sábado, 27 de octubre de 2012

El rezo y el círculo de la palabra.

Desconozco las miles de maneras de rezar, solo reconocí que tanto "rezar" como "Dios" eran palabras que estaban gobernadas en mi experiencia y en la de muchos por cantidades industriales de dolor y sufrimiento. El corazón junta y acumula toneladas de insatisfacción sin perder ni por un instante su belleza aunque quede cargado de opacidad. Entonces llegué frente a un fuego y a Dios le llamaron Gran Espíritu. Eso fue un drama menos para la manera de comprender las cosas. Entonces tomé asiento en el suelo y Dios era solo un Gran Espíritu, ni siquiera era inmenso ni magnánimo, era solo un gran espíritu que también se sentaba a mi lado con sus lenguas, soplando calor. Allí me animé a rezarle a las llamas y también entendí que rezar es un arte y lleva su tiempo aprender.

Rezar es poner en orden el universo personal, establecer prioridades, es decidir en el momento en que estas qué es lo preciso para sentir plenitud e integridad. Rezar es habitar el presente y si eso ocurre, lo primero que surge de las palabras es agradecimiento. Rezar en la noche tiene la medicina particular de observar el día con cierta distancia, ir juntando las huellas de tus pasos hasta encontrarte con vos. No es otra cosa que reconocer lo vivido para llegar hasta ese momento. Hay cierta maravilla en rezar, las palabras que vierten los labios tienen un poder especial, son pequeños decretos que construyen la realidad que pisamos y la que pisaremos.

Hay miles de maneras de rezar, de orar, de meditar, de recogerse al silencio hasta hacer contacto con la parte que no perece. El rezo es un reconocimiento de las emociones que nos recorren y en ellas está lo más genuino, lo que nos conduce, la dirección adecuada y la buena estrella. Pareciera verdad en el silencio la intuición, el soplo que toca al oído cuando los espíritus se arriman a conversar. La buena guía, la compañía firme. El rezo es una ronda de espejos y al centro el fuego. Todos tomamos asiento para sentirnos iguales en nuestros corazones. Todos conformando una heterogeneidad de mil colores. Todos necesitamos beber del mismo amor: suave y reconfortante. Un lugar de preponderancia alimenta la soledad, el lugar de quien se siente desvalido hace rengo al resto porque el círculo se sostiene de la totalidad que no es igual a la suma de las partes.

El rezo comienza a vaciarnos el interior colmado de trucos y a la segunda rueda, cuando nos despojamos de tanta coraza, de tanto miedo a mostrar la naturaleza más vulnerable, se abre de inmediato el latido y el aire. Llega la certeza, una palabra de agradecimiento, una palabra de pedido que rebota y muestra que necesitamos lo mismo: más amor, aunque de maneras diversas. Elevar un canto, el que sea, es una manera de poner un rezo también y como en cada aspecto de la vida, hay que ser cuidadoso de lo que cantamos porque de eso se alimenta el alma. Si cantamos lucha, la estamos pidiendo, si cantamos dolor, lo estamos evocando y si cantamos alegría la estamos invocando para nuestros días. 

Las maneras de rezar son infinitas. La manera de rezar que permite hallarme es el fuego. En él he colocado mi dolor, lo he soltado, lo he despedido. En él he dejado agudas angustias y he reconocido que la vida vuelve a ser sagrada cada vez que así lo quiero. Rezar es pronunciar lo que no queremos para nuestras vidas y elegir de una buena vez lo que sí queremos de ella. Eso nos hace fuertes.



Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!


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