Santiago apareció con su guitarra en el escenario, alto como su espíritu. Fátima, de perfil bajo e intensa. Luego el muchacho del bajo y el chico del cajón peruano, los dos con la alegría en sus manos y en sus sonrisas. El espíritu de ese grupo se llama Nahual. Suena ensamblado, prolijo, sencillo y potente. Las canciones están llenas de versos con certezas, desenfundan un decálogo de premisas sobre las que germina y se afirma esta nueva era. La música y el verso cumplen con una condición antigua y clásica, pero no siempre lograda, se anticipa a los acontecimientos de una época y en ese sentido Nahual responde a la expectativa con sus palabras. Puede que tu cabeza se eche hacia atrás, como pasa cuando te encontrás con la claridad que no estabas sospechando encontrar. Como sucede cuando lo inesperado te toma por sorpresa o cuando se te asesta un buen golpe de verdad al rostro. Es una conversación de espíritu a espíritu. Ese es su lenguaje.
Las reuniones, las citas a las que convocan son de carácter intimista. La canción con ellos se engrandece, se hace pequeña y también chiquita, como para invitar a todos a que encuentren entre los intervalos, entre los recreos que da la voz, un sitio donde imaginar el propio sueño. Arriba del escenario ellos y su mensaje, abajo sus invitados y en el medio, en ese espacio, las letras no pierden tiempo en discutir si te creés o no las certezas que ellos relatan y retan a entender. Tienen un viaje claro y un destino preciso. Las líneas melódicas están repletan de amor porque de eso hablan sus estrofas: te arrullan, te miman, pero también su voz sacude y se hace un canto rebelde que se encarga de pasarte por arriba delicadamente cuando es necesario. La música argumenta lo que dicen de manera sostenida, no deja caer a la palabra en ningún momento. Acompaña el verso ininterrumpidamente, colabora con la descripción del paisaje.
Hay una línea que separa lo que fue de lo que es. En ese terreno se para Nahual: "...rompan contrato que hay otras luces...", dice una de las líneas que mejor logradas encuentro. Refundan el sentido y otra vez paralizan las viejas formas hasta desintegrarlas: la revolución va por dentro. Arriesga y compromete a arriesgar porque de eso se trata el sueño que manifiestan, de sujetar las riendas de la travesía e invitar a los demás a tomar la responsabilidad de interrogar cuál es el sueño propio.
Quienes llegan - imagino- son del escuadrón de los que transportan al espíritu en sus pasos diarios. Caminar en conciencia de la magia y el don es posible para todos. Hay una conexión directa en cada composición con lo intuitivo, con lo perceptual y hay dos formas de escuchar la intuición: en el silencio, en el recogimiento o con una buena canción que te libere. La obra de Nahual hace esto último. Asume el dolor como parte de la expedición humana por la tierra y el aire. No lo elude, lo transforma e invierte su valor. Ellos están en ese otro margen. Han traspasado la mecha que quema, allí cuando el miedo atosiga y apreta y la libertad todavía nos deja hiperventilados. Hablan del lado de quien se movió a conquistar lo que les pertenece. Hay luz propia. Eso distingue a las personas.
Ese es el sitio desde el cual canta el grupo y quien se entrenó en reconocerse está preparado para colaborar en el ejercicio gimnástico de los demás. Hay juventud en sus miradas y serenidad en sus pasos y eso delata a los espíritus que han trabajado delicadamente por florecer. Es una matemática más permeable, donde damos cuenta que la ecuación siempre da esperanza. "Amen, amen, insistan...", es un apuesta al cariño y a la tenacidad que deviene en cambio. Es una nueva ciencia, intuitiva, emocional, llena de sentido, comprensión y entendimiento donde estamos siempre sujetos a una secuencia de coincidencias perfectas que nos abarcan.
En una cultura donde la música es un revival permanente de otros tiempos, donde se machaca en lo conocido, son pocos, escasísimos los artistas que desbordan lo común. Este grupo tiene un sueño y lo aborda. Saben que es imprescindible protagonizar y gobernar sus vidas al ritmo del corazón y hacen de eso un arte. Dan aliento, alimentan y también ellos se nutren. Habitan el terreno de sus sueños y provocan otros despertares. Tienen un sueño y al abrirlo encuentran compañía.
Camilo Pérez Olivera
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