Alguna vez la pareja de mi
madre le celebró a ella, en el día de mi cumpleaños, su ser madre. Me significó
aquello una idea cariñosa y con ingenio, aún cuando mis pies de joven
adolescente no solían pararse en los zapatos ajenos. En esta época recuerdo con
mayor entendimiento aquello. Da la casualidad, que mi primera hija y yo
cumplimos años con escasos cuatro días de distancia
En este renacer que golpea
mi puerta encuentro un sinnúmero de aspectos por los cuales escribir. Cada nota
trazada con esmero, antes o después de cambiar pañales, cada jornada que se
escapa sin poderla detener, los minutos eternos que se llevaron el esfuerzo de hacerla
dormir y ella responde con un ojo entreabierto al dejarla acostada, como
diciendo: “¡te engañé!”. El ser padre trabajando para escribir, el escritor que
se desempeña como padre. Esta vuelta se ha llevado energía, he perdido el
sueño, me ha fundido el cansancio, me han pasado las madrugadas por encima sin
saber quién estaba durmiendo a quién. Nada tendría sentido en esta tarea si un
rol no colaborase en ayudar a desempeñar el otro. Ser padre implica un
desplazamiento de la importancia personal, un quiebre en las prioridades. Sé
más del amor incondicional en la relación entre madres e hijos, quizás marcado
por la propia experiencia. Siento que hay un motor en relación a la maternidad
que la paternidad no incluye. Pero insisto, esto es un punto de vista sesgado
por memorias personales.
La manera en que recordaré
este primer tramo de ser padre es un intensísimo viaje de amor, con una entrega
que ni por asomo se encontraba en mis planes. Una inexplicable capacidad de
fundirme con otro ser, que solo sentí antes, cuando decidí con mi compañera ser
una familia y llamar a nuestro primer hijo para que ocupara ese lugar. Una lucha fortísima entre mis urgencias personales
y la atención extrema que requiere la paternidad. El despliegue total de las
posibilidades para satisfacer las demandas exigidas a cada paso. No hablo de resolver los aspectos
materiales -¡ni por asomo!- aunque estos sean fundamentales.
Se trata de muchísimas
cosas más. No tengo la menor duda de ello. Ser y estar, que al decir inglés es
lo mismo, en este caso se hacer cierto. Darle presencia cotidianamente, romper
la rutina, soltarse al juego, brindarse al baile. Hacer con conciencia, ponerle
el cuerpo, es una diferencia para siempre.
Sentarse a escribir
letras, a darles sentido y contenido, hacerlo posible, está estrechamente relacionado
con este motor. Conectarse con el amor, con el espíritu, tiene un vínculo
directo con haber atravesado los miedos gigantes y las dudas inevitables a cada
tramo de ese camino. Cuando se van resolviendo algunas ecuaciones, algunas
certezas quedan de manifiesto. Sería bueno comprender que la espiritualidad -en
un país exageradamente intelectualizado- no tiene efecto al cerrarse un libro.
Hay una aplicación necesaria para que la teoría se transforme en experiencia.
Hay un recorrido que implica riesgos, debilidad, vulnerabilidad y el atravesar
los miedos y las dudas hasta trascenderlos. Y la experiencia de la paternidad
abre todas esas puertas. Recién ahí se puede contar con el fundamento que
sostiene el discurso. Por eso este sistema y todas las estructuras que lo
sostienen han caído en un total descrédito. Porque el discurso hegemónico está
basado en la inexperiencia. Está lleno de definiciones sobre cómo tiene que ser
la vida y dista mucho de bajarse del pedestal desde donde escribe.
Como primer lugar, es
vital encontrar el sitio que nos es propio, ese que esperás y anhelás ocupar
sinceramente en tu corazón. Cuando ese milagro sucede y vamos a entendernos, milagro es una forma
de decir, toda la creación espera que cada uno de nosotros nos encontremos con
la tarea esencial por la que estamos acá. Decir que hay un lugar esperando y
nosotros caminando lo necesario para llegar hasta él, es simplemente natural.
Lo que se recoge nos convierte en seres libres, ocupando un lugar y dueños de
un estado de felicidad que sana y lava las penalidades recorridas. Las reglas
quedan saldadas, en cero.
Reconozco que la libertad
supone un efecto hacia aquello de lo que nos queremos desprender, lo que no
queremos más para nuestra vida. Sin embargo esto es nada más que la mitad del
asunto. En algún momento comenzamos a tomar las decisiones que definen qué
queremos hacer y cómo llevarlo a cabo. En ese trajín se empieza a describir y a
hacer claro cuál es el lugar que nos aguarda. No son miles, no son cientos, nos
pertenece uno que está resonando con todos los aspectos previos que fueron
nuestras circunstancias.
En definitiva, es una
lucha entre lo que estamos dispuestos a dar y lo que es necesario que demos de
nosotros. Lo que dejamos en el trayecto son las máscaras que no precisamos continuar cargando, lo que
tomamos del camino se cristaliza en nuestra esencia y deja de ser materia. Ese
intercambio nos llena de valía y construye el ser -plano espiritual- en la
existencia -plano material- , ese intercambio hace una vida cierta, creíble,
verdadera. Un camino mecido en el amor lo resignifica todo.
Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!
No hay comentarios:
Publicar un comentario