sábado, 29 de septiembre de 2012

Música para despertar

Me alejé de la ciudad hace dos años, cuando lo hice, aquella decisión fue incomprensible para los más cercanos. Me acerqué al lugar donde recuperé mi memoria ancestral. Adivinaba alguna antigua encarnación como nativo en estas mismas tierras aunque esta vez no fuera indígena y solo personificara un hombre de ciudad alejándose. Uno tras otro los pasos me acercaban a tiempos antiguos, rituales lejanos que resultaban conocidos y un camino de amor que me sonaba familiar. Para una persona de ciudad este puede ser un paraje incómodo y disfuncional a sus hábitos y rutinas. En algún caso su estadía de fin de semana o un paisaje más en su destino al este extremo de la costa. Para mí fue el sitio donde esperaban la canción, la prosa y la poesía. Es el lugar más confortable que conozco; tendido bajo el árbol, el sol del mediodía suspendido en las alturas y una pequeña creciendo a mi lado y en libertad. Es el lugar más excitante que encuentro cuando descanso en la entrada de casa y descubro la lluvia y el viento provenientes del sur. 

Ya me empapé de cultura y de humo a la salida de un bar, hoy prefiero mojar mi rostro con los rayos del sol y cambiar madera por calor. Prefiero la casa solariega, el agua cayendo sobre las chapas del porche y nadie alrededor. Prefiero el sudor en la frente y el rostro tostado, un amanecer con neblina y la mañana derritiendo lo que la noche dejó.

Mi cabeza me trae al ahora. El talón pegado al suelo y el resto del pie subiendo y bajando, tocando un ritmo, cualquiera que nos acerque. Hay cierta música entre las hojas de un árbol. El árbol de las mañanas, el árbol de los anhelos que tantas veces inundamos de cedro, palo dulce y copal. El árbol que me cuida, la vida que respiro en estos años que me han moldeado el carácter y me han templado el espíritu y la libertad.  El cielo ennegrecido avisa que lloverá. La melodía es apabullante, un pájaro rompe mis pensamientos más ensombrecidos y detrás otro pájaro y detrás otro más. Aletean, vuelan y cantan: gigantes. Más atrás los rayos penetran la tierra, más acá los perros aúllan con severidad. Ingreso con velocidad a nuestra habitación, tomo la guitarra y la desenfundo con mayor celeridad, no quiero perder esta ocasión de hacer sonar un la en tono menor mientras los mejores truenos tocan la tierra y ejecutan su tambor. Amo la tormenta, siento que la naturaleza abre su revolución. En el centro de lo que soy se levanta un regocijo cuando el agua avanza y me lava. Debajo de la tierra los brotes empiezan a nacer, no los veo pero ellos están. La atmósfera se empapa y termina por darme escalofríos y alisto un leño más. El fuego que crece y crepita, el relámpago que ilumina el instante y la guitarra buscando el acorde mejor. Tomás asiento a mi lado y te animás a cantar sobre el brazo de la guitarra, saltando los trastes, esquivando mis dedos y las cuerdas inmensas. Los duendes sacan su cabecita de atrás de los árboles, las hadas bajan de los techos y las salamandras espían la escena desde las lenguas del fuego. La voz caliente, las cuerdas hirviendo y la melodía pasando entre nosotros. 

El encantador de versos también tiene su rutina y sufre sus atascos. Debe conversar con su alma, encontrar un tiempo para soñar, reunirse con el espíritu y levantarse agotado luego de una noche agitada y ponerse a escribir. Más o menos en eso constan sus horarios. Entre intervalos e interrupciones atender a las letras que lo apuran a escribir. Más o menos en eso constan sus hazañas. No caer en olvidos, recordar lo vivido y sacar de la caja de sueños un papel apretado y ponerlo a bailar. Matizar los deseos prohibidos, reunir los opuestos y buscar las palabras que no escribió jamás. Actualizar el ingenio y hacer girar el prisma para dar con el color que no pintó la última vez. 

Hacer notas, juntar compases, amenizar el espacio, armonizar estados de ánimo y abrir el cuaderno. Afinar el instrumento mientras pasan alborotadas las sílabas de la lengua al renglón. Aprontar la sangre, apurar el buen vino, sorber ese trago y afilar la tinta. Sentir que estás vivo con cada bocanada de respiración. Correr la cortina, bajar la persiana, beber de las aguas, beber de la boca que te trata de "amor".


Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!

jueves, 27 de septiembre de 2012

Libra, el jardín de los espejos y la sala de la primavera

Es una sala repleta de espejos donde es imposible no encontrarse, todos los caminos son uno y por cada uno hemos pasado todos. Están escritas todas las emociones, están impresos todos los signos y todos los colores. Todos los matices tienen un fulgor personal, un destello particular y poseen una verdad. Junté todos los "no quiero ser" por los que pasé y eso me construyó en quien soy. Soy los pasos andando y la responsabilidad obrando. Sentimientos profundos y pensamientos más claros han madurado aquí dentro. Todavía no conozco la totalidad de los espejos. Algunos seducen, otros gritan, otros guardan silencio y en estos últimos confío más. A algunos los aborrezco, otros me hartaron y hay otros muy bellos  pero llenos de infidelidad. Hay espejos rotos también. Hay espejos lujosos pero cargados de infelicidad. Hay espejos muy solos y hay otros que son multitudinarios y también me saben a soledad. Hay perfiles más bruscos y hay perfiles que buscan un abrazo. Hay perfiles que se esconden y otros piden amor a voz en cuello. Hay espejos vanidosos, hay espejos soberbios y hay espejos amables. Es una sala repleta de espejos. Muchos de sus perfiles son míos y otros son ajenos, partecitas de otras identidades que generosamente se han quedado a habitar en mi. Hay espejos que regalan abrazos y esos espejos son reconfortantes... Hay espejos que muestran futuros pero están en construcción. Hay una sala repleta de posibilidades... Hay una sala llena de identidad donde es posible al mismo tiempo la tristeza y ser feliz. En una mano llevo el dolor y en la otra el amparo, sé que necesito de uno cuando el otro se manifiesta. Es una sala que exige equilibrio y precisa de la tormenta y del sol. Hay espejos enormes del otro lado de un incendio feroz. Respiro profundo, lleno mi vientre de aire y tu mano me llena de calor. Una mano pequeñita toma la mía y me alienta a crecer. Hay espejos muy firmes y hay otros que son un despojo de lo que nos vistió. Hay un espejo vestido y un espejo desnudo, uno me llena de frío y otro de candidez. 

De pronto todos toman movimiento, aquellos que describí y aquellos que ni siquiera había notado. Comienzan a distribuirse en otros lugares, se disponen a mudarse de sitio pero no de habitación. Noto que hay espejos buscando otros espejos, noto que hay espejos buscándose un reflejo que les resulte familiar. Noto que la soledad encuentra intimidad, noto que la competencia encuentra compartir, noto que la mentira no encuentra un espejo que la haga verdad. 

Los espejos se reúnen y algunos comienzan a saltar dentro de mí, esos espejos me comienzan a integrar. Hay una sala que está llena de puertas y ventanas, sus paredes son de espuma y calor. Abro las puertas y entran perfiles, espejos, perfumes y flores,  mujeres con hombres y niños riendo. Hermanos y hermanas y manos y abrazos. Siguen llegando y siguen entrando, los sueños y los cazadores, los miedos y sus celadores y las llaves para que los miedos no estén solos nunca más. Saltan las dudas por las ventanas y cada uno elige una para que nadie vuelva a dudar. Entra el Gran Misterio y entra la confianza para que todos nos animemos a entrar. Entra la inocencia y entra la sorpresa para que nuestros ojos se vuelvan a maravillar. Ingresan los bostezos y también los magos y el entusiasmo volvió a florecer.

Cada uno incluye un yo lleno de otros, construye un nosotros. Cada yo extravió su desamparo en medio de semejante encuentro lleno de espejos, puertas, ventanas, fiestas y fantasías y cuando la humanidad se sintió unida y en compañía, el resto de la familia planetario desbordó la sala. Cada uno incluye un yo lleno de otros y de pronto todos olvidamos nuestra importancia personal. De pronto no se supo bien si nosotros habíamos ido hacia ellas o ellas se acercaron a nosotros, a esa altura de la magia ya todo era posible, pero la noche se presentó y las estrellas estaban entre nosotros. En algún momento comenzamos a perder la forma y la gravedad y éramos aire levitando en el espacio, éramos conciencia, éramos amor y éramos luz y para ese entonces se habían acabado las palabras y éramos solo melodía.





Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!

martes, 25 de septiembre de 2012

Creer, conocer, saber

¿Que si creo en Dios? No. La respuesta es un no rotundo. Jamás creí en Dios. Por formación familiar y escolar ni siquiera me emparenté con la idea de Dios, crecí desligado de su concepto y de su fe. Pero fue suficiente contacto para mi sentir desde la más tierna infancia y en el centro del plexo -donde se sienten las verdades- la irrebatible certeza de que hay algo más. Fue suficiente. Jamás me lo cuestioné ni tuve que andar pidiendo permiso, era una relación expansiva desde todo el Universo hasta el centro de mi ser y de allí de vuelta al cosmos. Anhelaba el mundo de las estrellas, siempre mis ojos posaban su atención en el firmamento. Eso no lo podía evitar. Añoraba hondamente aquella espesura, era familiar para mi aquel vientre universal. No tenía forma, mucho menos nombre y aunque estirara el brazo, mis manos y mis dedos largos y flacos, se me escapa de las posibilidades aquella vida celestial, aquella bóveda infinita. Aquella cúpula inacabable era la fuerza que todo lo unía y me sentía íntimamente ligado a ella. Mi sistema de creencias nunca incluyó a Dios en sus laberintos. 

El conocimiento me acompañó siempre. Aquí el ambiente del hogar marcó mis pasos de una forma exquisita. Daba gusto escuchar charlas interminables, argumentos notables y fundamentos de categoría. La intelectualidad se respiraba entre mis padres y abuelo. Conocí la mágica sensación de estar acalorado producto de batallas filosóficas y tenidas intelectuales en las que yo también participaba de joven. Conviví con la necesidad de leer absolutamente todo lo que pasara delante de mí. En ese aspecto me salteé tantas veces el disfrute de leer por el cometido egocéntrico de deglutir teoría... Así supe lo que era el conocimiento: un cúmulo de abstracciones, cuanto más rebuscadas, mejor. En los ambientes donde me moví hasta hace siete u ocho años, dar citas de autores celebres con espontaneidad o descubrir raíces ideológicas en una secuencia de ideas expresadas, era digno de elogio o rasgo de ser una persona competente para alguna cuota de poder imaginaria y hecha de arena. 

Común esas etapas se fueron terminando mi ritmo de vida se corrió hacia los resortes más sensibles de mi ser. Comencé a escuchar "llamados" que venían de cualquier parte, torciendo mis pasos. Las coincidencias eran separadas por meses y tal vez por años, eran muy espaciadas pero dejaban claros en mi conciencia. Dibujaban un camino que pronto debí asumir que estaba marcado para mí. Cuando me descubrí inquieto por el esoterismo y posteriormente por la espiritualidad, trataba de absorber el conocimiento de la misma forma que lo hacía con lo demás. Yo sé que hay verdades en la existencia, leyes universales que se aplican aquí como al resto de la galaxia y una historia capaz de unir a los Masones, los misterios de las pirámides, los Ovnis, la ciudad perdida de la Atlántida, la reencarnación, los intraterrenos, los espíritus y tantos mitos y fantasías que son ciertos. Una vez que conocemos tantas cosas, que la curiosidad despierta, nos adentramos en el recorrido de descubrir quiénes somos. Este es un camino a reconocer lo que ya sabemos.

Los sistemas de creencias tienen algunas características que vale la pena mencionar. Las creencias que componen a un hombre se modifican permanentemente. Las creencias que nos habitan mutan todo el tiempo. Esto sucede porque están a merced de las experiencias que nos atraviesan en el contacto con el mundo que nos rodea. Si yo creo en vos y me defraudás es altamente probable que deje de creer en vos en buena medida. Si los juicios que tengo sobre la vida, si la valoración que tengo sobre esta, están fundados solamente por creencias, estamos a merced de lo que nos ocurra y lo que les ocurra a quienes nos importan. Esta manera de vivir está ligada a una profunda ignorancia, pues damos ingreso a conceptos erróneos como una injusticia universal o un Dios cínico y burlón disfrutando de los avatares que padecemos o impotente para responder a nuestros infortunios. La vida es buena o mala en función de lo que nos pasa. Es decir, se modifican los juicios de valor a partir del roce con el afuera y estos juicios van alterando y permeando nuestras creencias. Por tanto las creencias son lo bastante frágiles como para no durar demasiado tiempo sin modificarse y una vida sujeta únicamente a estas nos sume en la ignorancia. 

El conocimiento es diferente. Suele ser un sistema mucho más rígido, más determinado y determinante. Es algo así como la capa o las capas más duras de nuestra personalidad. Es el amparo a partir del cual entro en contacto con el mundo exterior. Conozco zonas riesgosas, conozco un montón de ideas que me son afines y me prestan el argumento para sostenerme y fundamentar mi lugar en el mundo y también me confundo creyendo que soy esas ideas y de pronto me convierto a las filas de tal o cual "ismo" o "ista". Conocemos un montón de cosas. Detrás de esas ilusiones quien se está manifestando es el ego. No somos un montón de ideas elaboradas por algún gran pensador en tiempos remotos. En cuanto a cómo se comporta el conocimiento en el interior, vale decir que es el disco duro del organismo, es la matriz, el límite egóico que separa y une el afuera con el ser. El conocimiento tiene sus límites. Es la dimensión siguiente del sistema de creencias, un paso más cercano al ser, a la sabiduría. El conocimiento engorda, no expande. Cuando comenzamos a pasar la dimensión del conocimiento y entramos en contacto con el ser, se libera mucho de lo acumulado en el disco duro. Es natural perder un poco la memoria o más bien "hacer espacio", porque ahora la línea a través de la cual vamos a aprender será distinta. La nutrición primero viene de afuera, los conocimientos que absorbemos vienen de la observación, luego vienen del ser, son parte de la sabiduría que traemos desde otros planos y que busca lugar dentro nuestro para manifestarse. Cambiamos los objetos de observación exteriores por plasmar nuestra subjetividad y brindar nuestra sabiduría en el afuera. Estamos ahora nutriendo el exterior. Ese cambio de piel precisa que soltemos los antiguos fundamentos que nos sostuvieron.

El saber es distinto también. Es la transformación definitiva. La sabiduría es la resonancia, es la cuerda ejecutando un sonido afuera y vibrando adentro. Esa comunicación, esa correspondencia musical existe cuando el encuentro toca la fibra íntima, toca el aspecto del ser más profundo y ese resorte despierta la memoria. Reconocemos aquello que está ingresando por cualquier sentido como un aspecto esencial que nos pertenece. Es el camino que conduce a cualquiera de nosotros a eso que llamamos misión o propósito. Es el llamado que precisamos para darle dirección a nuestro camino. Lenta pero inexorablemente, el "Yo sé", es indicador del despertar de la conciencia, comienza a afinar los pasos yendo de lo general a lo particular. Ingresar en ese canal, personalizar esa senda es sinónimo de meterse en el terreno del karma, allí donde está la experiencia que permite cumplir con los pactos y los acuerdos y en ellos hay un montón de dolores y alegrías por vivir. Traspasar uno a uno esos laberintos que el alma propone es fundirse con lo que el espíritu dispone. Por eso se dice que estamos en un proceso de ascensión, en las puertas de otra dimensión y recordando una nueva humanidad[1], porque este es un camino para reconocer lo que ya sabemos.

Todo se está resignificando, bien podríamos poner manos a la obra y escribir un nuevo diccionario que establezca definiciones más vivas y amorosas, calibradas con la validez de nuestras propias experiencias, tan distintas a como lo vieron y lo vivieron nuestros antepasados.

Creo que en mi y creo en vos, creo el mundo en el que vivo. Apenas guardo un montón de definiciones que facilitan mi acercamiento al mundo. No es preciso conocer mucho más. Luego solo necesito aire y espacio para colaborar y hacer mi parte. Cada palabra, cada acentuación... Cada inspiración es una partecita de mí que no existía y ahora expande y modifica al universo. Traer lo que sabemos, esa es nuestra sabiduría.



Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!

domingo, 23 de septiembre de 2012

Días de oscuridad

Hay algo divino que sucede cuando la naturaleza se impone. Hay algo divino que pasa cuando los cuatro vientos imprimen una pausa obligada a nuestra voluntad obstinada de seguir adelante. El cielo sopla las aguas, las aguas mueven su vientre y la tierra tiembla con rigor y deja de sostener las raíces que ya no pueden más. El viento nace de todos lados y desparrama y arremeta y azota. Hace siete años un temporal similar sacudió al Uruguay, siete años después un ciclón nos vuelve a transformar. El viento corrió por todos lados y desató su furia descomunal. 

No importa que tan sumergidos estuviéramos en nuestras situaciones cotidianas, tan siquiera importó si era ciudad o una casa suburbana, el viento se ufanó de cualquier refugio, voló la parcimonia y los pensamientos dejaron de andar dispersos para centrarse en lo mismo: un tifón. En Uruguay las cosas suelen sucederse con retraso, los epicentros sobre los que se descargan las profecías son ciudades atestadas de gentes, acostumbradas al colapso y a ritmos de emergencia. Sin embargo algunas características se reunieron para que nosotros decidamos pensar y sentir en común, parar las rotativas y hasta desmantelar las pocas comodidades que nos sostienen: así nos dejó el vendaval. Evacuar la casa, salirse de la oficina a tiempo, conseguir el permiso para cortar cualquier jornada laboral aunque haya sido a “prepo”, estar pendientes de la actualización informativa y trasladar esa información en el imaginario al espacio-tiempo que estaban viviendo los que más queremos. Así se vivió. Así lo supongo. El dos mil doce también atendió a Uruguay.

El viento recorrió con vigor el cono sur. Nos recordó lo insignificantes que somos. Insistió en juntarnos y apoyarnos y solo nos quedó lo esencial. A modo personal puedo compartir que pasaron apenas once horas del miércoles diecinueve de septiembre y se tornaba evidente que se estaba registrando una gran limpieza. Volaban los aspectos más frágiles en que nos sostenemos, los ruidos eran fuertes afuera y la luz adentro de casa rápidamente se fue. Fue demasiado pronto para conseguir establecer otras prioridades que no fueran cuidar de nosotros, socorrer a una amiga y su hija apenas unos años mayor que Julieta y colaborar para que se cobijaran en casa. Natalia, Luna, Tití y su bebé en la panza, terminaron rodeando la estufa leña además de Noelia, Julieta y yo. El fuego estuvo servido durante horas mientras los adultos y los niños gozábamos de hacernos compañía.  

El temporal aplacó su fuerza y la oscuridad tiñó cada pared. La profecía más importante de todas: tres días de oscuridad inundando la Tierra sobre el final de la cuenta larga, parecía haberse adelantado al veintiuno de diciembre próximo. Esa noche el cansancio nos acostó. Recuerdo haber tenido sueños muy vívidos durante buena parte de la madrugada. Uno de ellos me impactó especialmente. La escena era caprichosamente entretenida, la radio estaba prendida y se escuchaba el comentario final de un partido de fútbol. Los conceptos que solo sirven para alargar la pena o la alegría, según sea una derrota inoportuna -las pérdidas nunca son bienvenidas- o una victoria  henchida, salían hilvanados coherentemente por un renombrado periodista deportivo. De repente sus comentarios dejaron de hablar de fútbol y sus palabras saltaron con extrema rapidez de un tema a otro hasta dirigirse a la situación del mundo y aseverar que los tres días de oscuridad comenzarían el diecinueve de abril de dos mil trece. Poco después logré salir del sueño y encontré a Noelia durmiendo a mi lado. Solo le conté la fecha pronosticada para la profecía que más me desvela y le pedí que la recordara porque no estaba seguro de poder hacerlo.

La mañana siguiente me fue difícil poder pensar en otra cosa. El sueño había sido muy claro, pero todo el marco a través del cual se gestó el mensaje era por demás inverosímil. De todas maneras pocas cosas en el correr de los siguientes días estuvieron sujetas a un orden establecido. Los parámetros se sostuvieron con los ciclos de la naturaleza. Los días se hicieron importantes, las horas diurnas fundamentales y los reclamos pidiendo que se estableciera la energía eléctrica una constante. En el centro de esos ánimos hubo que hacer frente al primer cumpleaños de Julieta. Las características inusuales de ese día exigieron revisar cuán seguros estaban los vínculos con los amigos que dejaron de ser vecinos y la respuesta fue maravillosa y el esfuerzo fue mancomunado y el disfrute fue total. 

A la mañana siguiente la pequeña nos despertó temprano pero la jornada se empecinaba en postergar el uso de la electricidad. Desmoralizados pero decididos pusimos el cansancio y algunas fuerzas que restaban por agotarse al servicio del orden el día después del festejo. A media tarde y con las energías fundidas, nos rindió el agotamiento y los tres nos tomamos una siesta. Me desperté con naturalidad y la mirada entre-dormida se encontró con quienes se encargan de asegurar el funcionamiento del servicio eléctrico. El Remanso de Neptunia empezó a retomar su normalidad en la presente jornada, se hizo la luz mientras la tarde se corría hacia la noche y pudimos completar con enorme felicidad un fin de semana sobradamente particular. Fue como vivir un montón de días traídos a lo más íntimo y terrenal que nos converge. No hubo electricidad, no hubo comodidades que dispararan la proyección más allá de lo inmediato y no hubo posibilidad de distracción más que el fuego y las velas. La profecía se auto-cumplió y trajo un mensaje desde las profundidades. Fueron días de oscuridad que nos aterrizaron en el amanecer de una nueva primavera. 


Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!

sábado, 15 de septiembre de 2012

La línea de la vida y el sendero de la transformación

Creo que todos somos parte del Espíritu de Dios
y el Espíritu de Dios habita dentro de todo lo que vive.

Para comprender el concepto del Camino del Nativo Americano
es preciso volver a definir la palabra Medicina.
Medicina es cualquier cosa que mejora tu conexión
con el Espíritu de Dios,
con el Gran Misterio de la vida y con toda la vida.

Lin Ekstam

Otra vez hay una tormenta despertando entre nosotros. De nuevo el cielo despliega su gris y sofoca su azul. No importa cuánto nos traslademos, es un reguero de lluvia y electricidad, es un regadero implacable y purificador.

En el calendario ya no quedan fechas comunes, en blanco. Todos los cuadrantes del almanaque son puntos inflexivos, cruciales, de vital importancia. Según qué ciencia sea la que los investigue, la que se adentre en ellos, los puntos de vista revisten distintos matices. Pero todas las opiniones, hasta las de los más necios, apuntan igual. Aunque quienes ostenten cualquier cuota de poder en las burbujas acabadas de este sistema, se afirmen en el sometimiento, en el miedo, en el rencor y en tantos otros venenos, de esta manera lo único que están consiguiendo es la seguridad de acelerar los cambios.

Los hombres que están en el poder esparcen su resistencia, dinamitan las posibilidades, minan cualquier territorio. Si quedara alguna posibilidad de que sus ejercicios se prolonguen, de que este escenario se eternice, sería por lo menos imprudente dañar los sitios próximos a los cuales echar mano en cualquier momento. Sería nefasto destrozar poco a poco los sectores aledaños a sus propios artilugios. En eso están los sectores que acumulan desprestigio y fortuna, en eso están los que se autoproclaman prohombres del progreso. El descontento es masivo y echar sal sobre esta herida es saturar la última presentación, la última actuación de esta parodia. Y sin embargo lo hacen.

En el otro extremo -pero solo en apariencia hay distancia: la resistencia y el cambio conviven codo a codo- los hombres que se dejan atravesar por el amor están aprendiendo a no combatir más la oscuridad. Es un buen momento para soltar cualquier lucha  porque estas ya no dependen de nosotros. Es un gran momento para conquistar la felicidad en el ahora más inmediato porque todo lo demás se acaba.

¿Cómo que se acaba? ¿Cómo se va a acabar? ¿Cuándo va a pasar? ¿Qué va a pasar? ¿Va a pasar en todos lados? Si la Tierra no tuviera el amor y la gentileza de vibrar con un buen cimbronazo que sacuda nuestras modorras, ¿vos te detendrías voluntariamente algún día y te ausentarías de tu trabajo, de tu empleo y de tus actividades? La respuesta es un rotundo no. No se puede dejar de depositar nuestra fuerza en aquello que a corto plazo nos facilitará vestir, nutrir el organismo y que permite continuar el movimiento cotidiano. Por eso la respuesta es no. Nadie por voluntad propia cesará sus acciones comunes. Por eso la Tierra va a decidir cuándo y cómo ya es suficiente. ¿Qué esto es apocalíptico? No, en absoluto, internamente todos sabemos que estamos aquí para vivir este momento. Cualquier disconformidad con la realidad tiene origen en el saber profundo de que venimos del mayor amor que existe y nos revela que en este plano las situaciones se alejen -por nuestra responsabilidad y no- de ese estado de gracia. Conectarse con esa verdad interna puede llevar años, meses, días, largas horas o unos minutos, pero no escucharla es prácticamente imposible.

Las fechas en rojo que no están señaladas en los almanaques que cuelgan en la cocina marcan fuegos próximos, fuegos importantes, fuegos trascendentes. Sucesos relevantes se están gestando en otros niveles, lejos de la visibilidad sesgada con que juzgamos los acontecimientos que nos rodean. Hay baterías de cocina enteras abollándose por las calles y hay murmullos que están creciendo en los silencios de la Tierra. Si prestamos atención la Madre nos habla, si prestamos atención el Cielo nos avisa desde dónde se acercan las próximas tempestades. No hay tragedia en la muerte, es -al decir de un libro tan exitoso como su autor[1]- la reina de las transformaciones. Pero habrá naturalmente un proceso que no todos pasarán. Esto también lo sabemos en intimidad. Hay un ajuste a nuevas energías, a nuevas tecnologías ecológicas y hay energías y tecnologías que no precisan continuar a la siguiente etapa. Hay personas, lugares y maneras que ya han cumplido su parte, han hecho su tarea y desearles la continuidad en esta dimensión solo hará la realidad más penosa y angustiante.

Invierto tiempo, esfuerzo y amor en este oficio de escribir. Mi lugar pertenece a las trincheras donde se debaten la vida y la vida un momento después de la muerte. Un pie en la tierra y otro olfateando las manifestaciones del espíritu. Una parte de mi ya cruzó a la siguiente pantalla y observa las cosas con compasión. La otra parte está en la línea de combate, donde miles de almas desconfían del dolor y del miedo y no se convencen del amor totalmente. La cadencia en el desconcierto, los dominios de la confusión. Una parte de mi boca contesta con cinismo a los dislates e improperios de una etapa enorme que se cierra y otra parte se atreve a conversar sin medias tintas del amor que se avecina.

La posición del artista tiene que ver con esa realidad. Es -ante todo- una definición del espíritu propio que antecede cualquier posibilidad de equívoco. No hay error en ejecutar palabras, música o pinceles. No se llega a ello por descarte. Hay una permeabilidad primaria a cualquier aspecto sensible, a cualquier nervio y emoción que ingrese a las entrañas de la sociedad y ese aspecto sensitivo al primero que atraviesa es al artista. Quien se precie de tal sabe que su lugar son los límites de lo posible, las fronteras de lo permitido. Hay también una delicada relación con la muerte porque esta se encuentra en el último margen de la costumbre y en el ingreso de los procesos que transforman esa realidad habitual. Y es por tanto, un sitio de una exacerbada soledad, porque hay una relación constante con el cambio. Es un terreno de modificaciones más radicales pero no por eso sin sentido.  Quien hace lo posible por contribuir al arte - un artista- a veces precisa compasión y otras veces compañía, pero no podría convivir mucho tiempo con las grandes multitudes y sus costumbres.

Cuando la tormenta se deja respirar y el aroma invade y la atmósfera cambia de manera abrupta, muchos corren a refugiarse de la lluvia y se escapan de los rayos que bajan la electricidad. Quien ejecuta su arte, se apresura al extremo de la tempestad, perdiendo su cuidado y el miedo, y se detiene a escuchar qué tienen para susurrarle los espíritus que vienen en los truenos. Acaso sirva para embellecer el alma y alimentar la esperanza, porque aparte de estas dos, no hay cosas mucho más importantes.






[1] Corchs, Alejandro:  ¿Por qué existe la muerte? en 13 Preguntas al Amor, Editorial Purificación: Memoria Viva, Montevideo, P 27.


Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!

miércoles, 12 de septiembre de 2012

El circulo virtuoso

El economista toma asiento frente a la pantalla que se posa en su escritorio y a partir de un montón de variables que sabe formular y mezclar, concluye un posible devenir de su ciencia en relación con la vida diaria. Un político describe en otro monitor ideas que ajusten el cuerpo social a una forma de conducirse. Ese debe ser el primer eslabón en el proceso de legislar, imaginar maneras de mejorar la convivencia de acuerdo a pautas internas y criterios personales.  Luego contrastarlas. Un sociólogo también analiza panoramas y dibuja un futuro transcurrir con arreglo a variables. Un meteorólogo también pronostica la parte del mundo que sabe descifrar y proyecta inclemencias o fortunas soleadas para nuestro pesar o goce. Depende que nos satisfaga más. Esos protagonistas son conocidos por todos: el economista, el político, el sociólogo y el meteorólogo están incorporados a nuestro desayuno cotidiano tanto como sus ciencias. Tenemos asumido que en el tejido social es donde se llevan a cabo los procesos que describen estos delegados de una porción del conocimiento.

Ahora bien, hay un nuevo panorama dando vueltas: la espiritualidad. Aclaro una cosa y confieso otra. Sé que para cientos de personas este término no es nuevo, muchos vienen adentrándose en el crecimiento personal hace décadas… Allá cuando comenzó a echarse a andar el arte del reiki, del yoga y la medicina china entre otros conocimientos y saberes aplicables. Siempre hay pioneros. Otros curiosos metieron su nariz y abrieron sus ojos inquietos en viejas publicaciones como la revista “Conozca más” o “Muy interesante”, o el canal “Infinito”, cuando aquellos publicaban sobre fenómenos paranormales o vendían ingeniosos videos sobre el caso Roswell y otros avistamientos de Ovnis.  En cierto modo hay quienes se ocupan de estos temas hace tiempo y es importante aclararlo. La confesión es que el término “espiritualidad” cada vez me resulta más distante, se me hace ajeno. Prefiero decir, cuando realizo una observación, que es el espíritu de cada uno el que está interviniendo para que las coincidencias y las causalidades funcionen. Por cierto, escucho con asiduidad la sustitución de “espiritualidad” por “espiritualismo”, sobre todo en quienes estas palabras les resultan ajenas a su vocabulario.

El espíritu -como lo pienso y lo siento- está en todo espacio en el que no hay materia, allí donde se esfuma el aire y ondea el éter. Eso es el espíritu. Hay una economía en el plano espiritual –el dar y el recibir- que supone que cada acción o movimiento que hacemos lleva una intención y esta puede estar cargada positiva o negativamente. Bajo la misma ley, estamos sujetos a un recibir, a una respuesta. Imaginemos que nos sacan una foto de frente, con los brazos extendidos y las manos abiertas. Supongamos que alguien nos da algo que recibimos con la izquierda, en el medio está el proceso, el uso que damos a aquello que nos fue dado. El siguiente paso es imaginarnos entregando algo con la mano derecha. Entre lo que recibimos y lo que damos hay un proceso que nos hizo entrar en relación y un intercambio. Lo que recibimos y lo que damos habla de cómo estamos alimentando el corazón. Con qué nos estamos nutriendo. Porque el medio entre un movimiento y otro es lo que nos hace estar vivos. Es imposible delimitar el comienzo, la raíz de las intenciones, pero lo que tenemos prometido es que un cambio en la conciencia nos puede promover al ingreso de un circulo virtuoso.

Hay también una política en el plano del espíritu, entendiendo política como un orden vertical o piramidal. Hay una fuerza superior que impera en el Universo,  esa fuerza que muchos llaman Dios es el amor sosteniendo todo lo que está vivo. No hay razón ni motivo, desde la lógica del amor, por la que un ser humano deba imponer su forma de ver y actuar en el mundo a otro ser. Todo movimiento que esté sostenido sobre la base del miedo o del sometimiento levantará más tarde o más temprano su propia contraparte. De esta forma ha funcionado la política humana desde siempre. La política del espíritu no promociona ni impulsa liderazgo alguno porque sí. Por lo contrario, la fuerza que nos une nos hace iguales a todos dentro de la diversidad absoluta que somos entre el Cielo y la Tierra. La verdadera autoridad naturalmente se desarrolla sin contrapartida y en el más profundo respeto y silencio. Se construye cuando hemos salido a buscar las respuestas que necesitábamos y las experiencias que nos han tocado vivir han fortalecido el corazón. Un corazón fuerte es el líder de su propia vida, no precisa más autoridad que la sabiduría que ha cosechado en el camino.
La política, la economía y cualquier otro tipo de pilar en la sociedad actual pueden requerir transformaciones, cambios, pero tampoco la espiritualidad viene a sustituirlas. Si esa fuera la forma, el mensaje sería el enfrentamiento dialéctico una y otra vez. En cambio, la espiritualidad como expresión fomenta un mensaje aún más fuerte, sólido y sostenible. Si todo es espíritu la economía, la política y todo lo que conocemos hoy funcionan dentro de este nuevo paradigma. Quizás la diferencia entre un estado de conciencia que sentimos que se va y otro estado que nace es hacer las cosas con y desde el amor. En ese estado no hay quién venza porque no hay a quién vencer.

Habrá un tiempo en que comprendamos que todo lo que se ejecuta en la dimensión material se gestó primero en el espíritu. En ese momento la espiritualidad y sus voceros, el espíritu y sus acciones dejarán de ser rarezas exóticas para ser movimientos llenos de sentido al ritmo de la sabiduría y no del conocimiento.

Un profeta, un alquimista, un chamán o un mago, quién sabe… Sentado y mirando al vacío repleto del Universo. Muerde la hierba, rumea el aire y contempla las fuerzas del amor desatándose. Puede adivinar, puede vaticinar lo que viene. En definitiva, esa es su ciencia. 



Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!

domingo, 9 de septiembre de 2012

El Este y los guardianes de la humildad

Me puse la campera, la mochila, tomé a Julieta y la acomodé en el brazo derecho, agarré la llave y la puerta se cerró. Fueron los últimos movimientos de un periplo que se encontraba planeado desde hacía varios días atrás. Me esperaban más de doce horas de intensas actividades, lo sabía, Julieta también estaba al tanto, se lo comuniqué con palabras claras y simples. 

Tras de mi quedaba el Remanso, luego quedó la casa de mi abuela y mi madre que nos despidió desde la esquina hasta la cual nos acompañó. Delante de mí esperaban las personas con quienes iríamos al Cerro y un largo camino a vaya saber qué profundidades. Llegar a la cima fue sencillo, el fluir nos acompañaba. La espera de Matías De Stéfano duró un rato, ideal para reconocer el lugar y entrar en relación. La espesura era grande, una atmósfera densa, repleta de humedad se condensaba arriba, a los pies y se alojaba en cualquier lado. Las nubes se amuchaban en el cielo y eso cargaba el espacio en lugar de librarlo, la lluvia se ausentaba y aplomaba el aire.

Montevideo no formaba parte del itinerario del recorrido Harwitum, sin embargo alguien y en algún momento debía comenzar a honrar esta tierra. Es pequeña, es humilde, es un lugar que recoge desconocimiento de la atención exterior, pasa inadvertida. Uruguay tuvo sus épocas de gloria, tuvo sus hazañas y tuvo a sus vacas gordas. Tuvo su apogeo cuando la globalidad no situaba las hazañas en los epicentros de la comunicación porque la globalización directamente no existía. Pegó primero y se llamó a silencio, adoptó un perfil bajo como postura y perfil al mundo. En algún punto de la información que acuño internamente, siento desde siempre que Uruguay guarda una misión grande, inversamente proporcional a su pequeño cuerpo. De repente el camino dio un giro y Uruguay formó parte de los países en la grilla de visitas. 

Estábamos en el Cerro, cerrando el tiempo del camino Harwitum y sin embargo no se haría entrega de llave alguna en ese lugar. "Acá no va ninguna llave", dijo Matías cuando nos fuimos reuniendo para escuchar cuál sería el lugar donde se desarrollaran las actividades. Fue extraño no sellar este transcurso con la entrega de una Towei Lumbar. Aquellas llaves que sabíamos, llevaban la intención de cambiar la conciencia de cada rincón del mundo, transmutando todo lo que ya había cumplido su tarea. Fue extraño no depositar una llave en el cerro montevideano como corolario. 

La charla de Matías, la cara visible de un trabajo colectivo e inmenso, terminaba con claridad e información relevante y era momento de comenzar a mover el cuerpo y permitir que pasara la energía por él. Los gongs y los cuencos tibetanos llevaban su sonido adelante abriendo caminos, aunque paradójicamente la quietud reinaba en los presentes. Los sonidos se hacían profundos, intensos, aplomaban los músculos a la tierra. La diversidad se ponía de manifiesto y hacía que cada uno pusiera en marcha lo que mejor sabe hacer, aquello que trae intrínseco. Con el paso de los minutos la oscuridad de la tarde se apoderó del paisaje y la escena era turbia y bella. Casi todos los presentes se encontraban de pie, los brazos jugaban y aleteaban en el aire y se multiplicaban las voces y los sonidos. Mantenerse sentado había dejado de ser una opción. La posibilidad era el movimiento, una danza espontánea y crepuscular. De pronto busqué con mi mirada a Noelia y con pasos lentos fui a su encuentro. Nos reunimos en un extremo de aquel marco.

Cuenta ella que alzó su mirada y observó a Matías con una pluma en cada mano, el cóndor y el águila lo acompañaban en este tramo del camino como en tantos otros. El cóndor y el águila volaban en las manos de Matías, más bien sobrevolaban y se detenían suspendiendo su vuelo en su entorno. Matías ocupaba la posición más al sur. Un pequeño cambio en el sentido y una de las chicas que había viajado en algunos tramos del recorrido con Matías, estaba estacionada al oeste. El siguiente viraje encontraba los ojos de Noelia con la presencia de quien recuerdo como Gabriel. El destapó una parte de la olla donde hervía la densidad, espantaba las energías más dañinas y otra parte simplemente la elevaba. Cuando tomó conciencia de cada extremo, Noelia buscó la esquina restante, en un pequeño montículo al este, se encontró conmigo y consigo. El entendimiento llegó e internamente pidió una aseveración definitiva de si era correcta aquella disposición. Una chica unos pasos delante de ella se dio vuelta y cruzó su mirada un instante. Ese fue el gesto necesario. El este -en el camino espiritual indígena- simboliza la puerta o dirección de la humildad. Es la primera puerta que se abre en cada ritual y el pasaje a las siguientes direcciones implica siempre volver a empezar de cero, desde la humildad. De alguna manera nuestras búsquedas se ordenan tomando conciencia de lo que ya hemos caminado y da sentido al siguiente paso. De esa forma estamos habilitando el siguiente lapso sobre la firmeza de las estaciones anteriores hechas conciencia más allá de la razón. Cada puerta estaba siendo abierta y custodiada a la vez. Las demás puertas eran ocupadas por extranjeros, el este por dos personas locales. En el centro los brazos, las manos y los sonidos continuaban danzando. Los gongs, los cuencos y otros instrumentos que eran de la partida, subían y bajaban su volumen por etapas. 

Los mensajes se fueron apagando, los cuerpos aquietaban su revoloteo, el descenso de la energía suponía la llegada del final del encuentro. El cansancio se hacía sentir en todas las partes del organismo sin excepción. Los pies se aferraban a la tierra pero el espíritu dibujaba rondas a varios metros de la cabeza. La tarea de activación de lo que habían llamado "el fruto del vientre de la Gran Mujer" estaba a priori cumplida. La vuelta me exigía apoyar la cabeza en el respaldo del asiento y tomar aire mientras me llegaban pequeñas conversaciones de los pocos que mantenían un ánimo sostenido y atildado en la parte de atrás del vehículo. La parada y posterior descenso en la zona céntrica que nos había reunido, un intervalo breve, obligado y espeso en un centro comercial que me sacudía el poco aplomo y paciencia que quedaban me separaba de la vuelta a casa. En el ómnibus que trazaba la línea final de regreso me sumergí en el asiento y enseguida me habitó un estado de intranquilidad, sofocación que derivó en un ataque de pánico. 

Hay alteraciones diferentes producidas por una infinidad de variables. En este caso, la situación la reconozco antes de que se establezcan los síntomas en el organismo. La única respuesta posible es permitir que aquello que quiera sacudirme se exprese. No es más que la resistencia de las partes personal que no están dispuestas a soltar el control de la situación. Cuando la puerta que está por delante es más luminosa y brillante que la vengo caminando en conciencia y excede sus capacidades, el cuerpo patea mientras lo vivido se acomoda aquí y allá, en los lugares sutiles del cuerpo, en las paredes invisibles de otro lugar. Solo queda respirar y respirar.

Algo se abrío para todos, incluso para mí. Una parte nuestra trabajó en el sitio e hizo un intercambio de energías con el cerro. La tierra aprovechó la suma de intenciones colocando su voluntad al servicio y destapó una olla de grillos y ese miedo que me apretaba estaba avisando que también había operado sobre mí. El cielo dio señales claras de estar equilibrando las fuerzas que brotaban en conflicto de las visceras del cerro, conteniéndonos, colaborando. 

El cierre de tal empresa fue la clara sensación de que no tenía la llave de casa. Asi de sencillo, sin más. Buscase por donde buscase el resultado no se modificaría, algo me advertía con tiempo de antelación que la llave no estaba en mi poder. Restaban andar las diez exigentes cuadras que nos vinculaban a la comodidad del hogar y al agotamiento que producía saber que no sería fácil entrar. 

El final de la historia tiene una resolución más mundana. Mi preocupación notoria por caminar los tres hacia la casa bajó a gran velocidad la atención a lo concreto. Una de las alternativas posibles impuso su fuerza y permitió, a expensas de la integridad de la puerta ya maltrecha, un deseado ingeso a nuestro nido. 

La llave quedó para siempre en algún lugar, intuyo que el Cerro de Montevideo eligió quedársela tanto como se quedó con una parte de nosotros. Allí dejamos el final de un recorrido y llegamos a un destino momentáneo en la conciencia. Alcanzar otra puerta del espíritu también tiene su costo y hay algunas que se abren para no cerrar jamás. 




Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!

miércoles, 5 de septiembre de 2012

El vientre de los tiempos

¿Quién se anima a contraponer su resistencia a la fuerza de lo inevitable? Vengo de un lugar donde se respira sencillez y también humedad a cualquier altura del año. Hasta esa humilde morada cruza el alcance de lo inevitable. Miramos de lejos hacia las tierras del corazón del planeta, nuestros ojos cruzan un océano buscando su mirada. Viene sembrando luz la vieja Europa. La Madre Patria se mira cercana con el Padre Sabio. El antiguo México, nativo y mestizo. Por el puerto donde salieron todas las locuras, la guerra santa y la inquisición, una antigua madre suaviza sus intenciones, respalda la hora del nuevo resplandor. Un antiguo sabio busca su conciencia decapitada en plena oscuridad. Un hilo nos ajusta al viejo tiempo. Apenas un hilo, el mismo que nos conduce al nuevo sueño.

La América al sur es un corredor espléndido. Cuna de las viejas misiones, ambición de las antiguas cruzadas. Ingobernable, entrañable, cálida. Al Ecuador del ecuador, Colombia y Venezuela filtran y purifican las puertas del próximo Edén. En la cumbre de las alturas el Perú intenso ensancha su cuerpo, se hace espíritu. En el techo del mundo la conciencia de la mujer se conecta para siempre al Universo. Es la cima de la propia cima la que le devuelve la vida con sentido a esa mujer. Mujer halada, mujer búho, el Gran Misterio te prestó sus ojos para que puedas ver entre la negrura, para ver de nuevo más allá de lo evidente.

Escucho una voz ronca, sabia y derramada hablando a través de nosotros. Escucho la voz profunda de la Tierra sonando en las guitarras, arrastrando su canto por el suelo. Voz sumergida entre las aguas, serpenteante y sonora. Voz en cuello de la Tierra, voz de polvo y arenisca entre las ruinas de tu voz. Tu mano, gran mujer, es la pureza de las aguas, delicada y segura. Tu mano adopta la firmeza del arrecife y el poder del cañaveral. Tu mano alcanza a un Brasil gigante y majestuoso. Un Brasil verde y florecido, inmenso como el cóndor, con alas de pasión, con plumas de alegría, abierto a la sonrisa recibe al mundo, el redentor. Chile se endereza y Paraguay bosteza su secreto. Serán la columna y la verdad.

Las huellas del amor se desperdigan en cualquier sitio. En el extremo del sur, al este de la humildad, la humedad agota las paredes del desconcierto. Nos obligan a salir estos tiempos, a dar la cara, a explicar que el amor se reconvierte, que el amor se expresa en otros términos. Salir a trabajar por la luz en plena oscuridad y confianza. Confiar en el devenir, apoyar la cabeza en el corazón, adormecerse en el latido más cercano. Las tierras del fuego se preparan para pisar firme y sostener tu peso, tu integridad. Hay otra voz, mujer, que el mundo necesita. Hay otra voz, mujer, que gritarás cuando sea preciso, aguerrida, una voz parida de tus cimientes, un vientre que protege el futuro amor. Aquí, al oriente de tu mansedumbre, el canal de plata se apronta para dar a luz tu humanidad. 

La mujer y la tierra, la tierra y el fuego, la sangre brotando y la vida naciendo.




Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!