Hay
diferencias sustanciales, uno de mis mejores sueños y realidades es compartir
cada minuto de vida de mi pequeña hija. No pude participar de la cesárea cuando
ella nació, los médicos no supieron integrarme, sino encantado. No hubo un
antes y un después de aquel parto, no hubiese sabido cómo mirar a mi hija a los
ojos si no persiguiera mis sueños desde siempre y hasta de vez en cuando los
puedo atrapar. Mis pasos en veintiocho años han sido inalterables con respecto
a las expectativas ajenas, jamás supe cumplir con el rigor ajeno. Creo que mi
abuelo fue igual. Creo que cometió errores y creo que los redimió a tiempo. Fue
compinche de mamá hasta el último chiste "negro" que se animó a
contar en plena internación y en pleno pasaje entre la vida y la vida después.
Creo que le sonrió a la muerte a su llegada, si este última fumara, doy fe que
hubiese sacado un cigarro y lo hubieran fumado a medias. Este sujeto supo
compartir y no desprenderse de lo que le sobraba.
Custodió
en sus últimos años un pasillo demasiado largo donde se alojaban apartamentos a
sus costados. Ocupaba el sitio más próximo a la calle. Recorríamos aquel
paisaje de principio a fin de vez en cuando, él encontraba mágico que de las
instalaciones destruidas por doquier se abriera la vida en cualquier sitio, en
cualquier rincón. Ahora que lo pienso, creo que me enseñó a amar el misterio
eterno de la vida y a respetar esta tierra que desfila vida y destila amor de
su vientre. Contaba también con la ética y la moral del guerrero, sin saber los
pormenores de los acontecimientos se ponía de mi lado porque sí, porque yo lo
necesitaba.
Caminábamos
hasta los alrededores del Edificio Libertad, el antiguo del Poder Ejecutivo y
nos sentábamos a hacer infinitas las tardes bajo los árboles. Caminaba con
ritmo cansino casi siempre, al paso de quienes aprendieron a reconocer el
espíritu delante de sus pies. Al son de los que no tienen prisa porque nadie
los espera.
Fue
un extraño embrujo, insospechado, cuando lo encontré preocupado por su salud.
Se mostró frágil por primera vez, me enseñó que también él contaba con
debilidades, pero fue demasiado tarde, para mi ya era gigante.
No
hay nostalgia entre que partiste de este mundo y renaciste con tu espíritu limpio
de dolores y bien luminoso en otro espacio más sutil, liviano. Me quedaron como
legados un afán inexpugnable por las letras y en ello también contribuyó mi
madre y el cariño por el club de tres colores. Heredé la compañía de la radio,
apenas separada de la oreja, apenas encendida, apenas sonora. Descubrí personas
hablando devaneos cuando el mundo se iba a acostar y otros anticipando el
amanecer en los mismos términos. Descubrí que la radio es magia y fantasía,
como lo fue mi abuelo, por eso le pertenecía ese mundo.
Cuando
lo recuerdo y también yo me conecto con mi fragilidad, hubiera deseado que
leyera estas ideas y pensamientos, hubiese deseado que leyera también los
trabajos de mi madre. Quisiera escuchar su voz exigiendo mejores, alentando
estos años plenos de vida. Fue un tipo de una gran espiritualidad, a veces no
hace falta mencionarla, solo se necesita recorrer las acciones de un sujeto
para darles sentido. Para mi fue un tipo de honor, de códigos, de los criados a
la vieja usanza, de los que les cuesta pararse cómodamente en este mundo que rueda.
Eso explica su aislamiento. Para él como lo es para mi, no debiera aparecer en
la misma frecuencia Arjona, los Redonditos o Gardel. No es lo mismo. Aunque hoy
cabe cualquiera. Así se marchó este tipo, así partió. No fue un sujeto
impecable, pero fue un abuelo enorme y eso fue maravilloso.
Sé
más. Sé que vive en mi corazón y en mi memoria. Sé que custodió mis pasos hasta
encontrar el círculo de la familia espiritual hasta poder compartir esa
experiencia con mi familia de sangre. Me dejó en buenas manos y partió a
reposar para su próxima aventura. Sé más, pero el tiempo me dirá cuando sea el
momento de compartirlo.
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