Con el ingreso de los años 80' las
mordazas que estrujaron la expresión hasta dejarla bordó dieron paso a un período donde
-diplomáticamente- todos los seres que habían participado en disputas de
calibre y gruesas agresiones, quedaban eximidos de culpa y cargo. También
quedaron todos los corazones heridos gravemente. Quedaron con cicatrices en la
piel: hondas, infectas. También así quedó el alma del ser humano en el sur de
las posibilidades. Nuestros abuelos y sus padres también sabían de las hazañas
de escapar al pavor y al zumbido de la guerra y las balas.
Lo que se interpuso por necesidad y
urgencia -no por que fuera el paraíso de las aspiraciones humanas- fueron
democracias teñidas de desconfianza y de falta de escrúpulos. Democracias
representativas y gobiernos de partidos tradicionales y conservadores en toda la
región. Así se estableció, así se
impuso. Fue lo mejor que la sociedad en su conjunto podía dar, la salida más
elegante luego de tanto daño. Por lo menos hasta tomar aire y llenar los
pulmones nuevamente, como para volver a inspirarse e ir por nuevos arquetipos y
que los sueños dejaran de fermentarse clandestinamente.
La cultura y las instituciones o las
expresiones artísticas y el discurso político y oficial no van de la mano
siempre. En aquel entonces las izquierdas sobrevivían con sus alientos de libertad
al terrorismo de Estado y algunas personalidades de extractos nacionalistas o
neoliberales, se alistaban con toda la intelectualidad de izquierda. Así se
conformaba la mecha y a los costados, los bandos. Las bombas iban explotando en
manos de ambas formaciones. Aquel paradigma de izquierdas y derechas, de
socialistas científicos y utópicos contra neoliberales y nacionalismos
conservadores, se agotó como se extinguieron tantos. Antes, los paradigmas
caían de una generación a otra; por establecer un marco referencial. Ahora los
paradigmas pierden vigencia y vitalidad de un año a otro.
Los padres de los jóvenes adultos de
este tiempo, conforman las planas mayores de las instituciones de turno que
sostienen el estado y sus mecanismos indirectos. Digamos que un Estado no se
sostiene solo de sus marcos, sino que se alimenta de los instrumentos que le
dan cuerda de un modo u otro. Hace una década por lo menos que -con
intermitencias- la política y las expresiones artísticas expresan un discurso
similar, sino el mismo. El discurso oficial es -cultural e institucionalmente-
progresista. No hay más sueños en ello, el volumen de los vientres se ensancha
y la imaginación da miedo. Es como renovar los votos y reiterar: "Hasta
acá llegó mi amor".
Quienes venimos atrás sentimos que el
espíritu de esta era es otro, que las soluciones ya no son políticas, que la
cultura en cualquier nivel está ligada endémicamente a un sistema que se
encuentra a punto de derrumbarse y que esto resulta inevitable a la vez que
deseado. Vivimos apretados, hacinados, en un cuello de botella que interrumpe
el libre flujo de concepciones nuevas, de ideas que circulan hace mucho y hoy
necesitan más aire y cobran vida.
El principal rasgo de este sistema es la
inconciencia y esta última trae como consecuencia la incapacidad humana para
reinventarse. La mayor parte de la población pensante de la humanidad, aquellos
que apenas logran tener las necesidades básicas satisfechas y de ahí, por
transitiva, a los que les va mejor, tienen por seguro que no hay rincón en el
mundo que no se encuentre en crisis y que se asiste al agotamiento de los
recursos que mantiene en funcionamiento este andamiaje.
Hace casi cuarenta años, durante el
caldo que cultivó al Mayo francés, se hablaba de vivir al natural, se
desnudaron los preceptos morales que gobernaban las vidas de las familias
acomodadas, sus mejores aposentos y sus ventajas. Se vivió un estado de
libertad provocativo que sumó componentes químicos de fabricación urbana a sus experiencias
y resultó en una época incompleta. De pronto el sistema se encargó de inhibir
el origen visceral de aquella empresa y minimizó los riesgos que pudiera tener
para su continuidad a la vez que administró sus facultades primarias. Pero como
suele suceder, estas y otras expresiones de carácter cultural, quedaron
atrapadas dentro de la cronología histórica que alimenta al sistema. En esa
capacidad que tiene esta forma de vida de acaparar cualquier sopa ajena que
hierve en sus propias narices.
Creo firmemente y hasta resulta una
certeza para mí, que un nuevo arquetipo se respira en todos lados. En ese lugar
común que indica que "al sistema se los combate desde adentro", le
cabe un error. No es lo mismo sistema que ecosistema. La naturaleza en todas
sus dimensiones funciona distinta a los rigores con que nos relacionamos los
seres humanos. Se presenta sin pedir permiso, suave, sigiloso, lento pero
entero. El paradigma holístico no rompe con nada, ingresa mediante las
modalidades por las que entra cualquier vehículo nacido de las necesidades
humanas y que busca la forma urgente de reparar el cinismo en el corazón de
todos. Este paradigma desmorona -intelectualmente- cualquier referencia que
ponga de manifiesto la desesperanza porque se coloca por encima de cualquier
estado de carencia. Reubica al ser humano en un estado de abundancia, en
estrecha relación consigo mismo y a su corazón unido inalterable e
inexorablemente al resto de los seres que lo rodean y a todo el universo
posible. Digamos entonces, que repara y habilita el amor perdido en los
paraísos inalcanzables de los que hablan las religiones oficiales y los
discursos limitados que promueven la falta de sueños e ilusiones.
En estas rodajas de lo que somos, en
estos pedacitos que nos hemos hecho, donde nos desayunamos a diario con crisis,
inestabilidades financieras y políticas, se está sirviendo otra realidad. Es el
equilibrio que puede soportar el balance de todo este desperfecto imperante. Es
una armonía que reequilibra las fuerzas de la decepción. Una sociedad que se
levanta desde el tener, corre un riesgo permanente por lo efímero de las cosas,
por la caducidad de la materia. Una comunidad que se construye desde el ser, se
sabe a sí misma más allá del paso del tiempo y sus componentes fluctuantes.
La forma de hacer posible ese amor, es
dejar caer las capas de cinismo que nos desvinculan de nuestra esencia y de la
del resto de los seres que existen. Es retomar la relación con la vida desde
una dimensión que la honre y la haga sagrada. Cuando perdimos esa naturaleza,
perdimos el resto por añadidura. La resignificación de esa naturaleza es el
puente que estamos buscando.
Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!
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