domingo, 13 de octubre de 2013

Me perdono y me reconozco —cuarta parte—: el universo, las relaciones y la luz

Buscar o explorar sigue siendo una línea o trazo hacia el exterior. Para el individuo es fundamental aquí encontrarse con la realidad de que otros como él, también están atravesando circunstancias similares. Es decir, encuentra que el dolor es una experiencia colectiva  y por tanto que se puede amparar en un conjunto. Eso le devuelve y reintegra a la persona, la conciencia de que está en camino y no que las dificultades la segregan. Le da una escala humana y por tanto de pertenencia a sus registros y memoria sobre los conflictos. Entrar en relación desde ese camino de búsqueda, implica tomar contacto con las emociones repetitivas causadas por el dolor y observar qué tan dispuestos estamos a encontrar quién abrace lo que está pasando en mí. Desde otro lugar, reivindicamos lo propio y lo ajeno y surge el deseo de dar contención al lugar de quien está al lado. Eso coloca al buscador frente a una pequeña dimensión de su poder, encuentra su vulnerabilidad pero también su fortaleza anímica para dar amparo a quien padece lo mismo. Pero se sigue corriendo de su lugar para acudir al servicio del otro. Por eso se transforma en salidor, sociable o escapista.

Cuando se abre la memoria de los conflictos que estaban más o menos guardados, se despierta la dimensión del ser. Se empieza a ubicar lo que es mío, lo que resuena del otro en mí, tanto aquello de lo que puedo hacerme cargo como de lo que rechazo del otro y es parte de mí. Se ingresa a la dimensión individual, a la exploración propia, nótese cómo se reiteran durante las líneas de la nota los pronombres personales en esta parte. Cuando hay un reconocimiento de que otros buscadores llegaron a ese espacio que yo elijo también, puedo deducir desde lo más intelectual hasta de un modo vivencial, que la experiencia de la transformación y del amor es posible. Desde el mismo momento en que llegamos a algún lugar, estamos constelando, es decir, actuando nuestra raíz emocional en ese espacio. De forma tal que el mismo mecanismo que nos condujo a la búsqueda, lo interpretaremos como rol allí. Por tanto las modalidades de competencia y desvalorización se manifiestan, las mismas que antes hacían que nos viéramos separados de la trama del universo. Ahora la búsqueda tiene todo el sentido para la personalidad: se encuentra con la dificultad del encuentro hacia lo que la rodea.

La dimensión que gravita en el ambiente en tal sentido, es la decisión que debemos tomar a partir de ahora. Cuánto tiempo me tomará hacerme responsable de que el juicio, la exigencia, el control, la manipulación, la desvalorización, el desmerecimiento, la violencia, el agravio, la culpa, la tristeza, el desamparo; están en mí. Tanto como el amor, la alegría, el perdón, el valor, el coraje, el merecimiento, la redención, la fuerza, la autoridad y la humildad.

El darse cuenta de que todo eso está vivo en el interior de cada uno y que los otros lo reflejan, hace más cuidadosa y contenida la alternativa de sentir que todas esas cualidades me están pasando y atravesando. Todavía persiste una mirada propia separa del entorno. Todavía se resuena por aceptación o rechazo a aquello que veo. Sólo mediante lapsos de tiempo, nuestra conciencia empezará a reunirse e integrarse con todo lo que se manifiesta exteriormente.

El punto débil del buscador es simple: eternizarse en la exploración o transformarse en encontrador. Si hay ánimo de mirarse a sí mismo, valentía de voltear la visión hacia dentro, se está listo para hacer el gran movimiento.

Cuando la observación deja de depositarse en “los otros” y la mirada nos devuelve señales, alertas y alarmas, comienza a encenderse la última de las preguntas. ¿Qué me quiere decir el universo con aquello? Si tal persona o tal otra es esto o lo otro y estoy identificándome con él, entonces se despierta la mayor interrogante: ¿Quién soy? La respuesta es fácil: sos la conciencia, el espíritu y más aquí sos la luz y el alma. Pero por qué esa contestación no me colma ni me satisface. Porque todos precisamos saber qué es lo que venimos a manifestar a este plano, todos queremos reconocer qué venimos a expresar bajo la forma humana y su experiencia.

Este es el lugar de inflexión. Sea a través de las relaciones —en el caso de que hayas venido a andar una espiritualidad más ligada a la tierra— o a través del contacto con los maestros y jerarquías espirituales o la canalización de energías y poder de sanación —en el caso de que hayas llegado a despertar en tu corazón la energía del cielo— el encuentro más importante es contigo mismo. Toda la creación, manifestada o inmaterial, quiere acompañarte hacia ti. Quiere que recuperes el sagrado encuentro con tu espíritu, que ingreses al templo interior, a tu casa e intimidad. Para que eso ocurra, la expresión de la divinidad desaparece y te quedás a solas contigo.

El primer batallón que aparece en ese momento son todos los miedos y dolores que se anestesiaron durante el tiempo. Es un gran paseo por el parque de diversiones interno. Cómo reconocer el valor si no atravieso el miedo, cómo reconocer la claridad y la certeza si no me baño en la confusión y la duda. El mapa para este momento, ya sabemos que está adentro y viajar hacia las capas que rodean el corazón es deshojar al ego para que brille la consistencia de la luz, la belleza o como cada uno le llame.

En todos los casos, el acercamiento a cada etapa puede atemorizarnos y como resortes, podemos rebotar entre una parada y otra. El requisito es juntar suficiente aire para atravesar las puertas rumbo a lo más sagrado que habita en ti.

Hay varias frases de cabecera para este punto, algunas de ellas son: “Conócete a ti mismo y conocerás al universo” o “somos uno”. Por qué somos uno, porque todo está en ti y en mí. Quien se encuentre en esta estación, está a las puertas del sabio y de la maestría propia.

El desenlace para esta historia, es que finalmente decidís respetar y honrar todas las formas porque también son tuyas y te pertenecen. Comprendés que el propósito más grande de todos para este tiempo trascendente es que nos reunamos en el corazón, allí no hay línea divisoria, allí tierra y cielo son lo mismo y están el uno en el otro. Entonces se trabaja para la divinidad celestial y para la madre por igual. Se trabaja al servicio del corazón de la familia planetaria y el amparo para levantar la tarea llega desde las siete direcciones: tierra, cielo, este, sur, oeste, norte y el centro de tu ser, el corazón que late y te sostiene. Entonces no hay más precipicios ni vacíos, la existencia está llena, la cosecha siempre es suficiente y el amor abunda.  



 Camilo

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