Se
puede elegir no pelear por el agua y el sol. Podemos discernir lo que no
queremos para nuestra vida. Cuando discriminamos lo que no deseamos,
indirectamente estamos llevando nuestro corazón hacia la única puerta que de
verdad nos pertenece y nos estremece; el umbral que detrás, guarda nuestro destino. Podemos quitarnos de
encima las expectativas ajenas, los patrones heredados y devolver a los demás
sus pretensiones sobre cómo tiene que ser la vida que nos es propia.
Cuando
no te sientas muy convencido acerca del sentido que estas tomando, jugá a tu
favor y sé un buen estratega: comenzá a acorralar a tu corazón. “Esto no lo
quiero, esto tampoco, esto no es para mí, esto menos”. Para que llegue la
claridad, despejá la ecuación y observá qué es lo que pasa al no absorber
obligaciones ni responder a las demandas a las que tan acostumbrado estás. Así se
crea el clima del libre albedrío. Es un estado de “vacaciones” intermitente
donde se negocia un poco de paz.
Lleva
tiempo confrontar con los códigos familiares y las reglas sociales, pero es un
muy buen momento para hacerlo. Cada persona está tan ocupada sosteniendo la
pared para que su mundo no se le venga encima, que los reproches y reclamos que
te hagan porque estás tomando tus decisiones y siguiendo tu camino, se
disiparán rápido. Aunque parezca complejo, es muy sencillo. Es un gran tiempo
para acudir al rezo —al agradecimiento y al pedido con intención de lo que sea
que queramos para nuestra vida —e ir alineando pensamiento, sentimiento,
palabra y acción. Al moldear nuestra energía y darle dirección a nuestro
caminar, el universo comienza a encargarse de inmediato de que llegue lo que
estés necesitando.
La
manera de empezar a tomar la libertad es de a tramos. Es una energía tan
intensa, que el albedrío va templando nuestra voluntad y facultándonos para
operar dentro de las fuerzas del universo. No es igual lo que quiero para mí en
etapas donde estoy aprendiendo a vivir y reconociendo quién soy, que cuando acepto
lo que viene a las puertas de mi corazón porque estoy dejando caer el miedo que
me separa de mi pulso vital.
Si
una vez nos recogimos hacia algo distinto y el mundo no fracasó —que es lo que
tanto miedo nos da—, entramos a un espacio diferente. Se empieza a jugar con el
tiempo y a hacer cosas que nos hagan sentir bien y descubrimos que tenemos aire
para algunos recreos entre la rutina de la vida. Así se fomenta la atmósfera en
el libre albedrío.
Este
estado, permite que podamos ir saltando entre las ocupaciones que nos mantienen
en zonas de seguridad y confort y aquellas que nos alimentan el alma y se
parecen más a lo que vinimos a hacer a la tierra. El libre albedrío es una
frontera, es la búsqueda del lugar sobre el cual debemos tomar responsabilidad
y la tarea que se despliega de ese espacio. Pero se llega a allí en base a
perder el miedo a vivir y ganar lugar para el amor.
Probamos
decenas de veces, muchas experiencias, muchas facetas, buscamos formas de
interpretar lo que nos pasa y de crearnos. Vamos componiéndonos, integrando
desde afuera lo que nos contacte con nuestro propósito.
En todo el andar descrito hasta aquí, nuestra
capacidad de negociar se refina completamente entre lo que quiero —busco—y lo
que necesito —encuentro—. Implica muchas renuncias, pérdidas y muertes en todos
los niveles humanos captar la esencia, nuestra parte dentro del movimiento del
universo que notamos, guarda una dirección y es sagrada.
Camilo
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