Tengo relación con el
fuego desde pequeño pero tomé conciencia de ello hace poco tiempo. Existe un
vínculo cercano, de proximidad y más...íntimo. Todo lo que hacemos es recordad,
tomar memoria, la nuestra, la de una humanidad entera que fuimos en otros
tiempos. El fuego devuelve esa conexión, colabora, abre campos, inspira al
viaje interno, conspira a favor de la inversión de los tiempos, los nuestros.
No hay mucho que aprender en estos momentos, es tiempo de tomar de nosotros
mismos lo que nos es propio, lo que ya sabemos, lo que es nos pertenece por
naturaleza. Ya bajamos dimensión por dimensión todos los escalones posibles
hasta fundirnos entre el fango y la niebla. Ya convertimos toda nuestra
realidad espiritual en materia y ahora hay que hacer el camino de regreso, eso
significa invertir el proceso, ascender. El fuego centra la atención en esa relación,
la de la intimidad con cada uno. Ya todos somos viejos conocidos de antiguas
aventuras, de recorridos estelares, terrenos, eternos. Nos vamos reconociendo
unos con otros, unos a otros.
El abuelo, el
fuego...lame nuestras entrañas, sean estas de dolor, de sufrimiento o de
alegría y de gozo. Las cura, las sana. Levanta sus lenguas con ternura y
firmeza. Arde, lidera, conduce, guía, concentra. El fuego arrecia, anima,
serena, quema, transmuta. El fuego acaricia el hogar y mis manos cuando las paso
sobre el fuego. La experiencia de tocar el fuego es por lo menos sensitiva,
porque es el primer plano que se manifiesta entre el espíritu y la materia.
Las llamas se llevan las
penurias, agotan las tragedias y detrás aparece la calma. Crepita y nos habla,
nos nombra y nos reconoce, celebra y festeja cada vez que se lo enciende desde
lo más sagrado que carga nuestra intención. Antiguo compañero inseparable de
las culturas originarias de cualquier latitud y meridiano. Despierta, ilumina,
abraza sin condición. Por eso cada fuego es un milagro, no importa qué esté
quemando, no interesa dónde brote. Se lleva los pedacitos de materia de los que
perdieron el espíritu y el sentido. Transmuta los trozos de desperdicio
alojados en cualquier rincón, donde se decide acumular la falta de juicio y de
delicadeza.
Es una magia que se
presente el fuego en cualquier expresión de la vida. Es una magia que todos
portemos una partecita de ese fuego en el interior. Es una fiesta que hayan
tantos y tantas reclamando su lugar y su fuego, es una maravilla que todos
estemos reclamando esa fracción de verdad que nos es inherente. Gracias por el
fuego, por la verdad, por la sabiduría que el espíritu nos dio a cada uno. Así
estamos, soplando las brasas para que se encienda el corazón.