Los
estados de conciencia definen la vida en el mundo de las formas. Todo lo que
conocés tiene un orden y dentro suyo, hay jerarquías. Dentro de esos niveles de
conciencia, desde los espacios más bajos a los más altos, hay leyes que rigen
nuestros comportamientos y sus posibilidades.
Cuanto
más involucrados estemos en el mundo de la materia, en lo terrenal, más sujetos
y sometidos estaremos a las reglas. El estado de conciencia más denso, en
sociedades estructuradas, es aquel donde se hacen leyes, se juzga, se educa y
el Estado se adhiere a una religión. Es un sistema de creencias muy viejo donde
las personas se desligan de los espacios en donde se da dirección y sentido a sus
vidas. Es una forma infantil de ordenarnos, puesto que entregamos nuestra
responsabilidad enteramente a otros hombres y mujeres como nosotros. Es una
manera de no hacernos cargo.
En
ese mundo se encuentran todas las instituciones que siguen sosteniendo esta
manera de vivir basada en el sometimiento. Si nos fijamos bien, aún este mundo “oficial”,
también cambia y se transforma, pero siempre ocurre lo mismo, toda parte que
asume protagonismo, genera antes o después, su contrario. Esto pasa porque las
relaciones, en lo más crudo de la materia, están basadas en el desarrollo del
poder y en aplicar la fuerza que nace de este hacia el combate con el matiz
opuesto al propio. En este nivel de conciencia lo que nos sucede tiene un
culpable y el juicio contenido hacia nosotros mismos, lo trasladamos afuera a
cada instante. Es un naufragio bien doloroso.
No
existe libertad posible, sino un juicio permanente ante toda forma de vida que
se manifieste distinto a cómo yo percibo el mundo. Aquí entendemos que la
fuerza de la existencia revela un destino donde la desesperanza está latente y ese fuga genera el conflicto con la verdadera naturaleza. Esto hace que aparezca siempre
alguien con quien despertar la guerra, a esto es lo que llamamos dualidad o una
parte de ella. Este estado de conciencia es lo que las religiones han planteado
como “juicio final”, pues se nos va la vida ante cada enfrentamiento que nace
de lo que no podemos aceptar en nosotros.
El
campo energético que rodea esta realidad, hace que los recursos que sostienen
esta orientación, finalmente se agoten porque no hay alma que soporte
eternamente esta relación con la existencia. Y el agotamiento que desciende del
alma, se expresa y se materializa en el mundo. Por este motivo, el destino en
la desesperanza y en el gesto fruncido, es estático e inmoviliza, tragándose
como ya ha sucedió, cualquier civilización que sostenga la opresión como una constante. La tensión permanente entre quienes se mantienen en este nivel en momentos donde el amor se está levantando, ejecuta un quiebre definitivo, la última batalla entre las polaridades, ese es el juicio final. Es el estado de conciencia más difícil de mover, hasta que una persona o un
colectivo no defina que merezca una realidad menos agresiva.
Camilo
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