viernes, 8 de junio de 2012

Cuenta kilómetros

El día me sobrepasa y quedo salpicado, cansado de él. Lo paso entre sonrisas desdentadas de la pequeña, sus llantos indomables y llenos de energía, donde a veces no desborda ni media lágrima, y otras es un río entero. Los pañales, la caca, el pis, el frío, la estufa leña, la de gas sin ruedas que tengo que trasladar a mano -con fuerza y esfuerzo- de una habitación a otra. La comida que entra y sale mil veces de su boca, que se enfría una vez y otra más y se vuelve a marear girando en el microondas. La ropa de Juli lavada a mano y el frío de vuelta en los dedos, queriendo descongelarse lo más cerca del fuego posible. La escoba incansable, cepillando el suelo donde se acumulan los pasares del perro (Indio) y la arena que ya no puede contener en sus patas. Los restos de comida que no llegaron a la boca de la niña y otras barridas ocasionales más.

La radio prendida en Océano FM desde muy temprano y en ocasiones ya no sé si me aturde ella o el llanto de Julieta que no para hace media hora. Interminables horas de eterno trabajo doméstico que hago en pantuflas y demasiado abrigado. Como cuando puedo, almuerzo a la hora de la merienda. Pero mientras apronto la mamadera y la recaliento varias veces, alguien se me viene a la mente, un comentario de una nota rebota en mi aire, alguien me susurra al oído un nuevo disparador y corro, corro con Julieta en el brazo, con su llanto y disconformidad por volver otra vez al playroom a escribir una línea, un título que me haga acordar de todo lo importante que se me ocurre en ese mismo momento.

A las cinco de la tarde, cuando se aproxima la llegada de la señora de la casa, ya jugamos, ya reímos, nos dormimos, pasaron muchos pañales, comida, postre y mamaderas. Serví la ración respectiva de cada mascota, quizás una ducha para mí -si es posible- y lo amerita la temperatura en proporción a mi estado higiénico. Pasé la escoba infinita que recorto en las puntas abiertas para que dure un poco más y barra sin dispersar. Llega Noelia corriendo, cansada, agitada, y sé que son unos minutos más hasta que tome a Julieta definitivamente. Antes de eso lavará sus manos y se quitará a medias las pilchas de oficina y sé también que son otros tantos minutos para que logre hacer la pausa y relajarse. Yo ya estoy queriendo correr a la máquina hace horas. En general tengo algún rato para entrar en las redes y hacer sociales. Pero respiro hondo, converso de mí, le pregunto cómo está ella y la pongo al tanto de la bebé. Hago un esfuerzo por presentarme comprometido a pasar unos cuantos minutos con ella, aunque también quiera correr las baldosas que me separan de la adorada PCy sentarme a escribir y a leer.

Tardaré un buen rato en concentrarme antes de que una idea continúe a la otra , luego conecto y fluye. No se crean que después no vuelvo a tomar a mi hija. La sumatoria - al final del día- da como resultado una hora y pico más. Luego de ir culminando las responsabilidades, comienzan las letras a mostrar algo de magia. Para cuando la noche está bien entrada en los huesos, la casa está calefaccionada y el jurado -en especial Patricia Sosa- del Soñando por cantar, ya me deslumbró con algunas devoluciones que recuerdan al Universo y nuestra condición espiritual. Entonces, pasadas las once de la noche, estoy ardiendo y quiero desesperadamente que la casa me deje en silencio y soledad para atizar el último leño que merece el fuego y acomodar las frases con esmero. 

Me acuesto con las palabras hechas y me despierto sonriendo, esperanzado con leer lo que hizo cada trabajo en ustedes. Las palabras son las mismas siempre: corazón, alma, espíritu, caminar, develar, milagro, magia, existencia, esencia. Las acompañan otros adjetivos que acentúan la mirada, la composición. No por repetidas las palabras pierden belleza, siempre se las puede rodear de nuevas y mejores ideas. Me acuesto con las palabras hechas y me despierto de buen humor, rogando un momento para hacer el desayuno, antes que todo vuelva a emepzar.

Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!


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