Hombres
atreviéndose al amor, hombres surfeando en la tempestad, no importa si es agua
o es fuego, de todas maneras es tempestad. Hombres amanecidos y sueltos,
hombres dispuestos a ser hombres y a albergar a su femenino en el corazón.
Hombres sanando a otros hombres. La primavera es de los hombres al sur luego de
un invierno turbulento, frío y por momentos desolador. De nuevo hombres con
fuego en su corazón. Animados, cansados de largas caminatas bajo la lluvia y el
sol interior. Hombres con deseos, con anhelos, hombres listos para soltar el
animal que también son.
Empezó
el fuego en la boca del fuego y habrá más fuego del que imaginás. En la vida,
en la guarida el dolor quita la piel. No hay rima para el dolor, ni hay talla
para describirlo. No se puede ver más allá de la herida cuando la llevás
prendida. El mundo se cae, pero no afuera, se cae en tu corazón. El trance a un
estado de sueño, te acostás sólo para despertar. Estamos encendidos por dentro
y por fuera, estamos listos a saltar. Estamos a punto de andar el sueño y ese
sueño también te quiere soñar.
Mujeres
diosas soltando a los hombres para verlos brillar y volverlos a tomar. Un
camino eterno y una memoria que naufraga. Isis desaparece, se incrusta en
nuestras intenciones, Magdalena nos acaricia, nos besa y se eleva al más allá.
María despierta en el corazón femenino del hombre y la mujer y se funde con
Dios. Juana de Arco es nuestra revolución.
Los
dioses se acaban, se derriten en la primavera para devolvernos a nuestro amor.
Hombres y mujeres gigantes levantando su propio dios. Hombres cristales y
mujeres radiantes, dueños de la luna y el sol.
Córdoba
en la cima, los santos que alucinan y la tierra de las montañas nevadas
iluminándose. Todos al borde de un colosal precipicio que nos coloca en la vida
y nos quita de encima la comodidad y el confot, y estos dos nunca fueron tan
parecidos a la muerte. Todos ante la nueva frescura, todos ante el final de la
amargura y el principio de los tiempos que llamamos e invocamos, alumbrándonos.
La
delicada línea roja, la transparencia del azul, la naturaleza que somos, la
normalidad que queremos dejar de aparentar. La transfiguración violeta, la
intensidad del oro bañándonos. Un verde que son mil verdes de consagración. El
rayo dorado vertiendo la paz, enseñándola.
Siria
que se deshace, Medio Oriente que no aguanta una guerra más. África en su
atardecer y el mundo escribiendo su punto final. La adoración mansa y rosada, y
el blanco pureza y resurrección. Todos los marcos derritiendo la antigua
pintura, el calor y el frío revolviendo y revolcándonos. No hay témpano que se
resista cuando sos lo que sos.
El
punto de muerte, el punto de eclipse, el riesgo de verte y no sacudirte. El
misterio se aclara y la piedra se parte, la ternura amanece y el cántaro amante
insistiendo en su fuente. Ya vas a ver tus aguas tomando avenidas, lavando tu
herida. Vas a encontrarte con el milagro llegando desde el fondo más hondo, más
allá de los vientres, más allá del imperio del odio y más acá del amor.
Camilo Pérez
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