lunes, 30 de julio de 2012

Fuego

El fuego tiene como principal condición ser incorpóreo. Se levanta necesario, complaciente al que lo invite a arder. Es una maravilla que exista, que ondee. Es una bendición verlo encenderse, tomar fuerza, es una bendición y una sensación extraña preguntarse dónde estaba un momento antes que lo encendiera. Pero allí nace, se presenta y crece, toma volumen y calienta algo más que un sitio, templa el espíritu. 

Tengo relación con el fuego desde pequeño pero tomé conciencia de ello hace poco tiempo. Existe un vínculo cercano, de proximidad y más...íntimo. Todo lo que hacemos es recordad, tomar memoria, la nuestra, la de una humanidad entera que fuimos en otros tiempos. El fuego devuelve esa conexión, colabora, abre campos, inspira al viaje interno, conspira a favor de la inversión de los tiempos, los nuestros. No hay mucho que aprender en estos momentos, es tiempo de tomar de nosotros mismos lo que nos es propio, lo que ya sabemos, lo que es nos pertenece por naturaleza. Ya bajamos dimensión por dimensión todos los escalones posibles hasta fundirnos entre el fango y la niebla. Ya convertimos toda nuestra realidad espiritual en materia y ahora hay que hacer el camino de regreso, eso significa invertir el proceso, ascender. El fuego centra la atención en esa relación, la de la intimidad con cada uno. Ya todos somos viejos conocidos de antiguas aventuras, de recorridos estelares, terrenos, eternos. Nos vamos reconociendo unos con otros, unos a otros. 

El abuelo, el fuego...lame nuestras entrañas, sean estas de dolor, de sufrimiento o de alegría y de gozo. Las cura, las sana. Levanta sus lenguas con ternura y firmeza. Arde, lidera, conduce, guía, concentra. El fuego arrecia, anima, serena, quema, transmuta. El fuego acaricia el hogar y mis manos cuando las paso sobre el fuego. La experiencia de tocar el fuego es por lo menos sensitiva, porque es el primer plano que se manifiesta entre el espíritu y la materia.

Las llamas se llevan las penurias, agotan las tragedias y detrás aparece la calma. Crepita y nos habla, nos nombra y nos reconoce, celebra y festeja cada vez que se lo enciende desde lo más sagrado que carga nuestra intención. Antiguo compañero inseparable de las culturas originarias de cualquier latitud y meridiano. Despierta, ilumina, abraza sin condición. Por eso cada fuego es un milagro, no importa qué esté quemando, no interesa dónde brote. Se lleva los pedacitos de materia de los que perdieron el espíritu y el sentido. Transmuta los trozos de desperdicio alojados en cualquier rincón, donde se decide acumular la falta de juicio y de delicadeza. 

Es una magia que se presente el fuego en cualquier expresión de la vida. Es una magia que todos portemos una partecita de ese fuego en el interior. Es una fiesta que hayan tantos y tantas reclamando su lugar y su fuego, es una maravilla que todos estemos reclamando esa fracción de verdad que nos es inherente. Gracias por el fuego, por la verdad, por la sabiduría que el espíritu nos dio a cada uno. Así estamos, soplando las brasas para que se encienda el corazón. 



Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!

1 comentario:

  1. Gracias por mantener encendido el fuego de nuestro hogar, por hacerlo cálido, por mantenerlo siempre prendido para que caliente, para que nos cuide, para poder rezarlo, para darle espíritu a nuestros días, para que recordemos la sabiduría del abuelo siempre. Ahó

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