Pasé el verano con gente a la que quise y amé. Elegí ese espacio, aún con las dificultades que todos tenemos para entregarnos al vínculo y compartirnos. Entre un calor agobiante y aguas que aplacaban el sopor, me daba cuenta que otras sensaciones se estaban moviendo en mi.
Nunca vi una tormenta que nivele su despliegue ni al sol controlando su potencia. Y como hijo del Cielo que soy, por momento me pongo intenso, cristalino, también puedo reconocerme muy oscuro y desmedido. Un cóctel explosivo que me ha llevado a perder cuidado sobre mi.
Lento pero con certeza, me dispuse a librar varias batallas durante la temporada estival pero algunos sueños no terminaban de ajustarse a un lugar amoroso y sobre todo, a un lugar despierto. Así que para finales de febrero y principios de marzo, aquella energía de calor e ímpetu y tan celestial, vi cómo se retiraba y yo con ella... Empecé a abandonar ciertos sitios. A "deselegirlos".
Una determinación comencé a escuchar desde algún lugar recóndito, apenas audible, casi imperceptible: me elijo en la Tierra. Cuando di ese paso, todo cambió. Desmonté varias de mis estrategias personales, algunas emboscadas del ego y otras artimañas propias de las cuales no era consciente. A la luz de ello, aborté y abandoné unos cuantos esfuerzos. Y lo más importante, en mi Cielo comencé a sentirme Tierra.
Una hermana, me señaló la consciencia del milagro como una luz que todo lo sostiene desde allá... Al fondo de los caminos. Y me pregunté cómo se podría hacer para flotar en eso con el corazón y pisar firme en esta realidad... Ya no sé quién de los dos trajo la respuesta: correrse de lugar. Porque el milagro es inclinarse hacia el "no" con respecto a lo que nos gusta pero nos cae mal y a tomar los "si" que la consciencia nos señala. Aunque implique esto renunciar a ciertos estados adrenalínicos entre otros síntomas por espacios de equilibrio donde el ego se acerca al alma.
Cuando lo puse a prueba a ver qué tal me iba, muchas ilusiones se cayeron, varios miedos se desmantelaron y una realidad más armoniosa se abrió paso.
Está muy bien tener planes y es muy sano prestar atención a quién está al frente de la estrategia: si somos nosotros, algo está distorsionado. Si es la vida que nos lleva, se siente muy distinto. Por lo menos liviano.
Para cada plan no hay más energía que la necesaria y disponible ni más tiempo que el adecuado. Si algo desgasta mi vitalidad o me demanda un ritmo impropio al pulso que me habita, entonces de nuevo me estoy desencontrando.
Correrme de lugar es para mi ir con la vida, ni antes ni después que ella. Trabajando en una de las notas pasadas, esbocé una oración que quedó recortada y a mitad de camino con respecto al relato que estaba construyendo, y siento que ahora sí tiene lugar en esta melodía: le declaro mi amor a la vida.
Para el ego, adaptarse a correrse de lugar es casi un suicidio y el ego, justamente el ego no está dispuesto a tales actos...
Aclaración: una persona no se quita la vida cuando se da cuenta que empieza a fluir y a emanar de sí misma exactamente aquello para lo que vino al mundo. Eso es reconocerse. Eso es despertar.
Correrse de lugar es para mi que la obra sea la protagonista, no quien la ejecuta. La vida es el centro y somos vida si conectamos con lo que nos rodea desde el ombligo: desde la seguridad del cable a tierra y la confianza en la inspiración del espíritu. Y digo el ombligo porque es nuestro centro corpóreo, el equilibrio de las polaridades y el eje del péndulo.
Sé que lo que vine a aportar a este mundo es devolver la mirada al cielo, sea que se ponga la visión en las alturas —después hay que poner la mirada horizontal, sino resultará muy doloroso— o se la lleve al interior del corazón, donde es mucho más prudente tomar relación con la divinidad. Como sea, estamos hechos de tierra y somos también un puñado de aliento del río celestial.
Está claro que falta mucho, pero es evidente que un plan mayor está en marcha por dos motivos: nuestras intenciones de control están desbordadas y se nos fueron de las manos, y tanta angustia y frustración sólo pueden traer otras melodías. No hay que intervenir en nada sino en nosotros mismos. Si no me trae paz, no lo elijo.
La consciencia del milagro me enseña un movimiento y este, siempre se sostiene en un buen orden compasivo y en amor hacia mi. Ya ni discuto con respecto a quién debe ser la prioridad en la existencia: uno mismo. Para los preocupados porque esto sea una mirada egocéntrica, tengan en cuenta que los efectos colaterales siempre serán amorosos y respetuosos con los demás. Ahí está la solución: la responsabilidad individual por establecer gratitud en el corazón. Eso es consciencia. Eso es milagro. Ahí el Cielo es canto y la Tierra es fértil.
Camilo Pérez
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