Recuerdo
la noche que embarqué a esta aventura, estaba rodeado de sirenas que giraban
sobre las nubes. Las ondinas cruzaban la
tormenta y las salamandras prendían el cielo. Ya no podía descender en mis
alas, entonces tuve que asumir un traje de luz y el haz en que viajé hasta el
centro de la tierra fue custodiado por miles de luciérnagas.
Fuimos
un enorme ejército, yo sólo había decidido tomar cuerpo. El resto de la legión
de ángeles era una interminable saga de colores que abrían la tempestad. Eran
ellos quienes hacían la belleza y la magia, pero todos juntos provocábamos el
milagro.
Centellas
de Sión, arcángeles tragándose el dolor para mandarlo bien lejos, a la cumbre
de Dios, hecho amor. El brillo no tiene contemplaciones, cuando tomás el riesgo,
el camino disuelve lo que no aguanta, se lo devora. El viaje de las estrellas
hasta el alma de la tierra se hizo en familia, la bienvenida fue intensa. Así
fue como recorrimos las venas del útero universal para aterrizar en el magma
ardiente que a los espíritus, por supuesto, no los quema.
Recuerdo
aquella noche, la tormenta brillaba y bailaba sobre su cielo. Todo el
escuadrón, todos juntos nos arremolinamos por unos momentos hasta fundir
nuestras luces en el rayo y eso traigo conmigo. Soy la síntesis de esa familia,
en mi corazón está el centro nuclear de cada uno. Siete rayos, cuatro vientos,
nueve abuelos, la cimiente de la hermandad blanca, la confluencia de la
confederación, los códigos del universo, las lenguas vivas del dialecto madre.
La biblioteca de la Akasha, la memoria en azul, el poder del faraón, las vidas
en Jerusalén, los decretos de la Grecia Antigua y la caída de los muros de
Arcadia. Las rebeliones en las filas del pueblo otomano, la defensa de Roma, las conquistas y las cruzadas en tierras sajonas y la búsqueda de la libertad de Camelot, Avalon
y el reino sin final. Los signos de la independencia francesa, el arco, la
flecha, los rituales, las danzas, las ofrendas, las visiones, los éxodos, la
soledad, la muerte y los infinitos caminos junto a ella, la compañera de todos
mis tiempos.
Recuerdo
aquella noche, hicimos girar el cielo y luego quedé suspendido en el vientre de
la tierra, esperando que la semilla de la vida me llamara para anclarme en las
entrañas de mi madre. Allí fue sembrado mi destino. El resto de la historia es
regar los campos con un aire de fuerza y serenidad. Que el viento vele por mí y
corra en la superficie mientras encuentro la manera más amorosa de ser, hasta
que el rayo parta el cuerpo y pueda navegar en el alma, de vuelta a las
estrellas.
Camilo
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