viernes, 25 de octubre de 2013

Los arquetipos del destino: libertad (4)

El mundo ya estaba ordenado antes de que nosotros llegáramos a él. La conversión del conocimiento a la sabiduría implica que nuestros movimientos, en lugar de intentar organizar la trama, puedan entrar en ella y fluir, que nuestros pasos vayan al encuentro de lo que nos corresponde.  

Cuando se entiende esa regla, estamos ante uno de los espacios más sagrados de la conciencia. El universo externo y el universo interno comienzan a sintonizar, a encontrarse, sabemos que hay un telón de fondo moviendo la cara visible del espectáculo, del parque de diversiones que es la vida. Transformar la relación con la existencia permite conectar con el plan divino. El plan divino no es más que el gran misterio, el mundo de los sueños donde descansa la futura creación, y el gran espíritu es la conciencia manifestada, lo que ya está en la forma física. El punto de contacto con ese Gran Orden —o plan divino— es el mayor propósito; nuestra tarea y su desarrollo en comunión con esa gran conciencia o gran orden.

Sospecho que ciertas palabras pierden fuerza y utilidad cuando evolucionamos. El juicio final, la voluntad y el libre albedrío no es el campo que habitamos, estos arquetipos siguen vivos dentro de nosotros pero la vibración se establece y se coloca en otro lado.

Cuando el miedo se desenrolla de las entrañas y quien queda al descubierto es la esencia, no hay más adónde llegar. El corazón está listo para mostrarse y ser alimentado una y otra vez con amor y nutrir a otros, porque no hay nada que lo separe de su propia creación.

Si sabés que sos la belleza y el milagro de la vida, será navegar la luz. El transcurso en conciencia, da calma y serenidad para responder a las dificultades que se presenten, pero no por despertar estamos eximidos de obstáculos. La vida seguirá floreciendo y marchitando, ocasionando lo necesario para que el tamiz del alma adquiera brillo. El mapa de los dolores que nos condujo hasta ese momento siempre será el motivo de nuestro movimiento. Los más fuerte y transformador de nuestra experiencia vital no está precisamente para ser reparado o cerrado, sino más bien se convierte en el trazo, en el motor y en el impulso que nos conecta a la vida. El día que pude comprender eso, dejé de luchar contra cualquier parte de mi destino que se manifestara y se abrió lo real detrás de lo aparente, más vivo y resplandeciente que nunca. Estaba en condiciones de aceptar mis propias decisiones sin miramientos, las elecciones de mi espíritu.

No hay un sentir más estimulante ni un pensar más inspirador que aquellos que se levantan para hacer posible y fortalecer nuestra tarea. El gran desafío en este estado, es recordar que ya escogimos nuestro rumbo en un espacio más elevado que este. La invitación del universo en este punto, es que tomemos nuestro destino, lo que ya acordamos.

El destino en esencia es el recorrido, no la estación final. Estamos destinados a muchas cosas: a nacer en una familia, a determinadas experiencias que nos formen y nos devuelvan quiénes somos, a una pareja o a la ausencia de ellas, a llamar a las almas que serán nuestros hijos, entre infinitas variables. Todo lo que hagamos le da sentido a nuestro propósito y el propósito explica el para qué del recorrido anterior. Por eso asumir nuestro papel es un estado de conciencia, no un punto final.

Al entrar en este nivel, se cancela la necesidad de buscar porque el ser despertó en el mundo de la forma. Somos el caminante, abrimos el alma y soltamos el espíritu. Todo nos guía, todo nos enciende; es una frecuencia inmensa donde la pulsión abre la misión y esta nos familiariza con seres afines, con quienes compartimos ese destino común.

Hay distancia entre habitar el reino de las formas y ser concientes de que se trata de un gran teatro, a actuar dentro del reparto. Quien desarrolla un destino conciente es aquel que es capaz de transformar la obra, de acompañar el deterioro hasta la desintegración de lo que ya está muerto y dar frutos, es decir, crear nuevas alternativas.

Encontrarse con el destino es el calce justo, la horma de nuestros zapatos. Probamos en el pie, el molde del alma. El otro pie son quienes acompañan nuestro caminar. La vida devuelve la creación a la que nos ajustamos, siempre. Si nos acoplamos y entregamos por entero, la abundancia de amor en todas sus formas que está sintetizada en el ser, desciende a la existencia.

Lo que resulta de ese estado de gracia en uno, es que las relaciones en nuestro entorno se armonizan, acompañan  la melodía. Al ocupar nuestro lugar, el espacio de quienes están a nuestro lado se clarifica. Es más, quien abraza su libertad, sólo magnetiza y atrae hacia sí, a energías significativas con ese estado de conciencia.

Hagas lo que hagas, estás andando hacia tu destino y al construirlo estás caminando hacia la transformación más profunda de todas: la muerte. La misión que todos llevamos dentro se desata hasta desencausar en ella. Por eso nos cuesta involucrarnos en la vida, porque hacemos todo lo posible por escapar de la muerte. Anular el final de la travesía humana es como no nacer porque en algún momento nos tendremos que marchar de este plano. El destino está claramente asociado al desenlace de la forma física, a la desaparición y sin embargo la maravilla es anclar nuestra tarea aquí para llenarnos de vida. Sólo de esa manera podremos cambiar la relación con la muerte y entenderla como un pasaje necesario, del otro lado también esperan a su tiempo, por nuestro nacimiento.


Lo mejor que podemos dejar aquí es la impresión del espíritu en la materia, dándole la posibilidad al alma de que se apodere del organismo y la naturaleza humana que estamos experimentando. ¿Qué otra cosa te podés llevar a tu nuevo destino que no sea la memoria de haberlo dado todo, el registro de la libertad en la Tierra y volver con tu brillo al reino de las estrellas? Si nos inclinamos ante el universo, todo el cosmos nos devolverá el gesto.


Camilo

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