Me
encuentro al filo del dolor, en su umbral.
Estoy
dispuesto a quitarme el escudo que me separa de lo que necesito
y
con la voluntad de dejar mi vieja piel en el laberinto mundano
y
para siempre existir en lo trascendente, lo simple y lo hondo.
Me encuentro
en el umbral,
con
mis resistencias agotadas, diezmadas, acabadas.
Tener
claro el sí mismo y que hay vida
cuando todo empieza
desde
el punto de luz que soy hacia la creación, es inaugurarse.
Entonces
voy claro aunque afuera me espere el caos
de un
tiempo anterior donde mi conciencia
escribió
el mapa para que mi cuerpo,
delgado,
fino, rapaz y veloz; lo cruzara luego.
Me
tendí la ruta personal. Sembré mi propio abismo
para
no tener otra opción que sentir el precipicio.
Y
aquel hueco abriéndose bajo mis pies
hizo
que desatara las alas de ángel y halcón
un
segundo antes del fondo que llegué a rozar.
Un
momento después de que los miedos estuvieran completos
y el
fracaso ya lo gobernara todo con soberanía.
Así
de drástica apareció está parada:
tomé
asiento y partí hacia el final de la tierra.
Detrás
de mí el fuego le quitaba la ira
y
los enojos atrasados y arrastrados al amor.
Yo
me llevé mi amor en aguas y mis convicciones heridas en el corazón
para
sentir de verdad, que lo hecho fue tejido por el mismo destino
que ahora
se ofrecía estrecho pero único.
No
tuve reproches conmigo,
desarmé
mi alma para que nada quedara sin compartir,
ni
las penurias ni las suertes como tampoco las visiones esclarecidas.
Todo
lo desnudé, cada margen:
levanté
el cielo y la tierra para captar una posibilidad,
corrí
las nubes y clavé mis manos en el suelo, buscando raíces y rayos
para
servirlos, para alimentarnos, para hechizarnos.
No
fue suficiente para amainar la tormenta
y
entonces fue un temblor, luego dos y después miles.
Quiero
un hogar con los míos después del dolor y el umbral.
Quiero
que los míos suelten la ceguera
y se
animen a ver por vez primera, renacidos y sobrecogidos por la luz.
Quiero
un lugar completo entre la madre y el padre,
un
espacio abastecido por la abundancia, fértil para los anhelos.
No
me importa cómo se presente el cielo ni cuánto haya que labrar
mientras
el azul y el verde estén constantes y pulsantes en mi corazón
y en
el latir permanente de los que me rodean.
Dos
pies seguros para partir los tiempos que me deshabitaron
y
las plantas sujetándome al centro de la tierra.
Más
que partirlos, renovarlos, ¡más que eso!
Reconquistar
el amor, el mío, el tuyo, el que nos concierne a cada uno.
Asumir
lo que me separa de mí y crecer para alcanzarte y completarte.
Así
me sentiré elegido.
Mi
entera dedicación gira su flecha para dar a tu blanco
y
que estalle la luz y nos estampe su brillo elevado y conciso.
Me
acuesto y me despierto del otro lado, entre el canal y su bulevar,
dispuesto
a encontrar tu alma
en
cualquier rincón del universo.
Sé
el futuro, es un presente en otro tiempo de la dimensión de la conciencia.
Me
envuelvo en Dios, me vuelvo a Dios, voy bebiendo y absorbiendo de esa fuente.
Tengo
la suerte de mirar más allá de lo terreno,
la
ventaja de atraer lo bueno y verme crecer el corazón.
Hay
un vestigio de fortuna y un vértigo que madura para ligar el amor.
El
equilibrio constante y la armonía que abrasa,
la
medicina está en cualquier lado, en el lugar más insospechado
y
una canción te dice lo que no me atrevo a decir.
Un
espíritu sin hendiduras, un camino sin fisuras
para
recoger lo que me hace sonreír.
Un
talón y la inmortalidad, finita, eterna.
Un
renglón que se comunique
y la
tinta en las biromes escurriéndose, inagotable.
Estoy
escalando los abismos, estoy haciendo surcos en el aire.
Estoy
volando las cimas, estoy deslizándome entre las hojas
de
un invierno a punto de terminarse.
Estoy
recuperando la frescura
mientras
llegás escrita por las frases que te evocan.
Nos
convocan las alturas,
me
reservo los besos y la ternura que te pertenecen.
Hay
una primavera que está a punto de bajarle el telón al frío.
Están
esperando por mi imaginación al otro lado del vacío.
Camilo Pérez
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