viernes, 20 de noviembre de 2015

La Tierra a la que pertenezco

Las heridas se precipitan salvajemente y ni una voz les brinda compasión. Los tiempos pueden elevarse, endurecerse e incluso ocultarse, pero siempre terminan trayendo la tempestad.

El cielo no se puede evitar. Tampoco su temblor dolorido y plomizo cuando su azul metal decide desbocarse y quebrar. Desarma el aire, destripa la fragilidad de las nubes y nos deja alumbrados, a la vista con nuestros cuerpos oscuros.

Cada profecía ofrece esa esperanza innombrable, la de la muerte de una forma de vida inerte, desquiciada. Cada aparente crueldad retorcida obtendrá la vergüenza y la desaprobación unánime de la moral entumecida que retoca su rostro decrepito y democrático con maquillaje exacto, preciso y decretos de buenas intenciones. Nadie se atreve a afirmar que cuanto más desolador el ambiente se está más próximo a la alborada. Lejos de los fundamentalismos, mucho más allá de los discursos y de las paces acordadas, escritas y con sellos fatales...

Muere un mundo lleno de conveniencias, de intereses. Gordo, obeso, opulento. Inconmovible. Adaptado a religiones sensacionales que apuestan a paraísos que apestan. Se desintegra veloz ese mundo de una ciencia obsoleta, arrogante y soberbia que se adueña de la vida y a gentíos acumulados que hacen fila con creencia ciega en ella. La ciencia es el Dios del hombre racional y cada vacuna anti rabia, una inyección fría contra el calor del corazón. Se acaba el giro de la Tierra de las ideologías más gruesas, totalitarias, a fascismo de izquierdas y derechas, las nuestras. Está fulminado un sistema sin sosiego que vive ni más ni menos que en nuestra cabeza y se replica con pánico en el resto del cuerpo. La mente infernal nos agolpa y sus súbditos, cada pensamientos prejuicioso y destructivo, reduce la capacidad creatividad de sentir ternura y cariño por nosotros mismos.

Todos o la mayoría, y tal vez ya no importa, sufrimos sobre el suelo de la realidad. Deseamos furiosa y silenciosamente un zarpazo de la Tierra que reacomode las chances, que baraje la suerte y que reparta el amor otra vez.

Escucho quejas, reclamos, aluviones, modas de indignación y desconsuelo cuando un ser humano se convierte en asesino de muchos. Los escucho mas no les creo. En el fondo y por momentos no tanto, anhelamos intensamente que sea tiempo de revolución, quitarnos de raíz esta pequeñez exhausta y absurda que nos sostiene sobrevivientes y eternos naufragados.

Siempre preferí un poquito los estragos y los rayos. Dicen los libros que el cielo es desmedido y se brinda bravo cuando se trata de destapar lo establecido mientras fingimos que todo está bien. Mi naturaleza es el aire, me tocó desacomodar lo de siempre y lo dormido que juega a lo despierto. Lo que yace y se cree erguido. Algunas veces vomité la verdad, después yo también ensayé mentir. Eso nunca va bien. Bendito el que no tenga secretos que cuidar, debo decirlo, desde hace un tiempo, habito ese lugar aunque lo dicho tras lo hecho haya apagado momentáneamente mi sonrisa. Los labios después van animándose a abrirse otra vez.

Todos queremos bailar esta fiesta, eternizarla... aunque se inhale y nos inunde el sabor del precipicio. Nadie aceptaría sin un rapto de locura que es hora de que se acabe esta fantasía tormentosa y melancólica, gris perdido y derruido, derretido y desteñido de nostalgia. Que lo desean con todas las viseras, con cada entraña del cuero. Quién se atreve a atravesar el desierto, a andarlo vacío hasta agotarse, hasta desarroparse capa por capa, hasta ser tomado por la dimensión de su propia liberación...

"Cómo podría amarte con tanta melancolía...", canta el Indio Solari.

Hace falta mucha sangre derramada en poco tiempo para que nazca el volumen verdadero de un amanecer en paz. Los partos tienen eso... Se llevan la vida de los glóbulos envejecidos que supieron acompañar el proceso de la luz hinchándose y madurando vientre adentro. Empujan de la única forma que conocen, con fuerza. Después se rinden y se entregan en el alumbramiento. Se cargan la memoria antigua y llorada, la devuelven a casa mientras una conciencia original abandona su capullo protector y se despoja de su asilo, de lo que la contuvo y después la apretó. Lo que dio albergue luego necesita explotar. Lo que nace llora, patalea y apenas puede con la luminosidad del mundo, sólo con el pasar de los minutos empieza a observar el ambiente, deslumbrado.

Abogo por ver, porque veamos que todo este gran ajuste, son cuentas milenarias acusando, clamando, ahuyando y sonriendo nuevos equilibrios. Quien quiera vivir la paz que medite sobre sus guerras internas. Pero por favor, no nos abrumemos con falsas expectativas, detenidas y congeladas, incluso ingenuas. No abonemos más el territorio hostil de nuestra imaginación sin ángel. Abortemos esa misión. Ese es el fracaso. Desilusionémonos. 

Parémonos de frente al monstruo que alimentamos diariamente y empecemos por reconocer la necesidad individual de desarmarnos. Quizás así veamos el abrazo escondido y encapsulado que conservamos para quién sabe cuándo. Los besos que no damos, las alegrías que marchitan detrás de las alergias al contacto con las tristezas hondas que sabemos camuflar.

Que todo se destile para que otra visión al final nos amanezca y nos abastezca. El cielo está vacío, todos estamos aquí otra vez.


Camilo Pérez

viernes, 13 de noviembre de 2015

El peligro de ser quien uno es

Prendí mi computadora, me dirigí a una conocida red social e ingresé mis datos personales. Quise saber en un acto irrelevante qué era de unos amigos. Pero no amigos virtuales, sino de abrazos verdaderos y complicidad. Para mi sorpresa, ya no éramos amigos.

Pasé en segundos por muchas sensaciones: asombro, desconcierto, angustia, incomprensión, hasta que llegué al coraje, y les escribí. El móvil era uno solo: qué parte me estaba perdiendo. Me contacté con ambos, eran y son pareja. Ella fue la que respondió con más carácter y sentido. Me podía gustar o no, pero le daba cuerpo a lo que hasta un instante atrás era perplejidad. Era clara y me sacaba de la zona de incertidumbre, después me tocaría elaborar sus palabras.

Su declaración fue concisa: estaba muy molesta porque en varias de mis publicaciones, utilizaba el nombre de constelaciones familiares para referirme a una metodología de trabajo personal sin haberme formado en constelaciones. No tenía certificado ni contaba con aprobación de nadie que me validara. Esos benditos diplomas de los que carecía y que efectivizan la experiencia y el conocimiento adquirido en su trayecto.

La tristeza tras la desaprobación de mi niñez volvieron desde mi memoria más antigua y dolorida. Volvía a quedarme solo. Mi ahora ex amiga de angustias y alegrías, de abrazos y sonrisas tenía unos años más que yo y me colocaba de frente ante la herida con mi madre. De modelo perfecto: psicóloga posgraduada con varias especialidades, intelectual reconocida orientada hacia la sanación con un amplio currículo… ¡Se tornaba inalcanzable para mí! Me costaba relacionarme con gente que representara cierta autoridad y lo venía superando, pero esto otra vez me dejaba en el mismo lugar de siempre: pequeño e insuficiente. Me había confiado en ella tantas veces… y de nuevo me veía atravesado por el desamparo.

Yo mencionaba las constelaciones como manera de decirle al mundo: "¿Conocés este formato? Bueno, hago algo parecido." De inmediato detuve mi reflexión en los grandes pensadores que formaban parte de la misma línea de trabajo en la cual yo operaba: Freud, Perls, Jung, Hellinger. Todos ellos llegaban hasta mí, hasta nosotros. Todos ellos nos sostenían con sus vivencias y trabajos tanto de campo como en sus obras literarias. Nos marcaban un camino. Ellos y tantos otros.

Mi pensamiento fue un poco más allá con el mismo circuito que suelo pensar las cosas. Las grandes obras escritas son resúmenes de intensidades, de dedicación. De una fuerza que se impone a veces en hombres y mujeres, de sus desvelos por comprender la esencia de Ser Humano. ¿Acaso cada uno de ellos no fueron sujetos que se inspiraron? ¿Acaso no había en ellos una gran dimensión de análisis de la naturaleza humana y de los órdenes que la sostienen? ¿Acaso no fueron hombres con una gran voluntad y persistencia para la autoindagación? ¿Acaso no tuvieron una extraordinaria capacidad para sintetizar y sistematizar ideas, es decir, unir el pensamiento y la emoción hasta llevarlos a un espacio inexplorado y que fuera rico y nutritivo para los demás? No es que me calzara sus zapatos, pero desde el lugar que me hablaban, me dejaba llevar por lo que habían construido y estaba en el aire. Y eso lo puede tomar cualquiera. Si no es para ti o para mi, la realidad se encarga de definirlo.

Mi propio contenido emocional luego de cada pequeña muerte derivaba en actos mágicos, en movimientos internos e inspiradores. Nunca me molesté en anestesiar mis dolores fuertes y profundos, más bien me tomaba el trabajo de vivir aquello que me atravesaba. Después, inevitablemente, veía transformada mi comprensión del mundo. Ese era el ciclo.

Años más tarde y a raíz de una nueva publicación, recibí un nuevo ataque de otra psicóloga alarmada a la que no conocía. Me trataba de lego, es decir, quien no se encuentra calificado para hacer algo. Ella esperaba agazapada que yo presentara mis acreditaciones y licencias para retractarse o bien, se liberaría de toda duda y culpa para dar rienda a su disconformidad. Era obvio, la había ofendido. Esta vez no respondí y a cambio, contacté con un sentido ingenuo y decidí ponerme contento por su manera de reconocerme. Alguien me estaba mirando.

Miré al cielo como suelo hacer en situaciones delicadas y en un acto reflexivo, me ordené internamente: espero que esa necesidad de ser reconocido, me la pueda ofrecer yo y si viene de afuera, que sea de manera amorosa. No me está gustando esto de levantar polvareda y mucho menos desconfianza.

Supe dos cosas: debía aprender a cuidarme para poder cuidar y debía mirarme día a día para chequear si estaba dispuesto al desafío de ser quien era y traer al mundon lo que mi alma guardaba. Supe hace mucho que iba a dedicar mi vida al servicio. No lo elegí voluntariamente, se impuso una suerte de soplo del destino. Me echaron de varios lados. Fui acorralado.

Hubiera amado sentenciarme a la normalidad a veces, pero no me pasó. Me sucedieron otras cosas raras durante dos décadas que fueron modelando una realidad alternativa, implacable. Me fueron de todos lados. El único camino que se me dio para quedarme fue aquel que tuvo lugar para mi corazón. No lo pude evadir ni evitar.

Tras años de transito he llegado a algunas conclusiones muy básicas. Apenas elementales. Todos los seres humanos sentimos los mismos sentimientos y pensamos los mismos pensamientos. De unos a otros, no somos para nada originales en este orden. Pero aquello que pensamos y sentimos conecta con algo peculiar que está en el alma de cada uno y lo despierta. La globalización y la cultura del progreso, es útil en este sentido para enterarnos lo unidos que estamos en la experiencia humana.

En todo encuentro que he tenido como buscador y guía, las personas queremos saber lo mismo: a qué vine al mundo y ya que estoy en él, qué hago. Inexorablemente, mi modo de orientar es, con más o menos rodeos, formularles la siguiente pregunta o dirigirlas a la siguiente aseveración: ¿vas a animarte a desobedecer el orden establecido? Para ser quien sos, tenés que asumir el valor de pensarte y sentirte a ti mismo. No hay otra forma. Al principio parece una actitud egoísta, luego se abre lo que llamamos virtudes, que en el lenguaje del espíritu significa ” verter luz”, es decir, derramar la forma que trae tu luz al mundo. Servirla.

Se pueden preguntar otras cosas. ¿Vas a arriesgarte a recibir los dones que esconden tus emociones genuinas, aunque estas sean nefastas según tus creencias? ¿Vas a aceptar el desafío de hallar los pensamientos lúcidos atrás de las ideas oscuras? Porque sí… Porque los brillos de cada uno están en las esquinas y recovecos dentro de los mares de la negrura.

Es un tiempo de diplomas, certificados, méritos y honores para quien se ampare detrás de los conocimientos que ya son instituciones. Y a la vez es un momento de consagraciones para quien se alinee detrás de su propia medida de las cosas. Son sólo maneras de llegar. El único inconveniente de tocar tu propio instrumento después de afinar las cuerdas internas y entrar en resonancia con tu caja propia, es saber caminar el delgado equilibrio de ser uno mismo.

Es probable que se convierta en un peligro para muchos, incluso para ti, que se perciba como una amenaza e incluso que se sienta como un ataque. Yo prefiero que mi camino se parezca cada vez más a mi alma, que la distancia entre lo que hago y mi corazón sea cada vez más pequeña. Si eso remueve las certezas, despierta interrogantes y moviliza incertidumbres, siento que estoy haciendo bien mi labor.

Para mí, durante una etapa extensa, ha sido más importante tener preguntas que respuestas. De última, la perseverancia y la permanencia en las inquietudes, han sido la respuesta. En definitiva, sé que alguien puede mirar mi camino si fuera de ayuda porque lo caminado ha traído frutos y amparo. Ni más ni menos que un corazón mejor pulido y transparente. Ningún sendero con corazón deja huérfano a alguien, lo sé porque atrás de las experiencias dolientes, ubiqué al amor y allí me quedé a descansar. Yo lo hago por mí y para que ciertos espacios no los tengan que venir a limpiar mis hijos.

La creatividad en una de sus dimensiones, es un camino solitario y como experiencia es muy individual. Lo creado, indefectiblemente, nace del contacto y del roce en el universo de las relaciones. Los desafíos son esenciales para la afirmación, el soporte y para que la creación eche raíces. En algún punto, el peligro cesa y el corazón resplandece.


Camilo Pérez