociales, pero es un muy buen momento para hacerlo. Cada persona está tan ocupada sosteniendo la pared para que su mundo no se le venga encima, que los reproches y reclamos que te hagan porque estás tomando tus decisiones y siguiendo tu camino, se disiparán rápido. Aunque parezca complejo, es muy sencillo. Es un gran tiempo para acudir al rezo —al agradecimiento y al pedido con intención de lo que sea que queramos para nuestra vida —e ir alineando pensamiento, sentimiento, palabra y acción. Al moldear nuestra energía y darle dirección a nuestro caminar, el universo comienza a encargarse de inmediato de que llegue lo que estés necesitando.

La manera de empezar a tomar la libertad es de a tramos. Es una energía tan intensa, que el albedrío va templando nuestra voluntad y facultándonos para operar dentro de las fuerzas del universo. No es igual lo que quiero para mí en etapas donde estoy aprendiendo a vivir y reconociendo quién soy, que cuando acepto lo que viene a las puertas de mi corazón porque estoy dejando caer el miedo que me separa de mi pulso vital.

Si una vez nos recogimos hacia algo distinto y el mundo no fracasó —que es lo que tanto miedo nos da—, entramos a un espacio diferente. Se empieza a jugar con el tiempo y a hacer cosas que nos hagan sentir bien y descubrimos que tenemos aire para algunos recreos entre la rutina de la vida. Así se fomenta la atmósfera en el libre albedrío.

Este estado, permite que podamos ir saltando entre las ocupaciones que nos mantienen en zonas de seguridad y confort y aquellas que nos alimentan el alma y se parecen más a lo que vinimos a hacer a la tierra. El libre albedrío es una frontera, es la búsqueda del lugar sobre el cual debemos tomar responsabilidad y la tarea que se despliega de ese espacio. Pero se llega a allí en base a perder el miedo a vivir y ganar lugar para el amor.

Probamos decenas de veces, muchas experiencias, muchas facetas, buscamos formas de interpretar lo que nos pasa y de crearnos. Vamos componiéndonos, integrando desde afuera lo que nos contacte con nuestro propósito.

En todo el andar descrito hasta aquí, nuestra capacidad de negociar se refina completamente entre lo que quiero —busco—y lo que necesito —encuentro—. Implica muchas renuncias, pérdidas y muertes en todos los niveles humanos captar la esencia, nuestra parte dentro del movimiento del universo que notamos, guarda una dirección y es sagrada. 


Camilo

martes, 22 de octubre de 2013

Los arquetipos del destino: voluntad (2)

Quien logra salir porque se harta de mirarse en los demás, rechazándolos y sin aceptarse, en base a un gran esfuerzo, logra parir su voluntad interna. Es el yo o la personalidad quien interpreta a partir de aquí, que todo lo debe hacer ella para lograr abastecerse y sobrevivir. Insume un enorme esfuerzo bancar el peso del mundo. Además de sentir que cargamos con nuestra vida, también sentimos las mochilas de quienes ni siquiera pudieron reconocer su voluntad interna para hacer el primer movimiento liberador. Caminar solamente con nuestra voluntad es una tarea titánica y de muchísima soledad. El mundo tal vez no nos someta tanto como en el nivel anterior, pero es un riesgo y una amenaza constante para nuestra permanencia en él, luchar contra todos.

En este espacio se desintegra la manera dual de ver la vida, pero todos los perfiles que navegan al lado, condicionan a batallar por un lugar bajo el sol y son muchos nenes para un mismo trompo.

Cuando la humanidad comprendió colectivamente que todos los hombres de Estado y los grupos económicos de élite, hacían las leyes y a la vez las sobrevolaban, entonces se quebró en la conciencia colectiva el miedo a disfuncionar. Hecha la ley, hecha la trampa. Si quienes hacen las leyes y quienes determinan el costo de vida, actúan por encima de las normas que escriben y decretan, entonces se gestiona un mundo subterráneo y marginal donde las cosas sucedan por debajo del sistema. Un mundo con dos redes paralelas: el comercio regular y una periferia cada vez más grande donde todo adquiere valor de reventa o se mercantiliza. La dualidad se sostiene como modelo, pero la pelea es todos contra todos y la ley, correr para tomar la ventaja.

En este estado de situación, la vida pública dejó de ser la tierra prometida y el valor al cual la humanidad traspasó su importancia es al privado. El traslado nos convirtió a todos de ciudadanos a usuarios, a la vida en una gran cosificación y el retrato de nuestras aspiraciones quedó colocado en empleos dulces y créditos abiertos al consumo.

El enfrentamiento en este punto de la conciencia no tiene dos caras, tiene miles. Las mismas empresas que generan islas para sus empleados y que se encargan de sus sueldos, también instalan el interés por productos que en la cima de la pirámide, son de su fabricación o de la cuña cercana.

Tenemos garantizadas varias derrotas en este estado de conciencia. La voluntad personal es muy pequeña en el universo y cuando se enciende para comerse al mundo, se está enfrentando a voluntades como la suya recorriendo el mismo laberinto en el afán por adquirir un nivel de prestigio a la altura del grito y la moda. En este estado, las leyes se hacen invisibles pero no imperceptibles.

Unas cuantas caretas y capas se desploman en este camino, las más frágiles y vulnerables que no soportan la crudeza de la escalera al cielo que ofrece la aldea global y su tecnología. Cuando perdemos la fuerza paulatinamente, nos recogemos buscando espacios que puedan devolver la vitalidad que se quedó por el camino. Desistimos de ciertas batallitas. Nos damos cuenta de que no tenemos que estar en todo ni que hay alternativa de controlar las cosas. Si estar en un lugar antes era indispensable, comenzamos a notar que no se cae el mundo porque no nos estemos ocupando de apuntalarlo y de presenciarlo. 


Camilo

lunes, 21 de octubre de 2013

Los arquetipos del destino: juicio final (1)

Los estados de conciencia definen la vida en el mundo de las formas. Todo lo que conocés tiene un orden y dentro suyo, hay jerarquías. Dentro de esos niveles de conciencia, desde los espacios más bajos a los más altos, hay leyes que rigen nuestros comportamientos y sus posibilidades.

Cuanto más involucrados estemos en el mundo de la materia, en lo terrenal, más sujetos y sometidos estaremos a las reglas. El estado de conciencia más denso, en sociedades estructuradas, es aquel donde se hacen leyes, se juzga, se educa y el Estado se adhiere a una religión. Es un sistema de creencias muy viejo donde las personas se desligan de los espacios en donde se da dirección y sentido a sus vidas. Es una forma infantil de ordenarnos, puesto que entregamos nuestra responsabilidad enteramente a otros hombres y mujeres como nosotros. Es una manera de no hacernos cargo.

En ese mundo se encuentran todas las instituciones que siguen sosteniendo esta manera de vivir basada en el sometimiento. Si nos fijamos bien, aún este mundo “oficial”, también cambia y se transforma, pero siempre ocurre lo mismo, toda parte que asume protagonismo, genera antes o después, su contrario. Esto pasa porque las relaciones, en lo más crudo de la materia, están basadas en el desarrollo del poder y en aplicar la fuerza que nace de este hacia el combate con el matiz opuesto al propio. En este nivel de conciencia lo que nos sucede tiene un culpable y el juicio contenido hacia nosotros mismos, lo trasladamos afuera a cada instante. Es un naufragio bien doloroso.  

No existe libertad posible, sino un juicio permanente ante toda forma de vida que se manifieste distinto a cómo yo percibo el mundo. Aquí entendemos que la fuerza de la existencia revela un destino donde la desesperanza está latente y ese fuga genera el conflicto con la verdadera naturaleza. Esto hace que aparezca siempre alguien con quien despertar la guerra, a esto es lo que llamamos dualidad o una parte de ella. Este estado de conciencia es lo que las religiones han planteado como “juicio final”, pues se nos va la vida ante cada enfrentamiento que nace de lo que no podemos aceptar en nosotros.

El campo energético que rodea esta realidad, hace que los recursos que sostienen esta orientación, finalmente se agoten porque no hay alma que soporte eternamente esta relación con la existencia. Y el agotamiento que desciende del alma, se expresa y se materializa en el mundo. Por este motivo, el destino en la desesperanza y en el gesto fruncido, es estático e inmoviliza, tragándose como ya ha sucedió, cualquier civilización que sostenga la opresión como una constante. La tensión permanente entre quienes se mantienen en este nivel en momentos donde el amor se está levantando, ejecuta un quiebre definitivo, la última batalla entre las polaridades, ese es el juicio final. Es el estado de conciencia más difícil de mover, hasta que una persona o un colectivo no defina que merezca una realidad menos agresiva.


Camilo

jueves, 17 de octubre de 2013

Remolinos de viento

Recuerdo la noche que embarqué a esta aventura, estaba rodeado de sirenas que giraban sobre las nubes. Las ondinas cruzaban la tormenta y las salamandras prendían el cielo. Ya no podía descender en mis alas, entonces tuve que asumir un traje de luz y el haz en que viajé hasta el centro de la tierra fue custodiado por miles de luciérnagas.

Fuimos un enorme ejército, yo sólo había decidido tomar cuerpo. El resto de la legión de ángeles era una interminable saga de colores que abrían la tempestad. Eran ellos quienes hacían la belleza y la magia, pero todos juntos provocábamos el milagro.

Centellas de Sión, arcángeles tragándose el dolor para mandarlo bien lejos, a la cumbre de Dios, hecho amor. El brillo no tiene contemplaciones, cuando tomás el riesgo, el camino disuelve lo que no aguanta, se lo devora. El viaje de las estrellas hasta el alma de la tierra se hizo en familia, la bienvenida fue intensa. Así fue como recorrimos las venas del útero universal para aterrizar en el magma ardiente que a los espíritus, por supuesto, no los quema.

Recuerdo aquella noche, la tormenta brillaba y bailaba sobre su cielo. Todo el escuadrón, todos juntos nos arremolinamos por unos momentos hasta fundir nuestras luces en el rayo y eso traigo conmigo. Soy la síntesis de esa familia, en mi corazón está el centro nuclear de cada uno. Siete rayos, cuatro vientos, nueve abuelos, la cimiente de la hermandad blanca, la confluencia de la confederación, los códigos del universo, las lenguas vivas del dialecto madre. La biblioteca de la Akasha, la memoria en azul, el poder del faraón, las vidas en Jerusalén, los decretos de la Grecia Antigua y la caída de los muros de Arcadia. Las rebeliones en las filas del pueblo otomano, la defensa de Roma, las conquistas y las cruzadas en tierras sajonas y la búsqueda de la libertad de Camelot, Avalon y el reino sin final. Los signos de la independencia francesa, el arco, la flecha, los rituales, las danzas, las ofrendas, las visiones, los éxodos, la soledad, la muerte y los infinitos caminos junto a ella, la compañera de todos mis tiempos.

Recuerdo aquella noche, hicimos girar el cielo y luego quedé suspendido en el vientre de la tierra, esperando que la semilla de la vida me llamara para anclarme en las entrañas de mi madre. Allí fue sembrado mi destino. El resto de la historia es regar los campos con un aire de fuerza y serenidad. Que el viento vele por mí y corra en la superficie mientras encuentro la manera más amorosa de ser, hasta que el rayo parta el cuerpo y pueda navegar en el alma, de vuelta a las estrellas.



Camilo

domingo, 13 de octubre de 2013

Me perdono y me reconozco —cuarta parte—: el universo, las relaciones y la luz

Buscar o explorar sigue siendo una línea o trazo hacia el exterior. Para el individuo es fundamental aquí encontrarse con la realidad de que otros como él, también están atravesando circunstancias similares. Es decir, encuentra que el dolor es una experiencia colectiva  y por tanto que se puede amparar en un conjunto. Eso le devuelve y reintegra a la persona, la conciencia de que está en camino y no que las dificultades la segregan. Le da una escala humana y por tanto de pertenencia a sus registros y memoria sobre los conflictos. Entrar en relación desde ese camino de búsqueda, implica tomar contacto con las emociones repetitivas causadas por el dolor y observar qué tan dispuestos estamos a encontrar quién abrace lo que está pasando en mí. Desde otro lugar, reivindicamos lo propio y lo ajeno y surge el deseo de dar contención al lugar de quien está al lado. Eso coloca al buscador frente a una pequeña dimensión de su poder, encuentra su vulnerabilidad pero también su fortaleza anímica para dar amparo a quien padece lo mismo. Pero se sigue corriendo de su lugar para acudir al servicio del otro. Por eso se transforma en salidor, sociable o escapista.

Cuando se abre la memoria de los conflictos que estaban más o menos guardados, se despierta la dimensión del ser. Se empieza a ubicar lo que es mío, lo que resuena del otro en mí, tanto aquello de lo que puedo hacerme cargo como de lo que rechazo del otro y es parte de mí. Se ingresa a la dimensión individual, a la exploración propia, nótese cómo se reiteran durante las líneas de la nota los pronombres personales en esta parte. Cuando hay un reconocimiento de que otros buscadores llegaron a ese espacio que yo elijo también, puedo deducir desde lo más intelectual hasta de un modo vivencial, que la experiencia de la transformación y del amor es posible. Desde el mismo momento en que llegamos a algún lugar, estamos constelando, es decir, actuando nuestra raíz emocional en ese espacio. De forma tal que el mismo mecanismo que nos condujo a la búsqueda, lo interpretaremos como rol allí. Por tanto las modalidades de competencia y desvalorización se manifiestan, las mismas que antes hacían que nos viéramos separados de la trama del universo. Ahora la búsqueda tiene todo el sentido para la personalidad: se encuentra con la dificultad del encuentro hacia lo que la rodea.

La dimensión que gravita en el ambiente en tal sentido, es la decisión que debemos tomar a partir de ahora. Cuánto tiempo me tomará hacerme responsable de que el juicio, la exigencia, el control, la manipulación, la desvalorización, el desmerecimiento, la violencia, el agravio, la culpa, la tristeza, el desamparo; están en mí. Tanto como el amor, la alegría, el perdón, el valor, el coraje, el merecimiento, la redención, la fuerza, la autoridad y la humildad.

El darse cuenta de que todo eso está vivo en el interior de cada uno y que los otros lo reflejan, hace más cuidadosa y contenida la alternativa de sentir que todas esas cualidades me están pasando y atravesando. Todavía persiste una mirada propia separa del entorno. Todavía se resuena por aceptación o rechazo a aquello que veo. Sólo mediante lapsos de tiempo, nuestra conciencia empezará a reunirse e integrarse con todo lo que se manifiesta exteriormente.

El punto débil del buscador es simple: eternizarse en la exploración o transformarse en encontrador. Si hay ánimo de mirarse a sí mismo, valentía de voltear la visión hacia dentro, se está listo para hacer el gran movimiento.

Cuando la observación deja de depositarse en “los otros” y la mirada nos devuelve señales, alertas y alarmas, comienza a encenderse la última de las preguntas. ¿Qué me quiere decir el universo con aquello? Si tal persona o tal otra es esto o lo otro y estoy identificándome con él, entonces se despierta la mayor interrogante: ¿Quién soy? La respuesta es fácil: sos la conciencia, el espíritu y más aquí sos la luz y el alma. Pero por qué esa contestación no me colma ni me satisface. Porque todos precisamos saber qué es lo que venimos a manifestar a este plano, todos queremos reconocer qué venimos a expresar bajo la forma humana y su experiencia.

Este es el lugar de inflexión. Sea a través de las relaciones —en el caso de que hayas venido a andar una espiritualidad más ligada a la tierra— o a través del contacto con los maestros y jerarquías espirituales o la canalización de energías y poder de sanación —en el caso de que hayas llegado a despertar en tu corazón la energía del cielo— el encuentro más importante es contigo mismo. Toda la creación, manifestada o inmaterial, quiere acompañarte hacia ti. Quiere que recuperes el sagrado encuentro con tu espíritu, que ingreses al templo interior, a tu casa e intimidad. Para que eso ocurra, la expresión de la divinidad desaparece y te quedás a solas contigo.

El primer batallón que aparece en ese momento son todos los miedos y dolores que se anestesiaron durante el tiempo. Es un gran paseo por el parque de diversiones interno. Cómo reconocer el valor si no atravieso el miedo, cómo reconocer la claridad y la certeza si no me baño en la confusión y la duda. El mapa para este momento, ya sabemos que está adentro y viajar hacia las capas que rodean el corazón es deshojar al ego para que brille la consistencia de la luz, la belleza o como cada uno le llame.

En todos los casos, el acercamiento a cada etapa puede atemorizarnos y como resortes, podemos rebotar entre una parada y otra. El requisito es juntar suficiente aire para atravesar las puertas rumbo a lo más sagrado que habita en ti.

Hay varias frases de cabecera para este punto, algunas de ellas son: “Conócete a ti mismo y conocerás al universo” o “somos uno”. Por qué somos uno, porque todo está en ti y en mí. Quien se encuentre en esta estación, está a las puertas del sabio y de la maestría propia.

El desenlace para esta historia, es que finalmente decidís respetar y honrar todas las formas porque también son tuyas y te pertenecen. Comprendés que el propósito más grande de todos para este tiempo trascendente es que nos reunamos en el corazón, allí no hay línea divisoria, allí tierra y cielo son lo mismo y están el uno en el otro. Entonces se trabaja para la divinidad celestial y para la madre por igual. Se trabaja al servicio del corazón de la familia planetaria y el amparo para levantar la tarea llega desde las siete direcciones: tierra, cielo, este, sur, oeste, norte y el centro de tu ser, el corazón que late y te sostiene. Entonces no hay más precipicios ni vacíos, la existencia está llena, la cosecha siempre es suficiente y el amor abunda.  



 Camilo

Me perdono y me reconozco —tercera parte—: Cambiar al mundo antes que el mundo nos cambie.

El ambicioso o el consumidor quiere comerse al mundo… antes que el mundo se lo devore a él. Pero medirse con las fuerzas del destino es un acto de inconciencia e incompatibilidad con el todo, aunque un acto natural en la búsqueda hacia uno mismo.

No importa cuál sea el umbral de tu ambición ni cuando digo ambición estoy hablando únicamente de dinero o bienes materiales. Es mucho más fuerte y complejo que eso. Lo que estamos peleando por llenar son los espacios vacíos a la velocidad de la luz, producto del dolor que nos causó estar gobernados por la carencia tanto tiempo. Carencia de lo que sea.

Durante este período, la necesidad de sacar tajada y ventaja se acrecienta, así como se despierta la rabia o la furia cuando inmediatamente después la vida te da menos de lo que esperás o mal el vuelto. La ambición puede llevarte a querer tener muchas compañías, placer, dinero, trabajo, enseñanzas espirituales o compromisos. Todo está dibujado en contraste con lo que no tuvimos. Sino contrariamos la contraria de lo que alguna vez nos sacó del pozo, es decir, volvemos a la herida original. Sí, así de rebuscados estamos adentro.

Es obvio que lo que estamos buscando recibe su contraste inmediatamente en las manifestaciones cotidianas. En este lugar de la conciencia es donde queremos resaltar y exaltar lo poco o mucho de lo que vemos bello o significativo en nosotros. Pero las apariencias no duran, estamos frágiles aunque le demos vuelta la cara a lo que nos sucede y como punto de partida, no suele durar demasiado. El cumplir las expectativas que tenemos sobre nosotros en la sociedad nos implica un gran esfuerzo, porque hay partes que necesitamos callar o enviar a las sombras. Da mucho trabajo sostener una imagen que no es verdadera y auténtica o creer que el afuera se va a acomodar a nuestras necesidades. Allí no hay integridad sino separación y una cruda necesidad de escapar o desatender lo más honesto que nos pasa para que lo que construimos no se desmorone.

La ambición cansa, agota y agobia y el universo devuelve el mismo grado de complejidad como espejo del nivel de estrategia que elaboramos para mantenernos en el mundo. Perdés simpleza, entrás en tu propia trampa, te “acomplejás”.

La ambición termina dejando a su ambicioso en ”Pampa y la vía”, al lunfardo porteño… te deja en la calle. Los autos que se pinchan en la ruta o la salud que nos ofrece una drástica parada y tantísimos ejemplos más, a la medida de lo que se construye. El consumista corre detrás de la fortuna en desconocimiento de las leyes que operan en el mundo y por tanto, revela que tampoco está observando lo que opera sobre sí. Está tan sumergido en su lugar que confunde la necesidad de logros con la búsqueda de respuestas que lo colmen. Quien se encuentra en ese lugar, no se reconoce porque su ambición lo convence de estar más allá de donde realmente está.

Nuestro fiel reflejo de este lugar es la viveza criolla —desdicha o sentimiento de competencia desparejo—que nos dejó fuera de juego tantas veces en las últimas décadas. Hasta que entendimos que la recompensa es el camino —ambición— y que no se gana sólo con la artimaña práctica o la rapidez mental.

La realidad o las leyes del universo en movimiento se encargan de devolver los gestos. Las cosas no vienen como las queremos sino como las necesitamos, dijeron tantas veces queridos hermanos.


Hay un momento en que conciente o inconcientemente empezamos a reclamar entrar en la dimensión del universo. Lo que estamos pidiendo es entender las reglas y pautas del juego desde lo que nos está pasando. La persona aquí está reafirmando su deseo de vivir y se pregunta ¿para qué? Esta manera de interrogar evoca las ganas de encontrarle sentido a lo que está sucediendo. Se suelta la queja, nace la voluntad de reconocer en qué tenemos que ver con lo que ocurrió. Se gesta la búsqueda como imperativo y sentido profundo.


Me perdono y me reconozco —segunda parte—: no hay cuerpo que dure cien años ni perspectiva que los resista

Las perspectivas no son eternas y las sacudidas las tenemos garantizadas. “A cada chancho le llega su San Martín”, recuerdo haber escuchado varias veces de chico, ese refrán. A cada solitario o desdichado le llega el amor liviano o autocomplaciente. Como para que se dé cuenta del grado de intensidad que le pone a su búsqueda y la respuesta a la que accede entonces. Recuerdo haber leído con escepticismo el título de un libro que invitaba a hablar con uno mismo. Hay procesos que necesitan dejar de retroalimentarse desde sí, de lo contrario se está sosteniendo la limitación porque somos quienes estamos ejerciendo la comprensión y el libro se termina cuando empezaba a ponerse interesante o nos tenía cautivados.

El universo responde a la medida del ánimo y las intenciones que le pongamos a las cosas. Lo que el mundo te sirva será un banquete y será breve. Como la sed y el agua o las visitas de doctor que siempre nos dejan con las ganas y reclamamos una pronta visita cuando todavía estamos juntos. Hay un momento en que estamos preparados para reconocer que no nos podemos autoayudar para siempre. La persona que se siente desafortunada, no puede aceptar que el universo le responda con ternura, porque reconocerlo desarticularía el espacio de su herida y de su dolor, que es su razón de ser. La pregunta que quita a la personalidad de este sitio es ¿por qué? Esta manera de formular la interrogante está cargada de queja, de incomprensión y habla de no sentirnos merecedores del amor, pero también de estar incómodos con las situaciones tal cual se plantean delante. Y esto abre la siguiente etapa. Dejar de sentirse desdichado cuesta mucho y como cuesta tanto nace su contraparte con la misma fuerza y vehemencia.


jueves, 10 de octubre de 2013

Frecuencia 10.10: Licencia para vivir

No corro detrás de nadie, tantos íntimos se han quedado por el camino... De joven pensé que todos tendrían coraje para llegar hasta las últimas consecuencias con tal de develar la más alta naturaleza: el Ser. Me di cuenta que confrontar al miedo es un asunto de vida o muerte: así de drástico. En el tránsito entre parecer y ser, hay cientos de pérdidas y efectivamente, causa terror sentirse vivo nuevamente. Pero es un momento, la luz inmediatamente pasa a ocupar el espacio donde antes pululaban el drama, la pena y la desolación.

He comprendido que el concepto de familia muere a las puertas del corazón porque la dimensión del amor que nos habita hace imposible que las relaciones sean restrictivas. Y aún así, se precisa el cariño íntimo y es buena reconciliarse con la raíz interna. Hay un hogar donde volver. Reconozco dos actos de extremo coraje: abrirse a la experiencia transformadora del amor y retraerse a la intimidad individual para conectar a la esencia.

La maravilla de la vida se gesta cuando esos movimientos son acompañados por la mirada, por el encuentro en los ojos de un hermano, luego otro y después otro. Reconocerse en el alma, despertar la familiaridad. El vínculo filial es el amor genuino y cuando trascendemos la vivencia humana para transportarla a la condición espiritual, la vibración que somos capaces de entregar al mundo es imposible de contener en alguna parte de nuestro limitado organismo. Sólo nos atraviesa. Una vez que sabemos, es sano y necesario volver al encuentro, a emparar a quien se acerque. Ese es el trayecto del despertar desde mi punto de vista.

Amo a quien pueda verse parte de mi y pueda darse cuenta que estoy en él o ella. El universo es tan caprichoso y obstinado que tan sólo nos brinda y abre el presente. Un espacio llamado aquí y ahora es el portal exacto donde la magia es capaz de abrirse hacia cualquier tiempo, frecuencia y dimensión.

¿Cuántos se sienten  en este momento en el canal de parto? El miedo es transitorio. Abran los ojos, la luz encandila al principio nada más. Sírvanse entregarse al desafío, al riesgo, pues de todas maneras va a doler…  Entre el dolor en la soledad de mis heridas y el dolor en la justeza del destino que me ampara, elijo quien soy. Siempre revelar quién soy.

Tomen el destino que pactaron, de lo contrario serán acorralados hasta que se rindan o lo que es más difícil de entender, volverán otra vez a la vida a por el mismo banquete. ¿No hemos tenido suficiente ya? El faro interno, la brújula está encendida, conecten con ese sentido, no hay nada que hayamos perdido ni nada por perder. Aquello que es para cada uno, de todas formas retornará. ¿Cuánta más resistencia colocaremos entre nuestras enfermedades y conflictos y la medicina que cada célula está precisando?


Que el llanto nos sea dado para bañarnos, que el abrazo nos traiga sostén, que nuestros cueros se desnuden para vestirse con el traje de luz que nos pertenece. Prepárense para la fiesta cósmica, todo está servido ya.


Camilo

martes, 8 de octubre de 2013

Bitácora. Parte uno: la voz liberada

Aceptar el hombre, aceptar el rayo fue mirar con humildad hacia dentro y entender las dos dimensiones que todo lo componen y aún así, llegar a la visión de que no hay separación. Es arduo volver a la unidad… Años para reconocer y aceptar mi destino de este lado de la realidad. Otro tiempo menos extenso pero muy intenso para abrazar mi temor completamente.

Me despertaron ya tantas veces en pleno sueño…  Me mostraron con tanta simpleza la fuerza del camino, la energía transformadora, los remolinos del cambio. Agotaron mis resistencias los guardianes de los cuatro vientos para que me entregara a la vida por el mero hecho de vivirla y eso fue de por sí, trascendente.

Era el primer tramo de la hoja de ruta hacia el oeste ocupando mi asiento con destino a Paysandú —Parahy Sanderú, la resurrección de la voz o la voz liberada— y escuché en mi pensamiento la voz de un indio. Su imagen como el sonido de su silencio, también se esclarecía. Entre la negrura afuera, un guardián de los viejos tiempos tomaba claridad.

Su pelo estaba descuidado o más bien libre y su color era ceniza, el blanco había ganado parte de su cabellera. No era anciano, pero era sabio. Vestía sencillez aunque sostenía los galones propios de su autoridad. Junto a mi estaba Gabriel, compañero de viaje, quien se atrevió a revelarse al miedo y a despertar el amor hacia el camino. De inmediato le empecé a relatar lo que estaba diciéndome el nativo. Nos estaba llevando el permiso para caminar la tierra, ofreciéndonos calma para nuestra tarea y el apoyo que fuera necesario para desarrollarla. Seríamos respaldados a partir de entonces por su custodia y generosidad. Su mensaje estaba cargado de esperanza y en su intención se hacía notorio el deseo de que recuperáramos nuestro lugar sagrado, nuestro cielo de tierra. Transmitía la firmeza que precisábamos para andar con determinación. El encuentro se extendió unos momentos, suficientes para que se levantara la visión.

Ya no recuerdo si con los ojos abiertos o cerrados, la danza de la vida bailó a mí alrededor. Los tres tiempos sacudieron mi conciencia: todo lo vivido sostenía mi presente, fui templado por la confusión y la claridad. No soporté más el temor en mi cuerpo, entonces lo desaté de mi corazón para que estallara y brillara el amor.

La expansión que se abría delante de mí fue rotunda: un largo corredor llamado Tierra me mostraba que el camino es infinito, que ella sería firme en su piel para poder recorrer la sabiduría de su libro gastado por los milenios, pero íntegro en su esencia.

En aquella película, las mochilas de la civilización no aguantaban ya las amarras y el coraje venía de lo más profundo de cada uno para decidirse hacia la dirección que siempre les había guiado y latido. El encierro se resquebrajaba, salíamos a encontrarnos, sabíamos a dónde ir, nos tomábamos un tiempo para observar al mundo por televisión y aquello era una marea de emociones. Las personas se arrebataban la razón, necesitaban pelear por última vez.

Círculos y círculos de mujeres y hombres por todos lados, naciendo inesperadamente, honrándose mutuamente. Las comunidades del arco iris fermentaban, buscábamos un espacio donde descansar y llegábamos sin proponérnoslo a la tierra que siempre habíamos deseado habitar.


La tierra es cielo y el cielo es tierra y nosotros su nación. La comunión de la belleza, la mezcla de los colores y en el centro siempre el sol. Abrí los ojos o volví a traer la mirada a esta realidad. Aún seguía transitando la ruta y me dije:   “Soy un buen ciego que aprendió a mirar con el corazón.”


Camilo