Las perspectivas no son eternas y las sacudidas las
tenemos garantizadas. “A cada chancho le llega su San Martín”, recuerdo haber
escuchado varias veces de chico, ese refrán. A cada solitario o desdichado le
llega el amor liviano o autocomplaciente. Como para que se dé cuenta del grado
de intensidad que le pone a su búsqueda y la respuesta a la que accede
entonces. Recuerdo haber leído con escepticismo el título de un libro que
invitaba a hablar con uno mismo. Hay procesos que necesitan dejar de retroalimentarse
desde sí, de lo contrario se está sosteniendo la limitación porque somos
quienes estamos ejerciendo la comprensión y el libro se termina cuando empezaba
a ponerse interesante o nos tenía cautivados.
El universo responde a la medida del ánimo y las
intenciones que le pongamos a las cosas. Lo que el mundo te sirva será un
banquete y será breve. Como la sed y el agua o las visitas de doctor que
siempre nos dejan con las ganas y reclamamos una pronta visita cuando todavía
estamos juntos. Hay un momento en que estamos preparados para reconocer que no
nos podemos autoayudar para siempre. La persona que se siente desafortunada, no
puede aceptar que el universo le responda con ternura, porque reconocerlo desarticularía
el espacio de su herida y de su dolor, que es su razón de ser. La pregunta que
quita a la personalidad de este sitio es ¿por qué? Esta manera de formular la
interrogante está cargada de queja, de incomprensión y habla de no sentirnos
merecedores del amor, pero también de estar incómodos con las situaciones tal
cual se plantean delante. Y esto abre la siguiente etapa. Dejar de sentirse
desdichado cuesta mucho y como cuesta tanto nace su contraparte con la misma
fuerza y vehemencia.
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