domingo, 12 de agosto de 2012

El corazón cínico

O las consecuencias de tres décadas. De ambas maneras podría llamarse esta nota. O tal vez no. Simplemente es una ventajosa forma de comenzar esta nota, donde el título sabe a poesía y la frase siguiente deja entrever ideas.  Existen certezas que por doquier están cayendo en todos lados y sin remedios de especie alguna que les de un rato más de vida, apegadas a respiradores automáticos funcionan y se sostienen de un hilo. 

Con el ingreso de los años 80' las mordazas que estrujaron la expresión hasta dejarla bordó dieron paso a un período donde -diplomáticamente- todos los seres que habían participado en disputas de calibre y gruesas agresiones, quedaban eximidos de culpa y cargo. También quedaron todos los corazones heridos gravemente. Quedaron con cicatrices en la piel: hondas, infectas. También así quedó el alma del ser humano en el sur de las posibilidades. Nuestros abuelos y sus padres también sabían de las hazañas de escapar al pavor y al zumbido de la guerra y las balas.

Lo que se interpuso por necesidad y urgencia -no por que fuera el paraíso de las aspiraciones humanas- fueron democracias teñidas de desconfianza y de falta de escrúpulos. Democracias representativas y gobiernos de partidos tradicionales y conservadores en toda la región.  Así se estableció, así se impuso. Fue lo mejor que la sociedad en su conjunto podía dar, la salida más elegante luego de tanto daño. Por lo menos hasta tomar aire y llenar los pulmones nuevamente, como para volver a inspirarse e ir por nuevos arquetipos y que los sueños dejaran de fermentarse clandestinamente. 

La cultura y las instituciones o las expresiones artísticas y el discurso político y oficial no van de la mano siempre. En aquel entonces las izquierdas sobrevivían con sus alientos de libertad al terrorismo de Estado y algunas personalidades de extractos nacionalistas o neoliberales, se alistaban con toda la intelectualidad de izquierda. Así se conformaba la mecha y a los costados, los bandos. Las bombas iban explotando en manos de ambas formaciones. Aquel paradigma de izquierdas y derechas, de socialistas científicos y utópicos contra neoliberales y nacionalismos conservadores, se agotó como se extinguieron tantos. Antes, los paradigmas caían de una generación a otra; por establecer un marco referencial. Ahora los paradigmas pierden vigencia y vitalidad de un año a otro. 

Los padres de los jóvenes adultos de este tiempo, conforman las planas mayores de las instituciones de turno que sostienen el estado y sus mecanismos indirectos. Digamos que un Estado no se sostiene solo de sus marcos, sino que se alimenta de los instrumentos que le dan cuerda de un modo u otro. Hace una década por lo menos que -con intermitencias- la política y las expresiones artísticas expresan un discurso similar, sino el mismo. El discurso oficial es -cultural e institucionalmente- progresista. No hay más sueños en ello, el volumen de los vientres se ensancha y la imaginación da miedo. Es como renovar los votos y reiterar: "Hasta acá llegó mi amor". 

Quienes venimos atrás sentimos que el espíritu de esta era es otro, que las soluciones ya no son políticas, que la cultura en cualquier nivel está ligada endémicamente a un sistema que se encuentra a punto de derrumbarse y que esto resulta inevitable a la vez que deseado. Vivimos apretados, hacinados, en un cuello de botella que interrumpe el libre flujo de concepciones nuevas, de ideas que circulan hace mucho y hoy necesitan más aire y cobran vida.

El principal rasgo de este sistema es la inconciencia y esta última trae como consecuencia la incapacidad humana para reinventarse. La mayor parte de la población pensante de la humanidad, aquellos que apenas logran tener las necesidades básicas satisfechas y de ahí, por transitiva, a los que les va mejor, tienen por seguro que no hay rincón en el mundo que no se encuentre en crisis y que se asiste al agotamiento de los recursos que mantiene en funcionamiento este andamiaje. 

Hace casi cuarenta años, durante el caldo que cultivó al Mayo francés, se hablaba de vivir al natural, se desnudaron los preceptos morales que gobernaban las vidas de las familias acomodadas, sus mejores aposentos y sus ventajas. Se vivió un estado de libertad provocativo que sumó componentes químicos de fabricación urbana a sus experiencias y resultó en una época incompleta. De pronto el sistema se encargó de inhibir el origen visceral de aquella empresa y minimizó los riesgos que pudiera tener para su continuidad a la vez que administró sus facultades primarias. Pero como suele suceder, estas y otras expresiones de carácter cultural, quedaron atrapadas dentro de la cronología histórica que alimenta al sistema. En esa capacidad que tiene esta forma de vida de acaparar cualquier sopa ajena que hierve en sus propias narices. 

Creo firmemente y hasta resulta una certeza para mí, que un nuevo arquetipo se respira en todos lados. En ese lugar común que indica que "al sistema se los combate desde adentro", le cabe un error. No es lo mismo sistema que ecosistema. La naturaleza en todas sus dimensiones funciona distinta a los rigores con que nos relacionamos los seres humanos. Se presenta sin pedir permiso, suave, sigiloso, lento pero entero. El paradigma holístico no rompe con nada, ingresa mediante las modalidades por las que entra cualquier vehículo nacido de las necesidades humanas y que busca la forma urgente de reparar el cinismo en el corazón de todos. Este paradigma desmorona -intelectualmente- cualquier referencia que ponga de manifiesto la desesperanza porque se coloca por encima de cualquier estado de carencia. Reubica al ser humano en un estado de abundancia, en estrecha relación consigo mismo y a su corazón unido inalterable e inexorablemente al resto de los seres que lo rodean y a todo el universo posible. Digamos entonces, que repara y habilita el amor perdido en los paraísos inalcanzables de los que hablan las religiones oficiales y los discursos limitados que promueven la falta de sueños e ilusiones. 

En estas rodajas de lo que somos, en estos pedacitos que nos hemos hecho, donde nos desayunamos a diario con crisis, inestabilidades financieras y políticas, se está sirviendo otra realidad. Es el equilibrio que puede soportar el balance de todo este desperfecto imperante. Es una armonía que reequilibra las fuerzas de la decepción. Una sociedad que se levanta desde el tener, corre un riesgo permanente por lo efímero de las cosas, por la caducidad de la materia. Una comunidad que se construye desde el ser, se sabe a sí misma más allá del paso del tiempo y sus componentes fluctuantes.

La forma de hacer posible ese amor, es dejar caer las capas de cinismo que nos desvinculan de nuestra esencia y de la del resto de los seres que existen. Es retomar la relación con la vida desde una dimensión que la honre y la haga sagrada. Cuando perdimos esa naturaleza, perdimos el resto por añadidura. La resignificación de esa naturaleza es el puente que estamos buscando.


Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!

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