Buscar o explorar sigue siendo una línea o trazo hacia el
exterior. Para el individuo es fundamental aquí encontrarse con la realidad de
que otros como él, también están atravesando circunstancias similares. Es decir,
encuentra que el dolor es una experiencia colectiva y por tanto que se
puede amparar en un conjunto. Eso le devuelve y reintegra a la persona, la
conciencia de que está en camino y no que las dificultades la segregan. Le da
una escala humana y por tanto de pertenencia a sus registros y memoria sobre
los conflictos. Entrar en relación desde ese camino de búsqueda, implica tomar
contacto con las emociones repetitivas causadas por el dolor y observar qué tan
dispuestos estamos a encontrar quién abrace lo que está pasando en mí. Desde
otro lugar, reivindicamos lo propio y lo ajeno y surge el deseo de dar
contención al lugar de quien está al lado. Eso coloca al buscador frente a una
pequeña dimensión de su poder, encuentra su vulnerabilidad pero también su
fortaleza anímica para dar amparo a quien padece lo mismo. Pero se sigue
corriendo de su lugar para acudir al servicio del otro. Por eso se transforma
en salidor, sociable o escapista.
Cuando se abre la memoria de los conflictos que estaban
más o menos guardados, se despierta la dimensión del ser. Se empieza a ubicar
lo que es mío, lo que resuena del otro en mí, tanto aquello de lo que puedo
hacerme cargo como de lo que rechazo del otro y es parte de mí. Se ingresa a la
dimensión individual, a la exploración propia, nótese cómo se reiteran durante
las líneas de la nota los pronombres personales en esta parte. Cuando hay un
reconocimiento de que otros buscadores llegaron a ese espacio que yo elijo
también, puedo deducir desde lo más intelectual hasta de un modo vivencial, que
la experiencia de la transformación y del amor es posible. Desde el mismo
momento en que llegamos a algún lugar, estamos constelando, es decir, actuando
nuestra raíz emocional en ese espacio. De forma tal que el mismo mecanismo que
nos condujo a la búsqueda, lo interpretaremos como rol allí. Por tanto las
modalidades de competencia y desvalorización se manifiestan, las mismas que
antes hacían que nos viéramos separados de la trama del universo. Ahora la
búsqueda tiene todo el sentido para la personalidad: se encuentra con la
dificultad del encuentro hacia lo que la rodea.
La dimensión que gravita en el ambiente en tal sentido,
es la decisión que debemos tomar a partir de ahora. Cuánto tiempo me tomará
hacerme responsable de que el juicio, la exigencia, el control, la
manipulación, la desvalorización, el desmerecimiento, la violencia, el agravio,
la culpa, la tristeza, el desamparo; están en mí. Tanto como el amor, la
alegría, el perdón, el valor, el coraje, el merecimiento, la redención, la
fuerza, la autoridad y la humildad.
El darse cuenta de que todo eso está vivo en el interior
de cada uno y que los otros lo reflejan, hace más cuidadosa y contenida la
alternativa de sentir que todas esas cualidades me están pasando y atravesando.
Todavía persiste una mirada propia separa del entorno. Todavía se resuena por
aceptación o rechazo a aquello que veo. Sólo mediante lapsos de tiempo, nuestra
conciencia empezará a reunirse e integrarse con todo lo que se manifiesta
exteriormente.
El punto débil del buscador es simple: eternizarse en la
exploración o transformarse en encontrador. Si hay ánimo de mirarse a sí mismo,
valentía de voltear la visión hacia dentro, se está listo para hacer el gran
movimiento.
Cuando la observación deja de depositarse en “los otros”
y la mirada nos devuelve señales, alertas y alarmas, comienza a encenderse la
última de las preguntas. ¿Qué me quiere decir el universo con aquello? Si tal
persona o tal otra es esto o lo otro y estoy identificándome con él, entonces
se despierta la mayor interrogante: ¿Quién soy? La respuesta es fácil: sos la
conciencia, el espíritu y más aquí sos la luz y el alma. Pero por qué esa
contestación no me colma ni me satisface. Porque todos precisamos saber qué es
lo que venimos a manifestar a este plano, todos queremos reconocer qué venimos
a expresar bajo la forma humana y su experiencia.
Este es el lugar de inflexión. Sea a través de las
relaciones —en el caso de que hayas venido a andar una espiritualidad más
ligada a la tierra— o a través del contacto con los maestros y jerarquías
espirituales o la canalización de energías y poder de sanación —en el caso de
que hayas llegado a despertar en tu corazón la energía del cielo— el encuentro
más importante es contigo mismo. Toda la creación, manifestada o inmaterial,
quiere acompañarte hacia ti. Quiere que recuperes el sagrado encuentro con tu
espíritu, que ingreses al templo interior, a tu casa e intimidad. Para que eso
ocurra, la expresión de la divinidad desaparece y te quedás a solas contigo.
El primer
batallón que aparece en ese momento son todos los miedos y dolores que se
anestesiaron durante el tiempo. Es un gran paseo por el parque de diversiones
interno. Cómo reconocer el valor si no atravieso el miedo, cómo reconocer la
claridad y la certeza si no me baño en la confusión y la duda. El mapa para
este momento, ya sabemos que está adentro y viajar hacia las capas que rodean
el corazón es deshojar al ego para que brille la consistencia de la luz, la
belleza o como cada uno le llame.
En todos los casos, el acercamiento a cada etapa puede
atemorizarnos y como resortes, podemos rebotar entre una parada y otra. El
requisito es juntar suficiente aire para atravesar las puertas rumbo a lo más
sagrado que habita en ti.
Hay varias frases de cabecera para este punto, algunas de
ellas son: “Conócete a ti mismo y conocerás al universo” o “somos uno”. Por qué
somos uno, porque todo está en ti y en mí. Quien se encuentre en esta estación,
está a las puertas del sabio y de la maestría propia.
El desenlace para esta historia, es que finalmente
decidís respetar y honrar todas las formas porque también son tuyas y te
pertenecen. Comprendés que el propósito más grande de todos para este tiempo
trascendente es que nos reunamos en el corazón, allí no hay línea divisoria,
allí tierra y cielo son lo mismo y están el uno en el otro. Entonces se trabaja
para la divinidad celestial y para la madre por igual. Se trabaja al servicio
del corazón de la familia planetaria y el amparo para levantar la tarea llega
desde las siete direcciones: tierra, cielo, este, sur, oeste, norte y el centro
de tu ser, el corazón que late y te sostiene. Entonces no hay más precipicios
ni vacíos, la existencia está llena, la cosecha siempre es suficiente y el amor
abunda.
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