miércoles, 25 de septiembre de 2013

Me perdono y me reconozco —primera parte—: El camino de mi omnipotencia

Agradezco el trabajo que han tenido en mí, las charlas “Yo me perdono”, de Alejandro Corchs. Agradezco la conciencia y memoria que han despertado en mi corazón, la posibilidad de reunir mi perspectiva y el atrevimiento de desarrollar algunos entendimientos a los que he arribado.

El espíritu es un espacio que alberga todos los matices posibles: desdichados, ambiciosos, buscadores y sabios. O solitarios, consumidores, salidores-sociables-escapistas, encontradores y los hay sabios de vuelta. Son arquetipos que hacen al universo humano, estamos empapados y embebidos en ellos. Me interesa desconcentrar esos lugares, llamarlos distinto también para que nadie se sienta ajeno. Sabrás si tu sitio hoy se parece más al de un solitario o al de un consumidor. Sabrás reconocerte en alguien que ha encontrado respuestas aunque la búsqueda no cese —hay un punto en el que sí—o si vas desintegrándote entre salidas sin mayor compromiso aunque acogidas y cálidas, o espacios sociales donde se abren momentos con rituales y tiempos donde lo sagrado se presenta. Entre esas plataformas, escenarios y precipicios andamos todos.

Me importa descontracturar esta primera parte de la nota, el ego viene vapuleado y tan mal visto hace tantos años que por momentos está bueno darle un descanso. De todas formas la realidad está que arde. Lo que antes nos salía al cruce de la puerta de casa hacia afuera, hoy ingresa, nos transgrede y envuelve por los medios de comunicación o penetra el aire de una atmósfera intolerable removiendo la resistencia a la sanación y a la unidad.

A mí me gusta observar cómo se revela la herida en los ambientes o caminos espirituales que nuclean a los buscadores. Somos un pueblo tan pensante, tan racionalista que cuando llegamos a la primera estación nos queremos devorar la explicación y repetirla como loros y evadir o saltear la experiencia. Nos encanta vestir galones y colgar diplomas, pero mientras no los alcanzamos, queremos hacer el discurso. Nos convertimos en buenos pastores recitando las historias ajenas antes que despertar nuestra sabiduría. Aquí se presenta un terreno de práctica más o menos intermitente hacia el espíritu, pero no lo habitamos íntegramente. La gran siembra en este período es el juicio hacia los demás y la cosecha nos deja al margen, nos quita pertenencia si lo que está en nosotros lo vemos afuera.

El sano reconocimiento de la verdad precisa del camino para que el lenguaje que se exprese sea el de la experiencia. De no ser así, el verbo pierde fuerza y contenido, servimos vacío. Buscar la admiración revela una inconsistencia con la autoridad propia. Colocar a otro en un pedestal, es continuar rindiendo tributo a alguien o algo externo a uno mismo. Cuando alzamos a un personaje, estamos venerando una personalidad y confirmando nuestra soledad, ya que alejamos la esencia del otro por la ignorancia de nuestra propia luz. Reclutar a otros hacia nuestra propia dirección es operar desde el temor y el miedo. Habla de una gran fragilidad para enfrentarnos al destino y propósito de nuestro ser, el que está guardado en el corazón. Transité años mi camino desde este lugar. Una agrupación de carnaval lo cantaba hace tiempo atrás, tenemos una debilidad constante por decir que ya sabemos lo que aún no conocemos.

También me gusta, con cuidado, consideración y respeto, trabajar con los encontradores de status. Con quienes como yo, se agazaparon a un espacio de “privilegio” sin medir las consecuencias ni reconocer que las apariencias engañan a pocos y la realidad tarde o temprano, te pasa por arriba. Cuánta soledad, ambición y fragilidad hay en la permanencia en movimiento. En general, recalamos en determinada posición de poder y ese punto se transforma en el talón de Aquiles, porque las relaciones de poder están basadas en el temor al cambio y a la necesidad del miedo a perpetuarse. De nuevo será la realidad quien mueva la estructura que domina al ser a instancias del ego. Así se enmarca el tránsito hacia la etapa siguiente. La vida nos saca del lugar de “privilegio” que levantamos y como lo hicimos desde la vulnerabilidad, eso se fragiliza y nos envía otra vez a la búsqueda.

Ahora que pude mostrar el camino que mi omnipotencia recorrió, tras la elegancia y sutilidad del espíritu, me siento libre y en confianza para ir un poco más hondo.





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