jueves, 8 de enero de 2015

Asumir el dolor

Pasaron las despedidas, las corridas de último momento, los buenos deseos y los convencionalismos. Se sucedieron esas fechas donde la mayoría se siente en aprietos y otros más osados rompen con las tradiciones. Son pocos los que se sienten verdaderamente cómodos pero sobre todo, completos.

Durante estos días muchos se ven en la obligación de cumplir y después el estómago les pasa factura y las ventas de digestivos crece. La soledad, las broncas y las rencillas familiares dicen presente. Se actualizan pérdidas, ausencias y otros movimientos significativos que aún están sin resolver. Esos duelos que todavía no bajan o terminan de ser procesados, pesan.

Comenzó el 2015 y mientras muchos ya disfrutan de sus vacaciones y otros las organizan, se va dibujando el mapa de lo que nos propondremos. Empezaron otras trescientas sesenta y cinco vueltas alrededor del Sol para hacer lo mismo de siempre o intentar hacerlas de otra manera. Sólo depende de una decisión. Una.

Según la metafísica, es el tiempo del rayo verde de la Verdad y la verdad duele porque implica reconocer mi total ignorancia como modo de entrar en el misterio del presente. No tenemos ni idea de que lo será dentro de cinco minutos. Y la verdad que reconocer nuestra ignorancia es bajar la guardia, la soberbia y el orgullo. Estar en guardia viene de creer que el mundo en algún momento me va a ofender. La soberbia es la creencia de que lo que yo pienso es más importante. El orgullo es la autodefensa de una postura muy débil y las creencias que la mantienen. Atreverse a bajar las armas es el único movimiento que hace posible despacito renunciar y abandonar lo que yo creo que es o debería ser la vida. Esa distancia entre lo que me parece y lo que en realidad es, es lo que me determina, no ya a una experiencia dolorosa sino directamente a abrirle la puerta al sufrimiento. 

Sufro cuando coloco fuera de mi las frustraciones de los sueños perdidos o de los cuales todavía no puedo hacerme cargo. Sufro cuando me mantengo en la obstinación, sin soltarme del pasado ni dejar de recurrir al futuro como manera de sentir un poco de excitación y fantasía. En esa organización cotidiana, estoy completamente ausente de mí y del tiempo real.

La medicina del dolor se trata de una flecha directa al corazón que despierta nuestra frágil voluntad humana. Cuando esa flecha alcanza mi corazón puedo echar un vistazo a su trayecto y en esa búsqueda, empieza un camino distinto. 

Hay dos formas de manejarme con respecto a lo que me duele: silenciarlo o hablarlo. Ninguna está bien ni está mal, ambas son necesarias dependiendo del momento e intensidad de lo que nos esté pasando. Lo que se ponen en juego en esas instancias es de qué manera vamos a moverlo e interactuar con lo que nos rodea. Culpar al afuera es disparar el dolor sin ton ni son, destilarlo. Lo otro posible es hacerme responsable de la parte que me corresponde. Son trescientas sesenta y cinco lunas y soles para resentirlo o elaborarlo hasta trascenderlo. Ese proceso que viaja del resentimiento al amor, empieza por asumirlo, es decir, hacerle lugar a aquello que me está doliendo.

El dolor tiene cuatro ciclos que merecen una nota aparte. Todos los conocemos muy bien: la víctima, el victimario, el salvador y el sanador. Ahora sólo me dedicaré a la última instancia de ese ciclo porque es la que nos abre a la oportunidad de hacer las cosas de una nueva manera. En general, pasamos la vida saltando en las tres primeras casillas. Desde allí, trascender los conflictos de todos los días parece remoto. Es como pretender lavar nuestra mirada mientras el agua se nos escurre entre las manos. Ese movimiento alberga poco espacio para la esperanza.

El sanador conoce esos lugares, los experimentó e intenta permanecer atento a la aparición de esos personajes. Un sanador es quien se da cuenta de que en su vida hay dolor y abriéndose a la experiencia de sentirlo, hace de él su propio remedio y el de quienes están cerca.

Un sanador es una persona que reconoce en sí y en su entorno los dolores. Es una tarea que exige mucha disciplina y común se profundiza en ella, requiere impecabilidad. No se trata de convertirse en santo ni de abandonar los placeres de la vida, sino de comprender su lugar, las posibilidades de ese espacio y el compromiso que lentamente se va levantando. Es un sitio de exposición, porque quien se sana y sana, toma una decisión: salirse de la sombras y de sus zonas de confort.

El sanador interviene en la atmósfera del dolor, en su aire. El arte de sanar implica reconocer el daño hecho al corazón. Es necesario desandar el camino de la flecha que lo hirió. Ir hacia atrás en la maravillosa aventura de devolverle a las cosas que pasaron su sentido para que aparezca la comprensión y florezca la conciencia en el entorno. Es revisar el camino, el medio entre el origen divino de la vida y su gestación, y el momento donde ese cordón o hilo que nos une con la existencia fue interrumpido o distorsionado. Eso es reconstruir, re-mediar. El sanador es medicina.

El trayecto entre el dolor y la reparación es el viaje del estómago al corazón. ¿Por qué? Porque en nuestro aparato digestivo y en nuestro vientre, están las aguas turbias, las que distorsionan la percepción y la lente con la que vemos al mundo.

En mi experiencia y habiendo recogido las vivencias de otras personas, he comprobado que no alcanza con levantar agua para limpiar la mirada. Es necesario sumergirse en lo hondo de las emociones y allí abajo simbólicamente nuestra personalidad muere. ¡Nos salen branquias para respirar como peces bajo el agua! De tantas veces que buceamos, se le pierde el miedo al naufragio...

Asumir el dolor implica detener el movimiento reactivo que nuestros impulsos llevan. El ambiente casi siempre nos exigirá tomar partido. Pero no es lo mismo involucrarse desde la observación que tomar como válido o cierto un punto de vista, negando otro.

Los problemas no van esperan a que nos parezca que ahora sí es momento de atenderlos. Vienen. ¡Nos vienen! A mostrar cuánto dolor cargan nuestros corazones, a enseñarnos el camino, a integrar maneras distintas, a conciliar puntos divergentes hasta que el amor disuelva sus diferencias.

En toda atmósfera, cuando se desata una oleada de discordia, también está presente aquello que la soluciona. Cuando yo me sostengo silenciosamente en mi espacio vital, cuando me retiro a mi universo interno; no me pierdo en el afuera y le estoy ofreciendo a la solución que siempre está girando en el lugar aquella que acerca, une e integra las partes una puerta de entrada y expresión. No tengan duda, ¡para que el amor fluya, alguien debe respirarlo y hacerle lugar dentro!

Comprender y sanar, como conceptos no se diferencian y como actitudes, iluminan. Como dijo Piotr Ouspensky, creador de la Escuela y disciplina del Cuarto Camino: ''Si comprendéis a un hombre, estáis de acuerdo con él; si no estáis de acuerdo con él, no lo comprendéis''

Ouspensky también decía que hay una sola comprensión, lo demás son posiciones incompletas. En una de sus conferencias resaltó que las dificultades personales son visiones restringidas que se encuentran en relación con un problema que es más amplio.

Todos tenemos una mirada sesgada que involucra a otros y que permite que la historia a la que pertenecemos, se siga reproduciendo. Cómo continuará esa historia, nuevamente, es una decisión. No se ama mucho o poco, o no se ama o sí se ama. Y cuando se ama, se comprende lo que es y cómo devino en eso.

Por eso, en el año de la Verdad, cada dolor va a precisar ser escuchado para recuperar su sentido sagrado. La historia de cada uno va a demandar, no desde afuera, sino desde las tripas, que recogamos las piedritas del sendero que nos lleva de vuelta a casa. La familia humana se debe aún recuperar la memoria y tiene pendiente arrojar mucha luz sobre su propósito divino. Todo el universo y en especial el Cielo y la Tierra esperan que de una vez por todas emprendamos los pasos al origen, el espiral hacia el centro. Este tiempo es un regalo, después puede ser demasiado tarde. 

Soy un viajante de la memoria de la Tierra. Honro cada tramo de la historia humana y amo las profundidades de su alma. Somos un universo, un sólo canto. Cada vez que escucho que un puente divide a dos sitios, digo que en realidad los une. Asumir el dolor es preguntarse — ''¿Gran Espíritu, estás aquí?''





Camilo Pérez