jueves, 19 de julio de 2012

Un habitante en mi corazón

No recuerdo cuándo fue la primera vez que lo vi, solo sé que fue el mejor cómplice que tuve en todos estos años. Lo veía peculiar, ingenioso, inteligente, rápido para el dominio de la palabra. Siempre tumbado a la bartola, jamás lo vi trabajar, solo lo conocí disfrutando la vida, aunque los demás alrededor no afinaran su espíritu al mismo criterio. En esa dirección -creo- me parezco bastante a él, hemos sido incomprendidos. El ocio en esta era dura y cristiana es vista como un vicio, aunque antaño fue la virtud de los dioses. Los adultos de los cuales tomé educación observándolos, dignifican el trabajo hasta hoy, sin embargo yo como él fuimos (soy) aves de libre vuelo. Indomables. 

Hay diferencias sustanciales, uno de mis mejores sueños y realidades es compartir cada minuto de vida de mi pequeña hija. No pude participar de la cesárea cuando ella nació, los médicos no supieron integrarme, sino encantado. No hubo un antes y un después de aquel parto, no hubiese sabido cómo mirar a mi hija a los ojos si no persiguiera mis sueños desde siempre y hasta de vez en cuando los puedo atrapar. Mis pasos en veintiocho años han sido inalterables con respecto a las expectativas ajenas, jamás supe cumplir con el rigor ajeno. Creo que mi abuelo fue igual. Creo que cometió errores y creo que los redimió a tiempo. Fue compinche de mamá hasta el último chiste "negro" que se animó a contar en plena internación y en pleno pasaje entre la vida y la vida después. Creo que le sonrió a la muerte a su llegada, si este última fumara, doy fe que hubiese sacado un cigarro y lo hubieran fumado a medias. Este sujeto supo compartir y no desprenderse de lo que le sobraba. 

Custodió en sus últimos años un pasillo demasiado largo donde se alojaban apartamentos a sus costados. Ocupaba el sitio más próximo a la calle. Recorríamos aquel paisaje de principio a fin de vez en cuando, él encontraba mágico que de las instalaciones destruidas por doquier se abriera la vida en cualquier sitio, en cualquier rincón. Ahora que lo pienso, creo que me enseñó a amar el misterio eterno de la vida y a respetar esta tierra que desfila vida y destila amor de su vientre. Contaba también con la ética y la moral del guerrero, sin saber los pormenores de los acontecimientos se ponía de mi lado porque sí, porque yo lo necesitaba. 

Caminábamos hasta los alrededores del Edificio Libertad, el antiguo del Poder Ejecutivo y nos sentábamos a hacer infinitas las tardes bajo los árboles. Caminaba con ritmo cansino casi siempre, al paso de quienes aprendieron a reconocer el espíritu delante de sus pies. Al son de los que no tienen prisa porque nadie los espera.

Fue un extraño embrujo, insospechado, cuando lo encontré preocupado por su salud. Se mostró frágil por primera vez, me enseñó que también él contaba con debilidades, pero fue demasiado tarde, para mi ya era gigante.

No hay nostalgia entre que partiste de este mundo y renaciste con tu espíritu limpio de dolores y bien luminoso en otro espacio más sutil, liviano. Me quedaron como legados un afán inexpugnable por las letras y en ello también contribuyó mi madre y el cariño por el club de tres colores. Heredé la compañía de la radio, apenas separada de la oreja, apenas encendida, apenas sonora. Descubrí personas hablando devaneos cuando el mundo se iba a acostar y otros anticipando el amanecer en los mismos términos. Descubrí que la radio es magia y fantasía, como lo fue mi abuelo, por eso le pertenecía ese mundo.

Cuando lo recuerdo y también yo me conecto con mi fragilidad, hubiera deseado que leyera estas ideas y pensamientos, hubiese deseado que leyera también los trabajos de mi madre. Quisiera escuchar su voz exigiendo mejores, alentando estos años plenos de vida. Fue un tipo de una gran espiritualidad, a veces no hace falta mencionarla, solo se necesita recorrer las acciones de un sujeto para darles sentido. Para mi fue un tipo de honor, de códigos, de los criados a la vieja usanza, de los que les cuesta pararse cómodamente en este mundo que rueda. Eso explica su aislamiento. Para él como lo es para mi, no debiera aparecer en la misma frecuencia Arjona, los Redonditos o Gardel. No es lo mismo. Aunque hoy cabe cualquiera. Así se marchó este tipo, así partió. No fue un sujeto impecable, pero fue un abuelo enorme y eso fue maravilloso.

Sé más. Sé que vive en mi corazón y en mi memoria. Sé que custodió mis pasos hasta encontrar el círculo de la familia espiritual hasta poder compartir esa experiencia con mi familia de sangre. Me dejó en buenas manos y partió a reposar para su próxima aventura. Sé más, pero el tiempo me dirá cuando sea el momento de compartirlo.



Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!

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