jueves, 17 de octubre de 2013

Remolinos de viento

Recuerdo la noche que embarqué a esta aventura, estaba rodeado de sirenas que giraban sobre las nubes. Las ondinas cruzaban la tormenta y las salamandras prendían el cielo. Ya no podía descender en mis alas, entonces tuve que asumir un traje de luz y el haz en que viajé hasta el centro de la tierra fue custodiado por miles de luciérnagas.

Fuimos un enorme ejército, yo sólo había decidido tomar cuerpo. El resto de la legión de ángeles era una interminable saga de colores que abrían la tempestad. Eran ellos quienes hacían la belleza y la magia, pero todos juntos provocábamos el milagro.

Centellas de Sión, arcángeles tragándose el dolor para mandarlo bien lejos, a la cumbre de Dios, hecho amor. El brillo no tiene contemplaciones, cuando tomás el riesgo, el camino disuelve lo que no aguanta, se lo devora. El viaje de las estrellas hasta el alma de la tierra se hizo en familia, la bienvenida fue intensa. Así fue como recorrimos las venas del útero universal para aterrizar en el magma ardiente que a los espíritus, por supuesto, no los quema.

Recuerdo aquella noche, la tormenta brillaba y bailaba sobre su cielo. Todo el escuadrón, todos juntos nos arremolinamos por unos momentos hasta fundir nuestras luces en el rayo y eso traigo conmigo. Soy la síntesis de esa familia, en mi corazón está el centro nuclear de cada uno. Siete rayos, cuatro vientos, nueve abuelos, la cimiente de la hermandad blanca, la confluencia de la confederación, los códigos del universo, las lenguas vivas del dialecto madre. La biblioteca de la Akasha, la memoria en azul, el poder del faraón, las vidas en Jerusalén, los decretos de la Grecia Antigua y la caída de los muros de Arcadia. Las rebeliones en las filas del pueblo otomano, la defensa de Roma, las conquistas y las cruzadas en tierras sajonas y la búsqueda de la libertad de Camelot, Avalon y el reino sin final. Los signos de la independencia francesa, el arco, la flecha, los rituales, las danzas, las ofrendas, las visiones, los éxodos, la soledad, la muerte y los infinitos caminos junto a ella, la compañera de todos mis tiempos.

Recuerdo aquella noche, hicimos girar el cielo y luego quedé suspendido en el vientre de la tierra, esperando que la semilla de la vida me llamara para anclarme en las entrañas de mi madre. Allí fue sembrado mi destino. El resto de la historia es regar los campos con un aire de fuerza y serenidad. Que el viento vele por mí y corra en la superficie mientras encuentro la manera más amorosa de ser, hasta que el rayo parta el cuerpo y pueda navegar en el alma, de vuelta a las estrellas.



Camilo

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