El
mundo ya estaba ordenado antes de que nosotros llegáramos a él. La conversión
del conocimiento a la sabiduría implica que nuestros movimientos, en lugar de
intentar organizar la trama, puedan entrar en ella y fluir, que nuestros pasos
vayan al encuentro de lo que nos corresponde.
Cuando
se entiende esa regla, estamos ante uno de los espacios más sagrados de la conciencia.
El universo externo y el universo interno comienzan a sintonizar, a
encontrarse, sabemos que hay un telón de fondo moviendo la cara visible del
espectáculo, del parque de diversiones que es la vida. Transformar la relación con
la existencia permite conectar con el plan divino. El plan divino no es más que el gran
misterio, el mundo de los sueños donde descansa la futura creación, y el gran
espíritu es la conciencia manifestada, lo que ya está en la forma física. El punto de
contacto con ese Gran Orden —o plan divino— es el mayor propósito; nuestra tarea y
su desarrollo en comunión con esa gran conciencia o gran orden.
Sospecho
que ciertas palabras pierden fuerza y utilidad cuando evolucionamos. El juicio final, la
voluntad y el libre albedrío no es el campo que habitamos, estos arquetipos siguen vivos dentro de nosotros
pero la vibración se establece y se coloca en otro lado.
Cuando
el miedo se desenrolla de las entrañas y quien queda al descubierto es la
esencia, no hay más adónde llegar. El corazón está listo para mostrarse y ser
alimentado una y otra vez con amor y nutrir a otros, porque no hay nada que lo
separe de su propia creación.
Si sabés que sos la belleza y el milagro de la vida, será navegar la luz. El transcurso en conciencia, da calma y serenidad para responder a las dificultades que se presenten, pero no por despertar estamos eximidos de obstáculos. La vida seguirá floreciendo y marchitando, ocasionando lo necesario para que el tamiz del alma adquiera brillo. El mapa de los dolores que nos condujo hasta ese momento siempre será el motivo de nuestro movimiento. Los más fuerte y transformador de nuestra experiencia vital no está precisamente para ser reparado o cerrado, sino más bien se convierte en el trazo, en el motor y en el
impulso que nos conecta a la vida. El día que pude comprender eso, dejé de luchar contra
cualquier parte de mi destino que se manifestara y se abrió lo real detrás de
lo aparente, más vivo y resplandeciente que nunca. Estaba en condiciones de
aceptar mis propias decisiones sin miramientos, las elecciones de mi espíritu.
No
hay un sentir más estimulante ni un pensar más inspirador que aquellos que se
levantan para hacer posible y fortalecer nuestra tarea. El gran desafío en este
estado, es recordar que ya escogimos nuestro rumbo en un espacio más elevado
que este. La invitación del universo en este punto, es que tomemos nuestro
destino, lo que ya acordamos.
El
destino en esencia es el recorrido, no la estación final. Estamos destinados a
muchas cosas: a nacer en una familia, a determinadas experiencias que nos
formen y nos devuelvan quiénes somos, a una pareja o a la ausencia de ellas, a
llamar a las almas que serán nuestros hijos, entre infinitas variables. Todo lo
que hagamos le da sentido a nuestro propósito y el propósito explica el para
qué del recorrido anterior. Por eso asumir nuestro papel es un estado de
conciencia, no un punto final.
Al
entrar en este nivel, se cancela la necesidad de buscar porque el ser despertó
en el mundo de la forma. Somos el caminante, abrimos el alma y soltamos
el espíritu. Todo nos guía, todo nos enciende; es una frecuencia inmensa donde
la pulsión abre la misión y esta nos familiariza con seres afines, con quienes
compartimos ese destino común.
Hay
distancia entre habitar el reino de las formas y ser concientes de que se trata
de un gran teatro, a actuar dentro del reparto. Quien desarrolla un destino
conciente es aquel que es capaz de transformar la obra, de acompañar el
deterioro hasta la desintegración de lo que ya está muerto y dar frutos, es
decir, crear nuevas alternativas.
Encontrarse
con el destino es el calce justo, la horma de nuestros zapatos. Probamos en el
pie, el molde del alma. El otro pie son quienes acompañan nuestro caminar. La
vida devuelve la creación a la que nos ajustamos, siempre. Si nos acoplamos y
entregamos por entero, la abundancia de amor en todas sus formas que está
sintetizada en el ser, desciende a la existencia.
Lo
que resulta de ese estado de gracia en uno, es que las relaciones en nuestro
entorno se armonizan, acompañan la
melodía. Al ocupar nuestro lugar, el espacio de quienes están a nuestro lado se
clarifica. Es más, quien abraza su libertad, sólo magnetiza y atrae hacia sí, a
energías significativas con ese estado de conciencia.
Hagas
lo que hagas, estás andando hacia tu destino y al construirlo estás caminando
hacia la transformación más profunda de todas: la muerte. La misión que todos
llevamos dentro se desata hasta desencausar en ella. Por eso nos cuesta
involucrarnos en la vida, porque hacemos todo lo posible por escapar de la
muerte. Anular el final de la travesía humana es como no nacer porque en algún
momento nos tendremos que marchar de este plano. El destino está claramente asociado
al desenlace de la forma física, a la desaparición y sin embargo la maravilla
es anclar nuestra tarea aquí para llenarnos de vida. Sólo de esa manera
podremos cambiar la relación con la muerte y entenderla como un pasaje necesario, del
otro lado también esperan a su tiempo, por nuestro nacimiento.
Lo
mejor que podemos dejar aquí es la impresión del espíritu en la materia,
dándole la posibilidad al alma de que se apodere del organismo y la naturaleza
humana que estamos experimentando. ¿Qué otra cosa te podés llevar a tu nuevo
destino que no sea la memoria de haberlo dado todo, el registro de la libertad
en la Tierra y volver con tu brillo al reino de las estrellas? Si nos
inclinamos ante el universo, todo el cosmos nos devolverá el gesto.
Camilo
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