domingo, 23 de septiembre de 2012

Días de oscuridad

Hay algo divino que sucede cuando la naturaleza se impone. Hay algo divino que pasa cuando los cuatro vientos imprimen una pausa obligada a nuestra voluntad obstinada de seguir adelante. El cielo sopla las aguas, las aguas mueven su vientre y la tierra tiembla con rigor y deja de sostener las raíces que ya no pueden más. El viento nace de todos lados y desparrama y arremeta y azota. Hace siete años un temporal similar sacudió al Uruguay, siete años después un ciclón nos vuelve a transformar. El viento corrió por todos lados y desató su furia descomunal. 

No importa que tan sumergidos estuviéramos en nuestras situaciones cotidianas, tan siquiera importó si era ciudad o una casa suburbana, el viento se ufanó de cualquier refugio, voló la parcimonia y los pensamientos dejaron de andar dispersos para centrarse en lo mismo: un tifón. En Uruguay las cosas suelen sucederse con retraso, los epicentros sobre los que se descargan las profecías son ciudades atestadas de gentes, acostumbradas al colapso y a ritmos de emergencia. Sin embargo algunas características se reunieron para que nosotros decidamos pensar y sentir en común, parar las rotativas y hasta desmantelar las pocas comodidades que nos sostienen: así nos dejó el vendaval. Evacuar la casa, salirse de la oficina a tiempo, conseguir el permiso para cortar cualquier jornada laboral aunque haya sido a “prepo”, estar pendientes de la actualización informativa y trasladar esa información en el imaginario al espacio-tiempo que estaban viviendo los que más queremos. Así se vivió. Así lo supongo. El dos mil doce también atendió a Uruguay.

El viento recorrió con vigor el cono sur. Nos recordó lo insignificantes que somos. Insistió en juntarnos y apoyarnos y solo nos quedó lo esencial. A modo personal puedo compartir que pasaron apenas once horas del miércoles diecinueve de septiembre y se tornaba evidente que se estaba registrando una gran limpieza. Volaban los aspectos más frágiles en que nos sostenemos, los ruidos eran fuertes afuera y la luz adentro de casa rápidamente se fue. Fue demasiado pronto para conseguir establecer otras prioridades que no fueran cuidar de nosotros, socorrer a una amiga y su hija apenas unos años mayor que Julieta y colaborar para que se cobijaran en casa. Natalia, Luna, Tití y su bebé en la panza, terminaron rodeando la estufa leña además de Noelia, Julieta y yo. El fuego estuvo servido durante horas mientras los adultos y los niños gozábamos de hacernos compañía.  

El temporal aplacó su fuerza y la oscuridad tiñó cada pared. La profecía más importante de todas: tres días de oscuridad inundando la Tierra sobre el final de la cuenta larga, parecía haberse adelantado al veintiuno de diciembre próximo. Esa noche el cansancio nos acostó. Recuerdo haber tenido sueños muy vívidos durante buena parte de la madrugada. Uno de ellos me impactó especialmente. La escena era caprichosamente entretenida, la radio estaba prendida y se escuchaba el comentario final de un partido de fútbol. Los conceptos que solo sirven para alargar la pena o la alegría, según sea una derrota inoportuna -las pérdidas nunca son bienvenidas- o una victoria  henchida, salían hilvanados coherentemente por un renombrado periodista deportivo. De repente sus comentarios dejaron de hablar de fútbol y sus palabras saltaron con extrema rapidez de un tema a otro hasta dirigirse a la situación del mundo y aseverar que los tres días de oscuridad comenzarían el diecinueve de abril de dos mil trece. Poco después logré salir del sueño y encontré a Noelia durmiendo a mi lado. Solo le conté la fecha pronosticada para la profecía que más me desvela y le pedí que la recordara porque no estaba seguro de poder hacerlo.

La mañana siguiente me fue difícil poder pensar en otra cosa. El sueño había sido muy claro, pero todo el marco a través del cual se gestó el mensaje era por demás inverosímil. De todas maneras pocas cosas en el correr de los siguientes días estuvieron sujetas a un orden establecido. Los parámetros se sostuvieron con los ciclos de la naturaleza. Los días se hicieron importantes, las horas diurnas fundamentales y los reclamos pidiendo que se estableciera la energía eléctrica una constante. En el centro de esos ánimos hubo que hacer frente al primer cumpleaños de Julieta. Las características inusuales de ese día exigieron revisar cuán seguros estaban los vínculos con los amigos que dejaron de ser vecinos y la respuesta fue maravillosa y el esfuerzo fue mancomunado y el disfrute fue total. 

A la mañana siguiente la pequeña nos despertó temprano pero la jornada se empecinaba en postergar el uso de la electricidad. Desmoralizados pero decididos pusimos el cansancio y algunas fuerzas que restaban por agotarse al servicio del orden el día después del festejo. A media tarde y con las energías fundidas, nos rindió el agotamiento y los tres nos tomamos una siesta. Me desperté con naturalidad y la mirada entre-dormida se encontró con quienes se encargan de asegurar el funcionamiento del servicio eléctrico. El Remanso de Neptunia empezó a retomar su normalidad en la presente jornada, se hizo la luz mientras la tarde se corría hacia la noche y pudimos completar con enorme felicidad un fin de semana sobradamente particular. Fue como vivir un montón de días traídos a lo más íntimo y terrenal que nos converge. No hubo electricidad, no hubo comodidades que dispararan la proyección más allá de lo inmediato y no hubo posibilidad de distracción más que el fuego y las velas. La profecía se auto-cumplió y trajo un mensaje desde las profundidades. Fueron días de oscuridad que nos aterrizaron en el amanecer de una nueva primavera. 


Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!

1 comentario:

  1. Gracias camilo, tu experiencia acompaña, y hace recordar como aqui, el tornado del 4 de abril, que hizo recordar durante unos cuantos dias, el agua, la casa, la electrcidad, la vida... y replantearse todo. a veces necesario, a veces natural mente

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