jueves, 24 de octubre de 2013

Los arquetipos del destino: libre albedrío (3)

Se puede elegir no pelear por el agua y el sol. Podemos discernir lo que no queremos para nuestra vida. Cuando discriminamos lo que no deseamos, indirectamente estamos llevando nuestro corazón hacia la única puerta que de verdad nos pertenece y nos estremece; el umbral que detrás, guarda nuestro destino. Podemos quitarnos de encima las expectativas ajenas, los patrones heredados y devolver a los demás sus pretensiones sobre cómo tiene que ser la vida que nos es propia.

Cuando no te sientas muy convencido acerca del sentido que estas tomando, jugá a tu favor y sé un buen estratega: comenzá a acorralar a tu corazón. “Esto no lo quiero, esto tampoco, esto no es para mí, esto menos”. Para que llegue la claridad, despejá la ecuación y observá qué es lo que pasa al no absorber obligaciones ni responder a las demandas a las que tan acostumbrado estás. Así se crea el clima del libre albedrío. Es un estado de “vacaciones” intermitente donde se negocia un poco de paz.
  
Lleva tiempo confrontar con los códigos familiares y las reglas sociales, pero es un muy buen momento para hacerlo. Cada persona está tan ocupada sosteniendo la pared para que su mundo no se le venga encima, que los reproches y reclamos que te hagan porque estás tomando tus decisiones y siguiendo tu camino, se disiparán rápido. Aunque parezca complejo, es muy sencillo. Es un gran tiempo para acudir al rezo —al agradecimiento y al pedido con intención de lo que sea que queramos para nuestra vida —e ir alineando pensamiento, sentimiento, palabra y acción. Al moldear nuestra energía y darle dirección a nuestro caminar, el universo comienza a encargarse de inmediato de que llegue lo que estés necesitando.

La manera de empezar a tomar la libertad es de a tramos. Es una energía tan intensa, que el albedrío va templando nuestra voluntad y facultándonos para operar dentro de las fuerzas del universo. No es igual lo que quiero para mí en etapas donde estoy aprendiendo a vivir y reconociendo quién soy, que cuando acepto lo que viene a las puertas de mi corazón porque estoy dejando caer el miedo que me separa de mi pulso vital.

Si una vez nos recogimos hacia algo distinto y el mundo no fracasó —que es lo que tanto miedo nos da—, entramos a un espacio diferente. Se empieza a jugar con el tiempo y a hacer cosas que nos hagan sentir bien y descubrimos que tenemos aire para algunos recreos entre la rutina de la vida. Así se fomenta la atmósfera en el libre albedrío.

Este estado, permite que podamos ir saltando entre las ocupaciones que nos mantienen en zonas de seguridad y confort y aquellas que nos alimentan el alma y se parecen más a lo que vinimos a hacer a la tierra. El libre albedrío es una frontera, es la búsqueda del lugar sobre el cual debemos tomar responsabilidad y la tarea que se despliega de ese espacio. Pero se llega a allí en base a perder el miedo a vivir y ganar lugar para el amor.

Probamos decenas de veces, muchas experiencias, muchas facetas, buscamos formas de interpretar lo que nos pasa y de crearnos. Vamos componiéndonos, integrando desde afuera lo que nos contacte con nuestro propósito.

En todo el andar descrito hasta aquí, nuestra capacidad de negociar se refina completamente entre lo que quiero —busco—y lo que necesito —encuentro—. Implica muchas renuncias, pérdidas y muertes en todos los niveles humanos captar la esencia, nuestra parte dentro del movimiento del universo que notamos, guarda una dirección y es sagrada. 


Camilo

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