sábado, 6 de abril de 2013

Todos los caminos conducen al amor (cuando el propósito es verdadero)

Todos naturalmente somos canal, es una condición intrínseca al ser. En la única versión que me hace sentir bien vernos como complejas máquinas —en mi experiencia resulta desagradable sentirme desconectado del propósito de mi vida, funcionando automáticamente— es en el entendimiento de que nuestro cuerpo físico es un gran canal de luz. Como el resto de los seres que habitan el planeta, nosotros somos un organismo con la inteligencia creada para administrar energías y decodificar esas ondas de acuerdo a la conciencia que tengamos.

Es una participación que acordamos y nos debemos como hombres en relación a la tierra. Si intuimos cierto grado de veracidad en estas palabras, si aceptamos la premisa de que somos un canal, recuperamos espontáneamente una parte de la conciencia, es decir, comenzamos a acordarnos de nuestra condición espiritual. Si hasta estas líneas estamos de acuerdo con lo expresado, entonces hay un reconocimiento deque ocurren despliegues y movimientos de todo tipo de energías atravesándote a cada instante. Por tanto ser canal no es un acontecimiento estático, sino la comunión entre el grado de conciencia que portamos y la intervención de esta en nuestras acciones y movimientos. Ser canal es el punto en que nos encontramos y nuestra aventura en la vida recreando las distintas facetas del espíritu.

El canal que somos resulta inhibido o habilitado desde el mismo momento en que asomamos al mundo. El marco cultural en que nacemos resultará determinante para saber si hay espacio o no para nuestra expansión y desarrollo. Si responderemos a expectativas de un núcleo duro familiar o si por el contrario, nos convertiremos en artífices de nuestra propia obra. Entre tantas otras posibilidades.

Si hemos comprendido que esta realidad es una gran máscara que vela lo que la intuición y la percepción sospechan, entonces estará allí detrás el contexto profundo. Un lienzo trasero esperando para regalarnos el misterio de lo que ocurre en el mundo invisible. El telón de fondo —lo que construye esta realidad— es el espíritu gobernándolo todo y el espíritu es —al fin— el universo manifiesto y no manifestado.

Siendo así, toda la materia—la más densa y la más sutil—- se encuentra bajo las mismas leyes cósmicas que cualquier otra expresión de esa fuerza inconmensurable que —pesadamente— hemos llamado Dios.  Entonces, ser canal implica decodificar la información que llega a nosotros desde las redes y hologramas complejos —la trama de ondas y patrones que viajan por el universo—de acuerdo a los preconceptos que tenemos por reales, ciertos y verdaderos.

Se confunde ser canal con la dimensión de la luz, con el vínculo y el establecimiento de lazos con los mundos angelicales, la vastedad de los reinos celestiales y la dimensión del alma o más. Sin embargo, en un mundo donde la mayoría de las personas aún persisten y se mueven bajo los mandatos y códigos de la dualidad, esto no es tan así. Gran parte de la humanidad si quiera logra reconocer próxima o cercana su dimensión espiritual. Ignoran o desechan otras realidades, frecuencias y universos posibles y latentes. 

Hay tanta luz como oscuridad. Esta afirmación no procura levantar efectos contrarios, ni trazar líneas que continúen separando a los hombres entre buenos y malos. Ni siquiera alimentar la imaginación curiosa que quiera encontrarse al demonio y al otro lado del campo de batalla a Dios. Quiere decir que funciona en el planeta como en el orden cósmico una ley reconocida como compensación.Registramos en nuestra vida temporadas de frío y de calor, períodos donde la noche es más extensa y aquellos donde el día se expande con autoridad. Esta organización ecológica es tan necesaria como vital y tan grande como para reproducirse en el cosmos.

Hoy que el despertar espiritual suena bellísimo y deslumbra, es interesante navegar en aquellos aspectos que también son parte fundamental de la misma trama. En el criterio más abierto y profundo todos somos canal, definitivamente. En el criterio más complejo y abarcativo, en cualquier orden —familiar, social, planetario y todo sistema universal— existen escalafones. Hoy que están de moda las distintas dimensiones y planos espirituales, resulta saludable integrar que no podría haber evolución de la conciencia hacia frecuencias cada vez más elevadas sino hay seres que canalicen patrones de tercera dimensión, es decir, materia.Si esto no sucediera, estaríamos siendo habitantes de un sitio volátil y sin sustento. Insostenible.

Todas las expresiones del espíritu necesitan ser traídas al plano terrestre: las más bajas y las más iluminadas. Es tan importante soltarnos y tener la capacidad de despegarnos al universo como enfrentarnos a la necesidad de echar anclas y raíces que nos vinculen a la tierra. Es una trampa esconderse en las cimas espirituales sin contar con la lucidez suficiente para trasladar todo lo que despertamos en nosotros a la ceremonia que vivimos diariamente.

La luz que ingresa a través del sol y toda su luminosidad tiene en su fuente, en su carga más sutil, toda la danza de la vida. La luz es información codificada. Los sentidos más perversos, las situaciones más injustas y de peor calaña precisan también su canal para poder ser manifestados en lo terrenal. La única manera de hacer posible y finalmente cierto que haya un gran y definitivo paso del planeta hacia su evolución y que este lleve consigo a la humanidad, será desentrañar la idea de que solo se es canal cuando se trae luz y se trabaja al servicio divino.

Lo que estoy queriendo decir es que las energías más bajas y menos evolucionadas deben ser integradas y dejar de habitar el mundo oculto de nuestras sombras, lo que no queremos ver. Se nos exige cambiar la mirada, modificar la visión. Se nos está pidiendo que reconozcamos en nosotros y en el afuera que todo lo que ocurre tiene sentido, dirección y propósito. Que cuanto más alejemos la pena y el dolor habrá quien vuelva a enseñarnos otra vez que falta integrar mucho de lo que somos. También actuar el terror, el miedo, la especulación, la agresividad, la violencia, la ignorancia,el odio, el rechazo, el desamparo, la indiferencia, es canalizar energías,frecuencias y vibraciones.

Prender la luz al rincón sombrío es descubrir sentido en los episodios más nefastos de nuestra historia y es un verdadero parto. Pero cada vez que un espacio ennegrecido es derrumbado, se le pierde el temor, se penetra en él y se le reconoce, pasa a integrar las filas de nuestro amor propio. Se suma a nuestro grado de conciencia.

El propósito que acompaña al orden divino es demoler lo que nos separa e impide poder comprender y tolerara la espiritualidad completa, aquella que también trae a lo que no hemos enfrentado e iluminado. Quienes con humildad disponemos nuestra vida al servicio, tenemos claro que la aventura espiritual real no se trata de echar un ojo en la curiosidad. Se trata de emplear la virtud de los reinos divinos para transformar la vida y lo que nos impide transitar la sanamente. El impulso verdadero, de reparo, precisa firmeza para mover lo que nos está —cuanto menos—estorbando y marginando a un lugar donde la plenitud nunca es completa.

¡Cuidado con correr de los lugares que nos disgustan, ellos tienen la llave de nuestro poder! Ellos son portadores de nuestra magia y sólo nos la habilitan cuando rompemos el miedo.La sensación de regocijo nos dejará extasiados cuando pasemos al otro lado,donde el terror sólo nos estaba protegiendo de aquella luz que todavía no podíamos sostener ni mirar sin encandilarnos. Entonces, al atravesar la barrera nos hacemos dueños de un significativo caudal de conciencia, reconociendo la estela de sabiduría con que esta nos envuelve y afirmándonos aún más en este caminar.

Tal como entrar en una casa que está a oscuras e ir encendiendo lámparas habitación por habitación. Cuando no haya cuco que nos gruña y nos asuste, los miedos y los entuertos perderán razón de ser, dejarán de tener sentido y nos catapultaremos al esplendor. No sé cuánto tiempo esperarán por nosotros, pero sospecho que no será para siempre.Es momento de reunir coraje, recordar que ya hemos tomado decisiones próximas al amor y lo grato que fue. Intentar, probar, insistir en la alternativa a las formas que nos vencen y nos quitan la fuerza y el poder.

Las canalizaciones en la espiritualidad, gozan de mala reputación. Es más, a mi mismo me generaban desconfianza hace ya mucho tiempo. Reinan los actores que se visten de médium yque buscan acercar a las personas a través de la curiosidad superflua a los ángeles o entidades. Estos últimos, a su vez, guardan aún una imagen bastante ingenua y un perfil contemplativo de “todo está bien”. Esto no es un juego y llegar hasta esas instancias sin un propósito puede resultar peligroso.

En lo personal y como facilitador angélico, desafié reiteradas veces a los espíritus que se aproximaban. Hasta que necesité barrer esa idea permanente de que todo es perfecto y trabajar sobre mis dolores. Entonces me agrada poder compartir la acepción más importante a la que arribé a partir de la experiencia. Lograr serun buen canal implica tanto compromiso como asumir responsablemente cualquier rol o actividad en nuestra vida. Se necesita meterse en los mensajes que llegan desde las esferas de luz y estar dispuestos al trabajo de convertirse en observadores de la realidad en la que estamos inmersos y nos aqueja. Todo lo que recibamos estará impregnado por nuestras propias voces y dilemas, por tanto ser un buen canal debe llevarnos indefectiblemente al interior, al templo que nos es propio. Desentrañar lo más arraigado, limpiarnos, vaciarnos, depurarnos para que el canal esté lo más limpio posible. Hacer un lugar —nuestra casa interna— donde la luz se sienta de maravillas para bajar.

Reparar de verdad a través de este camino, cuidar el espacio, es cuidarte y cuidarme. Este sendero es tan sagrado como cualquier otro si el recorrido lo tomamos en serio y con conciencia.Puede ser una invitación a tu sanación, a renacer y a transformarte. Lo escribo desde la convicción de haberme transformado atendiendo lo que mi vida y entorno estaban precisando. Me hice cargo de ser mi propia llave y acepté continuar transmutando el dolor propio y colaborar en el mar del dolor ajeno. En el fondo, el dolor que te pertenece y el que puedo sentir, son propiedad de toda la memoria humana y en mi compromiso, elegí sanarla y transformarla.

¡Bienvenidos!