lunes, 26 de noviembre de 2012

Nosotros: la alternativa al camino en soledad


Vuelvo a insistir sobre nosotros. Esta vez, como las demás, busco rodearnos de palabras. Quiero que nos quedemos mezclados, entreverados a los tapices del alma. Cada minuto de este camino está impreso en aquella lámina de recursos ilimitados para mantenernos juntos. Nuestro “nosotros” está mentado por toda la paleta que el amor conoce. Aquí, quiero dejar por sentado cómo llegamos a dejar de imaginar nuestras vidas por separadas o lo que resulta parecido, cómo hicimos para concluirnos juntos y sentenciarnos para siempre en verdadera felicidad.

Sucede que conocemos sobre el arte de encontrarnos y también sabemos de la inexistencia de las casualidades. Vos - tal vez- eras parecida a mi madre, yo –quizás- era similar a tu padre. Por eso nos fijamos, por eso nos miramos. Puedo contar que te conocí resuelta, decidida, proactiva e hiperactiva también. Amable, servicial,  sobreprotectora y desfachatada. Puedo dejar por escrito que me conociste bohemio, inmaduro, inseguro, florido y galán. Con mucha facilidad para que las demás hicieran las cosas por mí. Quizás por eso nos elegimos. Ambos necesitábamos despertar en el otro todo lo que no habíamos visto aún.  

El amor fue distinto en esta historia. Tempranamente perdimos la posibilidad de enamorarnos y estar cerca. Vos acá, en tu Montevideo, pronta a partir, yo allá, en mi Buenos Aires, montevideano y fingiéndome porteño. Las cartas, los correos, las llamadas y el contestador llevándose la alegría, dejándome solo en tu cumpleaños.

Después de varias caídas, grandes inconvenientes y una fresca manera de disfrutar el tiempo juntos, nos dimos cuenta que habíamos abierto la puerta personal de par en par. Nos conocimos la mirada, el gesto, el perfil conciente e inconciente del otro, adaptamos un guión de cortesías para lograr que el otro –vos o yo- permanezca a nuestro lado. También escondimos los lugares más siniestros temiendo perder el amor o tal vez dejar de merecerlo. Hasta que, finalmente, ocultar algo de lo que somos se hacía imposible. Nos lastimamos, nos perdonamos y nos amamos aún mejor. Nos dimos cuenta el trabajo que da caminar de a dos.

Dimos vuelta los ojos y habían pasado años desde la primera vez. El corazón mío y tu corazón estaban distintos y sorprendidos, les había tocado el amor después de varios desaciertos perfectos y dispuestos para crecer. Vi tu herida en cada llanto, sentí tu dolor apretando mi mano con toda la fuerza de tus entrañas cuando lo que te hizo sufrir te descarnaba. Así fue conmigo también. Miraste mis dientes apretados, muriéndose de angustia, me diste el abrazo, la caricia más abierta disponible y el espacio preciso para llorar rendido en la tierra. Así llegamos profundamente a conocer en esencia quiénes somos. Me embarqué en una expedición hasta el fondo de tu dolor y tu amor, traspasaste mis huesos hasta robarme la melancolía y enseñarme mi sonrisa que apresuraba a guardar bajo los labios y mi ceño fruncido.

El amor se construye, no viene prefabricado. El amor se hila, es un telar inagotable, entrañable. Cuando se ama en conciencia es altamente probable que prefieras no abandonar jamás esa travesía, porque te sabés uno siendo dos. Cuando depositás tu vida al corazón a tu lado solo quedan ganas de compartir el resto del camino con la alegría como indispensable porque todo lo demás ya lo conocés.

Saltar de corazón en corazón como saltar de boca en boca tiene su precio. No entregarse nunca, habitar un miedo parecido al desconsuelo, soltar el compromiso y tomar la mano siempre gris y melancólica de la soledad. No terminar por abastecerse jamás. Fundirse en el otro lo encuentro un viaje perfecto: un suelo de espinas y besos con hecatombes y estaciones de paz.

El amor así, largo y construido, sabe a inquebrantable y eso es lo que quiero decir. Siempre está la opción de caminar solito, sin embargo el tamaño del amor ampara hasta a los desahuciados. Cualquier posibilidad de abandonar el amor -sugiero- se sopese con una mano en el corazón y la otra en el centro del pecho, es una manera antigua de consultar con el alma no por dónde seguir, sino nuestra sabiduría, ahí están las respuestas.





Camilo Pérez Olivera
En amor y luz siempre.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Antes de la oscuridad (última entrega)

Pronto volví a estar sentado frente al fuego de la Tipi y necesité respirar y echarme hacia atrás. Estaba sentado en el mismo lugar que decreté dejar de ensayar y comenzar a vivir únicamente desde el amor, pidiendo que las experiencias de mi alma comenzaran a gobernar mi tiempo y me catapultaran al estado verdadero, donde moramos en armonía.

No sé cuánto tiempo pasó, probablemente muchísimo, tal vez no tanto. La noción me trajo el canto de alguno de los presentes y solo tuve tiempo para tomar a mi hija en brazos y echarme a descansar con ella. Dormité un rato. Pronto comenzó la puerta del agua y sus rezos, pero yo estaba absorto, intentando digerir poco a poco la dimensión de todo lo que había sentido durante la ceremonia. Recibí el agua con goce y pude recomponerme a pesar de estar bastante contracturado.

Una vez que la ceremonia hubo culminado y se hizo la pequeña danza alrededor del abuelo fuego, salí hacia el exterior de la Tipi. Sopesé el tiempo y era indudable que bajo el antiguo criterio de las cosas, debían aparecer los primeros fragmentos de luz solar. Estaba claro que la penumbra que dominaba el ambiente no tenía mayores intenciones de disiparse.

Aquí comenzaba otra historia, como un parte aguas la realidad se quebró y me alegré de haber construido en los últimos años de mi vida el amor y la compañía a pesar de las dudas y de las batallas permanentes con mi personalidad. Todo el tiempo que se instauraba por delante daba paso a caminar suave y a atender la solidaridad necesaria para que los días en que durara este estado de somnolencia pudieran acontecer lo más sencillo y agradable posible. El concierto de la luz flotaba en el aire, el cielo incorporaba de tanto en tanto un antiguo y viejo rojo en su negrura.

Los días siguientes se hacían ambas sensaciones presentes: la ligereza y la lentitud. Caminábamos un poco por nuestra comunidad, ocupándonos de cómo estaban los demás. No salíamos más allá de los límites de la comarca, pues no había fuerzas disponibles más que para continuar recibiendo los signos de una nueva era. 

Ya nos tomaría mucho tiempo recorrer largas distancias para reencontrarnos con los familiares que quedarán y los amigos más cercanos.


De todas maneras un estado de tranquilidad reinaba o más bien un sano desinterés y el sincero deseo de que cada ser querido estuviera tomando las riendas de su vida. Ojalá la mayor cantidad de gente querida estuviera reconociendo que la espiritualidad gobernaba cada espacio, ese era el gran deseo que danzaba adentro. Comprender que ser espiritual no se trata de desenfundar libros ni de adquirir herramientas de fácil acceso y libre consumo. Tener cabal noción de la apertura que estábamos viviendo, apoderarnos del signo y la señal de una etapa en que la conciencia recobraba su natural estado y nos identificáramos con la dimensión espiritual que siempre fuimos.

En el momento preciso donde era necesario una señal de que la oscuridad cedería, notamos que el intenso frío empezaba a difuminarse, reemplazado por la llegada de una tenue frescura. Fue una frescura con más cuerpo que aquel aire volátil y exageradamente frío que estuvo presente. Fue una frescura que nos invitaba a intuir un cercano amanecer.

La claridad no fue instantánea, fue paulatina, lenta, mesurada y necesaria para que nuestros ojos se acostumbraran de nuevo a la luz. El cielo mostró un color cobrizo  y se vislumbraban breves siluetas que podíamos adivinar en nubes. El amanecer se ofreció un buen tiempo después y fue inexplicable su presentación. No se sucedió desde el horizonte sino que incorporó su figura a la escenografía desde algún lugar atrasado y lejano del cielo cósmico. De verdad parecíamos ser parte de un óleo que poco a poco iba dibujando sus partes con la maravilla de recuperar antiguas sensaciones que habíamos abandonado mucho tiempo atrás. Muy solapadamente la tibieza llegó, ese amanecer duró varias jornadas en estacionarse.

La recomposición estuvo a la orden del día, los pasos siguientes fueron la tarea más próxima que tuvimos por delante. Una vez que lográramos reconstituir las fuerzas, pasaríamos fuertes periplos moviéndonos por muchos lados. Excepto algunas mujeres, la mayoría sabía intrínsecamente que debía aguardar a que los hombres se aventuraran a las gestas de ubicar familiares y claro está, amigos. Para ese entonces no podíamos pensarnos separados, hablar de unos u otros era referirse a la familia que somos.

Ya no éramos los mismos, tuvimos esa certeza en la mirada y el silencio como sentencia ahogando las palabras que no precisábamos. Testigos y protagonistas de la exploración interior, vimos nacer el sol desde el fondo mismo de nuestros corazones. Ajustamos nuestra expedición en un terreno doble, observamos adentro y alineamos el latir al pulso acompasado de una galaxia entera. Dejábamos atrás nuestra niñez humana y renacíamos al calor de una juventud planetaria que nos daba coraje y energía para moverlo todo. Así dejamos de ensayar una nueva manera de vivir para apropiarnos de una vez y para siempre de lo que somos naturalmente: luz y conciencia.



Camilo Pérez Olivera
En amor y luz siempre.

sábado, 17 de noviembre de 2012

Antes de la oscuridad (tercera entrega)


La tarde fue productiva para abastecerse, servirnos del agua que consideráramos suficiente, conseguir las últimas provisiones disponibles y emocionadamente poder hablar desde el cariño con quienes amábamos. No podíamos dejar pasar esa oportunidad, este momento que nos pisaba los talones sería un tiempo fuera. Sin certezas de cuánta sería su duración, ni siquiera sabíamos cuán alterada estaría la percepción y la noción del biorritmo interno. 

A la puesta del sol nuestros organismos solo querían echarse a descansar con la propia naturaleza, la nuestra. De a poco se fue poblando el centro ceremonial y sus alrededores, el cielo volteó y un telón de nubes nos dio la cara. Adentro todos comenzamos a tomar asiento y aprovechamos para recostarnos contra el fondo de la Tipi. Un gran círculo cubría cada parte de la toldería. Los abuelos y abuelas y los portadores de la pipa sagrada cargaron sus chanupas con tabaco y en el centro del lugar, un par comenzaron a ordenar los leños para encender el fuego. El abuelo lentamente comenzó a flamear y a distribuir calor hacia todo el círculo. La primer pipa fue encendida y con ella se soltaron impresiones, rezos y nuestros corazones comenzaron a alinearse. 

El fuego se encendió como se enciende el calor, la pasión y los corazones en los instantes más necesarios. Afuera tronaba su estridencia cada rayo, partiendo los cielos, quebrando un tiempo interminable de milenios y milenios donde la sabiduría estuvo ausente, oscura y silenciosa esperando por nosotros. La noche sentenció que había llegado el día donde debíamos ocuparnos únicamente de presentar credenciales ante nosotros mismos, ante la parte más elevada que somos. El amor comenzó a notarse en demasía y perdimos el apetito porque nos estábamos enamorando otra vez del útero universal que co-crea la vida. Lo primero que sentí fue al ego darme patadas en mi propio vientre, asustado, avergonzado, derribado, queriendo salir de la situación. Fueron eternas horas donde la poca energía que encontré -y creo que a mis hermanos les sucedió lo mismo- la utilicé para respirar profundo y recordar cada ocasión en que sentí amor y hermandad con todo lo que existe. Me aferré a esa memoria, a esas imágenes con uñas y dientes, ni por un momento quería soltar la vida. 

El vaivén era fuerte, por supuesto que me salía del estado amoroso con frecuencia, solo quería dejar pasar los pensamientos más desafortunados, los morbos más asqueantes y las perversiones más aterradoras. Todas eran mías y todas eran de los demás también. Ni un instante existía para emitir juicios hacia otras personas. Cualquier fugaz intento de mirar con ojos despiadados a los costados reducía mis energías, me tumbaba.

Pasaron las medicinas y sorbí un trago a regañadientes y vomité en el mismo instante, volví a beber. Mi organismo se estaba sacudiendo el dolor y el sufrimiento de las entrañas y del alma. El llanto apareció enseguida, necesitaba aire, me esforcé en ponerme en pie y fue imposible, me desplomé. Las piernas no me respondían, solo restaba entregarme definitivamente al amor que tantas veces había escrito, no había otra alternativa, no había otra salida. Intenté a base de engaños negociar el auxilio ante el fuego y este me respondió implacable: 

-“Eso es todo lo que estás recibiendo. Todo el auxilio de cada ángel con el cual te comunicas a diario, el auxilio de María y del Gran Espíritu. No tienes que hacer esfuerzo alguno por resistir, si tardas horas o un minuto es solo tu decisión, pero tienes que saber que vas a salir de aquí más tarde o más temprano en compañía de la tierra y que a partir de aquí vivirás en la conciencia de cuarta dimensión y que el resto de tu vida la caminarás en el amor definitivo. Esa es la verdadera victoria y este es el momento que toda tu existencia buscaste.”

No tuve opción, me recogí en posición fetal y pedí un amor sereno que me permitiera llorar y abrazarme a la tierra para siempre. Gemía, gemía como no recuerdo haberlo hecho antes, de dolor, de angustias atrasadas, dormidas y sin reparar. En ese momento sentí la caricia de una madre, apenas pude abrir mis ojos repletos de agua y sal y descubrí la mano de mi compañera. Compasiva, serena, apaciguadora. Solo tuvo estas palabras: 

-“Llegamos a los tres días de oscuridad. Está difícil para todos.” 

El temor de ser escuchado me pasmó y el fuego pronto reafirmó: 

-“Nadie escucha tus temores, tus sinsabores. Debes dejar de creer que eres el centro del mundo, has aprendido a ocupar tu lugar armoniosamente, quédate sintiendo ese sitio que te pertenece, involúcrate en él. Sigue ocupándote de eso, es lo que precisas”.

Por un momento me cansé de tanto desasosiego y sentí cómo la energía respondió acomodándose dentro de mí y exclamé internamente: 

-“No sé cómo se hace pero llevo mil vidas descendiendo al vientre de la tierra, siendo luz en la oscuridad. He habitado otros estados de conciencia, he sido ángel, espíritu, guía, bebé, niño, joven, adulto y anciano cientos de veces. En este momento reclamo una estación donde gobierne el amor definitivamente aquí. Aunque no lo recuerde desde este cuerpo físico -como Camilo- en mi alma está cada experiencia donde me inundé de amor y humildad. Con la autoridad que habita en mi corazón y en los distintos planos que coexisto, pido a este fuego ser desposado de cada culpa que se esconda en cualquier parte de mi ser y pido ser elevado a la cuarta dimensión, donde la conciencia es la que manda a cada paso, aún contra mi propia voluntad. Del amor yo vengo y al amor yo voy.” 

El fuego se expandió como nunca y toda su luz me abrazó, un halo de rojos, amarillos y azules me abarcó por completo, el resto de la Tipi había desaparecido. Estaba a solas con el abuelo.

Un ser de luz descendió frente a mí y me extendió la mano, accedí y fuimos juntos a ver entre las llamas lo que sucedía en cada parte del planeta. Del centro de las llamas brotaban las primeras impresiones oraculares. Las primeras imágenes fueron escalofriantes: África era un calvario, el aire caliente sofocaba cada centímetro de tierra, el fuego se abalanzaba contra regiones enteras. El miedo y la locura explotaban en cualquier lado. Estaba aterrado y por momentos olvidaba respirar, pero rápidamente recuperaba el aliento y en los ojos del ángel que me acompañaba encontraba la serenidad necesaria para seguir el recorrido.

De pronto olvidé los nombres de cada tramo de tierra, era ya innecesario ese dato porque todo era uno sinceramente. Los dramas se vivían en cada rincón, el desasosiego dominaba las ciudades sin importar el color de piel, razas o distinciones de cualquier especie. Para muchos, miles y seguramente millones, se habían acabado las oportunidades, hasta allí llegaban sus alientos. Las construcciones personales se hacían exactamente ciertas y a medida del sueño de cada uno. Había infiernos imperdonables, había calvarios de dolor, había sufrimientos tan faltos de piedad y solo pude preguntarme cómo tantos y tantos seres humanos habían llegado a convencerse de que ese destino lo merecían.

 -“Así funciona el libre albedrío. Ninguno de tus hermanos está obligado a escoger el amor.”, respondió el ser que todavía estaba sentado a mi lado. 

No podría describir cada ciudad, el horror era el mismo en todo sitio. Sin embargo, los tramos de aquella película de completa realidad se sucedían intercalados con el recogimiento de manera particular de muchos grupos de personas en todo el mundo en estados meditativos. En definitiva hacían lo mismo que nosotros allí: bucear en sus aguas, excavar bien profundo en sus emociones hasta hallar la verdad y el amor. 

Pero no todo era social, el viaje incluyó visitas a los polos, podía observar el veloz desprendimiento de enormes capas de hielo y mi conciencia comprendía la dirección que tomaría cada corriente de agua que se levantaba con furia. El destino de tantas costas y tierras adentro era inevitable. El planeta estaba haciendo su purga, su limpieza. De pronto quedé incluido en una de las escenas citadinas de las tantas que podía observar pero a cierta distancia, como suspendido en el aire y más que aire, éter. Cada persona que moría salía despedida hacia el cielo y como la tierra esta rodeada de él, en realidad salían rayos de luz azul y también un celeste cristalino hacia todas las direcciones. Eran millones. ¡Impactante! Todos volvían al cielo. De pronto observé cómo en las dimensiones siguientes a la nuestra estaban escalonados cientos de seres de luz trabajando en aquel momento tan trascendente. Una vez más comprobé que lo inconmensurable sostiene la vida.




Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!

jueves, 15 de noviembre de 2012

Antes de la oscuridad (segunda entrega)



Un día amaneció la calma. Desperté y decidí correr la cortina que me separaba de lo que el cielo y la tierra tenían para ofrecer. Las energías diezmadas, bajas, no habían horas suficientes de profundo descanso que permitieran recomponerse. Hacía muchos meses atrás, cuando un temporal con características de ciclón había azotado Uruguay, yo había soñado con total claridad -no muy frecuente en mis estados de sueño-  la fecha concreta en que el cielo se apagaría para todos, dando ingreso a la zona neutra del cinturón fotónico. Aquella fecha corría seguido por mi cabeza y allí empezó todo. 

Lograba olvidarme temporalmente del diecinueve de abril y contaba para ese olvido con un giro lo bastante drástico en mi vida como para situarme en el presente. De pronto llegaron algunas personas que no conocía hablándome de canalizaciones. El término me era conocido, pero me costó incorporar esa enseñanza a la rutina. Aprendí a hacerlo con facilidad y pronto algunas jerarquías ascendidas indicaron que estaba apto para enseñarla yo. Esto me tuvo un buen tiempo enfocado en el presente, sin pensar hacia adelante. Pero inevitablemente el día en que la tierra no amanecería alumbrada estrujaba mi estómago mezclando nervios y ansiedad. 

Un día amaneció la calma y también el oxígeno con otra frescura, inusitada, desconocida. Las correas separaron las cortinas y el sol parecía más transparente y así el resto del cielo. La naturaleza alrededor parecía vibrar en otro estado, un enorme campo, una frecuencia energética que jamás había visto se levantaba a centímetros del espesor de cada cuerpo vivo. Como si todo tuviera una transparencia atrás, una especie de holograma visual. 

De repente chequeé por un acto meramente automático la instalación eléctrica de la casa y para mi mayor sorpresa, las cosas funcionaban. Extrañamente funcionaban. Recuperamos la electricidad,  los teléfonos móviles y el agua corriente. Imaginé los satélites saturados, sin embargo era posible comunicarse. Tomé el teléfono y entablé comunicación esencialmente con algunas personas: familiares cercanos y amigos. ¿Qué hacer? ¿Movilizarse? ¿Resguardarse? No. Las personas esa mañana comenzaban a definir la única opción posible: un estado de recogimiento, una particular serenidad se apoderaba hasta del más ansioso. Si cuando el caos se instaló surgieron reacciones neuróticas y desesperadas, este estado de plena calma contagió a todos a moverse únicamente hacia su centro, un interior lleno de respuestas que nadie más podría apaciguar.

Ya no podía saber lo que ocurría más allá de los dominios de donde vivía. Supe pronto que la familia del camino nativo había decidido levantar la Tipi de la Luna -centro ceremonial-  por tiempo ininterrumpido. Se había quebrado el reloj, la balanza se derrumbó por entero hacia el espíritu. Un aire frío sin frío, una brisa desconocida traía rumores con certezas, los ojos observaban extrañados las energías alrededor de todo lo que se encontraba en la naturaleza viva. Nuestras miradas encontraban descanso más allá de toda fatiga. Algo lavaba aquellas pupilas irritadas que bailaban en los rostros. 

El centro ceremonial lucía maravilloso, las manos de varios hermanos y hermanas labraban el barro, moldeaban la tierra que delimitaría pronto al fuego. El altar comenzó a vestir su falda de fiesta y bienvenida. Entre nosotros surgían algunas conversaciones todavía atolondradas, como si hiciera falta a esa altura explicar algo… Pero rápido las conversaciones se apagaban hasta el silencio. Las voces se hacían cada vez más tenues, la levedad nos cubría hondamente. 

Se dispusieron algunos vehículos que tenían una buena carga de combustible para que en los días venideros pudieran hacerse algunos traslados puntuales, si es que contábamos con la fortuna de que estos encendieran. Algunos ofrecían leña, otros alimentos y también hubo un espacio destinado a recoger abrigo por si hiciera falta. La Tipi se invistió de ceremonia con el propósito de sostenernos como familia en el transito hacia la era en que comenzaría a reinar nuevamente el amor en todos los corazones.





Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!

sábado, 10 de noviembre de 2012

El fin de las tentaciones y la frecuencia de los sueños

No puedo eludir las palabras que gobiernan mi corazón. No puedo evadir las letras. De repente el amor se apodera de mí y me enviste, me lleva puesto, me convierte en simple canal. Me entrego dichoso a la buena fortuna de otra vez quebrar la inercia y voy. Las oraciones necesarias, el sentido profundo, el mundo pidiendo clemencia por todos lados, pidiendo atención de las maneras más agresivas y acuciantes posibles.

No quiero estar roto ni ser descocido, me pretendo dueño de una impecabilidad tan llena de defectos, de neurosis y algunas virtudes que sobreviven a mis intensos grados de locura. No hay cordura en las notas, hay mucha tinta y tormenta. Como vos, necesito ser escuchado. Describir el amor en todas sus formas químicas, en todas sus conjunciones físicas y aleaciones posibles. El amor es el pétalo cayendo y la bofetada estrellándose en tu rostro. Pero también hay espacios carentes de luz donde el amor se expresa por su ausencia y brilla el dolor y arremete el miedo. Esos momentos también merecen ser descritos.

Hay mucha orfandad, hay niños visiblemente lastimados en muchos ojos adultos. Hay tantas bocas despojándose de sus temblores e implorando cariño con violencia... La oscuridad tiene su brillo también, sabe lucir lentejuelas y portar largos vestidos con encajes de orgullo y soberbia. Hay hambre en esos corazones, hombres y mujeres tempranamente separados de la contención y el arrullo, mujeres y hombres con poder y sin escrúpulos vibrando en cadenas de eternos tangos, tocando largos raps machacantes y enfermizos. 

La reina y el rey, el poder, el dolor y todos sus secuaces. Las migajas, las monedas y la distribución de la carencia.  La soledad y la prisión, las celdas que llevamos en el corazón y la libertad que llena cada pulmón. Batallones, escuadrones, las legiones que desbocan la ciudad. El primer monarca que pidió hacernos hombres a todos y no llorar, las lágrimas a escondidas, lo que nos enseñaron hablando y lo que aprendimos al ver nuestros padres caminar. La distancia gigantesca entre la cordura, la locura, la impostura y estar de atar. El manicomio en tu interior, ser de la cadena el último eslabón y del tarro, bueno… Ya lo saben, el orejón por donde todo vuelve a comenzar. Pedir respiro y esta manera tan extrema que tenemos de llegar a ser, labrando actas y esgrimiendo personajes. Nos dejamos, nos aislamos, nos quedamos en suspenso, nos quedamos sin suspiros, apenas si logramos respirar.  Nos contagiamos el rencor, se nos pega la distancia y el dolor. Repetimos los platos y los héroes que nos condenan a olvidarnos de que olvidamos cambiar lo que nos hace mal. Vamos, buscamos, participamos del ruido, del tedio, del hastío, insistimos en el grito que no podemos dominar. Sube la espesura, el hervor y la humedad. Nos jactamos de saber lo que aún no conocemos, si nuestra memoria nos conecta solo a lo elemental.

Hay un misterio elevado, impresionante más allá de las estrellas y tan acá de nuestro corazón. Hay un repertorio de canciones y sinfonías, de existencias y vidas que  son la cura y el perdón. No sé cuántas notas guardará mi alma, en ella están refugiadas las pantallas que me hicieron crecer. Alcé banderas, vestí remeras y grité mi odio antes de poder comprender la señal. Prendí afiches a las paredes de la habitación donde dormí y escribí entre la pintura las broncas que no podía decir. Tomé la piedra y la baldosa en la mano y arrojé el puñal a lo que me daba miedo y me ofendía. Me enojé también incansablemente contra los muros que esculpí en mi juventud. Solo pude acceder al amor cuando estuve vacío, en la ausencia de la rabia, jadeante, allí… Tirado en el centro de la ruta, a la deriva de las avenidas, lejos de reconocer quién soy.

La tierra no es el mundo, el mundo es la gente: vehemente, demente y absurda. El mundo es también un imaginario en constante construcción. La tierra no es el mundo, la tierra es paz, es fuego y es agua. Alberga el aire y la vida, al mundo y sus dueños y a los demás también. La tierra es una nave colosal en el inmenso rascacielos del universo, la tierra gira en procesión hacia lo infinito. La tierra es selva, es olor a madera y es sudor de la vida. El mundo es ciego, tragaluz, calles y bulevar. Un breve faro que cada tanto ilumina esta quietud y sol llegando de los confines del abismo. Un bandoneón descompone su tristeza en el límite de la cultura. La tierra, el tiempo paradojal que termina y su agonía. Allá vamos, camino al cielo de las utopías, sin plazos pero llenos de sueños y convicciones. 


Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!

miércoles, 7 de noviembre de 2012

Las formas de la tempestad

Los miedos quieren escribir que todo está a punto de acabarse y lo cierto es que está cerca de comenzar de otra manera, tan amorosa como nos atrevamos a imaginarla, tan poderosa como nos dejemos vivirla.

Los colores y la alegría nos pertenecen, nunca fue diferente. ¡Recordémoslo! Jamás el sol dejó de latir, nunca el calor y la fuerza nos fueron ajenos. Así el frío, el viento, el agua y la luna estuvieron siempre a nuestro lado sin parpadear, ayudándonos a suavizar las emociones y a nadar en ellas para recuperar el timón de lo verdadero. Tenemos el “si” y el “no” en el centro del ser y del corazón para juzgar íntimamente lo que nos conviene. 

En la orilla de las mareas hay siempre un espejo transparente y cristalino para poder bañar la locura y para que la abuela vuelva a tiritar enrojecida cualquier noche. Hay estrellas desfilando por doquier y el cielo está a la vez arriba y abajo nuestro, la tierra también. Acompañan, caminan, son los pasos que crujen y el revoloteo sobrevolando.

Está lleno de obstáculos que ponen cara de desafiantes, está plagado de oportunidades de manifestar lo mejor y lo peor de lo que somos y estamos eligiéndolo. Nos llaman a ser calor en este fuego, ser sus lenguas y sus llamas cuando la temperatura está en aumento y así sube como sube el temperamento. Una ola de agresiva fiebre da un golpe de sudor y empapa la frente, nos deja helados y estremecidos; también son parte de estar vivo la furia, el impulso y el desenfreno.

Nuestra mirada es ahora la que se lava y es lava quemando la mentira. El reto está adentro tanto como afuera. Es ahora mismo el momento más intenso donde todo se convierte en sí mismo. Toda la verdad ya está entre nosotros, ahora solo falta rasgar los dolores hasta hacerlos amor.

Habrá tempestades sin lluvia rajando y agobiando la tierra. Habrá tormentas que nazcan del fuego, de esas en que nos queremos quitar hasta la piel, azuzarán el oxígeno y harán insoportable el espacio.

Encender los altares, encender las antorchas y el rezo y encender tantos fuegos como sean necesarios. Vamos a pasar muchos soles y muchas lunas velando, guardando y custodiando el sueño, la inocencia y la fantasía en este presente, en este límite en donde se deja de escribir el tiempo. Levantar el puño solo para estirar los dedos y la pereza, pero nunca más para luchar. Aprendimos que no hay victoria posible en las batallas y que la vida no se conquista sometiendo como no hay una sola certeza que sea más importante que otra. A veces los sentimientos propios nos acobardan tanto como los ajenos y eso nos retrae. El frío y el calor en lo hondo tienen condiciones parecidas: ambos queman, ambos hielan, ambos cambian la vida.

Quiero ser toda la lanza, ni su cuerpo ni su punta me conforman, sino toda la flecha. Viajar directo al centro y penetrar la propia escarcha con la que aseguré el camino que me da miedo y que me repara. Sé que transitar el amor asusta porque lo tocamos desde la fragilidad que un día nos convencimos que éramos, sin embargo cada paso que damos nos agiganta y nos acelera. Somos el amor y la fragilidad danzando en el corazón.





Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!






domingo, 4 de noviembre de 2012

Los colores de la alegría.

Dedicado a "La Cigana" que supo latir entre los Atlantes, esta es mi medicina para ella.

Interrumpir la tristeza a tiempo, cortar el circuito del dolor y partir si es necesario. En mi cabeza conviven aún vestigios de las frustraciones que fui. Tan antiguas como las mentiras y los temores hechos escombros, desgajados y pálidos. Como espíritu no conozco mi edad, quizás haya comenzado este viaje en el principio de los tiempos, tal vez un poco después. En las arenas de la playa de la humanidad me sé pequeño y extenso, pero también incierto. Hay un eterno conflicto latente en mi interior, siempre haciéndome dudar, siempre necesario para no olvidarme jamás de que todo cambia y es rigurosa la vida entre la tierra y el cielo en ese sentido. Existe una refundación constante, como si todo se reinventara a cada tramo. El caos es tan implacable como el orden que le sigue y así funcionan.

En cuanto a nosotros, hemos utilizado todas las recetas posibles para ser hermanos, amigos y amantes en este andar. Queremos permanecer uno al lado del otro y eso es lo más cierto que tenemos para ofrecernos.  Yo no quiero encauzar más energía en fortalecer los problemas, les quiero quitar importancia, quiero dejar de creer en ellos. Confiando en que el universo los desintegre, implorando posar la mirada más allá de lo aparente. Vos con tu cuota de realismo llegás y golpeás la puerta, desafiándome a que te exprese qué tan seguro estoy de internarme en ese camino. Somos un sendero personal y en relación, una síntesis perfecta moldeándonos mutuamente en la caravana que siempre nos conduce a Dios.

Nos cruzamos cuando nuestras pieles permanecían jóvenes, trasnochadoras y amanecidas por igual. En el corredor de los reencuentros es donde pululan las almas y a eso se parece cada vez más la vida.  Hay un viejo e infinito amanecer, siempre impecable, bañando el campo de sol, un parque vestido con el sudor del cielo que moja nuestros dedos desvestidos. Es ese resplandor que nos levanta las pupilas, vos te marchás y nos dejás las sabanas y las almohadas con besos y caricias en la frente, mientras yo trato de quitarme el cansancio con las manos refregando mis ojos. Quiero convencerme de no despertar e intento estirar la noche en pleno día un poquito más, pero la primera mañana se hace bella sin importar quién administre su silueta: las nubes insistiendo en su gris o un copioso sol.

Años construyendo amor,  inventando la manera, adecuándonos a los largos trajines del destino que no nos deja bostezar. Los tiempos comprimen las formas, la materia parece quedar inerte y sin embargo la tierra coloca flores en todos los rincones. No se trata de hacernos chicos o de empequeñecer tu cuerpo o el mío. Hay algo que estamos obligados a abandonar si pretendemos pasar por este agujero que cierra todos los tiempos hasta que aparezca al final del túnel la bóveda donde se juntan lo remoto, la verdad y el amor. Hay mucho por soltar para poder flotar ligeros y luego bailar en el trampolín.

Una lágrima de agua y sal se filtra en el baño, mezcla de desgano y melancolía mientras ponés más linda tu alegría y tu sonrisa  antes de despedirte. Luego corrés torpe y divina por igual a dejarme una gota de amor, húmeda y transparente en el labio porque así son tus besos. Así llenás mi rutina y mi corazón. 

A veces nos desmadran los conflictos y desacuerdos cuando menos lo merecemos. Te vas vos y quedo aquí. La guitarra, la brisa y un mate tibio me hacen compañía.  Espero la tregua, los acuerdos, las paces y los pactos nuevos y mejor fundados. Espero hasta que llegue tu abrazo a iluminarme. Solo pido aprender a ser hombre finalmente: entero, firme y sensible. Caminar sereno y respirar hondo y suave. Quiero aprender de vos a estar en el beso, en la caricia y en el abrazo. Quiero abrirme a las noches y a los días, quiero abrir mi mano para ofrecerte que camines en confianza y con dulzura. Este es mi modo de amar.



Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!