lunes, 31 de diciembre de 2012

El final de los tiempos: de la humanidad a la familia planetaria

Dan ganas de quebrar el silencio, de celebrar este momento, de festejar con todos, de estar en todas partes a la vez. Quiero asistir al centro de la galaxia y estar en cada sitio, ángulo y rincón donde se esté desplegando el despertar.

Es posible que un error de nuestra parte sea quedarnos sin palabras o acudir a las más bellas para describir este momento. De esa manera, los más descreídos nos tirarán con sus miradas llenas de escalofríos, apretarán sus labios y se mofarán de nosotros cuando al día lo traiga un amanecer previsible. Pues no hay naves nodrizas girando en el cielo que podamos ver tu y yo, por ahora.

Un solsticio que cumple su verano a tiempo y forma es lo más sincero que observo a primera vista. El aire de siempre, apretado. El aire con que no nos queremos volver a cargar. Insoportable por su naturaleza repetitiva, respiramos asistida y automáticamente. La falta de inspiración agobia al hombre. Pero allí, cuando todo se dibuja igual es que se comienza a mirar diferente. Porque nada es permanente y entonces surge la sospecha. Si nada es lo mismo, tengo la responsabilidad de lograr observar las cosas de otra forma.  Cuando me aliento a dar un vistazo otra vez y repaso la escena, estás vos y tu gesto duro que se desnuda y va quedando solitario y esta mirada buscando inspiración en el centro del parto cósmico. Y entonces sí, abro canal y siento la información penetrándome con cada partícula de luz solar.

Hay cientos de sonrisas a media asta. Bocas posando ironías y las voces que acompañan mis jornadas diciendo que el mundo aparece hoy tal como lo dejamos dormido ayer. Si tu voz continua oscureciendo amaneceres doy por seguro que serás invadido por más bocas y más voces. Todas ellas dirán lo mismo, todas ellas hablarán distinto. Hasta que aceptes la luz iridiscente, hasta que te transformes también. Pero hasta que no te entregues, las voces se van a colar por cualquier lado. Porque si hay algo cierto estos días, es que hay permiso para insistir en el amor.

El despertar cósmico es también simbólico, simula pasar inadvertido, simula perder su poder en manos humanas. Siempre entregamos nuestras fuerzas al jugar con niños, siempre ganan ellos. El universo se hace el dormido, se desborda sin luces ni saltos cuánticos ni grandes estrellatos. El universo -parece- se hace el distraído, mira para otro lado mientras desplegamos el amor, la soledad, sacamos el dolor, robamos lo que es nuestro, reclamamos lo que nos pertenece. El universo nos mira, niños, y nos deja ganar otra vez. La tierra como el universo es inmensa, son poderosos.

Hay voces que se fueron despiertas e ignoradas y habitan su lugar en el espacio y hablaron de estos momentos. Quiero evocar algunas en representación de todas. Ludovica Squirru me trae las de la otra orilla y yo sumo algunas de este costado del cordón de plata. Benjamín Solari Parravicini, Oscar Schultz Solari -“Xul Solar”-, Ezequiel Martínez Estrada, Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato, Humberto Pittamiglio, Francisco Piria,  José Artigas. Siempre faltan nombres en estas listas. Ilustrados, anónimos, en mármol o despintados. Sus visiones estaban adelantadas al horizonte que aún hoy se escribe distante.

El cielo no se abre para que nos invadan fuerzas sobrenaturales o del más allá y entonces todo el 2012 parece ser un fiasco. O tal vez haya ángeles, arcángeles y querubines sobrevolando y actuando en cada desmembramiento social, fuga económica y ataque al cuerpo pesado y obstruido del sistema y los estados. Hay enormes mantos de luz también en cada agresión que esta humanidad colapsada se hace a sí misma. La vida no vale lo mismo para todos nosotros y esa es la razón por la cual no respondemos de igual manera. La ética reventó hace décadas, se hizo humo. La violencia es una manera de dar orden a aquello que por sí mismo no está dispuesto a moverse. La agresión es un movimiento luminoso, tocado y promovido por el mismo amor que la caridad.

Lo único que me resulta en verdad inmoral son las actitudes que se muestran displicentes al cambio, resistentes al movimiento, que ríen con una mueca y muerden el susto con la otra mitad de su gesto. Eso sí me indigna. Jactarse de no pertenecer, de no involucrarse. Entre el 21 de diciembre y los días subsiguientes me habitaron dos sensaciones: una de celebración, de renovar el compromiso, de gratitud por haber llegado a este momento, de doblar el desafío y vivir en plena autenticidad y ser verdadero conmigo. La otra es haber percibido burlas, actitudes de sorna, como quien se vuelve a sentir invencible porque otra fecha más se esfuma en el calendario sin que el mundo se derrita finalmente.

Tomé ese día tan particular y los dos que prosiguieron con actitud de resumen, de pasar raya. Me asumí dentro de los últimos veintiséis mil años como si fuera una sola entidad y hubiese estado vivo en cuerpo y alma a cada instante del rodar de la tierra y sentí (y siento) claramente que para buena parte de la humanidad se acaba el mundo, el tiempo y la oportunidad. Insistir en detalles lo hace aburrido. Donde no hay respeto, honor y lealtad hacia la naturaleza, la nuestra, que no se pretenda seguir pisando tierra.

No son días para estar firmes, quizás lo mejor que podemos hacer es fluir, tener cadencia y cintura ante el devenir.

Convivieron el 21 de diciembre, el espíritu festivo de una cuenta larga que se agotó, la predilección humana hacia las fatalidades a gran escala que se le cargaron a los mayas y una creciente tensión social que no se aguanta más acá cerca, apenas cruzando un río o a un click de distancia en el océano virtual.

La humanidad está muriendo con la era pisciana: era de la discordia, de los opuestos que no se toleran, de las contradicciones que no se perdonan, de las teorías que intentaron sujetar al mundo y del método científico utilizando al hombre como rata de laboratorio. La era de la demagogia, de la astucia en la oratoria para perpetuarse siempre y no cambiar  jamás. La edad de la razón sobre la paz, el tiempo eterno del poder pisando la autoridad. Los siglos de las fronteras, la trampa de la división, la mentira de la soledad, la guerra transmutando la vida y ni un instante de tranquilidad. Las décadas de los excesos, el ataque constante a la integridad, la fragmentación de la salud. La brecha cultural: los hijos del rigor, las secuelas de la educación y la ignorancia.

La vida pende de un hilo y repasar la memoria de la era cristiana dista mucho de ser gratificante. En estos últimos siglos las dificultades se extremaron de manera exponencial. La inconsciencia fue el mayor rasgo que existió entre los hombres. El miedo y la oscuridad pretendieron cortar la certeza en la divinidad y quien fuera grande de corazón y humilde en sus pasos, no sobreviviría: esa fue la decisión. Pero empecinados, volvimos una vez y otra más. Dios murió encadenado al Vaticano o quemado en hogueras y quimeras de cualquier tiempo y civilización.

Estos tres días fueron de luz, entendimiento y compresión y no se acabó su espíritu cuando el reloj consumió los últimos segundos del veintiuno de diciembre. Al contrario, el canal está abierto, la información es constante y un estado de revisión profundo nos embarga, nos cansa y nos agota, pero no nos permite dormir.

El mayor entendimiento que surge espontáneamente es que la humanidad muere, que miles deciden enfrentar su hambre y su dolor y los que lo tienen todo también sufren de apetito porque no están dispuestos a ceder ni un metro de sus carencias llenas de opulencia, oro y soberbia. No hay intención de resignar  nada de lo que los vacíos existenciales han rellenado por años. No cabemos todos.

La humanidad parece morir en piscis. Los hombres boquean y no se rinden, sucumben de ojos abiertos a la orilla de la historia. Lejos de la demagogia de un lenguaje espiritual lánguido en muchos miembros de la luminosidad divina, la espiritualidad se cuela en hechos e instancias inesperados. Situaciones de tensión, presiones económicas, masivos conflictos: no darán tregua, no es tan sencillo. El deterioro del hombre es de una lógica previsible, clara, profunda, no amerita más vueltas.

Sin embargo este balance precisa saber cuál es el futuro rumbo. La pregunta es qué viene después de una historia breve y humana. Qué nuevas ideas, provocativas y arrogantes, se atreven a fundar otros conceptos que intervengan la línea de lo conocido, que le devuelvan el sentido y la vida, que le den aire a esta historia. El desenlace solo me animo a expresarlo intuitivamente, conectado a mi instinto, tomando de la naturaleza salvaje y su sabiduría - la mía- el real criterio de lo que precisamos.

El holismo es la fuente que hoy nos nutre, la inversión de nuestro trabajo al tiempo presente y la apuesta a futuro, por más que hoy se intelectualice y se discuta. Todas nuestras acciones individuales se torcerán a los ritmos solares y lunares y las asociaciones que prosigan a estas, establecerán nuevos acuerdos, naturales, adecuándolos a una feria bioeconómica.

La conciencia necesita espacio para provocar milagros y precisa lugar para expandirse y lo mejor que nos podemos prometer en este momento es hacer el pasaje que nos convierta en familia planetaria y eso es lo nuevo.

Ser familia planetaria significa recuperar el eslabón que nos liga a la naturaleza.
Ser ingenuos de nuevo en nuestros ojos y en nuestras manos para que podamos caminar hacia cualquier ser vivo que nos rodee sin observarlo con indiferencia, como algo exótico o medir qué tan rápido podemos domesticar su actitud a nuestro interés. Volver a andar descalzos, a escuchar el fuego, a entender al viento y sentir nuestra pequeña autoridad ante espíritus como el del agua. No es tan fácil perder la alergia y la picazón ante el pueblo verde, el aire, las nubes, quienes nadan, quienes se arrastran y todos los demás seres vivos. Estamos parados en un lugar de escaso poder y de deterioro individual. Nos sentimos amenazados porque todo alrededor es uno y nos hemos quedado solos intentando gobernarlo todo y en el fuero íntimo nos sabemos entre gigantes.

Si recuperamos ese lugar exacto, esa vuelta precisa que se acomoda en los cuerpos sutiles, ese instante de distinción y claridad, entonces tendremos permitido el acceso a la memoria. Nos reuniremos con el resto de la familia, habitaremos la tierra en conciencia y seremos otra vez custodios de su equilibrio y armonía, que será también nuestro estado. Así parece dibujarse un período antiguo y renacido que asoma cercano. Esa lucidez y sabiduría es la que embate el pulsar del sol central, el sonido y el verbo del cual nacimos. Hacia esa dirección está girando su comportamiento toda la familia aquí en la tierra y el dos mil trece es una de las últimas posibilidades de ponerlo en acción.



Camilo Pérez Olivera

sábado, 1 de diciembre de 2012

Hacia el silencio

Así empezó este asunto:

Cuando las culturas nativas y en especial -la “vedette”-  la civilización maya, sus profecías y las penosas interpretaciones ingresaron en nuestra intimidad, sentí ganas de alejarme. ¿De qué? De la espiritualidad que se estaba haciendo pública, de la espiritualidad que cobrara notoriedad. Lo sagrado en manos de todos en algún punto, molesta. Nace esa sensación -siempre elitista- que algo importante para muchos, tratado masivamente, da como resultado una descomposición del valor inicial. El resorte de aquella sensación de manoseo derivó en muchas ganas de prestar mis notas para comentar los sucesos del diario vivir y también profundizar en esto que llamamos espiritualidad.

Érase una vez el 21 de diciembre una fecha relevante. Luego se fue contaminando por voces que la salpicaron de ignorancia e inconciencia. El descalabro espiritual nos hartó y solo fuimos capaces de reconvertir la búsqueda hasta quedarnos claro que: nada sucedería fuera que no aconteciera primero adentro. Para cuando esa consigna se escribió delante de nosotros ya estábamos inmersos en formidables transformaciones, mi mundo breve y pequeño y todas sus zonas de adyacencias. A ojo humano: importantes decisiones, fuertes cambios e intensidad de dolores hasta ir desenmascarándonos. La pintura de cada careta se gastó y se diluyó en medio de tanta agua y tanta sal. Así fue este 2012, un verdadero eje de cambios que nada tiene de definitivo.

La banalidad estuvo a la orden del día y el fin del mundo en boca de muchos. Quizás por una necesidad imperiosa de que las cosas por fin se quiebren. El sondeo de sentimientos indica que la mayoría de las personas están realmente cansadas de sostener algunos de los lugares de sus vidas: parejas, estándares económicos y status sociales que cada vez exigen más y satisfacen menos; un trabajo, lazos de familia, hipocresías variadas y para todos los gustos. A todos algún aspecto de los cientos que componemos nos produce alergia.

Este año el gran logro fue soltar mi cuerpo y dejar hasta el momento una estela de más de sesenta notas aceleradas y apuradas, urgentes todas. Intenté abordar sensibilidades, llegar a un gran número de personas, universalizar el mensaje, sumarme a una cantidad de gente que anda diciendo “cosas” por ahí. El balance da positivo siempre porque abrir el corazón y compartir la sabiduría que habita en él es una experiencia integradora. El corazón siempre necesita de la medicina del círculo al saberse interdependiente del resto del organismo que él también compone. Es una tarea de sanación con uno mismo y si sana uno sanamos todos. Ha sido este un tiempo revelador, desnudé cada emoción que encontré dentro de mí y fue devuelta con creces. Para puntualizar más aún, lo que fue develada es mi esencia gracias al resonar de las palabras en quienes las leyeron. Pero este camino recién está comenzando.

Algunas semanas atrás comencé a conectar otra vez con la importancia espiritual del 21 de diciembre como eje de los días venideros y decidí dejar de decir. Es probable que ese día no ocurra nada, a mi me surge estar en su movimiento y dejarme mecer por su energía, ser cuidadoso y atender circunstancias personales. Siento que es momento de mirar para adentro, ser precavido y hacer silencio.

 Sin aditivos ni poesía:

No vas a encontrar nada en un blog ni en espacio alguno. Nada va a cambiar luego de mirar decenas de videos en Youtube ni de internarte durante grandes lapsos de tiempo en las largas hileras de una librería, pendiente del último gran salto literario que aborde a la espiritualidad. No hay automáticos por más retiros de carácter introspectivo de fin de semana que planifiquemos. En mi experiencia, ¡llegué a esta manera de ver la vida con una perspectiva contaminada de tanto intelecto! Es una manera de comenzar a andar, en algún momento todo lo descrito más arriba no nos arregla más.

Es absolutamente válido, me parece, recurrir a una guía amorosa, a quien sientas que podés acudir porque su dirección muestra esperanza. De manera transitoria se puede cotejar el camino de otro, hasta estar lo suficientemente fuerte en tu corazón como para salir a buscar las respuestas internas que –paradójicamente- se expresan afuera. Seguí varios líderes y guías espirituales hasta que todo se me hizo insuficiente, porque en el fondo, lo que precisaba era encontrar el recorrido exacto que planteó mi espíritu y que acordé caminar en esta vida.

Mi vida y tu vida son insustituibles y no hay otra vida en la que yo vaya a ser Camilo. Por eso agradezco este tiempo en que necesité fortalecer mi propio corazón compartiendo todo lo que tuve ganas de escribir, animándome a expresar mi punto de vista.

Gracias por la compañía a lo largo de este tramo, será este que sigue un tiempo fuera de la palabra y adentro del silencio.




Por todas mis relaciones.
Camilo Pérez Olivera

lunes, 26 de noviembre de 2012

Nosotros: la alternativa al camino en soledad


Vuelvo a insistir sobre nosotros. Esta vez, como las demás, busco rodearnos de palabras. Quiero que nos quedemos mezclados, entreverados a los tapices del alma. Cada minuto de este camino está impreso en aquella lámina de recursos ilimitados para mantenernos juntos. Nuestro “nosotros” está mentado por toda la paleta que el amor conoce. Aquí, quiero dejar por sentado cómo llegamos a dejar de imaginar nuestras vidas por separadas o lo que resulta parecido, cómo hicimos para concluirnos juntos y sentenciarnos para siempre en verdadera felicidad.

Sucede que conocemos sobre el arte de encontrarnos y también sabemos de la inexistencia de las casualidades. Vos - tal vez- eras parecida a mi madre, yo –quizás- era similar a tu padre. Por eso nos fijamos, por eso nos miramos. Puedo contar que te conocí resuelta, decidida, proactiva e hiperactiva también. Amable, servicial,  sobreprotectora y desfachatada. Puedo dejar por escrito que me conociste bohemio, inmaduro, inseguro, florido y galán. Con mucha facilidad para que las demás hicieran las cosas por mí. Quizás por eso nos elegimos. Ambos necesitábamos despertar en el otro todo lo que no habíamos visto aún.  

El amor fue distinto en esta historia. Tempranamente perdimos la posibilidad de enamorarnos y estar cerca. Vos acá, en tu Montevideo, pronta a partir, yo allá, en mi Buenos Aires, montevideano y fingiéndome porteño. Las cartas, los correos, las llamadas y el contestador llevándose la alegría, dejándome solo en tu cumpleaños.

Después de varias caídas, grandes inconvenientes y una fresca manera de disfrutar el tiempo juntos, nos dimos cuenta que habíamos abierto la puerta personal de par en par. Nos conocimos la mirada, el gesto, el perfil conciente e inconciente del otro, adaptamos un guión de cortesías para lograr que el otro –vos o yo- permanezca a nuestro lado. También escondimos los lugares más siniestros temiendo perder el amor o tal vez dejar de merecerlo. Hasta que, finalmente, ocultar algo de lo que somos se hacía imposible. Nos lastimamos, nos perdonamos y nos amamos aún mejor. Nos dimos cuenta el trabajo que da caminar de a dos.

Dimos vuelta los ojos y habían pasado años desde la primera vez. El corazón mío y tu corazón estaban distintos y sorprendidos, les había tocado el amor después de varios desaciertos perfectos y dispuestos para crecer. Vi tu herida en cada llanto, sentí tu dolor apretando mi mano con toda la fuerza de tus entrañas cuando lo que te hizo sufrir te descarnaba. Así fue conmigo también. Miraste mis dientes apretados, muriéndose de angustia, me diste el abrazo, la caricia más abierta disponible y el espacio preciso para llorar rendido en la tierra. Así llegamos profundamente a conocer en esencia quiénes somos. Me embarqué en una expedición hasta el fondo de tu dolor y tu amor, traspasaste mis huesos hasta robarme la melancolía y enseñarme mi sonrisa que apresuraba a guardar bajo los labios y mi ceño fruncido.

El amor se construye, no viene prefabricado. El amor se hila, es un telar inagotable, entrañable. Cuando se ama en conciencia es altamente probable que prefieras no abandonar jamás esa travesía, porque te sabés uno siendo dos. Cuando depositás tu vida al corazón a tu lado solo quedan ganas de compartir el resto del camino con la alegría como indispensable porque todo lo demás ya lo conocés.

Saltar de corazón en corazón como saltar de boca en boca tiene su precio. No entregarse nunca, habitar un miedo parecido al desconsuelo, soltar el compromiso y tomar la mano siempre gris y melancólica de la soledad. No terminar por abastecerse jamás. Fundirse en el otro lo encuentro un viaje perfecto: un suelo de espinas y besos con hecatombes y estaciones de paz.

El amor así, largo y construido, sabe a inquebrantable y eso es lo que quiero decir. Siempre está la opción de caminar solito, sin embargo el tamaño del amor ampara hasta a los desahuciados. Cualquier posibilidad de abandonar el amor -sugiero- se sopese con una mano en el corazón y la otra en el centro del pecho, es una manera antigua de consultar con el alma no por dónde seguir, sino nuestra sabiduría, ahí están las respuestas.





Camilo Pérez Olivera
En amor y luz siempre.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Antes de la oscuridad (última entrega)

Pronto volví a estar sentado frente al fuego de la Tipi y necesité respirar y echarme hacia atrás. Estaba sentado en el mismo lugar que decreté dejar de ensayar y comenzar a vivir únicamente desde el amor, pidiendo que las experiencias de mi alma comenzaran a gobernar mi tiempo y me catapultaran al estado verdadero, donde moramos en armonía.

No sé cuánto tiempo pasó, probablemente muchísimo, tal vez no tanto. La noción me trajo el canto de alguno de los presentes y solo tuve tiempo para tomar a mi hija en brazos y echarme a descansar con ella. Dormité un rato. Pronto comenzó la puerta del agua y sus rezos, pero yo estaba absorto, intentando digerir poco a poco la dimensión de todo lo que había sentido durante la ceremonia. Recibí el agua con goce y pude recomponerme a pesar de estar bastante contracturado.

Una vez que la ceremonia hubo culminado y se hizo la pequeña danza alrededor del abuelo fuego, salí hacia el exterior de la Tipi. Sopesé el tiempo y era indudable que bajo el antiguo criterio de las cosas, debían aparecer los primeros fragmentos de luz solar. Estaba claro que la penumbra que dominaba el ambiente no tenía mayores intenciones de disiparse.

Aquí comenzaba otra historia, como un parte aguas la realidad se quebró y me alegré de haber construido en los últimos años de mi vida el amor y la compañía a pesar de las dudas y de las batallas permanentes con mi personalidad. Todo el tiempo que se instauraba por delante daba paso a caminar suave y a atender la solidaridad necesaria para que los días en que durara este estado de somnolencia pudieran acontecer lo más sencillo y agradable posible. El concierto de la luz flotaba en el aire, el cielo incorporaba de tanto en tanto un antiguo y viejo rojo en su negrura.

Los días siguientes se hacían ambas sensaciones presentes: la ligereza y la lentitud. Caminábamos un poco por nuestra comunidad, ocupándonos de cómo estaban los demás. No salíamos más allá de los límites de la comarca, pues no había fuerzas disponibles más que para continuar recibiendo los signos de una nueva era. 

Ya nos tomaría mucho tiempo recorrer largas distancias para reencontrarnos con los familiares que quedarán y los amigos más cercanos.


De todas maneras un estado de tranquilidad reinaba o más bien un sano desinterés y el sincero deseo de que cada ser querido estuviera tomando las riendas de su vida. Ojalá la mayor cantidad de gente querida estuviera reconociendo que la espiritualidad gobernaba cada espacio, ese era el gran deseo que danzaba adentro. Comprender que ser espiritual no se trata de desenfundar libros ni de adquirir herramientas de fácil acceso y libre consumo. Tener cabal noción de la apertura que estábamos viviendo, apoderarnos del signo y la señal de una etapa en que la conciencia recobraba su natural estado y nos identificáramos con la dimensión espiritual que siempre fuimos.

En el momento preciso donde era necesario una señal de que la oscuridad cedería, notamos que el intenso frío empezaba a difuminarse, reemplazado por la llegada de una tenue frescura. Fue una frescura con más cuerpo que aquel aire volátil y exageradamente frío que estuvo presente. Fue una frescura que nos invitaba a intuir un cercano amanecer.

La claridad no fue instantánea, fue paulatina, lenta, mesurada y necesaria para que nuestros ojos se acostumbraran de nuevo a la luz. El cielo mostró un color cobrizo  y se vislumbraban breves siluetas que podíamos adivinar en nubes. El amanecer se ofreció un buen tiempo después y fue inexplicable su presentación. No se sucedió desde el horizonte sino que incorporó su figura a la escenografía desde algún lugar atrasado y lejano del cielo cósmico. De verdad parecíamos ser parte de un óleo que poco a poco iba dibujando sus partes con la maravilla de recuperar antiguas sensaciones que habíamos abandonado mucho tiempo atrás. Muy solapadamente la tibieza llegó, ese amanecer duró varias jornadas en estacionarse.

La recomposición estuvo a la orden del día, los pasos siguientes fueron la tarea más próxima que tuvimos por delante. Una vez que lográramos reconstituir las fuerzas, pasaríamos fuertes periplos moviéndonos por muchos lados. Excepto algunas mujeres, la mayoría sabía intrínsecamente que debía aguardar a que los hombres se aventuraran a las gestas de ubicar familiares y claro está, amigos. Para ese entonces no podíamos pensarnos separados, hablar de unos u otros era referirse a la familia que somos.

Ya no éramos los mismos, tuvimos esa certeza en la mirada y el silencio como sentencia ahogando las palabras que no precisábamos. Testigos y protagonistas de la exploración interior, vimos nacer el sol desde el fondo mismo de nuestros corazones. Ajustamos nuestra expedición en un terreno doble, observamos adentro y alineamos el latir al pulso acompasado de una galaxia entera. Dejábamos atrás nuestra niñez humana y renacíamos al calor de una juventud planetaria que nos daba coraje y energía para moverlo todo. Así dejamos de ensayar una nueva manera de vivir para apropiarnos de una vez y para siempre de lo que somos naturalmente: luz y conciencia.



Camilo Pérez Olivera
En amor y luz siempre.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Antes de la oscuridad (tercera entrega)


La tarde fue productiva para abastecerse, servirnos del agua que consideráramos suficiente, conseguir las últimas provisiones disponibles y emocionadamente poder hablar desde el cariño con quienes amábamos. No podíamos dejar pasar esa oportunidad, este momento que nos pisaba los talones sería un tiempo fuera. Sin certezas de cuánta sería su duración, ni siquiera sabíamos cuán alterada estaría la percepción y la noción del biorritmo interno. 

A la puesta del sol nuestros organismos solo querían echarse a descansar con la propia naturaleza, la nuestra. De a poco se fue poblando el centro ceremonial y sus alrededores, el cielo volteó y un telón de nubes nos dio la cara. Adentro todos comenzamos a tomar asiento y aprovechamos para recostarnos contra el fondo de la Tipi. Un gran círculo cubría cada parte de la toldería. Los abuelos y abuelas y los portadores de la pipa sagrada cargaron sus chanupas con tabaco y en el centro del lugar, un par comenzaron a ordenar los leños para encender el fuego. El abuelo lentamente comenzó a flamear y a distribuir calor hacia todo el círculo. La primer pipa fue encendida y con ella se soltaron impresiones, rezos y nuestros corazones comenzaron a alinearse. 

El fuego se encendió como se enciende el calor, la pasión y los corazones en los instantes más necesarios. Afuera tronaba su estridencia cada rayo, partiendo los cielos, quebrando un tiempo interminable de milenios y milenios donde la sabiduría estuvo ausente, oscura y silenciosa esperando por nosotros. La noche sentenció que había llegado el día donde debíamos ocuparnos únicamente de presentar credenciales ante nosotros mismos, ante la parte más elevada que somos. El amor comenzó a notarse en demasía y perdimos el apetito porque nos estábamos enamorando otra vez del útero universal que co-crea la vida. Lo primero que sentí fue al ego darme patadas en mi propio vientre, asustado, avergonzado, derribado, queriendo salir de la situación. Fueron eternas horas donde la poca energía que encontré -y creo que a mis hermanos les sucedió lo mismo- la utilicé para respirar profundo y recordar cada ocasión en que sentí amor y hermandad con todo lo que existe. Me aferré a esa memoria, a esas imágenes con uñas y dientes, ni por un momento quería soltar la vida. 

El vaivén era fuerte, por supuesto que me salía del estado amoroso con frecuencia, solo quería dejar pasar los pensamientos más desafortunados, los morbos más asqueantes y las perversiones más aterradoras. Todas eran mías y todas eran de los demás también. Ni un instante existía para emitir juicios hacia otras personas. Cualquier fugaz intento de mirar con ojos despiadados a los costados reducía mis energías, me tumbaba.

Pasaron las medicinas y sorbí un trago a regañadientes y vomité en el mismo instante, volví a beber. Mi organismo se estaba sacudiendo el dolor y el sufrimiento de las entrañas y del alma. El llanto apareció enseguida, necesitaba aire, me esforcé en ponerme en pie y fue imposible, me desplomé. Las piernas no me respondían, solo restaba entregarme definitivamente al amor que tantas veces había escrito, no había otra alternativa, no había otra salida. Intenté a base de engaños negociar el auxilio ante el fuego y este me respondió implacable: 

-“Eso es todo lo que estás recibiendo. Todo el auxilio de cada ángel con el cual te comunicas a diario, el auxilio de María y del Gran Espíritu. No tienes que hacer esfuerzo alguno por resistir, si tardas horas o un minuto es solo tu decisión, pero tienes que saber que vas a salir de aquí más tarde o más temprano en compañía de la tierra y que a partir de aquí vivirás en la conciencia de cuarta dimensión y que el resto de tu vida la caminarás en el amor definitivo. Esa es la verdadera victoria y este es el momento que toda tu existencia buscaste.”

No tuve opción, me recogí en posición fetal y pedí un amor sereno que me permitiera llorar y abrazarme a la tierra para siempre. Gemía, gemía como no recuerdo haberlo hecho antes, de dolor, de angustias atrasadas, dormidas y sin reparar. En ese momento sentí la caricia de una madre, apenas pude abrir mis ojos repletos de agua y sal y descubrí la mano de mi compañera. Compasiva, serena, apaciguadora. Solo tuvo estas palabras: 

-“Llegamos a los tres días de oscuridad. Está difícil para todos.” 

El temor de ser escuchado me pasmó y el fuego pronto reafirmó: 

-“Nadie escucha tus temores, tus sinsabores. Debes dejar de creer que eres el centro del mundo, has aprendido a ocupar tu lugar armoniosamente, quédate sintiendo ese sitio que te pertenece, involúcrate en él. Sigue ocupándote de eso, es lo que precisas”.

Por un momento me cansé de tanto desasosiego y sentí cómo la energía respondió acomodándose dentro de mí y exclamé internamente: 

-“No sé cómo se hace pero llevo mil vidas descendiendo al vientre de la tierra, siendo luz en la oscuridad. He habitado otros estados de conciencia, he sido ángel, espíritu, guía, bebé, niño, joven, adulto y anciano cientos de veces. En este momento reclamo una estación donde gobierne el amor definitivamente aquí. Aunque no lo recuerde desde este cuerpo físico -como Camilo- en mi alma está cada experiencia donde me inundé de amor y humildad. Con la autoridad que habita en mi corazón y en los distintos planos que coexisto, pido a este fuego ser desposado de cada culpa que se esconda en cualquier parte de mi ser y pido ser elevado a la cuarta dimensión, donde la conciencia es la que manda a cada paso, aún contra mi propia voluntad. Del amor yo vengo y al amor yo voy.” 

El fuego se expandió como nunca y toda su luz me abrazó, un halo de rojos, amarillos y azules me abarcó por completo, el resto de la Tipi había desaparecido. Estaba a solas con el abuelo.

Un ser de luz descendió frente a mí y me extendió la mano, accedí y fuimos juntos a ver entre las llamas lo que sucedía en cada parte del planeta. Del centro de las llamas brotaban las primeras impresiones oraculares. Las primeras imágenes fueron escalofriantes: África era un calvario, el aire caliente sofocaba cada centímetro de tierra, el fuego se abalanzaba contra regiones enteras. El miedo y la locura explotaban en cualquier lado. Estaba aterrado y por momentos olvidaba respirar, pero rápidamente recuperaba el aliento y en los ojos del ángel que me acompañaba encontraba la serenidad necesaria para seguir el recorrido.

De pronto olvidé los nombres de cada tramo de tierra, era ya innecesario ese dato porque todo era uno sinceramente. Los dramas se vivían en cada rincón, el desasosiego dominaba las ciudades sin importar el color de piel, razas o distinciones de cualquier especie. Para muchos, miles y seguramente millones, se habían acabado las oportunidades, hasta allí llegaban sus alientos. Las construcciones personales se hacían exactamente ciertas y a medida del sueño de cada uno. Había infiernos imperdonables, había calvarios de dolor, había sufrimientos tan faltos de piedad y solo pude preguntarme cómo tantos y tantos seres humanos habían llegado a convencerse de que ese destino lo merecían.

 -“Así funciona el libre albedrío. Ninguno de tus hermanos está obligado a escoger el amor.”, respondió el ser que todavía estaba sentado a mi lado. 

No podría describir cada ciudad, el horror era el mismo en todo sitio. Sin embargo, los tramos de aquella película de completa realidad se sucedían intercalados con el recogimiento de manera particular de muchos grupos de personas en todo el mundo en estados meditativos. En definitiva hacían lo mismo que nosotros allí: bucear en sus aguas, excavar bien profundo en sus emociones hasta hallar la verdad y el amor. 

Pero no todo era social, el viaje incluyó visitas a los polos, podía observar el veloz desprendimiento de enormes capas de hielo y mi conciencia comprendía la dirección que tomaría cada corriente de agua que se levantaba con furia. El destino de tantas costas y tierras adentro era inevitable. El planeta estaba haciendo su purga, su limpieza. De pronto quedé incluido en una de las escenas citadinas de las tantas que podía observar pero a cierta distancia, como suspendido en el aire y más que aire, éter. Cada persona que moría salía despedida hacia el cielo y como la tierra esta rodeada de él, en realidad salían rayos de luz azul y también un celeste cristalino hacia todas las direcciones. Eran millones. ¡Impactante! Todos volvían al cielo. De pronto observé cómo en las dimensiones siguientes a la nuestra estaban escalonados cientos de seres de luz trabajando en aquel momento tan trascendente. Una vez más comprobé que lo inconmensurable sostiene la vida.




Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!

jueves, 15 de noviembre de 2012

Antes de la oscuridad (segunda entrega)



Un día amaneció la calma. Desperté y decidí correr la cortina que me separaba de lo que el cielo y la tierra tenían para ofrecer. Las energías diezmadas, bajas, no habían horas suficientes de profundo descanso que permitieran recomponerse. Hacía muchos meses atrás, cuando un temporal con características de ciclón había azotado Uruguay, yo había soñado con total claridad -no muy frecuente en mis estados de sueño-  la fecha concreta en que el cielo se apagaría para todos, dando ingreso a la zona neutra del cinturón fotónico. Aquella fecha corría seguido por mi cabeza y allí empezó todo. 

Lograba olvidarme temporalmente del diecinueve de abril y contaba para ese olvido con un giro lo bastante drástico en mi vida como para situarme en el presente. De pronto llegaron algunas personas que no conocía hablándome de canalizaciones. El término me era conocido, pero me costó incorporar esa enseñanza a la rutina. Aprendí a hacerlo con facilidad y pronto algunas jerarquías ascendidas indicaron que estaba apto para enseñarla yo. Esto me tuvo un buen tiempo enfocado en el presente, sin pensar hacia adelante. Pero inevitablemente el día en que la tierra no amanecería alumbrada estrujaba mi estómago mezclando nervios y ansiedad. 

Un día amaneció la calma y también el oxígeno con otra frescura, inusitada, desconocida. Las correas separaron las cortinas y el sol parecía más transparente y así el resto del cielo. La naturaleza alrededor parecía vibrar en otro estado, un enorme campo, una frecuencia energética que jamás había visto se levantaba a centímetros del espesor de cada cuerpo vivo. Como si todo tuviera una transparencia atrás, una especie de holograma visual. 

De repente chequeé por un acto meramente automático la instalación eléctrica de la casa y para mi mayor sorpresa, las cosas funcionaban. Extrañamente funcionaban. Recuperamos la electricidad,  los teléfonos móviles y el agua corriente. Imaginé los satélites saturados, sin embargo era posible comunicarse. Tomé el teléfono y entablé comunicación esencialmente con algunas personas: familiares cercanos y amigos. ¿Qué hacer? ¿Movilizarse? ¿Resguardarse? No. Las personas esa mañana comenzaban a definir la única opción posible: un estado de recogimiento, una particular serenidad se apoderaba hasta del más ansioso. Si cuando el caos se instaló surgieron reacciones neuróticas y desesperadas, este estado de plena calma contagió a todos a moverse únicamente hacia su centro, un interior lleno de respuestas que nadie más podría apaciguar.

Ya no podía saber lo que ocurría más allá de los dominios de donde vivía. Supe pronto que la familia del camino nativo había decidido levantar la Tipi de la Luna -centro ceremonial-  por tiempo ininterrumpido. Se había quebrado el reloj, la balanza se derrumbó por entero hacia el espíritu. Un aire frío sin frío, una brisa desconocida traía rumores con certezas, los ojos observaban extrañados las energías alrededor de todo lo que se encontraba en la naturaleza viva. Nuestras miradas encontraban descanso más allá de toda fatiga. Algo lavaba aquellas pupilas irritadas que bailaban en los rostros. 

El centro ceremonial lucía maravilloso, las manos de varios hermanos y hermanas labraban el barro, moldeaban la tierra que delimitaría pronto al fuego. El altar comenzó a vestir su falda de fiesta y bienvenida. Entre nosotros surgían algunas conversaciones todavía atolondradas, como si hiciera falta a esa altura explicar algo… Pero rápido las conversaciones se apagaban hasta el silencio. Las voces se hacían cada vez más tenues, la levedad nos cubría hondamente. 

Se dispusieron algunos vehículos que tenían una buena carga de combustible para que en los días venideros pudieran hacerse algunos traslados puntuales, si es que contábamos con la fortuna de que estos encendieran. Algunos ofrecían leña, otros alimentos y también hubo un espacio destinado a recoger abrigo por si hiciera falta. La Tipi se invistió de ceremonia con el propósito de sostenernos como familia en el transito hacia la era en que comenzaría a reinar nuevamente el amor en todos los corazones.





Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!

sábado, 10 de noviembre de 2012

El fin de las tentaciones y la frecuencia de los sueños

No puedo eludir las palabras que gobiernan mi corazón. No puedo evadir las letras. De repente el amor se apodera de mí y me enviste, me lleva puesto, me convierte en simple canal. Me entrego dichoso a la buena fortuna de otra vez quebrar la inercia y voy. Las oraciones necesarias, el sentido profundo, el mundo pidiendo clemencia por todos lados, pidiendo atención de las maneras más agresivas y acuciantes posibles.

No quiero estar roto ni ser descocido, me pretendo dueño de una impecabilidad tan llena de defectos, de neurosis y algunas virtudes que sobreviven a mis intensos grados de locura. No hay cordura en las notas, hay mucha tinta y tormenta. Como vos, necesito ser escuchado. Describir el amor en todas sus formas químicas, en todas sus conjunciones físicas y aleaciones posibles. El amor es el pétalo cayendo y la bofetada estrellándose en tu rostro. Pero también hay espacios carentes de luz donde el amor se expresa por su ausencia y brilla el dolor y arremete el miedo. Esos momentos también merecen ser descritos.

Hay mucha orfandad, hay niños visiblemente lastimados en muchos ojos adultos. Hay tantas bocas despojándose de sus temblores e implorando cariño con violencia... La oscuridad tiene su brillo también, sabe lucir lentejuelas y portar largos vestidos con encajes de orgullo y soberbia. Hay hambre en esos corazones, hombres y mujeres tempranamente separados de la contención y el arrullo, mujeres y hombres con poder y sin escrúpulos vibrando en cadenas de eternos tangos, tocando largos raps machacantes y enfermizos. 

La reina y el rey, el poder, el dolor y todos sus secuaces. Las migajas, las monedas y la distribución de la carencia.  La soledad y la prisión, las celdas que llevamos en el corazón y la libertad que llena cada pulmón. Batallones, escuadrones, las legiones que desbocan la ciudad. El primer monarca que pidió hacernos hombres a todos y no llorar, las lágrimas a escondidas, lo que nos enseñaron hablando y lo que aprendimos al ver nuestros padres caminar. La distancia gigantesca entre la cordura, la locura, la impostura y estar de atar. El manicomio en tu interior, ser de la cadena el último eslabón y del tarro, bueno… Ya lo saben, el orejón por donde todo vuelve a comenzar. Pedir respiro y esta manera tan extrema que tenemos de llegar a ser, labrando actas y esgrimiendo personajes. Nos dejamos, nos aislamos, nos quedamos en suspenso, nos quedamos sin suspiros, apenas si logramos respirar.  Nos contagiamos el rencor, se nos pega la distancia y el dolor. Repetimos los platos y los héroes que nos condenan a olvidarnos de que olvidamos cambiar lo que nos hace mal. Vamos, buscamos, participamos del ruido, del tedio, del hastío, insistimos en el grito que no podemos dominar. Sube la espesura, el hervor y la humedad. Nos jactamos de saber lo que aún no conocemos, si nuestra memoria nos conecta solo a lo elemental.

Hay un misterio elevado, impresionante más allá de las estrellas y tan acá de nuestro corazón. Hay un repertorio de canciones y sinfonías, de existencias y vidas que  son la cura y el perdón. No sé cuántas notas guardará mi alma, en ella están refugiadas las pantallas que me hicieron crecer. Alcé banderas, vestí remeras y grité mi odio antes de poder comprender la señal. Prendí afiches a las paredes de la habitación donde dormí y escribí entre la pintura las broncas que no podía decir. Tomé la piedra y la baldosa en la mano y arrojé el puñal a lo que me daba miedo y me ofendía. Me enojé también incansablemente contra los muros que esculpí en mi juventud. Solo pude acceder al amor cuando estuve vacío, en la ausencia de la rabia, jadeante, allí… Tirado en el centro de la ruta, a la deriva de las avenidas, lejos de reconocer quién soy.

La tierra no es el mundo, el mundo es la gente: vehemente, demente y absurda. El mundo es también un imaginario en constante construcción. La tierra no es el mundo, la tierra es paz, es fuego y es agua. Alberga el aire y la vida, al mundo y sus dueños y a los demás también. La tierra es una nave colosal en el inmenso rascacielos del universo, la tierra gira en procesión hacia lo infinito. La tierra es selva, es olor a madera y es sudor de la vida. El mundo es ciego, tragaluz, calles y bulevar. Un breve faro que cada tanto ilumina esta quietud y sol llegando de los confines del abismo. Un bandoneón descompone su tristeza en el límite de la cultura. La tierra, el tiempo paradojal que termina y su agonía. Allá vamos, camino al cielo de las utopías, sin plazos pero llenos de sueños y convicciones. 


Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Las formas de la tempestad

Los miedos quieren escribir que todo está a punto de acabarse y lo cierto es que está cerca de comenzar de otra manera, tan amorosa como nos atrevamos a imaginarla, tan poderosa como nos dejemos vivirla.

Los colores y la alegría nos pertenecen, nunca fue diferente. ¡Recordémoslo! Jamás el sol dejó de latir, nunca el calor y la fuerza nos fueron ajenos. Así el frío, el viento, el agua y la luna estuvieron siempre a nuestro lado sin parpadear, ayudándonos a suavizar las emociones y a nadar en ellas para recuperar el timón de lo verdadero. Tenemos el “si” y el “no” en el centro del ser y del corazón para juzgar íntimamente lo que nos conviene. 

En la orilla de las mareas hay siempre un espejo transparente y cristalino para poder bañar la locura y para que la abuela vuelva a tiritar enrojecida cualquier noche. Hay estrellas desfilando por doquier y el cielo está a la vez arriba y abajo nuestro, la tierra también. Acompañan, caminan, son los pasos que crujen y el revoloteo sobrevolando.

Está lleno de obstáculos que ponen cara de desafiantes, está plagado de oportunidades de manifestar lo mejor y lo peor de lo que somos y estamos eligiéndolo. Nos llaman a ser calor en este fuego, ser sus lenguas y sus llamas cuando la temperatura está en aumento y así sube como sube el temperamento. Una ola de agresiva fiebre da un golpe de sudor y empapa la frente, nos deja helados y estremecidos; también son parte de estar vivo la furia, el impulso y el desenfreno.

Nuestra mirada es ahora la que se lava y es lava quemando la mentira. El reto está adentro tanto como afuera. Es ahora mismo el momento más intenso donde todo se convierte en sí mismo. Toda la verdad ya está entre nosotros, ahora solo falta rasgar los dolores hasta hacerlos amor.

Habrá tempestades sin lluvia rajando y agobiando la tierra. Habrá tormentas que nazcan del fuego, de esas en que nos queremos quitar hasta la piel, azuzarán el oxígeno y harán insoportable el espacio.

Encender los altares, encender las antorchas y el rezo y encender tantos fuegos como sean necesarios. Vamos a pasar muchos soles y muchas lunas velando, guardando y custodiando el sueño, la inocencia y la fantasía en este presente, en este límite en donde se deja de escribir el tiempo. Levantar el puño solo para estirar los dedos y la pereza, pero nunca más para luchar. Aprendimos que no hay victoria posible en las batallas y que la vida no se conquista sometiendo como no hay una sola certeza que sea más importante que otra. A veces los sentimientos propios nos acobardan tanto como los ajenos y eso nos retrae. El frío y el calor en lo hondo tienen condiciones parecidas: ambos queman, ambos hielan, ambos cambian la vida.

Quiero ser toda la lanza, ni su cuerpo ni su punta me conforman, sino toda la flecha. Viajar directo al centro y penetrar la propia escarcha con la que aseguré el camino que me da miedo y que me repara. Sé que transitar el amor asusta porque lo tocamos desde la fragilidad que un día nos convencimos que éramos, sin embargo cada paso que damos nos agiganta y nos acelera. Somos el amor y la fragilidad danzando en el corazón.





Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!






domingo, 4 de noviembre de 2012

Los colores de la alegría.

Dedicado a "La Cigana" que supo latir entre los Atlantes, esta es mi medicina para ella.

Interrumpir la tristeza a tiempo, cortar el circuito del dolor y partir si es necesario. En mi cabeza conviven aún vestigios de las frustraciones que fui. Tan antiguas como las mentiras y los temores hechos escombros, desgajados y pálidos. Como espíritu no conozco mi edad, quizás haya comenzado este viaje en el principio de los tiempos, tal vez un poco después. En las arenas de la playa de la humanidad me sé pequeño y extenso, pero también incierto. Hay un eterno conflicto latente en mi interior, siempre haciéndome dudar, siempre necesario para no olvidarme jamás de que todo cambia y es rigurosa la vida entre la tierra y el cielo en ese sentido. Existe una refundación constante, como si todo se reinventara a cada tramo. El caos es tan implacable como el orden que le sigue y así funcionan.

En cuanto a nosotros, hemos utilizado todas las recetas posibles para ser hermanos, amigos y amantes en este andar. Queremos permanecer uno al lado del otro y eso es lo más cierto que tenemos para ofrecernos.  Yo no quiero encauzar más energía en fortalecer los problemas, les quiero quitar importancia, quiero dejar de creer en ellos. Confiando en que el universo los desintegre, implorando posar la mirada más allá de lo aparente. Vos con tu cuota de realismo llegás y golpeás la puerta, desafiándome a que te exprese qué tan seguro estoy de internarme en ese camino. Somos un sendero personal y en relación, una síntesis perfecta moldeándonos mutuamente en la caravana que siempre nos conduce a Dios.

Nos cruzamos cuando nuestras pieles permanecían jóvenes, trasnochadoras y amanecidas por igual. En el corredor de los reencuentros es donde pululan las almas y a eso se parece cada vez más la vida.  Hay un viejo e infinito amanecer, siempre impecable, bañando el campo de sol, un parque vestido con el sudor del cielo que moja nuestros dedos desvestidos. Es ese resplandor que nos levanta las pupilas, vos te marchás y nos dejás las sabanas y las almohadas con besos y caricias en la frente, mientras yo trato de quitarme el cansancio con las manos refregando mis ojos. Quiero convencerme de no despertar e intento estirar la noche en pleno día un poquito más, pero la primera mañana se hace bella sin importar quién administre su silueta: las nubes insistiendo en su gris o un copioso sol.

Años construyendo amor,  inventando la manera, adecuándonos a los largos trajines del destino que no nos deja bostezar. Los tiempos comprimen las formas, la materia parece quedar inerte y sin embargo la tierra coloca flores en todos los rincones. No se trata de hacernos chicos o de empequeñecer tu cuerpo o el mío. Hay algo que estamos obligados a abandonar si pretendemos pasar por este agujero que cierra todos los tiempos hasta que aparezca al final del túnel la bóveda donde se juntan lo remoto, la verdad y el amor. Hay mucho por soltar para poder flotar ligeros y luego bailar en el trampolín.

Una lágrima de agua y sal se filtra en el baño, mezcla de desgano y melancolía mientras ponés más linda tu alegría y tu sonrisa  antes de despedirte. Luego corrés torpe y divina por igual a dejarme una gota de amor, húmeda y transparente en el labio porque así son tus besos. Así llenás mi rutina y mi corazón. 

A veces nos desmadran los conflictos y desacuerdos cuando menos lo merecemos. Te vas vos y quedo aquí. La guitarra, la brisa y un mate tibio me hacen compañía.  Espero la tregua, los acuerdos, las paces y los pactos nuevos y mejor fundados. Espero hasta que llegue tu abrazo a iluminarme. Solo pido aprender a ser hombre finalmente: entero, firme y sensible. Caminar sereno y respirar hondo y suave. Quiero aprender de vos a estar en el beso, en la caricia y en el abrazo. Quiero abrirme a las noches y a los días, quiero abrir mi mano para ofrecerte que camines en confianza y con dulzura. Este es mi modo de amar.



Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!

sábado, 27 de octubre de 2012

El rezo y el círculo de la palabra.

Desconozco las miles de maneras de rezar, solo reconocí que tanto "rezar" como "Dios" eran palabras que estaban gobernadas en mi experiencia y en la de muchos por cantidades industriales de dolor y sufrimiento. El corazón junta y acumula toneladas de insatisfacción sin perder ni por un instante su belleza aunque quede cargado de opacidad. Entonces llegué frente a un fuego y a Dios le llamaron Gran Espíritu. Eso fue un drama menos para la manera de comprender las cosas. Entonces tomé asiento en el suelo y Dios era solo un Gran Espíritu, ni siquiera era inmenso ni magnánimo, era solo un gran espíritu que también se sentaba a mi lado con sus lenguas, soplando calor. Allí me animé a rezarle a las llamas y también entendí que rezar es un arte y lleva su tiempo aprender.

Rezar es poner en orden el universo personal, establecer prioridades, es decidir en el momento en que estas qué es lo preciso para sentir plenitud e integridad. Rezar es habitar el presente y si eso ocurre, lo primero que surge de las palabras es agradecimiento. Rezar en la noche tiene la medicina particular de observar el día con cierta distancia, ir juntando las huellas de tus pasos hasta encontrarte con vos. No es otra cosa que reconocer lo vivido para llegar hasta ese momento. Hay cierta maravilla en rezar, las palabras que vierten los labios tienen un poder especial, son pequeños decretos que construyen la realidad que pisamos y la que pisaremos.

Hay miles de maneras de rezar, de orar, de meditar, de recogerse al silencio hasta hacer contacto con la parte que no perece. El rezo es un reconocimiento de las emociones que nos recorren y en ellas está lo más genuino, lo que nos conduce, la dirección adecuada y la buena estrella. Pareciera verdad en el silencio la intuición, el soplo que toca al oído cuando los espíritus se arriman a conversar. La buena guía, la compañía firme. El rezo es una ronda de espejos y al centro el fuego. Todos tomamos asiento para sentirnos iguales en nuestros corazones. Todos conformando una heterogeneidad de mil colores. Todos necesitamos beber del mismo amor: suave y reconfortante. Un lugar de preponderancia alimenta la soledad, el lugar de quien se siente desvalido hace rengo al resto porque el círculo se sostiene de la totalidad que no es igual a la suma de las partes.

El rezo comienza a vaciarnos el interior colmado de trucos y a la segunda rueda, cuando nos despojamos de tanta coraza, de tanto miedo a mostrar la naturaleza más vulnerable, se abre de inmediato el latido y el aire. Llega la certeza, una palabra de agradecimiento, una palabra de pedido que rebota y muestra que necesitamos lo mismo: más amor, aunque de maneras diversas. Elevar un canto, el que sea, es una manera de poner un rezo también y como en cada aspecto de la vida, hay que ser cuidadoso de lo que cantamos porque de eso se alimenta el alma. Si cantamos lucha, la estamos pidiendo, si cantamos dolor, lo estamos evocando y si cantamos alegría la estamos invocando para nuestros días. 

Las maneras de rezar son infinitas. La manera de rezar que permite hallarme es el fuego. En él he colocado mi dolor, lo he soltado, lo he despedido. En él he dejado agudas angustias y he reconocido que la vida vuelve a ser sagrada cada vez que así lo quiero. Rezar es pronunciar lo que no queremos para nuestras vidas y elegir de una buena vez lo que sí queremos de ella. Eso nos hace fuertes.



Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!


Las cuerdas y las maderas

Santiago apareció con su guitarra en el escenario, alto como su espíritu. Fátima, de perfil bajo e intensa. Luego el muchacho del bajo y el chico del cajón peruano, los dos con la alegría en sus manos y en sus sonrisas. El espíritu de ese grupo se llama Nahual. Suena ensamblado, prolijo, sencillo y potente.  Las canciones están llenas de versos con certezas, desenfundan un decálogo de premisas sobre las que germina y se afirma esta nueva era. La música y el verso cumplen con una condición antigua y clásica, pero no siempre lograda, se anticipa a los acontecimientos de una época y en ese sentido Nahual responde a la expectativa con sus palabras. Puede que tu cabeza se eche hacia atrás, como pasa cuando te encontrás con la claridad que no estabas sospechando encontrar. Como sucede cuando lo inesperado te toma por sorpresa o cuando se te asesta un buen golpe de verdad al rostro. Es una conversación de espíritu a espíritu. Ese es su lenguaje. 

Las reuniones, las citas a las que convocan son de carácter intimista. La canción con ellos se engrandece, se hace pequeña y también chiquita, como para invitar a todos a que encuentren entre los intervalos, entre los recreos que da la voz, un sitio donde imaginar el propio sueño. Arriba del escenario ellos y su mensaje, abajo sus invitados y en el medio, en ese espacio, las letras no pierden tiempo en discutir si te creés o no las certezas que ellos relatan y retan a entender. Tienen un viaje claro y un destino preciso. Las líneas melódicas están repletan de amor porque de eso hablan sus estrofas: te arrullan, te miman, pero también su voz sacude y se hace un canto rebelde que se encarga de pasarte por arriba delicadamente cuando es necesario. La música argumenta lo que dicen de manera sostenida, no deja caer a la palabra en ningún momento. Acompaña el verso ininterrumpidamente, colabora con la descripción del paisaje.

Hay una línea que separa lo que fue de lo que es. En ese terreno se para Nahual: "...rompan contrato que hay otras luces...", dice una de las líneas que mejor logradas encuentro. Refundan el sentido y otra vez paralizan las viejas formas hasta desintegrarlas: la revolución va por dentro. Arriesga y compromete a arriesgar porque de eso se trata el sueño que manifiestan, de sujetar las riendas de la travesía e invitar a los demás a tomar la responsabilidad de interrogar cuál es el sueño propio. 

Quienes llegan - imagino-  son del escuadrón de los que transportan al espíritu en sus pasos diarios. Caminar en conciencia de la magia y el don es posible para todos. Hay una conexión directa en cada composición con lo intuitivo, con lo perceptual y hay dos formas de escuchar la intuición: en el silencio, en el recogimiento o con una buena canción que te libere. La obra de Nahual hace esto último. Asume el dolor como parte de la expedición humana por la tierra y el aire. No lo elude, lo transforma e invierte su valor. Ellos están en ese otro margen. Han traspasado la mecha que quema, allí cuando el miedo atosiga y apreta y la libertad todavía nos deja hiperventilados. Hablan del lado de quien se movió a conquistar lo que les pertenece. Hay luz propia. Eso distingue a las personas.

Ese es el sitio desde el cual canta el grupo y quien se entrenó en reconocerse está preparado para colaborar en el ejercicio gimnástico de los demás. Hay juventud en sus miradas y serenidad en sus pasos y eso delata a los espíritus que han trabajado delicadamente por florecer. Es una matemática más permeable, donde damos cuenta que la ecuación siempre da esperanza. "Amen, amen, insistan...", es un apuesta al cariño y a la tenacidad que deviene en cambio. Es una nueva ciencia, intuitiva, emocional, llena de sentido, comprensión y entendimiento donde estamos siempre sujetos a una secuencia de coincidencias perfectas que nos abarcan. 

En una cultura donde la música es un revival permanente de otros tiempos, donde se machaca en lo conocido, son pocos, escasísimos los artistas que desbordan lo común. Este grupo tiene un sueño y lo aborda. Saben que es imprescindible protagonizar y gobernar sus vidas al ritmo del corazón y hacen de eso un arte.  Dan aliento, alimentan y también ellos se nutren. Habitan el terreno de sus sueños y provocan otros despertares. Tienen un sueño y al abrirlo encuentran compañía. 



Camilo Pérez Olivera


martes, 23 de octubre de 2012

Fábula de las fuerzas de las sombras y el miedo a la libertad. Epílogo de la vida sin vida y la crisis final.


-          ¿Lobo, podrías vivir para siempre en este reino, exento de tus poderes? Tú sabes que no hay peligro en tus colmillos insulsos porque no hay fiereza en tus fauces, porque esto fue, es y será siempre una cuestión de actitud. Tus ojos están apagados y pierdes el cabello porque ya no corres, ni siquiera caminas y eso deja tus huesos en absoluta debilidad.

-          Cordero, sufres la desdicha de quien parece conocerlo todo. Has engordado tu organismo y ya no cabe un solo pensamiento en tus entrañas. Al final eres solo una maraña plagada de rollos, carente de voluntad, con una pereza soberbia que podría dejar con sueño al mismo cielo y bostezando al propio Dios. Eres un inútil que solo se anima a caminar sobre nuestras impurezas.

-          ¿Y tú qué, Hombre? Tu júbilo en este reino lo provoca una corona que punza tu cerebro y que te llena de condenas. Todos tus movimientos parecen destinados a arrebatarnos la libertad. Encadenas a Lobo al fondo o al frente de tu morada. Si te crees perseguido por la oscuridad nocturna, lo llevas a la parte de atrás porque no tienes ojos en la nuca. Pero cuando los días avergüenzan tu rostro, te escondes de la presencia del sol y obligas a Lobo a ladrarle toda la jornada. En cuanto a mi, me tienes con las pezuñas clavadas a la tierra, como si esta se convirtiera en fango. Ya te he dicho que esto es imposible. No hay magia que pueda convertir la basura en fortuna. Ni la tierra se convertirá en fango, ni lobo se hará perro, ni el sol se cohíbe ante la voz avejentada y el ladrido fingido de Lobo. Sin embargo, he aquí la paradoja: has estado durante milenios ocupado en dejar sin efecto lo que somos, en una enfermiza búsqueda por coartar y poner límites a la danza, el baile y la corrida, pretendiendo que en la represión a los demás encontrarás eficacia para tus intereses. Tu propio castigo te hace incapaz de reconocer tu propio rostro aunque pasaras por los espejos más claros y límpidos o el agua más pura y cristalina. No porque estas no devuelvan con majestuosidad tu perfil, sino porque no sabes quién eres y en qué te has convertido.  

Lobo, Cordero y Hombre podrían investigar eternamente en sus dificultades y no arribarían a solución alguna.

Lobo juega el rol de quien ya no puede desplegar su agresividad. Es apenas un ciego con la espalda domada y el cuello acalambrado, masticando hierbas y rumeando el pasto. Se ha hecho vegetariano porque está senil y no brota recuerdo alguno de sus épocas de cazador. A veces lo asalta en sueños la peor pesadilla: un animal corriendo por los bosques, saltando entre las pendientes, sediento y hambriento, siguiendo los rastros de la sangre caliente. Siquiera se percata de que es él.  

Hombre se posiciona en quien ejerce la violencia con sutilidad, destruyendo la libertad de los demás como consecuencia de quien primero extravío la suya. Pero cuando pierde los estribos compensa el lugar de animal que los otros dos abandonaron y es un buen domador que destila rabia a bastonazos. Está demás decir que es un tipo tosco y sin sosiego, imprudente e inexacto. 

Cordero se adjudica el costado oscuro más extremo de lo femenino. Como ocupa un lugar de quietud producido por su falta de reacción y un cuerpo lleno de grasas, quedó plagado de embrollos y de inteligencia que Hombre abandonó. Es un ser abominable y rebuscado. Es un exagerado charlatán. No hay ninguna belleza en quien reconoce las miserias y no tiene condiciones para modificarlas.

Hay un momento desencantado donde la situación se vuelve irreversible. Los primeros pasos, los que cuentan con la información que de verdad relata de qué estamos hechos, quedaron extremadamente lejos. De aquí en más, los tres personajes más entrañables del purgatorio comienzan a desprenderse de sus últimas fuerzas. Son tres pares de ojos que permanecen más cerrados que abiertos. No necesitan ver nada, pues lo que han hecho los últimos siglos fue actuar y personificar ese papel como buenos autómatas. La memoria para ellos es una secuencia ordenada y apesadumbrada de movimientos que termina en muerte lenta pero segura. Los tres han puesta sus vidas, sus quejas, sus desdichas y sus cargos a disposición de Dios para que este resuelva de qué manera acabar con sus fracasos y rematar sus desconciertos. Los tres quisieran en el fondo terminar ya con todo esto y arrancar sus corazones, pero saben con la última energía y única verdad que les pertenece que por instinto esto no es posible.

Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!
Camilo Pérez Olivera

Antes de la oscuridad


Los días habían abandonado su ritmo normal. Hacía tiempo que los acontecimientos naturales habían trastocado las acciones rutinarias de todos y en casos más extremos -que para ese entonces eran muchos- también la suerte. 

Los años anteriores un enjambre informativo se amuchaba en cualquier medio donde se pudiera divulgar alguna noticia. La objetividad corría por los carriles normales y en paralelo la gente estaba acostumbrada a nutrirse de la manera que quisiese mediante internet. Allí todos buscaban lo que les apetecía, alimentando una mirada subjetiva y las neurosis personales de la misma manera. Los noticieros centrales fomentaban el desconcierto, por lo menos, sumaban horas y horas de edición con las manifestaciones que la naturaleza expelía de sus entrañas. El otro avance era la ola inacabable de disconformidad que la humanidad demostraba en cualquier parte del planeta. Las sociedades más democráticas o más autoritarias estaban deprimidas y descontentas, se levantaban contra toda autoridad, contra las decisiones que habían llevado las cosas a tal grado de tensión y en los años anteriores eso fue permanente. Grupos de cientos, grupos de miles sembraban semillas de enojo, de rabia, pero también de liberación, de libre expresión, de libre reunión en los costados más perversos del mundo civilizado, fuera este desarrollado o no. 

Una masa crítica crecía drásticamente día tras día, sol tras sol, apabullaba a los corazones más desconfiados porque sus mensajes y sus voces penetraban cualquier recóndito bunker donde se escondiese el miedo. Hubo confusión hasta los últimos momentos, es cierto… La oscuridad nunca estuvo mejor organizada para desbaratar los intentos de la luz, pero el alumbramientos igual fue inevitable. 

Varios años antes hubo que andar saltando la tierra bajo los pies porque esta se movía o se abría o quitaba de sus interiores las lavas más ardientes, los venenos hundidos del hombre. Varios meses antes, en ese sur que habitamos, también un día la normalidad se rompió. Recuerdo con claridad el viento incrementando su vigor, las aguas cercanas pisando nuestros pies, el frío y el soplo y el sol y la seca confundiéndonos y enloqueciendo la primavera y el verano previo. Se habían acabado las ventajas hasta para nuestro país que siempre observaba ajeno las mañas de la naturaleza cuando esta se ensañaba con alguna latitud lejana. 

A todos nos navegaba el desconcierto, algunos -la masa crítica en aumento permanente-  sosteníamos un grado de confianza y firmeza que habíamos ido recogiendo con gran esfuerzo a la vez que conocíamos lo que vendría con ligeras diferencias en el orden e interpretaciones. Resultaba común o más bien teníamos incorporado a lo habitual, la ausencia a las obligaciones laborales o a cualquier compromiso de importancia. Los servicios esenciales tenían sus cuadrillas en la calle y permanecían en un alto grado de exposición. Sus operadores hasta último momento soportaron los reclamos y las quejas de ciudadanos convertidos a usuarios por las leyes del mercado que querían mantener lo poco que los hacía sentir estables: la electricidad y las facilidades derivadas de esta, los teléfonos móviles y las posibilidades comunicativas a cualquier escala. Todos queríamos que durara la comodidad un tiempito más. El acceso al agua que también era garantizado por empresas estatales o corporaciones privadas reveló sus dificultades para continuar fluyendo y los casos donde directamente se cortó el circuito fueron miles.

Los socorros de emergencia se llevaron una de las peores partes. Quizás pagando el precio de negociar durante siglos con la salud y de estar desconectados del espíritu de la medicina. Eran un reguero de pólvora. Las personas que no habían logrado sintonizar con ellas mismas hasta aquellos días, atestaban las ajadas fachadas externas e internas de innumerables instituciones de orden público o privado. Qué significativo que resultó observar que los sitios que se encargaban de devolver salud a las personas fueran el punto en común donde acudían todas las locuras en esas instancias. Como si todas las oportunidades se estuvieses acabando y las gentes que perdían los estribos fueran a sacudir lo poco que quedaba erguido. 

Creo que lo principal que resultaba riesgoso era la pérdida parcial o total de la comunicación a la que nos enfrentábamos. Como ocurre en todas las relaciones, eso hace desaparecer la confianza y aparecer el juicio y las suposiciones, destruyendo cualquier posibilidad de construcción de solidaridad. Por supuesto que no era el único gesto que despertaba tal situación, también permitía y habilitaba el actuar compasivamente, apoyarse y sostenerse. 

Había aldeas organizadas, pequeñas comunidades que alertaron solapadamente y después de forma clara que era el momento que todos -los más descreídos y los más confiados- estaban esperando íntimamente. Quienes pertenecían a caminos espirituales y quienes vivían su espiritualidad de manera individual sin afiliarse a credo alguno, todos trabajan con firmeza, en conciencia y sin descanso. Las energías se movían y las personas se reunían en muchísimos casos, conjuntos de última hora, grupos recientemente constituidos. Personas comunes despertando en los momentos justos antes que se los devorara la confusión y el caos. Personas tomando decisiones definitivas con el tiempo quemándoles las plantas de los pies. Mucha gente entendiéndolo todo o por lo menos lo necesario y poniendo sus fortalezas y potencialidades al servicio. Círculos y más círculos, de oración, de fe, sosteniendo y anclando la confianza en el devenir de la vida. Fue imposible mantenerse separado o aislado, aquellos que lo intentaron sucumbieron tempranamente. 

Cuando se podía asomar la cabeza -entre parpadeo y parpadeo del cielo- lo más importante era encontrarse con los familiares o amigos, si es que estos estaban cerca. Cuando las autoridades cumplían su papel común de hombres de gobierno, comunicaban decisiones y tomaban tal o cual medida en carácter de urgencia. Entre ellas, instaban a las empresas de transporte -por ejemplo- a retomar sus circuitos con carácter de emergencia, estas medidas duraban algunas horas, las necesarias para que se produjeran pequeñas migraciones, para que se juntaran familias -o se separaran también- y para que se produjeran pérdidas producto de nuevos movimientos de la tierra y el cielo desplegando sus fuerzas. Cada movimiento no era más que el de cada individuo yendo hacia su destino. 

Desde luego que la posibilidad de trasladarse estaban ya definidas como una osadía, pues salir de los lugares de referencia implicaba exponerse a altos grados de agresividad e inseguridad. Las condiciones meteorológicas frenaban los intentos e interrumpían las arterias de las ciudades. La condición humana también frenaba los movimientos pues estaba en plena manifestación de sus estados más neuróticos y dementes. Así que nos manteníamos en nuestras respectivas viviendas mientras se transformaba en una constante que distintos grupos de personas salieran nerviosamente a arrebatar locales comerciales que extendieran su supervivencia un poco más. Las cosas estaban realmente tensas. 

Solo puedo imaginar lo que se vivió en centros hospitalarios y servicios médicos, solo lo puedo imaginar. Los últimos meses los viajes eran cada vez más esporádicos y la premisa era permanecer en puertas adentro. Tan solo una vez calcé mis pies con zapatos de aventurero y viajé al centro de la ciudad a saber cómo estaba mi familia y afectos cercanos con los cuales me separaba una distancia de muchos kilómetros que para esos momentos eran eternos. Los diálogos que se sucedían revestían enojos, bronca, impotencia e incomprensión entre muchas otras palabras que pudieran servir para describir los estados de conciencia sobre los que cada uno se paraba. Si en general las personas que no creían en Dios ni en alguna otra fuerza superior se mostraban resistentes, en ocasiones como estas, quienes sosteníamos un crecimiento personal o un camino espiritual activo, éramos desembocadura de todas las penurias que se pudieran comunicar. La injusticia divina, la naturaleza perversa del mundo y el universo estaban a la orden del día. Solo algunos pocos cambiaban radicalmente el punto de vista y eso era un gran aliciente para los que no aflojábamos en nuestras convicciones. También hubo casos de resignación más que de un acto de fe y entonces las cosas se fueron ordenando de forma definitiva en el último momento, en los descuentos, antes de la oscuridad. 




Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!






















Camilo Pérez Olivera
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