jueves, 8 de diciembre de 2016

Alerta: una generación harta de sí misma

Son los primeros días de un diciembre que todavía no se parece a sí mismo. Las locuras de esta época del año aún no se apropian de las calles. O eso parece. Me reviso y como cada vez que se avecinan las fiestas, me doy cuenta que ni la navidad ni el fin de año conquistan mi corazón ni me conmueven.

Hace mucho tiempo que soy rebelde a este orden y sus convencionalismos. Sé que se apoya en antiguas amarguras. Sé que hoy prefiero aliarme a mis tristezas, amigarme con ellas antes que brindar por la noche buena. No estaré más cerca de mis afectos porque se acerque el día de navidad, ni mis dolores cederán su espacio porque brinde por el amanecer de un nuevo año.

Descubro que este año, no impera la rebeldía. La rebeldía precisa fuerza para manifestarse y es justamente lo que no siento en este momento. Estoy exhausto. Estoy agotado de mi mismo.

Conocí a Jeff Foster hace sólo unas horas a través de un texto, del cual comparto este extracto:

“Puede que tengas que comenzar a sentir tu culpa ahora en lugar de actuar sobre o huir de ella. Puede que tengas que comprometerte a sentirte inestable, vulnerable, asustado, incómodo, incluso indigno.”

Justo después de conmoverme con este texto, se reafirma una sensación de hartazgo. Son días donde me comunico con algunos amigos y compañeros de camino. Y en la ruta, hay una sensación demoledora: estamos hartos de nosotros mismos. Sé que este malestar gobierna nuestra generación. Sé que nos está golpeando.

Me acuerdo de una de estas compinches de viaje y le pregunto cómo se encuentra —sé que no la viene pasando bien—y a los pocos minutos de estar leyendo sus mensajes y escuchando sus audios, le suelto una respuesta: “uno no se harta de ser sino de parecer”. Me quedo prendido de esta frase como si no fuera quien la escribió. Con asombro releo lo que expresé.

Sospecho que una de las grandes trampas en la que constantemente caemos la mayoría es al intento de amoldarnos a un sistema envejecido y moribundo. Y para dar continuidad a nuestro rodaje en él, como adultos todavía jóvenes, muchos de nosotros anestesiamos nuestra sensibilidad y así se completa el circuito. Las drogas, el alcohol, el tabaco, el sexo, la velocidad, el vértigo y otros ruidos se sostienen en el miedo y son funcionales a este descalabro. Así mismo, son el talón de Aquiles de esta manera de organizarnos socialmente. Es decir, tanta vida hecha desenfreno, tanta “accidentalidad”, rompe los ojos.

Es tan sugestivamente fiera y violenta la cara del sistema que amedrenta el solo hecho de pensar en darle la espalda. Sin embargo, quienes venalmente desconfiamos de las virtudes y beneficios de participar del mismo, sabemos que el costo que pagamos es también altísimo: la exclusión. Pero desde los márgenes nacen los actos más revolucionarios.

Nadie en su sano juicio se parece a esta forma de vida que campea entre el desenfreno y el frenesí. No somos eso ni nos parecemos a eso. Y las entrañas protestan. A nivel personal, reconozco estar atravesando un duelo o varios… Nunca me interesó demasiado ingresar al margen de lo formal, me sentí atraído por experiencias periféricas al orden de lo normal. Y paradójicamente, esas experiencias me acercaron al corazón, al núcleo de otro orden más verdadero. El único real: el amor.

El sistema, o para llamarlo de otro modo, la forma en la que vivimos, se aloja en nuestra cabeza y para alimentarlo, basta solamente con disociarse de las emociones, alcanza con desensibilizarse. Si querés tener razón, estás en el horno. Una persona puede pasar su vida entera debatiendo con sus ideas sobre el mundo: cómo es —según su punto de vista— y cómo debería ser —en su opinión—.  No hay testimonio de una persona feliz en la faz de la Tierra por tener razón.

Una persona puede empezar a sentir lo eternamente postergado y aterrarse, y está bien… Porque la cloaca emocional será intensísima. Alguien puede pasarse años para depurar sus sensaciones y comprender la naturaleza de sus emociones al punto de lograr discriminar los divagues, toxicidades, de lo que es un sentimiento puro y conciliador. Y finalmente, alguien también puede descubrirse tanto, como para que su sentir le indique la dirección de su vida y animarse a atravesar los dolores que lo esperan. Porque vida y dolor son inseparables. Pero una cosa es el desafío de los dolores que conforman el sentido de mi vida y para los cuales en el propio transcurrir encontraré la fuerza y la motivación, y otra cosa es rebotar entre dolores lejanos a lo que mi alma está convocada a andar. Allí hay debilitamiento y desazón.

El mayor grado de violencia al que estamos sometidos los seres humanos es a parecer lo que no somos. Por suerte, algunos incluso se han cansado de fingir. Hay una generación agotada y asfixiada por entregarse a la desesperanza. Hay muchas generaciones a las cuales veo a los ojos y no las encuentro.  Hay muchas personas que de verdad están derrotadas. Pero hay muchas otras que la propia convivencia con la frustración, las está haciendo despertar.


Esa generación lleva la información de otra manera de vivir en su interior y no lo sabe todavía. Vos llevás la semilla de otra forma de vivir y aún no sos consciente. Lo sagrado no está perdido, está olvidado y la única forma de reconocerlo, es mirando a los ojos a la misma soledad que habita en otros como vos. Cuando la fuerza de la revolución sea más fuerte que el pudor y la vergüenza de mostrarte frágil, ese comienzo no tendrá vuelta atrás. Hablando del dolor, vamos a recuperar la memoria del amor, y en ese momento habremos recuperado nuestro retorno al círculo de la vida.


viernes, 21 de octubre de 2016

Mirar la vida

Llevo días reflexionando sobre los temas que son de dominio público. Llevo días incluso escuchando mis propias opiniones. Desde adentro me oigo hablar. Sé mi punto de vista. Sé que no tengo interés en debatir y discutir. Sé del gran desperdicio de energía que significa y lo poco que crezco defendiendo mi razón. Sólo me deja pequeño y separado de los demás. 

Confieso que a esta altura de mi vida hay un nivel muy básico que es piso de todo el resto: tomarme el trabajo de mirar a la cara los aspectos que me conforman como ser humano. Asumirlos, violencia incluida. 

Si desayuno violencia es porque estoy durmiéndome noche a noche con toneladas de dolor en el alma y no estoy dando una buena respuesta y sana gestión a esto, o por lo menos no a la medida de mis necesidades. Eso se traduce en almacenes de rencor y resentimiento. Y merezco una realidad rodeada de ternura y respeto, es ese mi rezo.

Igualmente abordar este asunto desde ahí, solamente proponiéndome observar mis partes desmembradas, que piden castigo y reparten culpabilidad, me parece insuficiente. Pero me preocupa otra cosa y aún así, rezo para que encontremos y habitemos nuestro lugar de paz. 

A niveles mucho más sutiles, el tratamiento que se le da públicamente a esto hace que día a día se dañe y deteriore significativamente nuestra capacidad de confiar en el encuentro y hasta de entregarnos a un otro. Y este es el mensaje de fondo. Lo digo con seriedad y dolor. 

Yo noto esta realidad cotidianamente y en muchas de mis relaciones. Incluso familiarmente, donde de pronto me descubro en una brecha entre mujeres y hombres imposible de zanjar y con una incapacidad demoledora para atravesar este umbral que nos diferencia por naturaleza en pos de avanzar a una comprensión que nos iguale. Por momentos esta paranoia en la que surfeamos, queda incrustada en esta polaridad como en tantas otras.

Estoy seguro que la visibilidad colabora a hablar del dolor y esto es un avance, mas antes de explotar las redes y atiborrarnos de pareceres, quisiera con toda mi fuerza que fuéramos más maduros a la hora de elaborar nuestras conclusiones, tomando en cuenta qué es lo que estamos dejando afuera y qué lugarcito doliente de mi está siendo marginado. Y en todo caso, dónde me siento imposibilitado de amar.

Vivimos una sociedad estresada, pues los ritmos y sus velocidades son pautas exteriores, ajenas a nuestra naturaleza. Vivimos una sociedad neurotizada, somos individuos ejerciendo un consumo irresponsable de recursos y servicios en detrimento de conectar con nuestras necesidades reales, mucho más simples, siempre a mano.

Ojo con las trampas, porque no acceder, no poder e incluso reprimir estos impulsos, no es ponerse a salvo. No me siento indiferente a nada y escucho el murmullo silencioso de quienes quieren y no pueden. Somos manada y como tal, aún dentro de ámbitos distorsionados social y culturalmente, el núcleo duro de lo humano ejerce una fuerza de atracción sobre cada uno. Esa fuerza hace que desemboquemos en las mismas experiencias y que nos esperemos paulatinamente para dar respuesta a los cambios y transformaciones. 

Y por supuesto, vivimos una sociedad en estado de shock, que ha perdido vínculo con su interior y resguardo de su privacidad. Esto produce una alteración descomunal de los límites, una sensación de desprotección gigante y la resonancia deambulando de que contamos con la posibilidad de entrometernos en la vida de los demás, sus situaciones domésticas y lo que es más grave, el derecho a opinar sobre esa realidad. 

En lo personal, soy muy cuidadoso de mi intimidad e incluso tremendamente selectivo en mis relaciones, reconozco que mis puntos de vista no son los normales y ante esto, decido ser precavido. 
A mí me importa pedir ayuda, a mi me importa arribar a vínculos que me sepan sostener cuando estoy débil. A mí me importa construir confianza (no perfección) y establecer una red de contención para cuando haga falta. A mí me importa tener relaciones genuinas donde simplemente poder ser como soy, sin medias tintas. A mí me importa decir las cosas y hacer acuerdos para saber cuándo sí y cuándo no. 

También ante la debilidad y la vulnerabilidad de un hermano, ver venir mis fortalezas y mi capacidad de ser buen soporte. Y si en un orden continúo con mi militancia, de seguro es para que otras personas se puedan arriesgar y regalar esta misma experiencia. 

Mi trabajo, y eso llevará mi vida, será para recuperar la intimidad en cada uno y en relación, eso es volver a lo sagrado, no es tan espiritual ni tan extravagante. Es básico. Y cualquier experiencia de creatividad distinta a lo usual, responde a esos parámetros, no a la perpetuidad de los estados públicos, sus subidas y bajadas. 

Me importan los encuentros, el círculo y la horizontalidad. No somos iguales y qué bien poder integrar esa comprensión. Porque se puede, porque es posible y porque locura, diría Einstein, es hacer lo mismo esperando resultados diferentes y acá, nos vivimos mordiendo la cola. 



domingo, 16 de octubre de 2016

Encontrarse

Al momento de comenzar un camino espiritual o una terapia, lo que sea como una disciplina que dé gimnasia para el alma, es porque la inquietud está lo suficientemente activa como para hacer el movimiento y lanzarse. Y el camino espiritual es lo que le haga bien a cada uno. Hay quienes venimos entrenados para ser puente entre esta realidad material y el mundo del espíritu, y todos sin excepción, venimos a traer aquella belleza a este lado de la vida. 

A veces es necesario asumir tareas que tengan que ver con ser enlazador. Sí. Pero por esta brecha es donde se cuela la ilusión de que alguien es especial o más importante. En todo caso, la escucha, la visión o la posibilidad de entrar y salir, de ir y venir a la naturaleza sutil del mundo, a los otros planos, tiene que ver con cuán ejercitada está un alma y cuántas veces ha desarrollado esa labor en otras encarnaciones. Existen este tipo de apoyos espirituales para empezar a quitar la confusión del corazón de todos. El destino que estamos construyendo es un reino mucho más amoroso aquí, en la Tierra. El dolor es inevitable, recorrer sus capas permite arribar a comprensiones cada vez más hondas hasta dar con la conciencia que se encargó de todo...

Yo he ido y venido inmensamente confundido, he pedido ayuda estando inmerso en un sinfín de conflictos y apremios. La salvedad queda hecha: las personas que trabajamos de alguna forma en la espiritualidad, hemos padecido grandes confusiones. Lo que se desprende (y lo escribo con mucha humildad) es que el alma ha trillado lo suficiente una y otra vez con la naturaleza del mundo como para reconocer la salida de los entuertos y abrir una compuerta que logre iluminar y de ahí estabilizar cierto grado de pureza. 

Diría Alejandro Corchs... "El intelecto es un océano de 10 centímetros de profundidad". Cuando una emoción perfora el lecho de ese océano, ya no hay marcha atrás y a la vez, todo está por comenzar. Una vez más, el principio le pertenece a la inquietud y esta, necesariamente es lo bastante caótica como para hacernos cuestionar nuestra frágil sensación de seguridad y echar por tierra lo que conocemos. Hasta ahí, el intelecto no es más que el escudo protector de nuestro caudal emocional. Más adelante sirve para organizar y nombrar ciertas vivencias.

Cuando comencé un camino espiritual recuerdo que el sentir reinante era insatisfacción. Me sentía incompleto. Los primeros tiempos de espiritualidad fueron de fascinación, ansiedad y entrega. Confiaba en donde estaba, tenía guías delante y me gustaba lo que veía en ellos, y encima caminaba acompañado. Atravesé temporales, revelaciones, fui testigo de milagros y tomé conciencia de la red de aconteceres que se dan para que algo suceda y llegue a destino. No puedo decir que no sé o que no conozco...

Con el paso de los años una honesta tristeza se instaló y con ella surgía una y otra vez la misma pregunta desde las relaciones: cómo si hacés eso para estar mejor estás cada vez peor? Me quería morir... Cómo mi familia y amigos confiarían su corazón a un camino si lo necesitaran alguna vez o más aún... Cómo confiarían en mi si el peso de mis decisiones parecía hundirme. Muy lento, aprendí a hacer silencio, a cuidarme y a que a veces, la contención que precisamos no está en la familia.

La primera inquietud que mueve hacia un disciplina, es como la brisa pequeña y fresca que anuncia la tormenta. No se deja ver el dolor, pero su cápsula está llena de fisuras que a esa altura harán inevitable el contacto con la herida, sus consecuencias y repeticiones.

No son dos días, ni diez meses, ni un par de años. Asociarse con el dolor y la muerte es un ejercicio de comprensión permanente. 

Portal tras portal el transitar demanda una nueva buena muerte, otras renuncias y desapegos. Todo lo que se vacía hace que un centro de fuerza se vuelva cada vez más perceptible y lo que al principio fue un movimiento a ciegas, después se vuelve claro y preciso.

Todo lo que no está vinculado estrechamente a mi alma, cederá su espacio para que mi lugar (aquello que en mi destino se encuentre) suceda y se manifieste. 

Hay momentos de trampa donde se cuestiona qué tan fuerte está el corazón luego de tantos avatares. Los desafíos son sencillos de identificar porque al fondo, sólo buscan volver el tiempo atrás o precipitar lo que sabés que más adelante está para vos. Si saca la atención del presente porque propone prisa o ralentiza, es trampa. Uno sabe para lo que está preparado y puede sostener y para lo que no. Yo lo he sabido aún en la tentación.

El sabor que dejan estos desafíos es que no se es principiante... No hay dónde moverme sino en la humildad y la confianza de quedarme suspendido en el corazón. De las sensaciones que más plenitud me da es sentir que floto en él. A esa altura cada cual tiene una noción más y más profunda de lo que ha venido a hacer, de lo que se trae guardado y ahí no importa a qué te dediques porque el lenguaje es el mismo. Llegar a ese lugar donde despierto con sueños en las manos, es muy conmovedor. Parece que toda la aventura ha traído inmensas penas. Sí. Ha valido la enorme alegría de encontrarnos. Por supuesto. Y de reunirnos en todo lo que queda por hacer, gracias a Dios... 


lunes, 3 de octubre de 2016

La intimidad de un sueño

Muchas veces imaginé una realidad parecida al presente. Es la mañana, el mate está listo y espero por una amiga. Sé que en media hora, vamos a desbocarnos, especialmente yo... Me fascina el universo femenino, esa trama emocional donde son fuertes y todo está entrelazado, tiene sentido y un por qué. Fue así el ambiente de mi niñez y me siento agradecido de saber paladear y reconocer esos mundos sutiles del sentir. Es un comodín a la hora en que el temple es necesario y la paciencia una necesidad. Como hombre, es una ventaja.

En un rato, mi hija jugará a mi lado. Madura, aún niña. Ya es ella. Con las limitaciones que implica un Yo, y por suerte, también con la capacidad de apropiarse de lo que siente. Conoce sus "no" y sus "sí". Me toca acompañar y estar atento para cuidar su inocencia. No mucho más. 

Mientras tomo los primeros mates, voy pensando que soñé un momento así durante años. Ya no estoy solo, ya no se trata de mí sino de nosotros. Me siento conectado a la intimidad de otras personas con las que vamos tejiendo una familiaridad. Hay un regulador que sigue subiendo y a la vez una frecuencia que empieza a estabilizarse. 

En esos primeros movimientos matutinos, el teléfono sufre un accidente tras un descuido de mi parte y queda inutilizado. Entre enojado y desencantado, me voy dando cuenta que algo se despeja para estar cerca de no sé qué. Despido a esta hermana y amiga de muchas horas, de llantos a mares, de amares.... El ambiente con Julieta toma otro matiz, ella juega y yo me descubro respirando, ensanchando el corazón. Me observo y atiendo a la intimidad de un sueño.

Me tomo en serio y liviano a la vez, la tarea de mirar más adentro. Me doy cuenta que el terreno de mi vida está lo suficientemente preparado y activo como para dejar de caminar en soledad. Que hay amistades que me preguntarán cómo estoy hoy o tal vez gane de mano y pregunte cómo se encuentran ellos. Son relaciones como las que soñé y recé. No son un montón, son mi red de contención. Los que avisan si me bandeo. 

No hablo desde un lugar consolidado. Me siento andando en el corazón y es suficiente. Puedo tomar la confianza y mirarla, y hasta de pronto abrazarla. Puedo ver mis dolores sin repetirme huyendo y si no puedo quedarme, puedo decirlo sin disfrazarlo: "esta vez sí", o "ahora no". Me sale con facilidad perderme en el amor: el de hijo, el de padre, el de amigo, el de pareja, en los roles que la vida vaya definiendo... Ya lo sé, me conozco. Disfruto de esos amores, me gusta estar para ellos y que ellos estén para mi.

Hace poco tiempo atrás, compuse un estribillo que dice:

"me tira una canción que abre trincheras, 
ya conocés las fronteras que cubren el dolor, 
ya conocés las fronteras..."

Es el propósito de mi vida: una canción que abra trincheras y que nos devuelva el sueño. El amor y la responsabilidad por la palabra que aclara, hace nítidas las cosas, brinda caminos y creatividad.  

Puedo adivinar que las canciones me seguirán jalando y yo rindiéndome a la voluntad de lo que traigan. Me elegí cantando, escribiendo, jugando música, sensible a la vida, dispuesto a conmoverme. Dispuesto incluso a estar a solas y mano a mano con el dolor o, como me dijera alguien por ahí... ¡Siguiendo la curva de una sonrisa!

Cuando se ama aquello que se es, se empieza a notar y el universo responde. Cuando reedito el compromiso con mi alma y la sagrada unidad con mi corazón, surge el querer por lo que soy. La luz sube, los sueños se levantan y la vida empieza a ofrecerte bonitas cartas. 




jueves, 22 de septiembre de 2016

Una necesidad

Esta nota es para los que han quedado fuera del juego y para los que estando adentro, les resulta cada vez más difícil servir a sueños ajenos. Puede no ser exclusivamente para ustedes, pero a priori siento que el movimiento les pertenece. Se los ofrezco porque esa parte mía es la que está comunicándose. Les habla mi porción agotada, mi costado desolado. 

Este artículo también es para los que tienen un sueño latente, y no por desmedro o por descalificar al mundo tal cual es, sino porque de verdad sientan la fuerza en el corazón de construir algo más parecido a lo que llevan en su ser aunque no tengan ni idea qué es. Por las simpleza de hacer espacios de encuentro, de dones, de talentos, de servicio. Finalmente por hacer la experiencia, tan solo por eso. También mi parte soñadora y vital les habla.

Desde hace cuatro años, sostengo este blog preguntándome quién está del otro lado, ¿quién sos? ¿Qué vidas llevan ustedes? ¿Qué les ocurre al leer un trabajo de este espacio? ¿Algo de lo que les compartí ha sido útil de alguna manera? ¿Qué agregarían, de qué les gustaría hablar? En un punto tengo la sensación de que mi forma de comunicar ha sido totalmente ineficaz. Creo que se debe a la falta de feedback.

Las semillas que llevo dentro, me indican cabalmente que mi tarea esencialmente en este mundo es y será la comunicación, pero con un reverso... Parece que a la vez es también una dificultad y un desafío.

Yo no estoy de acuerdo con que las personas no leen, no escuchen, no vean. Creo que lo que ha pasado es que al tener la información disponible en cualquier soporte y momento, hemos recuperado cierta dignidad y elegimos. Elegimos todo el tiempo. De hecho yo soy un gran buscador, obsesivo a veces... Y las cosas que me interesan, tienen miles y también millones de vistas y reproducciones.

Lo primero que tengo ganas de hacer, muchos deseos de llevarlo a cabo... Es una plataforma on line, una radio de acuerdo a lo que estamos acostumbrados como formato. Quisiera que esa radio tuviera un espacio físico concreto y un soporte técnico permanente para ofrecer calidad junto al servicio. Quisiera que también se contara con un lugar amplio para brindar conferencias y transmitirlas en vivo, así como recitales, conciertos y demás alternativas sensitivas.

Quisiera también una sala de videoconferencia para abordar distintas temáticas y ampliar espectros que de pronto no fuera posible hacerlo de otro modo y que la responsabilidad de lo que se vaya haciendo girara.

Quisiera hacer una revista digital con muchos colaboradores, testimonios, anécdotas, videos, enlaces a otras páginas y propuestas y la oportunidad que diariamente haya varios streamings disponibles. Quisiera que las personas que se encuentran atravesando situaciones difíciles, pudieran sentirse acompañadas de un momento a otro por alguien responsable o porque hay un charla en vivo donde se les de la posibilidad de participar incluso. 

Quisiera que ese espacio físico de radio o difusión cultural, tuviera su réplica en otros países y ciudades de acuerdo a las necesidades de la comunidad. 

Por último, quisiera también fundar una editorial para que la autoridad vuelva a estar del lado de la creatividad y no de las leyes del consumo.

Sobre todo, quiero saber que mi sueño no duerme solamente en mi. Que hay otros corazones y almas a las que esto nos vibra y venimos a despertar este sueño. A levantarlo!

Confiando en el proceso del blog, voy a dejarles el correo electrónico: el elretornoalamor@gmail.com para que si alguien resuena con esto, escriba. Alimenten la propuesta, profundicemos en lo que cada uno esté necesitando y veamos hacia dónde nos mueve esta historia. Incluso si no conduciera a ningún lado, siempre será un paso más hacia adentro, que es todo lo que importa. Me pueden escribir si piensan que estoy totalmente loco. También!

Finalmente les dejo el enlace a una página aún en desarrollo donde pretendo concentrar mi trabajo y propuestas.

https://camiloperezblog.wordpress

Agradezco mucho esta oportunidad! Quiero saber qué se siente viviendo de una manera más amorosa.


El Camino Espiritual

"Salí a caminar y el camino me abrigó los pies..."
La Vela Puerca

Hace siete años tomaba una de las decisiones más importantes de mi vida: elegí un camino espiritual. Lo que no sabía es que esa búsqueda desesperada por reunirme con lo sagrado en mí, con mi lugar en el círculo de la creación y la vida, me dejaría desplumado.

He comprendido por qué las personas en su gran mayoría no quieren ni mirar hacia sus dolores... Porque después de cierto tiempo, no hay regreso. Y eso significa abrir una compuerta enterrada en los niveles más profundos de su universo inconsciente. Esa información debidamente archivada bajo cuatro llaves, es la que toma las decisiones por nosotros y bajo su atmósfera hace que nos preguntemos por qué nos pasa lo que nos pasa.
Podría decir que un camino espiritual se basa en cuatro etapas: la primera es un gran acto de fe movido por alguna fuerza difícil de explicar, un decir: "allí voy a encontrar algo". Es un movimiento del alma, no hay ejercicio de razonamiento posible.

Lo segundo es amoldarme a una creencia, sus pautas y maneras de conectar a lo sagrado. Allí empiezo con mi confrontación: en lo que creo es una cosa y lo que ese camino trae en su legado a veces se parece a las formas de mi corazón y otras no tanto. Acá es cuando muchos cambian de rumbo o sienten que ese camino ya no es tan para ellos. Quedarse en ese sendero o no, no es lo importante. El enfoque necesario sería: sigo probando qué camino se parece más a la memoria de mi alma. El cuidado en esta etapa es no correr de un camino a otro cuando las cosas dejan de resultarme cómodas o agradables.

El tercer período es el de la experiencia concreta. Si ese camino lleva a que la persona toque, roce o conecte con lo espiritual, aunque sea con intermitencias, entonces ya no habrá paso atrás. Porque el que tuvo la experiencia con el mundo del otro lado, no cree, ¡sabe!

Y en última instancia, una etapa tan difícil como las anteriores, es saber que sé o reconocerme: la responsabilidad.

Cuando la Memoria Espiritual se abre ante la mirada de alguien, entonces ese alguien deberá hacerse cargo de que en la forma en que el mensaje llegó, se parece en mucho a lo que su corazón guarda y tiene para dar. El desafío de este nivel es ir puliendo la realidad, soltando lo conveniente y cómodo para ir tomando la fuerza y necesidad de lo que el corazón demanda hacer.

En esta última etapa, incluso deja de ser importante qué camino es el propio, porque hay un darse cuenta que la sabiduría son corrientes de agua que fluyen de la misma fuente y que lo que le toque hacer a cada uno no es para ofrecerlo exclusivamente a los de la comunidad propia sino a la humanidad toda. Porque, y es indispensable saberlo, cada paso que diste fue porque estuviste conectado y asociado siempre a las formas del dolor y del amor. Y esa memoria la componemos todos, la alimentamos todos. Somos todos.

El motivo o estímulo por el que decidí comenzar a hacer un camino espiritual es muy simple: hervía en mí una inquietud sin apelativos e indisoluble. Intenté acallarla, sí. Intenté ignorarla también. Intenté ofrecerle a esa sensación otros planes sustitutos como compromiso político, social, etcétera... ¡por supuesto!

Pero nada me colmaba. Necesitaba recordar vivamente que fraccionar la realidad sólo altera una verdad subyacente a todas nuestras estrategias. Que tomar como buena una parte del todo y en sintonía con eso, como mala otra parte de la historia sólo asegura tener que vivir el extremo o costado opuesto para reconocerlo y saber de qué dolores viene levantándose, o aún más, de qué dolores no se puede levantar todavía. Este mito de los enemigos, sus distintas fantasías y recortes, sólo ocultan la verdad esencial: la unidad de la experiencia (los dolores que atravesamos) y nuestro destino común (disolvernos finalmente en el amor).



Camilo Pérez

viernes, 29 de abril de 2016

La consciencia del milagro

Pasé el verano con gente a la que quise y amé. Elegí ese espacio, aún con las dificultades que todos tenemos para entregarnos al vínculo y compartirnos. Entre un calor agobiante y aguas que aplacaban el sopor, me daba cuenta que otras sensaciones se estaban moviendo en mi.

Nunca vi una tormenta que nivele su despliegue ni al sol controlando su potencia. Y como hijo del Cielo que soy, por momento me pongo intenso, cristalino, también puedo reconocerme muy oscuro y desmedido. Un cóctel explosivo que me ha llevado a perder cuidado sobre mi.

Lento pero con certeza, me dispuse a librar varias batallas durante la temporada estival pero algunos sueños no terminaban de ajustarse a un lugar amoroso y sobre todo, a un lugar despierto. Así que para finales de febrero y principios de marzo, aquella energía de calor e ímpetu y tan celestial, vi cómo se retiraba y yo con ella... Empecé a abandonar ciertos sitios. A "deselegirlos".

Una determinación comencé a escuchar desde algún lugar recóndito, apenas audible, casi imperceptible: me elijo en la Tierra. Cuando di ese paso, todo cambió. Desmonté varias de mis estrategias personales, algunas emboscadas del ego y otras artimañas propias de las cuales no era consciente. A la luz de ello, aborté y abandoné unos cuantos esfuerzos. Y lo más importante, en mi Cielo comencé a sentirme Tierra.

Una hermana, me señaló la consciencia del milagro como una luz que todo lo sostiene desde allá... Al fondo de los caminos. Y me pregunté cómo se podría hacer para flotar en eso con el corazón y pisar firme en esta realidad... Ya no sé quién de los dos trajo la respuesta: correrse de lugar. Porque el milagro es inclinarse hacia el "no" con respecto a lo que nos gusta pero nos cae mal y a tomar los "si" que la consciencia nos señala. Aunque implique esto renunciar a ciertos estados adrenalínicos entre otros síntomas por espacios de equilibrio donde el ego se acerca al alma.

Cuando lo puse a prueba a ver qué tal me iba, muchas ilusiones se cayeron, varios miedos se desmantelaron y una realidad más armoniosa se abrió paso.

Está muy bien tener planes y es muy sano prestar atención a quién está al frente de la estrategia: si somos nosotros, algo está distorsionado. Si es la vida que nos lleva, se siente muy distinto. Por lo menos liviano. 

Para cada plan no hay más energía que la necesaria y disponible ni más tiempo que el adecuado. Si algo desgasta mi vitalidad o me demanda un ritmo impropio al pulso que me habita, entonces de nuevo me estoy desencontrando.

Correrme de lugar es para mi ir con la vida, ni antes ni después que ella. Trabajando en una de las notas pasadas, esbocé una oración que quedó recortada y a mitad de camino con respecto al relato que estaba construyendo, y siento que ahora sí tiene lugar en esta melodía: le declaro mi amor a la vida.

Para el ego, adaptarse a correrse de lugar es casi un suicidio y el ego, justamente el ego no está dispuesto a tales actos...

Aclaración: una persona no se quita la vida cuando se da cuenta que empieza a fluir y a emanar de sí misma exactamente aquello para lo que vino al mundo. Eso es reconocerse. Eso es despertar.

Correrse de lugar es para mi que la obra sea la protagonista, no quien la ejecuta. La vida es el centro y somos vida si conectamos con lo que nos rodea desde el ombligo: desde la seguridad del cable a tierra y la confianza en la inspiración del espíritu. Y digo el ombligo porque es nuestro centro corpóreo, el equilibrio de las polaridades y el eje del péndulo.

Sé que lo que vine a aportar a este mundo es devolver la mirada al cielo, sea que se ponga la visión en las alturas —después hay que poner la mirada horizontal, sino resultará muy doloroso— o se la lleve al interior del corazón, donde es mucho más prudente tomar relación con la divinidad. Como sea, estamos hechos de tierra y somos también un puñado de aliento del río celestial.

Está claro que falta mucho, pero es evidente que un plan mayor está en marcha por dos motivos: nuestras intenciones de control están desbordadas y se nos fueron de las manos, y tanta angustia y frustración sólo pueden traer otras melodías. No hay que intervenir en nada sino en nosotros mismos. Si no me trae paz, no lo elijo. 

La consciencia del milagro me enseña un movimiento y este, siempre se sostiene en un buen orden compasivo y en amor hacia mi. Ya ni discuto con respecto a quién debe ser la prioridad en la existencia: uno mismo. Para los preocupados porque esto sea una mirada egocéntrica, tengan en cuenta que los efectos colaterales siempre serán amorosos y respetuosos con los demás. Ahí está la solución: la responsabilidad individual por establecer gratitud en el corazón. Eso es consciencia. Eso es milagro. Ahí el Cielo es canto y la Tierra es fértil.




Camilo Pérez



sábado, 26 de marzo de 2016

¡Cuidado con la luz!

Aprendí a caminar solo, con confianza y seguridad. Sé andar la calle, sé relacionarme con los personajes marginales de la ciudad. Y de pronto soy uno de ellos... A un costado, apenas después de lo que está bien y lo que está mal, los milagros, las complicidades cargadas de inocencia y el lugar para la aventura, son reales. Los milagros de la vida —los chicos y los grandes— ocurren cuando se les da espacio para que aparezcan. Y si mi ambición fuera cierta, es todo lo que intento hacer de mi vida: ser conmovido.

Hay un sensor que jamás incidí para que exista en mi naturaleza, algunos le llaman sexto sentido y de otros modos. Para mi es estar en contacto con el aspecto sutil de la vida, con la belleza. Algo divino nos sostiene: a todos, a cada momento y a cada instante. Y sé cuál es la contraseña para entrar en esa dimensión: hay que mirar la realidad sin tomarla en serio. Hay que involucrarse en las formas que la realidad propone sin creer que eso que pasa es lo que está ocurriendo. Eso que tantas escuelas esotéricas y corrientes de culto espiritual han llamado desde hace milenios “la ilusión de la materia”. Soltar la imagen de lo que duele y pedir la alternativa, orar por ver distinto.

Alguien muy solemne puede sentir o pensar que esto es un acto de irresponsabilidad e incluso una inmadurez. Yo digo que si me encargo de alimentar el mismo síntoma —el estado neurótico—, engordo la patología y se engrosa la enfermedad, se hace crónico, ¡se hace época! Para mi esta es la clave entre la naturaleza de la normalidad y el origen del milagro.

Sé conducirme bajo los parámetros de la sociedad. Me ajusto, puedo hacerlo. Y también sé que puedo entrar y salir entre las dimensiones que la vida propone. Le llamo a esto: la realidad y lo real.

Estoy cada vez más curado de sentirme especial o diferente. Estoy cada vez más decidido a utilizar ese espectro de tanta levedad que es indispensable para que la normalidad se rompa y dé paso a un orden de maravillas, intensidad y compasión. ¡Y me apasiona!

La mayoría de las personas viven como si la realidad fuera un error. De pronto revivirían parte de sus ausencias, arreglarían algunas de sus memorias o viajarían hacia el pasado a corregir lo que fue. Otras personas se pierden en las anécdotas de cómo es, fraguando su energía en la fantasía de cambiar el mundo, a los demás, su carácter, hábitos y comportamientos. Y muchísimos más —casi todos— se rifan el presente por un futuro que promete ser siempre más triunfal de lo que el instante es. Y lo único acumulativo así es mucha frustración, más miedo y un goteo cada vez más insoportable de dolor. Ahí no hay gloria.

Padecí y padezco varias de esas dificultades, y me provocan mucha angustia. Tal vez por eso escoja el milagro. Y capaz que elegir el milagro es lo que me ha decidido a renunciar a cambiar algo, incluso a mí mismo. Esa renuncia es el fundamento de todo lo demás. Es la piedra angular del resto del hogar.

Me gusta cuando siento que se viene un instante mágico, y me arriesgo y me atrevo a vivirlo. Se nota en el aire cuando se va armando la atmósfera. Para mí  la clave es esta: ¿y si las cosas que pienso no fueran como las pienso, y si fueran de otro modo a cómo mi interpretación las decodifica? Tal vez me estimule más el proceso transformador que lo cristalizado…

Aprendí  a caminar solitariamente y puede que eche de menos esto en algún otro momento… De lo que es imposible librarme es de un espacio íntimo que he fomentado. Estoy aprendiendo la muy fina sensación de lo que sí y lo que no. Estoy aprendiendo a sentir levedad en la fortaleza y fuerza en la fragilidad. Paladeo con cierta fascinación el poder del miedo y me aterroriza —eso sí— la magnitud del amor cuando se acerca.

No puedo ni describir el pánico que viene ante la posibilidad de que el amor lo queme y lo incendie todo. Lo digo incluso a modo de advertencia y como al jugar a las escondidas, "por todos los compas": ¡cuidado con la luz!

Sé que se puede volver de la oscuridad: hice un surco por donde regresar, que abre los laberintos donde pulula la muerte, los aspectos condenatorios que cada uno y todos rechazamos y desechamos… Conozco el camino que va de la noche oscura del alma hasta el umbral y el pórtico por donde el sol vuelve a entrar. Sé de la primera herida, esa indispensable para unir alma y corazón, conciencia y pulso; en ese orden. Pues bien, de todos esos viajes se vuelve. Pero de la luz no. Y este —de pronto— es el punto.

Aún hoy participo y colaboro en algunos círculos de sanación y me doy cuenta de las variaciones de las personas. Se hacen grandes esfuerzos por pertenecer, por tener lugar y aceptación en la tribu. Incluso de esas ganas muy válidas  y no reconocidas, por cierto, de decirse a sí  mismo “ya está, llegué”. Cuando una persona o alma todavía está perezosa o somnolienta, se nota en la mirada. Es muy obvio y evidente. Y por esa hendija que carece de voluntad, orden y disciplina, ingresa la próxima aventura de dolor…  Al mismo tiempo, existe un pequeño y diminuto brillo que corresponde a sus búsquedas inconclusas, a sus pasiones en movimiento. Esa tensión pequeña entre un bienestar que no conforma y una resistencia y deseo de ir por más. Me incluyo en todo esto, conozco la micro expresión de mis ojos centelleando, bailando entre lo divino y lo durmiente. ¡Es un juego maravilloso!

La luz es otra cosa… La luz no es comodidad. La luz no es mañana. La luz quema cuando es de verdad. La luz desnuda e incendia, a tal punto que a veces pareciera que se está en contacto con lo más siniestro de sí mismo y del mundo. A tal punto que la misma luz pareciera nefasta. Y así es, cuando la luz está avisando que se enciende, ¡viene por todo! Se activa un registro casi insoportable e indomable de memoria real en el cuerpo a la que llamo memoria doliente, antigua, de la que quedó en el final más oscuro del pozo más olvidado. Y allá, en lo inabarcable, de fondo, está la memoria divina. Ese recuerdo de una fuente primordial, una nube inmensa, blancuzca y transparente que todo lo sostiene y lo contiene, hasta lo más fiero e inverosímil.

El resguardo de que no hay vuelta atrás es recordar la insatisfacción que deviene de buscar afuera y no ser complacidos. El seguro ante lo que viene es saber a modo teórico —como mínimo— que lo que la vida tendió y tejió en cada uno, se encargará de armonizarlo con el camino mismo. Vamos a poder sólo con aquello que fue nuestro. De ese material está hecho lo que es.

Alguien alguna vez me dijo en tono suspicaz y por las características de mi movimiento, por —tal vez— no quedarme quieto más que en mi corazón: “Ay, Cami… Al final te vas de todos lados, cuándo te vas a entregar·” Reconozco que el comentario me incomodó, entre mi sentir y su sensación habían disonancias en las que investigué por cuenta propia.

Me voy rindiendo ante mi propio resplandor, ante su memoria y sabiduría, ante lo que pulsa y adónde me lleva. No hay fuera de mi nada ni nadie a quién sumirme más importante que al soplo del espíritu. Reconociéndome, reconozco. Honrándome, honro. En humildad, puedo ver. En serenidad, me empodero. Moviéndome, respeto otras elecciones. Aquietándome, me engrandecen otras pasiones. Descubriendo mis dones, celebro los hallazgos de los demás que como yo, se están reconociendo.

El signo de mi vida es la luz. Inevitablemente. Una luz impiadosa con mi holgazanería, implacable con mis atajos. Que fue cielo, se consolidó como lo alado y luminoso, y es cable a tierra. Mi luz, y así lo vivo, está hecha de gestos mínimos, pasos silenciosos, necesidad de aire y mucho fuego. Mi luz se ha vuelto de aguas agitadas e intensas, de emociones calurosas como remolinos. Y así me tomo. Me lleva.

Quizás un día me descubra menos marginal y me dé cuenta de que el portal era yo mismo. Tal vez y sin tal vez, esté pronto a asumir que el milagro soy yo. Quizás esté cerca de ser Camilo no sólo para mí, sino para el mundo.


Camilo Pérez

jueves, 25 de febrero de 2016

Costumbre


"La libertad asusta cuando se ha perdido la costumbre de utilizarla". Robert Schuman

Cuando algo no da para más, se nota. Se nos nota. Y lo que está por romperse, no se parte en porciones iguales: para alguien hay algo que se le escapa y para otro, hay algo de lo que se libera, un lastre que está soltando.

Ejercito una pregunta hacia mi mismo mes a mes a modo de rutina y esa disciplina a hecho posible la continuidad de este espacio. Este hilo constructivo me lleva hacia casa y da provecho a la comunidad toda. Así trabajo.

Durante varios días contuve una sensación que pronto pude identificar y nombrar: habían ciertas circunstancias que me molestaban y me di cuenta que estaba acostumbrado a convivir con ellas. Sobre eso indagué: la costumbre.

La situación terminó de ordenarse cuando pude calificar a la otra sensación que merodeaba en mi: la necesidad de rebelarme. Si hay costumbre, también hay rebelión.

La costumbre son hábitos que respaldan una imagen individual y/o colectiva. Tienen el valor de lo que una sociedad acuerda como aceptado para la continuidad de un carácter o idiosincrasia, y de esa forma, para su propia funcionalidad dentro del sistema todo. Ocurre lo mismo con los espacios individuales, personales.

Cuando hay un valor en mi vida que comienza a agrandarse hasta tomar todo el frente y panorama de mi horizonte, sospecho. Me refiero a mi horizonte emocional y también mental. No puedo seguir adelante. Son muchos años, caminos, vivencias e intensidades. Necesito atenderlo. Preciso resolverlo aún antes de que me paralice. ¿Qué ha sido de mi en relación con eso?

La dificultad de la costumbre es que el valor que tiene —cualquier sea— es abstracto, funciona en lo invisible y condiciona sutilmente. Es una frecuencia que cuesta captar porque se cristalizó en la visión.

Querido lector: en unos días este blog comienza a celebrar cuatro años y siento que es tempo de síntesis; he crecido y madurado junto a este espacio y reconozco algunas cosas.

Me reconozco como navegador: le perdí el miedo a las emociones y sus aguas, sean fuertes o moderadas. Sé nombrar las corrientes subterráneas, sus cruces, encuentros y desencuentros, y cómo alteran el producto final en la superficie.

Me reconozco como agente de transformación: ya no voy a la tormenta, seducido por ella. Soy la tormenta. ¡Y qué alivio darme cuenta! Me costó muchos años aceptar y tomar mi naturaleza.

La mayoría de las personas ante un temporal intentan ponerse a salvo y guarecerse, no es mi caso. A mi siempre me resultó fascinante y deslumbrante ese paisaje de destellos y sonidos que alumbran la oscuridad. Ahora sé la calma que habita en el centro de la tempestad porque llegué a ese silencio.

Me reconozco solitario: hace algunos años un astrólogo me dijo que mi camino era muy individual. Lo entendí parcialmente. Ahora sé que es muy difícil mantenerse al lado de alguien que se encuentra en permanente metamorfosis o que su energía y vivacidad parece un torbellino. Quienes descubran la calma y serenidad que hay en el centro de un tornado, sabrán que pueden quedarse. Ver el festival desde ahí, es un placer. También sabrán que acercarse los transforma.

El contenido de mi alma se hizo visible para mi a raíz de muchas experiencias de soledad y como somos una sola alma, se me hace comprensible la historia y el dolor humano.

La costumbre ahoga al corazón, lo inunda y hasta lo pudre, según... Un corazón latiendo al servicio de un alma antigua, con su calor hace hervir las aguas que lo desbordan hasta desobstruirlo. En esos calores, mezcla de vapor e incertidumbre, se está cocinando la humanidad.

La humanidad puede ser historia reciente y joven, sin embargo, guarda en su registro profundo, los archivos de civilizaciones mucho más antiguas que le dieron luz a su existir. La humanidad, tiene en su ceno almas aún muy verdes, toscas quizás... Pero cuenta en su naturaleza, con almas de incalculable sabiduría. No sé de qué depende o a qué responde. Es así.

Siento un tiempo de esperanza y regocijo venir. Y se me hace lágrima en la mirada y sonrisa tenue en la boca. Agradezco desde lo hondo la costumbre de este tiempo de hablar de amor que han tendido tantos maestros que hoy se han vuelto hermanos. Agradezco poder hablar del dolor con amor. Y agradezco ser parte de ese horizonte. 

Sé que el amor que hoy está hablando es marea inagotable y se está poniendo de pie. Merecemos que se instale la cultura del amor en nuestros corazones, y que se haga tradición. Esto que está sucediendo, a veces late con vigor y a veces parece ocultarse pero su latido ya se desencadenó. Ese es el primer triunfo y la certeza de que estamos habitando el cielo.



Camilo Pérez

lunes, 18 de enero de 2016

Desesforzarme

Estamos aprendiendo a vivir de otra manera. Eso ya está pasando. La vida manifestándose no es novedad, es vida. Lo que este tiempo parece regalarnos es la oportunidad de la conciencia. Y la conciencia es la atención entre lo que pasa y lo que nos pasa. Entre lo que sucede en el entorno y lo que eso mueve en nosotros, entre lo que se mueve en nosotros y lo que eso genera en el entorno.

Le llamo a esta exploración: tiempo real. Es un ritmo marcado por la intensidad de la experiencia, no por el compás de las agujas y sus rutinas. Es ese tiempo donde lo que sucede en nuestra realidad externa e interna, se relacionan, se vinculan. Es la posibilidad de asociarnos con la vida.

Algunos le llaman a este punto de vista “espiritualidad” y tal vez tengan razón, porque es volver a observar las cosas que pasan —y nosotros en ellas— con espíritu, con ánima. Sin embargo, a mí me parece una mirada muy humana. Es una forma muy concreta, simple y fascinante de experimentar esta naturaleza: la nuestra. Una perspectiva que claramente conecta con el sentido de ser, nos devuelve a la vida, nos quita de la inercia y de lo híbrido. Nos descongela.

Hay un aspecto en que podemos quedar entrampados y es considerar que aquello que sentimos, aquello con lo que ligamos —la relación entre la emoción y el mundo exterior— debe llevarnos a algún sitio en particular si lo miramos, si lo sentimos, si lo atendemos, y no funciona de esta manera. Sucederá, sí. Nos moveremos de lugar, sí. Pero no es manipulable este fluir.

El espíritu no se ve y lo sostiene todo, todo lo articula, todo lo hilvana. Una emoción —cualquiera sea— no se ve excepto por su exteriorización y eso que emana siempre tiene su correspondencia en algún lugar del afuera. Ver una obra de arte y emocionarse es una acción de conciencia: lo que estaba en el universo interno del observador y el mundo que se expone, entran en contacto, se unen. Concilian.

Es muy obvio que esta manera de vivirnos recién empieza porque ninguna persona que atienda a su dimensión real sería capaz de elegirse dañando a otros, incluido a sí mismo. Nadie que conecte con su mundo emocional de manera honesta, heriría a otra persona sin medirse antes, por lo menos por anticiparse a los costos personales que eso acarrea luego.

Cualquier comienzo de algo nos pone en un punto de partida y yo diría que este ciclo, tiene como sendero iniciático la ignorancia. No estamos acostumbrados a transitar por las emociones y a poco de empezar a sentirlas, ya queremos que acaben porque su intensidad nos desborda y abruma.

La ignorancia de la que hablo no es despectiva, no descarta nada ni es un prejuicio a lo que ya conocemos. Es el reconocimiento de que venimos como humanidad de un período largo y ancho gobernado por los estados mentales. Un tiempo extenso de ideas y teorías, un realismo mágico y fantasioso donde, como lo niños, cada ser humano tiene pánico de asumir la propia existencia y se ha inventado mundos personales, demasiado privados, a veces paradisíacos, a veces infernales, pero siempre solitarios. Y en esos búnkers herméticos, hemos sido héroes o villanos, capaces de las mayores hazañas y de las mejores tragedias.

Estoy convencido de que podemos hablar del presente sin remitirnos a la historia que nos trajo hasta él. Entiendo que todos como humanos, como un solo ser, estamos precisando salir de las jaulas intelectuales e ir a descubrir quiénes somos detrás de tantas biblias y verdades enfrentadas.

Si indago en mi propia historia, puedo ver que pertenezco a esos círculos de intelectuales y sabiondos, y como nieto e hijo de esa cultura, también fui arrogante y altanero, soberbio… Intenté encontrarme con el mundo en un libro sin arriesgarme a salir, probé describir la vida sentenciándola en un papel. Nada de eso funcionó.

Hoy me merezco y me regalo el no saber. ¡Y qué liberador se siente! Puse tanto empeño en demostrar cuánto sabía de todo por temor a tocar mi vulnerabilidad, a que alguien me pudiera lastimar otra vez o a amarme de verdad... Nadie se mantiene mucho tiempo al lado de alguien que no necesita de lo demás porque está remarcando permanentemente que todo lo sabe. ¡Qué alivio al corazón y al alma soltar ese lastre! 

La agonía humana o la deshumanización tiene que ver con eso: todos nos aferramos a nuestra historia de dolor y desde ahí ya sabemos, incluso, atraer aquello que otra vez nos confirme el dolor, la herida y entonces justificar el encarcelamiento. El presente propio e íntimo, echa por tierra esta estratagema si sólo me dedico a sentir lo que hay para sentir. Sin más.

No tengo respuestas detrás de los cuentos que me cuento. Mi cabeza intenta dibujar estrategias, descontrolada por perder el control y el dominio de la situación. Tampoco me quedan preguntas. Sí estoy aprendiendo a convivir con la incertidumbre de saberme vacío. Vacío de saberes, de conocimientos que definan el momento actual y el próximo, y el que le seguirá. Es este lugar un espacio de derrumbe de todas las conveniencias y convenciones que conozco por llamarme Camilo y tener una memoria de treinta y dos años. Es un espacio de catástrofe para la personalidad y un florecimiento de algo que no sé nombrar.

A poco de darme esta oportunidad, más de una vez suspiré  frescura y alivio. Me llené de liviandad por la ocasión de entregarme al orden que la vida va creando delante de mí.

La vida, la conciencia no nos precisa demasiado para hacer su obra, con estar en ella alcanza. El problema aparece en el cómo estamos en ella. Permanecer y contemplar hoy son actos revolucionarios en un mundo donde todo esfuerzo está colocado en sostener los lugares mentales desde los que todos nos olvidamos de nosotros mismos y empezamos a defendernos del resto. Si no me recuerdo, menos puedo tener presente y tomar consideración de que al lado mío hay alguien más.

Yo me merezco no saber y me regalo el estar vivo ignorando cómo y para qué. Me abro al asombro de lo que es y como condimento especial, añado que estoy enamorado de lo que puede ser.

Ahí empieza el “desesfuerzo”. Ahí la cáscara empieza a resquebrajarse, la dureza y la rigidez se fisuran y comienza la tranquilidad. La vida está ordenada y si permanecés contemplativo, te dicta clarito lo que tenés que hacer y cómo. Es sólo quedarse quieto y se escucha su rumor. La dirección se hace evidente y cada movimiento tiene la fuerza de la rebelión. Nuestro corazón late sin pensar, la naturaleza pulsa sin técnica alguna y nosotros estamos descubriéndonos parte de ese milagro. Para reconocer el sentido de la vida, hace falta sentir. Nada más.

¡Felicidades y buena aventura!