sábado, 10 de noviembre de 2012

El fin de las tentaciones y la frecuencia de los sueños

No puedo eludir las palabras que gobiernan mi corazón. No puedo evadir las letras. De repente el amor se apodera de mí y me enviste, me lleva puesto, me convierte en simple canal. Me entrego dichoso a la buena fortuna de otra vez quebrar la inercia y voy. Las oraciones necesarias, el sentido profundo, el mundo pidiendo clemencia por todos lados, pidiendo atención de las maneras más agresivas y acuciantes posibles.

No quiero estar roto ni ser descocido, me pretendo dueño de una impecabilidad tan llena de defectos, de neurosis y algunas virtudes que sobreviven a mis intensos grados de locura. No hay cordura en las notas, hay mucha tinta y tormenta. Como vos, necesito ser escuchado. Describir el amor en todas sus formas químicas, en todas sus conjunciones físicas y aleaciones posibles. El amor es el pétalo cayendo y la bofetada estrellándose en tu rostro. Pero también hay espacios carentes de luz donde el amor se expresa por su ausencia y brilla el dolor y arremete el miedo. Esos momentos también merecen ser descritos.

Hay mucha orfandad, hay niños visiblemente lastimados en muchos ojos adultos. Hay tantas bocas despojándose de sus temblores e implorando cariño con violencia... La oscuridad tiene su brillo también, sabe lucir lentejuelas y portar largos vestidos con encajes de orgullo y soberbia. Hay hambre en esos corazones, hombres y mujeres tempranamente separados de la contención y el arrullo, mujeres y hombres con poder y sin escrúpulos vibrando en cadenas de eternos tangos, tocando largos raps machacantes y enfermizos. 

La reina y el rey, el poder, el dolor y todos sus secuaces. Las migajas, las monedas y la distribución de la carencia.  La soledad y la prisión, las celdas que llevamos en el corazón y la libertad que llena cada pulmón. Batallones, escuadrones, las legiones que desbocan la ciudad. El primer monarca que pidió hacernos hombres a todos y no llorar, las lágrimas a escondidas, lo que nos enseñaron hablando y lo que aprendimos al ver nuestros padres caminar. La distancia gigantesca entre la cordura, la locura, la impostura y estar de atar. El manicomio en tu interior, ser de la cadena el último eslabón y del tarro, bueno… Ya lo saben, el orejón por donde todo vuelve a comenzar. Pedir respiro y esta manera tan extrema que tenemos de llegar a ser, labrando actas y esgrimiendo personajes. Nos dejamos, nos aislamos, nos quedamos en suspenso, nos quedamos sin suspiros, apenas si logramos respirar.  Nos contagiamos el rencor, se nos pega la distancia y el dolor. Repetimos los platos y los héroes que nos condenan a olvidarnos de que olvidamos cambiar lo que nos hace mal. Vamos, buscamos, participamos del ruido, del tedio, del hastío, insistimos en el grito que no podemos dominar. Sube la espesura, el hervor y la humedad. Nos jactamos de saber lo que aún no conocemos, si nuestra memoria nos conecta solo a lo elemental.

Hay un misterio elevado, impresionante más allá de las estrellas y tan acá de nuestro corazón. Hay un repertorio de canciones y sinfonías, de existencias y vidas que  son la cura y el perdón. No sé cuántas notas guardará mi alma, en ella están refugiadas las pantallas que me hicieron crecer. Alcé banderas, vestí remeras y grité mi odio antes de poder comprender la señal. Prendí afiches a las paredes de la habitación donde dormí y escribí entre la pintura las broncas que no podía decir. Tomé la piedra y la baldosa en la mano y arrojé el puñal a lo que me daba miedo y me ofendía. Me enojé también incansablemente contra los muros que esculpí en mi juventud. Solo pude acceder al amor cuando estuve vacío, en la ausencia de la rabia, jadeante, allí… Tirado en el centro de la ruta, a la deriva de las avenidas, lejos de reconocer quién soy.

La tierra no es el mundo, el mundo es la gente: vehemente, demente y absurda. El mundo es también un imaginario en constante construcción. La tierra no es el mundo, la tierra es paz, es fuego y es agua. Alberga el aire y la vida, al mundo y sus dueños y a los demás también. La tierra es una nave colosal en el inmenso rascacielos del universo, la tierra gira en procesión hacia lo infinito. La tierra es selva, es olor a madera y es sudor de la vida. El mundo es ciego, tragaluz, calles y bulevar. Un breve faro que cada tanto ilumina esta quietud y sol llegando de los confines del abismo. Un bandoneón descompone su tristeza en el límite de la cultura. La tierra, el tiempo paradojal que termina y su agonía. Allá vamos, camino al cielo de las utopías, sin plazos pero llenos de sueños y convicciones. 


Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!

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