martes, 25 de septiembre de 2012

Creer, conocer, saber

¿Que si creo en Dios? No. La respuesta es un no rotundo. Jamás creí en Dios. Por formación familiar y escolar ni siquiera me emparenté con la idea de Dios, crecí desligado de su concepto y de su fe. Pero fue suficiente contacto para mi sentir desde la más tierna infancia y en el centro del plexo -donde se sienten las verdades- la irrebatible certeza de que hay algo más. Fue suficiente. Jamás me lo cuestioné ni tuve que andar pidiendo permiso, era una relación expansiva desde todo el Universo hasta el centro de mi ser y de allí de vuelta al cosmos. Anhelaba el mundo de las estrellas, siempre mis ojos posaban su atención en el firmamento. Eso no lo podía evitar. Añoraba hondamente aquella espesura, era familiar para mi aquel vientre universal. No tenía forma, mucho menos nombre y aunque estirara el brazo, mis manos y mis dedos largos y flacos, se me escapa de las posibilidades aquella vida celestial, aquella bóveda infinita. Aquella cúpula inacabable era la fuerza que todo lo unía y me sentía íntimamente ligado a ella. Mi sistema de creencias nunca incluyó a Dios en sus laberintos. 

El conocimiento me acompañó siempre. Aquí el ambiente del hogar marcó mis pasos de una forma exquisita. Daba gusto escuchar charlas interminables, argumentos notables y fundamentos de categoría. La intelectualidad se respiraba entre mis padres y abuelo. Conocí la mágica sensación de estar acalorado producto de batallas filosóficas y tenidas intelectuales en las que yo también participaba de joven. Conviví con la necesidad de leer absolutamente todo lo que pasara delante de mí. En ese aspecto me salteé tantas veces el disfrute de leer por el cometido egocéntrico de deglutir teoría... Así supe lo que era el conocimiento: un cúmulo de abstracciones, cuanto más rebuscadas, mejor. En los ambientes donde me moví hasta hace siete u ocho años, dar citas de autores celebres con espontaneidad o descubrir raíces ideológicas en una secuencia de ideas expresadas, era digno de elogio o rasgo de ser una persona competente para alguna cuota de poder imaginaria y hecha de arena. 

Común esas etapas se fueron terminando mi ritmo de vida se corrió hacia los resortes más sensibles de mi ser. Comencé a escuchar "llamados" que venían de cualquier parte, torciendo mis pasos. Las coincidencias eran separadas por meses y tal vez por años, eran muy espaciadas pero dejaban claros en mi conciencia. Dibujaban un camino que pronto debí asumir que estaba marcado para mí. Cuando me descubrí inquieto por el esoterismo y posteriormente por la espiritualidad, trataba de absorber el conocimiento de la misma forma que lo hacía con lo demás. Yo sé que hay verdades en la existencia, leyes universales que se aplican aquí como al resto de la galaxia y una historia capaz de unir a los Masones, los misterios de las pirámides, los Ovnis, la ciudad perdida de la Atlántida, la reencarnación, los intraterrenos, los espíritus y tantos mitos y fantasías que son ciertos. Una vez que conocemos tantas cosas, que la curiosidad despierta, nos adentramos en el recorrido de descubrir quiénes somos. Este es un camino a reconocer lo que ya sabemos.

Los sistemas de creencias tienen algunas características que vale la pena mencionar. Las creencias que componen a un hombre se modifican permanentemente. Las creencias que nos habitan mutan todo el tiempo. Esto sucede porque están a merced de las experiencias que nos atraviesan en el contacto con el mundo que nos rodea. Si yo creo en vos y me defraudás es altamente probable que deje de creer en vos en buena medida. Si los juicios que tengo sobre la vida, si la valoración que tengo sobre esta, están fundados solamente por creencias, estamos a merced de lo que nos ocurra y lo que les ocurra a quienes nos importan. Esta manera de vivir está ligada a una profunda ignorancia, pues damos ingreso a conceptos erróneos como una injusticia universal o un Dios cínico y burlón disfrutando de los avatares que padecemos o impotente para responder a nuestros infortunios. La vida es buena o mala en función de lo que nos pasa. Es decir, se modifican los juicios de valor a partir del roce con el afuera y estos juicios van alterando y permeando nuestras creencias. Por tanto las creencias son lo bastante frágiles como para no durar demasiado tiempo sin modificarse y una vida sujeta únicamente a estas nos sume en la ignorancia. 

El conocimiento es diferente. Suele ser un sistema mucho más rígido, más determinado y determinante. Es algo así como la capa o las capas más duras de nuestra personalidad. Es el amparo a partir del cual entro en contacto con el mundo exterior. Conozco zonas riesgosas, conozco un montón de ideas que me son afines y me prestan el argumento para sostenerme y fundamentar mi lugar en el mundo y también me confundo creyendo que soy esas ideas y de pronto me convierto a las filas de tal o cual "ismo" o "ista". Conocemos un montón de cosas. Detrás de esas ilusiones quien se está manifestando es el ego. No somos un montón de ideas elaboradas por algún gran pensador en tiempos remotos. En cuanto a cómo se comporta el conocimiento en el interior, vale decir que es el disco duro del organismo, es la matriz, el límite egóico que separa y une el afuera con el ser. El conocimiento tiene sus límites. Es la dimensión siguiente del sistema de creencias, un paso más cercano al ser, a la sabiduría. El conocimiento engorda, no expande. Cuando comenzamos a pasar la dimensión del conocimiento y entramos en contacto con el ser, se libera mucho de lo acumulado en el disco duro. Es natural perder un poco la memoria o más bien "hacer espacio", porque ahora la línea a través de la cual vamos a aprender será distinta. La nutrición primero viene de afuera, los conocimientos que absorbemos vienen de la observación, luego vienen del ser, son parte de la sabiduría que traemos desde otros planos y que busca lugar dentro nuestro para manifestarse. Cambiamos los objetos de observación exteriores por plasmar nuestra subjetividad y brindar nuestra sabiduría en el afuera. Estamos ahora nutriendo el exterior. Ese cambio de piel precisa que soltemos los antiguos fundamentos que nos sostuvieron.

El saber es distinto también. Es la transformación definitiva. La sabiduría es la resonancia, es la cuerda ejecutando un sonido afuera y vibrando adentro. Esa comunicación, esa correspondencia musical existe cuando el encuentro toca la fibra íntima, toca el aspecto del ser más profundo y ese resorte despierta la memoria. Reconocemos aquello que está ingresando por cualquier sentido como un aspecto esencial que nos pertenece. Es el camino que conduce a cualquiera de nosotros a eso que llamamos misión o propósito. Es el llamado que precisamos para darle dirección a nuestro camino. Lenta pero inexorablemente, el "Yo sé", es indicador del despertar de la conciencia, comienza a afinar los pasos yendo de lo general a lo particular. Ingresar en ese canal, personalizar esa senda es sinónimo de meterse en el terreno del karma, allí donde está la experiencia que permite cumplir con los pactos y los acuerdos y en ellos hay un montón de dolores y alegrías por vivir. Traspasar uno a uno esos laberintos que el alma propone es fundirse con lo que el espíritu dispone. Por eso se dice que estamos en un proceso de ascensión, en las puertas de otra dimensión y recordando una nueva humanidad[1], porque este es un camino para reconocer lo que ya sabemos.

Todo se está resignificando, bien podríamos poner manos a la obra y escribir un nuevo diccionario que establezca definiciones más vivas y amorosas, calibradas con la validez de nuestras propias experiencias, tan distintas a como lo vieron y lo vivieron nuestros antepasados.

Creo que en mi y creo en vos, creo el mundo en el que vivo. Apenas guardo un montón de definiciones que facilitan mi acercamiento al mundo. No es preciso conocer mucho más. Luego solo necesito aire y espacio para colaborar y hacer mi parte. Cada palabra, cada acentuación... Cada inspiración es una partecita de mí que no existía y ahora expande y modifica al universo. Traer lo que sabemos, esa es nuestra sabiduría.



Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!

1 comentario:

  1. Es plasmar la esencia en la existencia! Tu esencia, lo que escribis, lo que contas, lo que trasmitís es hermoso; seguí nutriendonos con tus relatos. Ocupando tu lugar en el círculo nos mostras que se puede vivir desde el amor, que el orden existe, aunque a veces veamos que afuera todo es un caos, siempre está perfectamente ordenado. Gracias, gracias! Y muchas felicidades en tu cumpleaños!!!! Ahó

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