sábado, 9 de junio de 2012

El Gran Misterio II

En la Tristán el domador encerró sus gallinas, conejos y pájaros para exposición. Los perros aún cachorros tienen las marcas de miles, las huellas de todos. Se ofrecen porquerías, se ofrecen cosas innecesarias, insuficientes, magníficas. La Tristán es bella, peligrosa, familiar y solitaria. Es una línea, una calle directa donde es imposible perderse y factible a la vez. Si te salís de su cauce puede que pases un poco de miedo, de inquietud, y te lleves las manos a los bolsillos o aprietes con fuerza las carteras, las mochilas, los morrales...  Pero animarse y salirse un poquito puede ser como abrir esas puertas inciertas, un despegue o un aterrizaje forzado. La Trsitán Narvaja tiene matices, tiene colores y también grises, pálidos o seguros grises. Da gusto maquillarse con esos trazos de vez en cuando. La Tristán vende, generosa, y creo que impasible, pretendiendo irse vacía cada vez que se arma, que se levanta. La Tristán arma sus juegos ilegales, sus azares y se prostituye también. Corren sus comerciantes, sus fiolos a aquellos que quieran llevarse gratis una ventaja de allí.

Esa feria es un derroche, largo y con pregones salidos de gargantas cansadas, como canciones repetitivas y monocordes. Es malhablada, se vociferan muchas lenguas y dialectos extranjeros e incomprensibles. Estos, se mezclan con las frutas y verduras frescas y se cocinan y se marchitan al calor del sol.
Se muestran radios antiguas, recicladas y esas son las que más me gustan , las más caras, las más costosas. Porque evocan a mi abuelo y a mi abuela con su transmisor diminuto, perdido a sus orejas en las madrugadas, murmurando tangos que los acompañaron mientras se despertaban los demás y ellos acomodaban la radio, caída ante alguna derrota del insomnio. Yo tomé eso de mis abuelos, el amor por la radio, despierta,  de guardia, en vivo.  Mis abuelos gastaron las ruedillas buscando compañía, voces, misterios. Bajaron el volumen al mínimo indispensable, como si fuera una canción de arrullo, de cuna, que apenas se hace sentir. Son esas canciones que te tienden la trampa de hacerte soñar, como el misterio, como la medicina. Los Abuelos son añejos portadores de sabiduría, añejos portadores de cuentos, de fantasías, de secretos y otra vez, de Misterio. Tienen la llave para cruzar la calle, la feria de los misterios, para velar por los encantos.

La feria del Rastro, sospecho, es como la Tristán Narvaja o San Telmo, como navegar por los propios armarios escondidos de la habitación interior. Ese eterno estado de ensoñación que le enseñó Don Juan al joven Castaneda. Navegar por el Misterio, minúsculo y entrometido, curioso...  Yo elijo esas ferias, esos viajes, hechos de viejas maderas que engendran termitas, escaparates más bien vencidos. Esa película de presupuestos bajos, sencillos.


Donde culmina la Trsitán, donde desembocan sus labios, descubrí hace tiempo la casa más antigua de Montevideo, donde se fabrica tabaco con las manos. Donde se zurce su aroma entre los dedos de las generaciones. La casa Golf es un poquito bella, abandonada y en estado de presencia. Luce bien y huele mejor, luces sencillas la alumbran. Pertenece a la fisonomía más bien oscura y decadente de Fernández Crespo y es atendida por sus dueños. Aquella Fernández Crespo que contaran mis abuelos, se llamaba Sierra y que daría para una nota aparte.  Es un pequeño albergue esta casa de habanos y tabacos para curiosos y entrometidos, porque parece ocultar más de lo que muestra. Sólo ofrece lo que tiene para dar. Yo elijo ese tabaco para saborearlo mientras se hace humo en mi habitación, para que excite mi imaginación y escriba letras. Perdón que halla insistido con el Misterio, pero me resulta exquisito. Yo elijo ese viaje, esas ferias, a la vuelta de la realidad.

Camilo Pérez Olivera.
Ensayando otra manera de vivir¡!




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