- Cuando nos encontremos en la ceremonia, en quince días, les vamos a
contar cuál de los dos es nuestro grupo predilecto- soltaba Alejandro con
una risita cómplice a los alumnos de los últimos domingos del mes.
Se acababa otra jornada del Curso
de Espiritualidad en el Centro Gestáltico de Montevideo. Las caras de todos
reflejaban el agotamiento luego de otra intensa instancia. Siempre había
espejos para ver las debilidades y las fortalezas propias en los rostros
ajenos. El curso además de ser altamente movilizador y sanador en las jornadas
pautadas para el año, nos proponía -cada tres meses- el cierre de módulo a
través de ceremonias del Camino Rojo, camino de sabiduría de los pueblos
indígenas de América. Era el turno -en quince días- de verse las caras en una ceremonia
de medicina.
Estábamos en aquella especie de
quincho circular, llamado Opá. Piso
de adoquín, al centro un hueco de tierra y arena redondo de donde se levantaban
las lenguas del fuego. Las paredes de aquel lugar eran enteramente redondas,
hasta que unos metros arriba, nacía un techo de paja que subía
pronunciadamente. Al final, unos diez o doce metros sobre nuestras cabezas, el
quincho sellaba su altura hacia el centro, y este, al igual que en el hueco del
piso, tenía una abertura circular, por donde subía el humo y escapaba hacia el
cielo. Las más de cincuenta personas que nos encontramos allí reposábamos
nuestras espaldas contra la pared, bolsas de dormir y algunas mantas se
escurrían por debajo de nosotros. Al abrigo del fuego y con la consigna de
centrar nuestra atención en él, pasaríamos allí la noche. Esperando el pasaje
de los Hombres Medicina que repartirían los honguitos, medicina para la
ocasión. Bajo su guía amorosa y una vez reunidas ambas clases – la de los
sábados y la de los domingos – se daría comienzo a la apertura de la ceremonia.
Alejandro se paró para abrir el juego, y comentó: - ¿Recuerdan que les dijimos que les íbamos a decir cuál grupo es
nuestro preferido? Bueno, todos juntos, siendo uno solo. Una familia.
Ese día, luego de tanto caminar
comprendí que vivíamos como humanidad en el mito de los enemigos. Buscando un
lugar bajo el cielo y compitiendo por lo que es de libre acceso: el aire, el
agua, el fuego y la tierra.
La astrología universal llama a
este tiempo que llega a su fin, la era de
piscis, y esta no es otra cosa, que la historia de los últimos cinco mil
años, y tal vez me quede corto. La era de piscis es el tiempo de la dualidad
espiritual y en el plano material, lo vivimos como el tiempo de los antagonismos,
el tiempo de los enemigos. Un pez que circula en una dirección y otro en la
opuesta. Lo que esconde este signo, es que ambos giran en torno al mismo
círculo, porque así es la vida. Por tanto, más tarde o más temprano, debemos
pasar por la experiencia del otro lugar al que hemos elegido. Por eso en
algunos momentos escogemos ser la autoridad de nuestra vida y en otras la
depositamos en alguien más. Siempre recorriendo ambos sitios que se miran a la
distancia, ajenos pero necesarios y complementarios, para integrarlos en el
corazón.
En la política se consagró hace
décadas el saludo con la “V” de la victoria,
expresado con el dedo índice y el mayor levantados. Pero ninguna
victoria parece ser suficiente a ojos de la ciencia política y sus actores.
Hace tiempo se instaló la cultura progresista en gran parte de Latinoamérica.
Parece ser el último paradigma que ofrece este sistema con el propósito de
eternizar sus intereses. La representación de un cielo inalcanzable, la
sustitución de la compra del paraíso, el mito del progreso, la invitación a
estar siempre ausentes del aquí y ahora.
Este tiempo es el de unir ambos
caminos, para transformar lo que la humanidad caminó de forma separada, en una
sola senda. UNI DOS.
(También continuará)
Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!
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