Pasé en
segundos por muchas sensaciones: asombro, desconcierto, angustia,
incomprensión, hasta que llegué al coraje, y les escribí. El móvil era uno
solo: qué parte me estaba perdiendo. Me contacté con ambos, eran y son pareja.
Ella fue la que respondió con más carácter y sentido. Me podía gustar o no,
pero le daba cuerpo a lo que hasta un instante atrás era perplejidad. Era clara y me sacaba
de la zona de incertidumbre, después me tocaría elaborar sus palabras.
Su declaración
fue concisa: estaba muy molesta porque en varias de mis publicaciones,
utilizaba el nombre de constelaciones familiares para referirme a una
metodología de trabajo personal sin haberme formado en constelaciones. No tenía
certificado ni contaba con aprobación de nadie que me validara. Esos benditos
diplomas de los que carecía y que efectivizan la experiencia y el
conocimiento adquirido en su trayecto.
La tristeza
tras la desaprobación de mi niñez volvieron desde mi memoria más antigua y
dolorida. Volvía a quedarme solo. Mi ahora ex amiga de angustias y alegrías, de abrazos
y sonrisas tenía unos años más que yo y me colocaba de frente ante la herida
con mi madre. De modelo perfecto: psicóloga posgraduada con varias
especialidades, intelectual reconocida orientada hacia la sanación con un
amplio currículo… ¡Se tornaba inalcanzable para mí! Me costaba relacionarme con
gente que representara cierta autoridad y lo venía superando, pero esto otra
vez me dejaba en el mismo lugar de siempre: pequeño e insuficiente. Me había
confiado en ella tantas veces… y de nuevo me veía atravesado por el desamparo.
Yo
mencionaba las constelaciones como manera de decirle al mundo: "¿Conocés este
formato? Bueno, hago algo parecido." De inmediato detuve mi reflexión en los
grandes pensadores que formaban parte de la misma línea de trabajo en la cual
yo operaba: Freud, Perls, Jung, Hellinger. Todos ellos llegaban hasta mí,
hasta nosotros. Todos ellos nos sostenían con sus vivencias y trabajos tanto de
campo como en sus obras literarias. Nos marcaban un camino. Ellos y tantos otros.
Mi pensamiento
fue un poco más allá con el mismo circuito que suelo pensar las cosas. Las
grandes obras escritas son resúmenes de intensidades, de dedicación. De una
fuerza que se impone a veces en hombres y mujeres, de sus desvelos por
comprender la esencia de Ser Humano. ¿Acaso cada uno de ellos no fueron sujetos
que se inspiraron? ¿Acaso no había en ellos una gran dimensión de análisis de
la naturaleza humana y de los órdenes que la sostienen? ¿Acaso no fueron hombres
con una gran voluntad y persistencia para la autoindagación? ¿Acaso no tuvieron
una extraordinaria capacidad para sintetizar y sistematizar ideas, es decir,
unir el pensamiento y la emoción hasta llevarlos a un espacio inexplorado y que fuera rico y nutritivo para los demás? No
es que me calzara sus zapatos, pero desde el lugar que me hablaban, me dejaba
llevar por lo que habían construido y estaba en el aire. Y eso lo puede tomar
cualquiera. Si no es para ti o para mi, la realidad se encarga de definirlo.
Mi propio
contenido emocional luego de cada pequeña muerte derivaba en actos mágicos, en
movimientos internos e inspiradores. Nunca me molesté en anestesiar mis dolores
fuertes y profundos, más bien me tomaba el trabajo de vivir aquello que me
atravesaba. Después, inevitablemente, veía transformada mi comprensión del
mundo. Ese era el ciclo.
Años más
tarde y a raíz de una nueva publicación, recibí un nuevo ataque de otra
psicóloga alarmada a la que no conocía. Me trataba de lego, es decir, quien no se encuentra calificado para hacer algo.
Ella esperaba agazapada que yo presentara mis acreditaciones y licencias para
retractarse o bien, se liberaría de toda duda y culpa para dar rienda a su
disconformidad. Era obvio, la había ofendido. Esta vez no respondí y a cambio,
contacté con un sentido ingenuo y decidí ponerme contento por su manera de
reconocerme. Alguien me estaba mirando.
Miré al
cielo como suelo hacer en situaciones delicadas y en un acto reflexivo, me
ordené internamente: espero que esa
necesidad de ser reconocido, me la pueda ofrecer yo y si viene de afuera, que
sea de manera amorosa. No me está gustando esto de levantar polvareda y mucho
menos desconfianza.
Supe dos
cosas: debía aprender a cuidarme para poder cuidar y debía mirarme día a día
para chequear si estaba dispuesto al desafío de ser quien era y traer al mundon lo que mi
alma guardaba. Supe hace mucho que iba a dedicar mi vida al servicio. No
lo elegí voluntariamente, se impuso una suerte de soplo del destino. Me echaron
de varios lados. Fui acorralado.
Hubiera
amado sentenciarme a la normalidad a veces, pero no me pasó. Me sucedieron
otras cosas raras durante dos décadas que fueron modelando una realidad
alternativa, implacable. Me fueron de todos lados. El único camino que se me
dio para quedarme fue aquel que tuvo lugar para mi corazón. No lo pude
evadir ni evitar.
Tras años
de transito he llegado a algunas conclusiones muy básicas. Apenas elementales.
Todos los seres humanos sentimos los mismos sentimientos y pensamos los mismos
pensamientos. De unos a otros, no somos para nada originales en este orden.
Pero aquello que pensamos y sentimos conecta con algo peculiar que está en el
alma de cada uno y lo despierta. La globalización y la cultura del progreso,
es útil en este sentido para enterarnos lo unidos que estamos en la experiencia
humana.
En todo
encuentro que he tenido como buscador y guía, las personas queremos saber lo
mismo: a qué vine al mundo y ya que estoy en él, qué hago. Inexorablemente, mi
modo de orientar es, con más o menos rodeos, formularles la siguiente pregunta o
dirigirlas a la siguiente aseveración: ¿vas a animarte a desobedecer el orden
establecido? Para ser quien sos, tenés que asumir el valor de pensarte y
sentirte a ti mismo. No hay otra forma. Al principio parece una actitud egoísta,
luego se abre lo que llamamos virtudes, que en el lenguaje del espíritu
significa ” verter luz”, es decir, derramar la forma que trae tu luz al mundo.
Servirla.
Se pueden
preguntar otras cosas. ¿Vas a arriesgarte a recibir los dones que esconden tus
emociones genuinas, aunque estas sean nefastas según tus creencias? ¿Vas a
aceptar el desafío de hallar los pensamientos lúcidos atrás de las ideas
oscuras? Porque sí… Porque los brillos de cada uno están en las esquinas y
recovecos dentro de los mares de la negrura.
Es un
tiempo de diplomas, certificados, méritos y honores para quien se ampare detrás
de los conocimientos que ya son instituciones. Y a la vez es un momento de
consagraciones para quien se alinee detrás de su propia medida de las cosas.
Son sólo maneras de llegar. El único inconveniente de tocar tu propio
instrumento después de afinar las cuerdas internas y entrar en resonancia con
tu caja propia, es saber caminar el delgado equilibrio de ser uno mismo.
Es probable
que se convierta en un peligro para muchos, incluso para ti, que se perciba
como una amenaza e incluso que se sienta como un ataque. Yo prefiero que mi
camino se parezca cada vez más a mi alma, que la distancia entre lo que hago y
mi corazón sea cada vez más pequeña. Si eso remueve las certezas, despierta
interrogantes y moviliza incertidumbres, siento que estoy haciendo bien mi
labor.
Para mí,
durante una etapa extensa, ha sido más importante tener preguntas que
respuestas. De última, la perseverancia y la permanencia en las inquietudes,
han sido la respuesta. En definitiva, sé que alguien puede mirar mi camino si
fuera de ayuda porque lo caminado ha traído frutos y amparo. Ni más ni menos
que un corazón mejor pulido y transparente. Ningún sendero con corazón deja huérfano
a alguien, lo sé porque atrás de las experiencias dolientes, ubiqué al amor y
allí me quedé a descansar. Yo lo hago por mí y para que ciertos espacios no los
tengan que venir a limpiar mis hijos.
La creatividad en una de sus dimensiones, es un camino solitario y como experiencia es muy individual. Lo creado, indefectiblemente, nace del contacto y del roce en el universo de las relaciones. Los desafíos son esenciales para la afirmación, el soporte y para que la creación eche raíces. En algún punto, el peligro cesa y el corazón resplandece.
Camilo Pérez
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