Algunas personas responden
a la política, a sus partidos, ideas, banderas y líderes. Algunas otras
defienden las causas de una institución deportiva. Otros pondrán su fe al pie
de un sistema de creencias, incorporándose al cuerpo de una religión u otra. Templos
de puertas inmensas, de paredes frías y húmedas y cientos de figuras enmarcadas
en vidrio y madera que se vienen encima. Un techo abovedado, colgado y lejano
tiene dibujado al cielo. Un montón de seres se desbordan de los muros y de todos lados, queriendo
intermediar en la relación de un hombre con Dios. Las personas dispersan su
atención eligiendo un conjunto de ilusiones u otro a través de las cuales
encandilar la vida. Todos estamos bajo el embrujo e influjo del cuerpo de una
ilusión.
En lo personal concentré mi atención siempre
en la convicción de que algo mucho más grande sostenía este orden de las cosas.
Durante décadas mi mayor ilusión fue intentar salvar el mundo en cada relación
que tenía a mi alcance. No conocía ni recordaba las decenas o tal vez los miles
de círculos en los que mi espíritu, habitando un cuerpo, había transitado. Mis
propias experiencias vitales mostraban fragmentación y muerte —primeras
desapariciones físicas en la familia y la separación de mis padres—, lo común.
Sin embargo, el chip interno que venía grabado conmigo, impedía poder
comprender de un modo natural las estaciones de división y soledad por sobre el
amor. Entonces me avoqué de joven a salvar a compañeros de ruta de desilusiones
y faltas de abrazo que primero, hubiese necesitado yo.
En algún punto de mi
historia, alguien dijo que cuando intentamos rescatar al otro, lo que se
manifiesta es todo lo que está en nosotros que precisa ser salvado del desamor
y el desamparo que ya está instalado dentro. Para ese entonces, mi mirada se refugiaba
en un sistema ecológico contenido por el orden natural y el crudo vivo de sus
colores. Los matices y su defensa acérrima, como ocurre en todos los campos de
representación del mundo de los enemigos —fútbol, política, religión, razas—, no
me interesaban. Para mi la belleza no era blanca ni era negra, ni amarilla ni
roja, sino la mezcla de todas sus posibilidades unidas.
Lo profundo es la virtud y
calidad que vive interior a cada manifestación y el color áurico e irrepetible
que el espíritu le puso a ello, y no su exclusión por torpeza y desinteligencia
humana. Durante un tiempo, Dios tuvo lugar en mi interior hasta que encontré dónde
desplegar su naturaleza, pero siempre conviví con su idea y sensación como
quien rumea una certeza cercana a la verdad y no logra descubrirla afuera. Un
día y tras un largo recorrido, llegué al rodeo de un montón de personas que formaban
un círculo entorno al calor y las llamas. Un hombre, uno más, tan cerca y tan
lejos del centro como todos los otros hombres y mujeres que allí estábamos, nos
explicaba cómo era para él dialogar con el corazón y el fuego.
El estudio por separado del
órgano que somos no nos conduce a la cura. La fragmentación no nos compensa ni
permite observarnos en esencia porque —en esencia— no estamos separados de
nada. No nos remedia, al contrario, deja expuesta la herida alimentando toda su
resistencia, extremándola, potenciándola y reforzándola. Incluirnos en la
ronda, espeja lo que nos ocurre en un montón de reflejos que como nosotros, han
padecidos sofocaciones similares. Nos da la orientación sin forzarnos al
cambio. Nos muestra —sin intromisión— el trayecto que otros realizaron para
establecer la conexión entre la matriz del dolor y el sentido que tiene para
superarnos. En tal caso, observarnos en lo que le ha ocurrido a otros,
desalienta todo sentido solitario, porque reconocemos que nos somos los únicos
en pasar por ese lugar oscuro que nos es temible e insuperable. No hay miedos,
imágenes, juicios y conceptos que tengamos sobre nosotros mismos que no se
puedan diluir en la transparencia, claridad y fluidez del agua, ni fundirse,
quemarse y transmutar en el calor abrasador del fuego.
Haberse reparado a sí
mismo, fortalecido por el impulso y la contención de un círculo, es toda la
medicina que un hombre puede desear ser y mostrar a los demás hermanos. El
círculo embellece el matiz individual y el poder que se despierta en él no es
igual a la suma de las partes. Estas últimas son alimentadas todo el tiempo y
la conciencia, entendimiento y comprensión que se levanta allí, no puede ni es
sostenido por las personalidades. Cuando estas ceden o se apagan, el espíritu y
la medicina circular de la tierra se despierta. Si esa magia sucede, el punto
de luz que somos brilla y resplandece, levantando la intensidad y habilitando
la sanación. Si esa magia tiene lugar, recuperamos y tomamos nuestra verdadera condición de hijos
de este orden, al amparo de la tierra madre y del cielo padre.
Diría que la ilusión en la
que prefiero vivir es la posibilidad de las relaciones y el poder de la
palabra. Abrir el corazón y alcanzar otros estados de conciencia gradualmente,
dejar el sueño en el que estamos acostumbrados a pasar sin vitalidad. En ese
terreno es donde me ubico y reconozco, mi lugar. Sostenerse en soledad no conduce a nada aunque
arremetamos y atiborremos nuestros espacios cibernéticos de mensajes. Si el
motor que imprime la energía es el intelecto, estamos anulando la experiencia y
martillándonos desde el mismo rincón que nos retira y deja al margen. Queda
claro así que hay distintas maneras de marginarse. Estamos entrenándonos
mentalmente, cavilando y pensando la espiritualidad para conocer el discurso y
lo que es peor, saber defendernos de esto también. No hacer el ejercicio de
darnos a luz es rechazar las etapas vivas, el crecimiento y la madurez, y nadie
a logrado sobrevivir en las sombras y el confinamiento sin pagar sus costos.
Diría que es necesario
cambiar los “ojalá” y los “esperemos” si de verdad queremos dejar de jugar a
que estamos creciendo. La web es una oportunidad pero también una trampa ideal
para no ejercitar el corazón y propagar buenos deseos. Acumular y tender postales
como antes estampitas en la cartera o en la billetera, en una suerte de
filatelia actualizada y posmoderna, no nos coloca en el verdadero viaje.
¿Cuántas formas encontramos
de postergar el amor? ¿Cuánto esfuerzo realizamos para evitar tocar el dolor
que nos hirió y que contiene la llave hacia el potencial para reinventarnos?
¿Cuánto tiempo se pierde en complejos artilugios que nos alejan de la simpleza?
Pregúntenle a quienes participan de la política. No existe una ilusión mayor
que requiera tanta exigencia para mantener un estado de situación que se
encuentra deshilachado y en desuso.
Fabricamos tensión, nos
hechiza la trama y luego protestamos ante Dios por su injusticia divina. Así
recae sobre nuestras cabezas el rigor de vivir de distracción en distracción. Porque
el orden natural del amor siempre va a traer aquellos viejos hábitos. Está en
nosotros continuar escogiendo si continuar comportándonos y respondiendo igual
o articular con inventiva e imaginación otras formas que sacudan la estantería
que tiene retratos tan obsoletos. ¿Tanto cuesta colocar la bisagra en el centro
de nuestro foco y prestar atención? Mientras una nueva organización entra en la
atmósfera o se levanta desde la tierra alcanzado el aire, el antiguo paradigma
y sus nociones viven un desconcierto proporcional a su desmembramiento.
Si nos repasamos, es
probable que verifiquemos que las raíces de los miedos y el dolor quedaron
petrificadas e inmóviles en una o varias situaciones que se sucedieron hace
años o tal vez décadas. Que todo lo que hacemos es revivir una y otra vez
aquella circunstancia que pasó para traerla al ahora. Es lo que se llama,
configurar el conflicto o el mito que nos vive.
El camino del héroe que habita
en nosotros exige como única dirección válida correr los laberintos propios
buscando la salida al tedio que nos atrapa. Es un acto tan natural como único encontrar
las respuestas para desenvolver los acertijos y permitir ser el caballero que
libere a la princesa encantada. El guerrero que quiere salir a dar su propia
batalla debe reconciliarse con su aspecto más amoroso para que el final sea
feliz. Lo más sensible, lo que despierta y se regocija ante la expresión de la
vida es lo femenino de cada uno.
Algunas personas trabajan y
respaldan este descalabro. Hacen posible que este orden de las cosas resista
ante la adversidad de los tiempos que está diciendo que el momento es otro y es
ahora. Sostenerse en el temor a cambiar nos deja en la costumbre y en lo
conocido. Decidirse a la transformación
es duro, pero mantenerse en la enfermedad ya no está resultando tan gratuito y
cuanto más nos demoremos como colectivo, más fuerte y costosa será la caída.
Algunas personas responden
a un estado de situación insignificante comparado al amor que las espera. En lo
propio, respondo sólo al Gran espíritu, la Fuente , la Esencia , Dios, el Universo o como quieras
decirle. Sólo un motivo me impulsa: ingresar en ese espiral me devuelve la
fortaleza y estar al servicio en las relaciones me eleva al estado de gracia
donde una y otra vez reconozco en esa fuente mi propio origen.
¿A quién respondés vos?
siempre supe,que los dogmas ,son eso ,dogmas,de creer en mi intuición,de sacar el miedo dentro de mí,de nunca sentir rencor,odio,venganza,y recibir cada día el dulce conocimiento que dá el amor incondicional,perdí a mi amado hace poco,feliz por él triste por mí,pero orgullosa de haber estado con él,y dar el amor y cuidados,lo tenía que hacer y lo hice,lo ayude a alcanzar la luz,preparándolo para su eminente partida aunque yo no quería pero se fué al otro lado del velo,sómos uno,y uno sómos todo,me gustó mucho ,el mensaje uno se da cuenta que sóm@s much@s los que estamos en sintonía con la fuente divina,bendiciones,milli
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