martes, 21 de mayo de 2013

Carta para tu tempestad

Querido amigo:


Todo  —siempre— es una negociación entre el intelecto y la emotividad cuando los que gobiernan son los intereses y no el corazón. Y más aún, si lo que queda en evidencia es la relación con el espíritu. Eso simplifica todo de lo que se trata este viaje: lo tejemos auténticamente o lo adornamos con máscaras y personajes. Para el espíritu es lo mismo, es la esencia y la pureza, quienes quedan expuestas son las bajezas. El reino de los desencantados se regocijará, feliz de un nuevo triunfo. 

Algunas cosas me llenan de energía y pleno gozo, ¡allí me siento vivo!. Otras energías llegan a mi campo y comprensión, anunciando los pretextos de alguien más que decide quedarse al lado del camino, convencido de que su dolor es más poderoso que su esencia. 

Soy guía hacia el orden del cielo — o facilitador angélico— porque acepté el sendero divino y elegí traer la medicina que hay en las estrellas hasta aquí. Ser guía quiere decir haber reconocido el origen del cual provenimos y que todo el tránsito hasta dar con la fuente-estado de conciencia, se convirtió en mi sanación. Conocer una manera de llegar al limbo no te hace dueño de su territorio, sino de una visión más clara y de una comprensión global. De tanto ir hacia un lugar, aprendemos a llegar y se está en condiciones de colaborar en el proceso de los demás, si es que este fuera el camino que eligen. Las maneras de volver al orden del amor son cuantiosas, pero hay una que se transforma en válida para cada uno.

La gran mayoría de la gente se debate entre las fuerzas de la oscuridad y las de la luz cuando diariamente convive con sus propios personajes. No significa que lo haga consciente, sino que las tramas cotidianas le sumergen en el entrevero. Todos contamos con experiencias de desamparo y desprotección y también con decisiones que nos han puesto en órbita del amor. Pero estos son tiempos de definición. Tal vez de los más intensos que podamos experimentar, sin excepciones. Por tanto, las situaciones entre lo que nos acucia y lo que nos resignifica como hombres se repiten todo el tiempo.

Ser guía significa que esa persona —literalmente— pone su vida en el medio del conflicto entre las luces y las sombras porque ingresa en el campo áurico y álmico, es decir, en el campo de vibración del consultante para que este observe su dualidad y pueda elegir en qué frecuencia se sostendrá. El propósito siempre es encontrarse. Lo que hay entre tu deseo de sanar y quien te acompañe en ese camino, es que la vida de quien te guíe está al servicio, entregada completamente y esto no es metafórico. Como ocurre en cualquier ámbito, no es que nuestras vidas ingresen a un océano a la deriva cuando de sanar se trata, sucede que hay alguien preparado para sostener ese timón. Un buen conocedor de los obstáculos y las inclemencias que se presentan a lo largo de la empresa, aunque su trabajo ciertamente presente riesgos y más de una vez deba hacer equilibrio en la cornisa más delgada. No importa qué dirección tomes, importa que sea verdadera para vos.

Durante más de veinte años conviví crudamente con la dualidad, las heridas se levantaron en rebeldía y estaba convencido de que la vida me había sido injusta. Instalado en mí existía un falso complejo de soberbia —y yo estaba a su gobierno— que escondía una gran falta de amor propio. Hoy soy plenamente consciente de la luz que se desencadena al colocarse al servicio gracias a haber rebotado y acumulado severos golpes contra paredones inmensos. Me sentí también al filo, al borde del desquicio, caminando el límite y estando un paso más allá de la vida, en la antesala y el después... creí que no habría retorno, creí que mi cordura se había dislocado definitivamente. De verdad sentí que lo estaba perdiendo todo. Y fue cierto, la mente y el intelecto no me pudieron sostener más y se derrumbó mi mundo. No había respuestas racionales que explicaran la magia y la certidumbre de encontrar el orden mayor detrás de los resquicios por donde se colaba la luz y colapsaba la soledad de toda una vida. Sólo cuando me quebré completamente, soltando todas las máscaras con que me protegía del amor, nací de vuelta. 

La razón no puede ocuparse de nosotros, de nuestro corazón. Entonces atreverse a perder la cordura es como quien está seguro creyendo que no puede doblegar una cuchara con la mente y de pronto esto sucede —Matrix—. Esta experiencia destruye cada convencimiento comedido sobre el cual leemos el mundo y te sentís en ascuas. Romper el paradigma es observar la ilusión plena en la que vivimos, desterrar el pánico al cambio como verdadero pilar y sembrar el amor para que este sea reconocible. Es tanto el descalabro que nos provoca la emisión de luz desde el sol central, que vulnera las limitaciones que nos hacen sentir perezosamente confortables. ¿Qué hay después de la cordura, la buena conducta y un comportamiento ejemplar? Las ganas de hacer el bien sin miramientos, el abandono de la costumbre, la responsabilidad de saber que lo que va, vuelve.
                                                                                                                                                                             
El cuento del escorpión, donde prometemos resistir a la manifestación de nuestra propia naturaleza —querido amigo— lo conozco de memoria. Desde las épocas en que aprendía los manuales que enseñan a vivir, como si fueran un guión para convertirlos en mi propia existencia. Pero la receta no sustituye ni al aroma ni a experiencia sensitiva alguna y si esa fuera la guía —la receta—, se convertiría en un profundo vacío. No fui tan desafortunado. Gracias a Dios estuve protegido de ser la sombra de alguien, no me permitieron ser la imitación de otra luz. Por todo esto, hoy confío en la medicina tanto del cielo como de la tierra, porque conseguí hacerla una en mi corazón, aunque hacer solvente esa integridad sea un ejercicio de toda la vida. También confío en el corazón de cada hermano porque sé que trae la luz consigo y es la expresión del diseño que nos abraza. 
  
Tenés luz, sos luz y te guardo un profundo cariño. Me nace un alto respeto por quien se ha sometido a sí mismo al juicio del orden del amor. Por eso me da pena tu abandono, porque sé que no hay premio en la desesperanza, sino más desaliento. Tenés un intelecto ágil, una mente atenta y un ego con mucha astucia y destreza para adornar el conflicto y no abordarlo. Aunque esté de acuerdo con vos en que hemos convertido la experiencia humana en un maximizado culto a la supervivencia, esquivar el drama o rechazar el amor fortalece la sombra, no la posibilidad de brillar. Sólo se sana en relación, la soledad hoy y como están las cosas, ¡es un calvario!

Me reconozco en vos porque a mis 17 años, leía a Nietzsche en la playa, mientras vacacionaba con mi padre y los chicos jugaban al fútbol. Pero me saturé de atender a mi mente y siento que la estoy doblegando tanto que no le quedará otra -más tarde o más temprano- que responder completamente al corazón. Te sé un tipo sensible y frágil, tanto como la artillería que colocás delante. Común nos reunimos con mayor frecuencia y tras sortear tu orgullo que me medía a ver qué tan bueno era quien estaba enfrente, supe que era una delicia conversar contigo. Estoy aprendiendo a convivir enteramente conmigo, a plantar mi mundo desde la autenticidad para que lo que vuelva sea real. Entonces debo ser directo, intentar salir del sueño. Honro tu camino desde el respeto y si te tuviera enfrente, haría el esfuerzo por ordenar estas palabras y decírtelas cara a cara, porque te merecés el amor y el perdón hacia ti mismo.
  
No hay renuencia para nadie, ni en el cielo ni en la tierra. La sordera es selectiva y la efectividad es toda nuestra para que las palabras no nos alcancen. Aunque tal vez precises hacer el viaje hacia dentro, te pido tengas cuidado, es frágil el límite con el encierro. Es un lugar triste y vanidoso, nos hace sentir seguros y creernos fuertes, pero a la primera que nos asomamos a la luz, la debilidad de la fortaleza queda en evidencia y el poder se desvanece. Te pido atención, no confundas ese sitio con tu lugar en el mundo. No lo conviertas en un refugio, es sencillo perderse, de un momento a otro dejás de sospechar de esta normalidad que es un hastío insoportable y alimentás el monstruo, no tu cura.  

Como lo sientas y lo hagas va a ser perfecto, porque fue el acuerdo que firmaste cuando eras espíritu. Ahora, hecho humano, no sos perfecto, pero sos completo porque quienes te dieron vida y permiso para caminarla con propósito y sentido, fueron el cielo y la tierra por igual. Ahora te queda saber de vos, quién sos.

Me quedo vacío de palabras, suelto la situación y rezo por la confianza en nuestros corazones. Deseo que puedas reconciliar tu paraíso en la tierra porque no hay más allá que valga mayor precio que este inmenso instante que nos toca.

¡Hasta después del abismo! Que un nuevo brillo se instale en tus ojos.

El más cálido de los abrazos para sostenerte en la tempestad.

Camilo




sábado, 11 de mayo de 2013

Sangre nueva: la savia y la sabiduría


Algunas personas responden a la política, a sus partidos, ideas, banderas y líderes. Algunas otras defienden las causas de una institución deportiva. Otros pondrán su fe al pie de un sistema de creencias, incorporándose al cuerpo de una religión u otra. Templos de puertas inmensas, de paredes frías y húmedas y cientos de figuras enmarcadas en vidrio y madera que se vienen encima. Un techo abovedado, colgado y lejano tiene dibujado al cielo. Un montón de seres se desbordan  de los muros y de todos lados, queriendo intermediar en la relación de un hombre con Dios. Las personas dispersan su atención eligiendo un conjunto de ilusiones u otro a través de las cuales encandilar la vida. Todos estamos bajo el embrujo e influjo del cuerpo de una ilusión.

 En lo personal concentré mi atención siempre en la convicción de que algo mucho más grande sostenía este orden de las cosas. Durante décadas mi mayor ilusión fue intentar salvar el mundo en cada relación que tenía a mi alcance. No conocía ni recordaba las decenas o tal vez los miles de círculos en los que mi espíritu, habitando un cuerpo, había transitado. Mis propias experiencias vitales mostraban fragmentación y muerte —primeras desapariciones físicas en la familia y la separación de mis padres—, lo común. Sin embargo, el chip interno que venía grabado conmigo, impedía poder comprender de un modo natural las estaciones de división y soledad por sobre el amor. Entonces me avoqué de joven a salvar a compañeros de ruta de desilusiones y faltas de abrazo que primero, hubiese necesitado yo.

En algún punto de mi historia, alguien dijo que cuando intentamos rescatar al otro, lo que se manifiesta es todo lo que está en nosotros que precisa ser salvado del desamor y el desamparo que ya está instalado dentro. Para ese entonces, mi mirada se refugiaba en un sistema ecológico contenido por el orden natural y el crudo vivo de sus colores. Los matices y su defensa acérrima, como ocurre en todos los campos de representación del mundo de los enemigos —fútbol, política, religión, razas—, no me interesaban. Para mi la belleza no era blanca ni era negra, ni amarilla ni roja, sino la mezcla de todas sus posibilidades unidas.

Lo profundo es la virtud y calidad que vive interior a cada manifestación y el color áurico e irrepetible que el espíritu le puso a ello, y no su exclusión por torpeza y desinteligencia humana. Durante un tiempo, Dios tuvo lugar en mi interior hasta que encontré dónde desplegar su naturaleza, pero siempre conviví con su idea y sensación como quien rumea una certeza cercana a la verdad y no logra descubrirla afuera. Un día y tras un largo recorrido, llegué al rodeo de un montón de personas que formaban un círculo entorno al calor y las llamas. Un hombre, uno más, tan cerca y tan lejos del centro como todos los otros hombres y mujeres que allí estábamos, nos explicaba cómo era para él dialogar con el corazón y el fuego.

El estudio por separado del órgano que somos no nos conduce a la cura. La fragmentación no nos compensa ni permite observarnos en esencia porque —en esencia— no estamos separados de nada. No nos remedia, al contrario, deja expuesta la herida alimentando toda su resistencia, extremándola, potenciándola y reforzándola. Incluirnos en la ronda, espeja lo que nos ocurre en un montón de reflejos que como nosotros, han padecidos sofocaciones similares. Nos da la orientación sin forzarnos al cambio. Nos muestra —sin intromisión— el trayecto que otros realizaron para establecer la conexión entre la matriz del dolor y el sentido que tiene para superarnos. En tal caso, observarnos en lo que le ha ocurrido a otros, desalienta todo sentido solitario, porque reconocemos que nos somos los únicos en pasar por ese lugar oscuro que nos es temible e insuperable. No hay miedos, imágenes, juicios y conceptos que tengamos sobre nosotros mismos que no se puedan diluir en la transparencia, claridad y fluidez del agua, ni fundirse, quemarse y transmutar en el calor abrasador del fuego.

Haberse reparado a sí mismo, fortalecido por el impulso y la contención de un círculo, es toda la medicina que un hombre puede desear ser y mostrar a los demás hermanos. El círculo embellece el matiz individual y el poder que se despierta en él no es igual a la suma de las partes. Estas últimas son alimentadas todo el tiempo y la conciencia, entendimiento y comprensión que se levanta allí, no puede ni es sostenido por las personalidades. Cuando estas ceden o se apagan, el espíritu y la medicina circular de la tierra se despierta. Si esa magia sucede, el punto de luz que somos brilla y resplandece, levantando la intensidad y habilitando la sanación. Si esa magia tiene lugar, recuperamos y  tomamos nuestra verdadera condición de hijos de este orden, al amparo de la tierra madre y del cielo padre.

Diría que la ilusión en la que prefiero vivir es la posibilidad de las relaciones y el poder de la palabra. Abrir el corazón y alcanzar otros estados de conciencia gradualmente, dejar el sueño en el que estamos acostumbrados a pasar sin vitalidad. En ese terreno es donde me ubico y reconozco, mi lugar.  Sostenerse en soledad no conduce a nada aunque arremetamos y atiborremos nuestros espacios cibernéticos de mensajes. Si el motor que imprime la energía es el intelecto, estamos anulando la experiencia y martillándonos desde el mismo rincón que nos retira y deja al margen. Queda claro así que hay distintas maneras de marginarse. Estamos entrenándonos mentalmente, cavilando y pensando la espiritualidad para conocer el discurso y lo que es peor, saber defendernos de esto también. No hacer el ejercicio de darnos a luz es rechazar las etapas vivas, el crecimiento y la madurez, y nadie a logrado sobrevivir en las sombras y el confinamiento sin pagar sus costos.

Diría que es necesario cambiar los “ojalá” y los “esperemos” si de verdad queremos dejar de jugar a que estamos creciendo. La web es una oportunidad pero también una trampa ideal para no ejercitar el corazón y propagar buenos deseos. Acumular y tender postales como antes estampitas en la cartera o en la billetera, en una suerte de filatelia actualizada y posmoderna, no nos coloca en el verdadero viaje.

¿Cuántas formas encontramos de postergar el amor? ¿Cuánto esfuerzo realizamos para evitar tocar el dolor que nos hirió y que contiene la llave hacia el potencial para reinventarnos? ¿Cuánto tiempo se pierde en complejos artilugios que nos alejan de la simpleza? Pregúntenle a quienes participan de la política. No existe una ilusión mayor que requiera tanta exigencia para mantener un estado de situación que se encuentra deshilachado y en desuso.

Fabricamos tensión, nos hechiza la trama y luego protestamos ante Dios por su injusticia divina. Así recae sobre nuestras cabezas el rigor de vivir de distracción en distracción. Porque el orden natural del amor siempre va a traer aquellos viejos hábitos. Está en nosotros continuar escogiendo si continuar comportándonos y respondiendo igual o articular con inventiva e imaginación otras formas que sacudan la estantería que tiene retratos tan obsoletos. ¿Tanto cuesta colocar la bisagra en el centro de nuestro foco y prestar atención? Mientras una nueva organización entra en la atmósfera o se levanta desde la tierra alcanzado el aire, el antiguo paradigma y sus nociones viven un desconcierto proporcional a su desmembramiento.

Si nos repasamos, es probable que verifiquemos que las raíces de los miedos y el dolor quedaron petrificadas e inmóviles en una o varias situaciones que se sucedieron hace años o tal vez décadas. Que todo lo que hacemos es revivir una y otra vez aquella circunstancia que pasó para traerla al ahora. Es lo que se llama, configurar el conflicto o el mito que nos vive.

El camino del héroe que habita en nosotros exige como única dirección válida correr los laberintos propios buscando la salida al tedio que nos atrapa. Es un acto tan natural como único encontrar las respuestas para desenvolver los acertijos y permitir ser el caballero que libere a la princesa encantada. El guerrero que quiere salir a dar su propia batalla debe reconciliarse con su aspecto más amoroso para que el final sea feliz. Lo más sensible, lo que despierta y se regocija ante la expresión de la vida es lo femenino de cada uno.

Algunas personas trabajan y respaldan este descalabro. Hacen posible que este orden de las cosas resista ante la adversidad de los tiempos que está diciendo que el momento es otro y es ahora. Sostenerse en el temor a cambiar nos deja en la costumbre y en lo conocido.  Decidirse a la transformación es duro, pero mantenerse en la enfermedad ya no está resultando tan gratuito y cuanto más nos demoremos como colectivo, más fuerte y costosa será la caída.

Algunas personas responden a un estado de situación insignificante comparado al amor que las espera. En lo propio, respondo sólo al Gran espíritu, la Fuente, la Esencia, Dios, el Universo o como quieras decirle. Sólo un motivo me impulsa: ingresar en ese espiral me devuelve la fortaleza y estar al servicio en las relaciones me eleva al estado de gracia donde una y otra vez reconozco en esa fuente mi propio origen.

¿A quién respondés vos?