domingo, 8 de julio de 2012

La revolución posible

Era pequeño y mis abuelos me hablaban de la “revolución imposible”, así se podría llamar este cuento. Apenas tenía conciencia, apenas comenzaba a ser protagonista de mi vida. En casa se hablaba de política permanentemente. Les había costado, tanto a la generación de mis abuelos como a la de mis padres, ver nacer en un país de intenso gris oscuro, una luz que pariera la democracia.

Por aquel entonces una victoria electoral de la izquierda uruguaya se encontraba aún lejana a la vez que deseada por una fracción cada vez más grande de la sociedad. Parecía ser que los sueños que ventilaban las veladas de los adultos y que llegaban a oídos de algún niño curioso, se encontraban verdaderamente inalcanzables. Como quien se anima a soñar pero no confía en su vuelo, como quien se quema con leche y ya no se anima a volar. Aquellos adultos tejían en un horizonte lejano sociedades de felicidad, una justicia infinita y paraísos de bienestar. Eso esbozaban sus ánimos aunque a la vez lo decretaran como  realidades imposibles. Crearon el sueño y también su limitación.

Para aquel pequeño siempre delgado que agudizaba su comprensión, eran cuentos maravillosos que siempre terminaban con la misma sentencia: “No lo voy a ver yo, no lo van a ver tus padres, ni vos ni tus hijos”. El sentimiento que me abrazaba era de dureza y desazón. ¿Por qué aquellos sueños no los veríamos ninguno de nosotros, no lo merecíamos tal vez? ¿Qué fuerza tan cruel gobernaba aquel universo donde nos había tocado vivir?

Al tiempo la comprensión fue mayor, esos mayores convivieron con el terror, con libertades inexistentes, con la expresión limitada, censurada. Al tiempo la comprensión fue mayor, la izquierda era gobierno, la izquierda era progresista. El progresismo de los suburbios del sur no quería quedar afuera del reparto de los recursos mundiales, acomodaría su cuerpo porque ya había perdido suficiente con los sueños. Aquellas generaciones que sentenciaron sus utopías como impracticables están grandes y ocupan lugares de poder.

La política es la conciencia de una época donde la humanidad cambiaba social y fragmentadamente. El paradigma de los buenos y los malos, del mundo de los enemigos, del materialismo, del ateísmo. Si no pudieron confiar en otros hombres como ellos, mucho menos podrían confiar en Dios. Hoy el estado de conciencia expresa otro marco de referencia, la espiritualidad. Si hasta la ciencia busca la partícula divina es el reflejo de una realidad que acepta la existencia del espíritu en todo y  todos. Se acerca. ¿Qué busca la ciencia cuando busca la partícula de Dios? El espíritu. Su espíritu.

Hoy nuevas generaciones desafían a las viejas. Hoy la búsqueda se corre hacia el interior. Hoy el estado de conciencia es otro y el paradigma holístico resignifica al  hombre dentro del ecosistema. Se diferencia y se distancia de la relación endémica del sistema en el cual se comprenden los hombres, sus leyes y los recursos de una sociedad para su subsistencia.

Cada uno de nosotros llegará hasta donde su corazón pulse. Hasta donde su revolución sea posible. No me extraña que aquellas generaciones no puedan dar el paso siguiente. Quizás siquiera sea necesario. Como sea estará bien. Esta nueva era que se abre delante invierte el propósito. Implica un riesgo más. Una nueva aventura, ancestral. Creer para ver. Confiar para ver. Decretar para ser co-creador  con el Universo del sueño que llevamos dentro. Cuando los abuelos dejaron de soñar empezó nuestra responsabilidad. En ese vacío está todo por hacer.

Es un punto de inflexión, quizás uno de los más importantes en milenios. Es un lugar que permite volver a hablar de Dios, de amor y de anarquía sin contradicciones. Seremos –cada uno de nosotros- la autoridad de nuestra propia vida, el líder de nuestras propias empresas.  No podrá ser de otro modo porque cada uno estará ocupado sosteniendo difíciles timones de barcos que procurarán acomodarse a las mareas altas de la Era de Acuario y su ingreso. Si es que ya no nos identificamos con esa realidad…
Será imposible ir a socorrer urgencias ajenas, porque cada uno estará surfeando sus propias olas. Es la manera que el espíritu tiene para volvernos la mirada hacia adentro y que ocupemos el lugar del círculo que nos es propio.

Hay que hacerse cargo de karmas[1] antiguos e inmediatos y en esas actitudes, en la manera de responder a esas deudas con nosotros y los demás, estamos decidiendo si habrá un lugar para nosotros bajo el nuevo sol.

Desde aquí, desde el rincón que escribo, sé que otra manera de vivir es real porque la ensayo y en ella trazo estas líneas.




[1] Karma: perteneciente a la ley de las compensaciones del Universo. Sistema por el cual cada acción tomada tiene un efecto de acuerdo a la intención que llevara la primera.



Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!




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