Escribo para catapultar ideas desde mi conciencia hacia la de cualquier otro ser. La intención mayúscula es despertarnos a los mimos y no a los golpes. La inmensa mayoría de los sitios donde asomo mi nariz resultan un poco aburridos. Las conversaciones humanas me resultan por momentos tediosas si el eje es el tener y no el ser. Soy un eterno investigador de la esencia espiritual.
Me llevo muy bien con la tecnología y esta me sirve como motor de dichas investigaciones –constantes- donde saciar vacíos que ya los grandes multimedios no pueden alimentar. También aplaca la ansiedad de los eventos futuros, me ayuda a prepararme mentalmente para lo que viene. Así escribo, sopesando lo que leo y observo, entendiendo mentalmente y también con otras dimensiones del ser. Pero sobre todo, preguntándole al corazón si es cierto.
Hablando sobre espiritualidad, los formatos en los que llega la información son vastos. Internet es la herramienta privilegiada y también una maraña increíble de datos que aclaran a la vez que confunden las profecías últimas cual informes meteorológicos imperfectos de lo que vendrá, a la vez que se mezclan con las recetas para sobrevivir a los inminentes cataclismos que no acaban nunca por desatarse. La espiritualidad y la autoayuda pululan juntas, pero aunque estén unidas en el mismo renglón, para quien escribe no funcionan como sinónimos y las separa un abismo que voy a intentar descifrar. Aclarando que al primero que le es de utilidad el ejercicio es a quien suscribe. Así es que de forma indiscriminada, ambas se mezclan y se confunden en cualquier escaparate de librería o en la biblioteca virtual de youtube, entre otros espacios.
Los formatos digitales son los que consumo a nivel personal. El costo del mismo es igual al de un libro en novedad del mes, pero el recurso de la web es ilimitado. En las economías familiares sesgadas hay quienes priorizamos el acceso a la red global antes que a la cultura en cuenta gotas. El consumo masivo de índole new age a través del monitor trae aparejado como primer inconveniente quedar postrados frente a la pantalla. El segundo desorden es asumir que la lectura o el vídeo que enseña a vivir lo incorporaremos instantáneamente y ya seremos, a la vuelta de la próxima búsqueda de Google, ilesos supervivientes, hermanos de luz arañando la iluminación.
La autoayuda viene en distintos soportes: un libro, posteada en cualquier red de turno y una larga fila de etcéteras. No provee experiencias, sólo son placebos que quien la reciba la instrumentará con el mismo patrón con que resuelve el estado de sus conflictos. La autoayuda será el hambre de la mañana siguiente. No es recurso. Sostiene el mismo lugar de soledad con quien batallar cuando hayas olvidado esa frase estupenda.
Aprendí hace años que tenemos un cuartito privado donde escondemos el corazón, poniéndolo a salvo de lo que más necesitamos. Lo colocamos a salvo de la relación con el afuera, ese afuera que nos hizo la herida original en cualquier tiempo de todas las realidades que coexisten. Estar allí dentro nos inmoviliza, creer que desde el ciberespacio podemos amarnos los unos a los otros es la trampa más grande que he encontrado últimamente. De repente ingresa alguien al mundo ingrávido del espíritu e interactúa de una forma agresiva…¡y zas! Desestabiliza nuestra luz, nuestra espiritualidad y todas las frases hechas y/o repetitivas que por allí pululan. En cualquier lugar se puede colar algún cuco malo que nos recuerde todo el dolor que portamos en nuestro cuartito interior. El rechazo es rechazo sin importar de qué modo se ejecute, ni la hora ni el lugar de su accionar.
Los sitios de esta era donde se agrupa gente abundan. Los nombres son ficticios y la personalidad se presenta con el gesto –si cabe el término- más amable posible. Lo cierto es que todos los sitios de dominio público funcionan muchas veces como amplificación o extensión del cuartito privado de cada uno. Es imposible en ellos establecer honestos vínculos y menos aún profundizar en esa relación. Es imposible sin quedar al margen temporalmente de la realidad. Exaltar el amor no provee la experiencia de amar aunque el discurso quiera pasarle por encima a algunas leyes universales. Amar sin conocer sitúa esa relación en un grado de vulnerabilidad importante y el discurso en que viaja ese estado de amor es de una fragilidad meridiana, se emplee de un modo u otro. El verdadero propósito de participar en las redes sociales no puede albergar grandes expectativas de establecer lazos y fortalecer vínculos. Más bien se emplea como forma de comunicación en tiempo real y a distancias siderales a la vez que intercambiar información y datos de interés.
Las relaciones humanas implican riesgo, entregarse nos sitúa en una situación de exposición, abrirse a la experiencia del amor tarde o temprano dejará a la vista la herida que más tememos mostrar.
Desde hace unos años me interesa recuperar los sitios sagrados, aquellos lugares que me vinculen honestamente con semejantes que porten la mayor diversidad posible. Los lugares son sagrados cuando quienes los ocupan se implican con compromiso y también con alegría. La implicancia precisa de la presencia por entero, de todos los gestos que somos, los que abrigan el cariño y los que son un despojo de nuestra peor versión. Si los sitios son sagrados, reales, abrazarán ambas caras: la adusta y la compasiva. Por tanto recuperarlos es un trabajo que se formula y viaja en dos direcciones: la interior y la que se espeja fuera del nivel personal. Los espacios circulares funcionan de esa manera, multiplicando fuerzas y energías, revalorizando y respetando el lugar personal que hace al colectivo. Estos son los sitios donde mi corazón se siente a gusto. En el círculo es donde callo mis palabras, donde quedan hablando solos mis pensamientos perturbados frente al fuego. En el círculo es donde se silencian mis discursos y sale a la luz el niño frágil que fui. En el círculo es donde la fuerza me acompaña y el adulto que soy toma la palabra, su autoridad y la firmeza del corazón. Pero siempre mis gestos son diferentes, no necesariamente inestables. Diferentes. En el círculo nos conocemos sinceramente y nos queremos más o menos pero de verdad. En el círculo todos somos medicina y esa es nuestra condición espiritual. Allí, la autoayuda no tiene mayor sentido porque las experiencias que nos nuclean ya traspasaron la dimensión del miedo al vínculo. En el círculo existe la premisa de pedir ayuda cuando esta se precisa, porque el corazón no se cura en soledad y solo se sana en relación.
Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!
Me llevo muy bien con la tecnología y esta me sirve como motor de dichas investigaciones –constantes- donde saciar vacíos que ya los grandes multimedios no pueden alimentar. También aplaca la ansiedad de los eventos futuros, me ayuda a prepararme mentalmente para lo que viene. Así escribo, sopesando lo que leo y observo, entendiendo mentalmente y también con otras dimensiones del ser. Pero sobre todo, preguntándole al corazón si es cierto.
Hablando sobre espiritualidad, los formatos en los que llega la información son vastos. Internet es la herramienta privilegiada y también una maraña increíble de datos que aclaran a la vez que confunden las profecías últimas cual informes meteorológicos imperfectos de lo que vendrá, a la vez que se mezclan con las recetas para sobrevivir a los inminentes cataclismos que no acaban nunca por desatarse. La espiritualidad y la autoayuda pululan juntas, pero aunque estén unidas en el mismo renglón, para quien escribe no funcionan como sinónimos y las separa un abismo que voy a intentar descifrar. Aclarando que al primero que le es de utilidad el ejercicio es a quien suscribe. Así es que de forma indiscriminada, ambas se mezclan y se confunden en cualquier escaparate de librería o en la biblioteca virtual de youtube, entre otros espacios.
Los formatos digitales son los que consumo a nivel personal. El costo del mismo es igual al de un libro en novedad del mes, pero el recurso de la web es ilimitado. En las economías familiares sesgadas hay quienes priorizamos el acceso a la red global antes que a la cultura en cuenta gotas. El consumo masivo de índole new age a través del monitor trae aparejado como primer inconveniente quedar postrados frente a la pantalla. El segundo desorden es asumir que la lectura o el vídeo que enseña a vivir lo incorporaremos instantáneamente y ya seremos, a la vuelta de la próxima búsqueda de Google, ilesos supervivientes, hermanos de luz arañando la iluminación.
La autoayuda viene en distintos soportes: un libro, posteada en cualquier red de turno y una larga fila de etcéteras. No provee experiencias, sólo son placebos que quien la reciba la instrumentará con el mismo patrón con que resuelve el estado de sus conflictos. La autoayuda será el hambre de la mañana siguiente. No es recurso. Sostiene el mismo lugar de soledad con quien batallar cuando hayas olvidado esa frase estupenda.
Aprendí hace años que tenemos un cuartito privado donde escondemos el corazón, poniéndolo a salvo de lo que más necesitamos. Lo colocamos a salvo de la relación con el afuera, ese afuera que nos hizo la herida original en cualquier tiempo de todas las realidades que coexisten. Estar allí dentro nos inmoviliza, creer que desde el ciberespacio podemos amarnos los unos a los otros es la trampa más grande que he encontrado últimamente. De repente ingresa alguien al mundo ingrávido del espíritu e interactúa de una forma agresiva…¡y zas! Desestabiliza nuestra luz, nuestra espiritualidad y todas las frases hechas y/o repetitivas que por allí pululan. En cualquier lugar se puede colar algún cuco malo que nos recuerde todo el dolor que portamos en nuestro cuartito interior. El rechazo es rechazo sin importar de qué modo se ejecute, ni la hora ni el lugar de su accionar.
Los sitios de esta era donde se agrupa gente abundan. Los nombres son ficticios y la personalidad se presenta con el gesto –si cabe el término- más amable posible. Lo cierto es que todos los sitios de dominio público funcionan muchas veces como amplificación o extensión del cuartito privado de cada uno. Es imposible en ellos establecer honestos vínculos y menos aún profundizar en esa relación. Es imposible sin quedar al margen temporalmente de la realidad. Exaltar el amor no provee la experiencia de amar aunque el discurso quiera pasarle por encima a algunas leyes universales. Amar sin conocer sitúa esa relación en un grado de vulnerabilidad importante y el discurso en que viaja ese estado de amor es de una fragilidad meridiana, se emplee de un modo u otro. El verdadero propósito de participar en las redes sociales no puede albergar grandes expectativas de establecer lazos y fortalecer vínculos. Más bien se emplea como forma de comunicación en tiempo real y a distancias siderales a la vez que intercambiar información y datos de interés.
Las relaciones humanas implican riesgo, entregarse nos sitúa en una situación de exposición, abrirse a la experiencia del amor tarde o temprano dejará a la vista la herida que más tememos mostrar.
Desde hace unos años me interesa recuperar los sitios sagrados, aquellos lugares que me vinculen honestamente con semejantes que porten la mayor diversidad posible. Los lugares son sagrados cuando quienes los ocupan se implican con compromiso y también con alegría. La implicancia precisa de la presencia por entero, de todos los gestos que somos, los que abrigan el cariño y los que son un despojo de nuestra peor versión. Si los sitios son sagrados, reales, abrazarán ambas caras: la adusta y la compasiva. Por tanto recuperarlos es un trabajo que se formula y viaja en dos direcciones: la interior y la que se espeja fuera del nivel personal. Los espacios circulares funcionan de esa manera, multiplicando fuerzas y energías, revalorizando y respetando el lugar personal que hace al colectivo. Estos son los sitios donde mi corazón se siente a gusto. En el círculo es donde callo mis palabras, donde quedan hablando solos mis pensamientos perturbados frente al fuego. En el círculo es donde se silencian mis discursos y sale a la luz el niño frágil que fui. En el círculo es donde la fuerza me acompaña y el adulto que soy toma la palabra, su autoridad y la firmeza del corazón. Pero siempre mis gestos son diferentes, no necesariamente inestables. Diferentes. En el círculo nos conocemos sinceramente y nos queremos más o menos pero de verdad. En el círculo todos somos medicina y esa es nuestra condición espiritual. Allí, la autoayuda no tiene mayor sentido porque las experiencias que nos nuclean ya traspasaron la dimensión del miedo al vínculo. En el círculo existe la premisa de pedir ayuda cuando esta se precisa, porque el corazón no se cura en soledad y solo se sana en relación.
Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!