- ¿Lobo,
podrías vivir para siempre en este reino, exento de tus poderes? Tú sabes que
no hay peligro en tus colmillos insulsos porque no hay fiereza en tus fauces,
porque esto fue, es y será siempre una cuestión de actitud. Tus ojos están
apagados y pierdes el cabello porque ya no corres, ni siquiera caminas y eso
deja tus huesos en absoluta debilidad.
- Cordero,
sufres la desdicha de quien parece conocerlo todo. Has engordado tu organismo y
ya no cabe un solo pensamiento en tus entrañas. Al final eres solo una maraña
plagada de rollos, carente de voluntad, con una pereza soberbia que podría
dejar con sueño al mismo cielo y bostezando al propio Dios. Eres un inútil que
solo se anima a caminar sobre nuestras impurezas.
- ¿Y
tú qué, Hombre? Tu júbilo en este reino lo provoca una corona que punza tu
cerebro y que te llena de condenas. Todos tus movimientos parecen destinados a
arrebatarnos la libertad. Encadenas a Lobo al fondo o al frente de tu morada.
Si te crees perseguido por la oscuridad nocturna, lo llevas a la parte de atrás
porque no tienes ojos en la nuca. Pero cuando los días avergüenzan tu rostro,
te escondes de la presencia del sol y obligas a Lobo a ladrarle toda la
jornada. En cuanto a mi, me tienes con las pezuñas clavadas a la tierra, como
si esta se convirtiera en fango. Ya te he dicho que esto es imposible. No hay
magia que pueda convertir la basura en fortuna. Ni la tierra se convertirá en
fango, ni lobo se hará perro, ni el sol se cohíbe ante la voz avejentada y el
ladrido fingido de Lobo. Sin embargo, he aquí la paradoja: has estado durante
milenios ocupado en dejar sin efecto lo que somos, en una enfermiza búsqueda
por coartar y poner límites a la danza, el baile y la corrida, pretendiendo que
en la represión a los demás encontrarás eficacia para tus intereses. Tu propio
castigo te hace incapaz de reconocer tu propio rostro aunque pasaras por los
espejos más claros y límpidos o el agua más pura y cristalina. No porque estas
no devuelvan con majestuosidad tu perfil, sino porque no sabes quién eres y en
qué te has convertido.
Lobo, Cordero y Hombre podrían investigar eternamente en sus
dificultades y no arribarían a solución alguna.
Lobo juega el rol de quien ya no puede desplegar su
agresividad. Es apenas un ciego con la espalda domada y el cuello acalambrado,
masticando hierbas y rumeando el pasto. Se ha hecho vegetariano porque está
senil y no brota recuerdo alguno de sus épocas de cazador. A veces lo asalta en
sueños la peor pesadilla: un animal corriendo por los bosques, saltando entre
las pendientes, sediento y hambriento, siguiendo los rastros de la sangre
caliente. Siquiera se percata de que es él.
Hombre se posiciona en quien ejerce la violencia con
sutilidad, destruyendo la libertad de los demás como consecuencia de quien
primero extravío la suya. Pero cuando pierde los estribos compensa el
lugar de animal que los otros dos abandonaron y es un buen domador que destila
rabia a bastonazos. Está demás decir que es un tipo tosco y sin sosiego,
imprudente e inexacto.
Cordero se adjudica el costado oscuro más extremo de lo femenino. Como ocupa un lugar de quietud producido por su falta de reacción y un cuerpo lleno de grasas, quedó plagado de embrollos y de inteligencia que Hombre abandonó. Es un ser abominable y rebuscado. Es un exagerado charlatán. No hay ninguna belleza en quien reconoce las miserias y no tiene condiciones para modificarlas.
Cordero se adjudica el costado oscuro más extremo de lo femenino. Como ocupa un lugar de quietud producido por su falta de reacción y un cuerpo lleno de grasas, quedó plagado de embrollos y de inteligencia que Hombre abandonó. Es un ser abominable y rebuscado. Es un exagerado charlatán. No hay ninguna belleza en quien reconoce las miserias y no tiene condiciones para modificarlas.
Hay un momento desencantado donde la situación se vuelve
irreversible. Los primeros pasos, los que cuentan con la información que de
verdad relata de qué estamos hechos, quedaron extremadamente lejos. De aquí en
más, los tres personajes más entrañables del purgatorio comienzan a
desprenderse de sus últimas fuerzas. Son tres pares de ojos que permanecen más
cerrados que abiertos. No necesitan ver nada, pues lo que han hecho los últimos
siglos fue actuar y personificar ese papel como buenos autómatas. La memoria
para ellos es una secuencia ordenada y apesadumbrada de movimientos que termina
en muerte lenta pero segura. Los tres han puesta sus vidas, sus quejas, sus
desdichas y sus cargos a disposición de Dios para que este resuelva de qué
manera acabar con sus fracasos y rematar sus desconciertos. Los tres
quisieran en el fondo terminar ya con todo esto y arrancar sus corazones, pero
saben con la última energía y única verdad que les pertenece que por instinto
esto no es posible.
Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!
Camilo Pérez Olivera
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