Vuelvo a insistir sobre nosotros. Esta vez, como las demás,
busco rodearnos de palabras. Quiero que nos quedemos mezclados, entreverados a
los tapices del alma. Cada minuto de este camino está impreso en aquella lámina
de recursos ilimitados para mantenernos juntos. Nuestro “nosotros” está mentado
por toda la paleta que el amor conoce. Aquí, quiero dejar por sentado cómo
llegamos a dejar de imaginar nuestras vidas por separadas o lo que resulta
parecido, cómo hicimos para concluirnos juntos y sentenciarnos para siempre en
verdadera felicidad.
Sucede que conocemos sobre el arte de encontrarnos y también
sabemos de la inexistencia de las casualidades. Vos - tal vez- eras parecida a
mi madre, yo –quizás- era similar a tu padre. Por eso nos fijamos, por eso nos
miramos. Puedo contar que te conocí resuelta, decidida, proactiva e hiperactiva
también. Amable, servicial,
sobreprotectora y desfachatada. Puedo dejar por escrito que me conociste
bohemio, inmaduro, inseguro, florido y galán. Con mucha facilidad para que las
demás hicieran las cosas por mí. Quizás por eso nos elegimos. Ambos
necesitábamos despertar en el otro todo lo que no habíamos visto aún.
El amor fue distinto en esta historia. Tempranamente perdimos
la posibilidad de enamorarnos y estar cerca. Vos acá, en tu Montevideo, pronta
a partir, yo allá, en mi Buenos Aires, montevideano y fingiéndome porteño. Las
cartas, los correos, las llamadas y el contestador llevándose la alegría,
dejándome solo en tu cumpleaños.
Después de varias caídas, grandes inconvenientes y una
fresca manera de disfrutar el tiempo juntos, nos dimos cuenta que habíamos
abierto la puerta personal de par en par. Nos conocimos la mirada, el gesto, el
perfil conciente e inconciente del otro, adaptamos un guión de cortesías para
lograr que el otro –vos o yo- permanezca a nuestro lado. También escondimos los
lugares más siniestros temiendo perder el amor o tal vez dejar de merecerlo. Hasta
que, finalmente, ocultar algo de lo que somos se hacía imposible. Nos
lastimamos, nos perdonamos y nos amamos aún mejor. Nos dimos cuenta el trabajo
que da caminar de a dos.
Dimos vuelta los ojos y habían pasado años desde la primera
vez. El corazón mío y tu corazón estaban distintos y sorprendidos, les había
tocado el amor después de varios desaciertos perfectos y dispuestos para
crecer. Vi tu herida en cada llanto, sentí tu dolor apretando mi mano con toda
la fuerza de tus entrañas cuando lo que te hizo sufrir te descarnaba. Así fue
conmigo también. Miraste mis dientes apretados, muriéndose de angustia, me
diste el abrazo, la caricia más abierta disponible y el espacio preciso para llorar
rendido en la tierra. Así llegamos profundamente a conocer en esencia quiénes
somos. Me embarqué en una expedición hasta el fondo de tu dolor y tu amor,
traspasaste mis huesos hasta robarme la melancolía y enseñarme mi sonrisa que
apresuraba a guardar bajo los labios y mi ceño fruncido.
El amor se construye, no viene prefabricado. El amor se
hila, es un telar inagotable, entrañable. Cuando se ama en conciencia es
altamente probable que prefieras no abandonar jamás esa travesía, porque te
sabés uno siendo dos. Cuando depositás tu vida al corazón a tu lado solo quedan
ganas de compartir el resto del camino con la alegría como indispensable porque
todo lo demás ya lo conocés.
Saltar de corazón en corazón como saltar de boca en boca
tiene su precio. No entregarse nunca, habitar un miedo parecido al desconsuelo,
soltar el compromiso y tomar la mano siempre gris y melancólica de la soledad.
No terminar por abastecerse jamás. Fundirse en el otro lo encuentro un viaje
perfecto: un suelo de espinas y besos con hecatombes y estaciones de paz.
El amor así, largo y construido, sabe a inquebrantable y eso
es lo que quiero decir. Siempre está la opción de caminar solito, sin embargo
el tamaño del amor ampara hasta a los desahuciados. Cualquier posibilidad de
abandonar el amor -sugiero- se sopese con una mano en el corazón y la otra en
el centro del pecho, es una manera antigua de consultar con el alma no por
dónde seguir, sino nuestra sabiduría, ahí están las respuestas.
Camilo Pérez Olivera
En amor y luz siempre.
Me resuena y te reflejo,que es eso que describes lo que vivo como amor de compañeros,amigos ,hermanos en pareja.Incondicional,naciendo y muriendo a cada instante,constante como la vida.Variable como el viento.Gracias Camilo
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