Agradezco el trabajo
que han tenido en mí, las charlas “Yo me perdono”, de Alejandro Corchs. Agradezco
la conciencia y memoria que han despertado en mi corazón, la posibilidad de reunir
mi perspectiva y el atrevimiento de desarrollar algunos entendimientos a los
que he arribado.
El espíritu es un espacio que alberga todos los matices
posibles: desdichados, ambiciosos, buscadores y sabios. O solitarios,
consumidores, salidores-sociables-escapistas, encontradores y los hay sabios de
vuelta. Son arquetipos que hacen al universo humano, estamos empapados y
embebidos en ellos. Me interesa desconcentrar esos lugares, llamarlos distinto también
para que nadie se sienta ajeno. Sabrás si tu sitio hoy se parece más al de un
solitario o al de un consumidor. Sabrás reconocerte en alguien que ha
encontrado respuestas aunque la búsqueda no cese —hay un punto en el que sí—o
si vas desintegrándote entre salidas sin mayor compromiso aunque acogidas y
cálidas, o espacios sociales donde se abren momentos con rituales y tiempos
donde lo sagrado se presenta. Entre esas plataformas, escenarios y precipicios
andamos todos.
Me importa descontracturar esta primera parte de la nota, el
ego viene vapuleado y tan mal visto hace tantos años que por momentos está
bueno darle un descanso. De todas formas la realidad está que arde. Lo que
antes nos salía al cruce de la puerta de casa hacia afuera, hoy ingresa, nos
transgrede y envuelve por los medios de comunicación o penetra el aire de una
atmósfera intolerable removiendo la resistencia a la sanación y a la unidad.
A mí me gusta observar cómo se revela la herida en los
ambientes o caminos espirituales que nuclean a los buscadores. Somos un pueblo
tan pensante, tan racionalista que cuando llegamos a la primera estación nos
queremos devorar la explicación y repetirla como loros y evadir o saltear la
experiencia. Nos encanta vestir galones y colgar diplomas, pero mientras no los
alcanzamos, queremos hacer el discurso. Nos convertimos en buenos pastores
recitando las historias ajenas antes que despertar nuestra sabiduría. Aquí se
presenta un terreno de práctica más o menos intermitente hacia el espíritu,
pero no lo habitamos íntegramente. La gran siembra en este período es el juicio
hacia los demás y la cosecha nos deja al margen, nos quita pertenencia si lo
que está en nosotros lo vemos afuera.
El sano reconocimiento de la verdad precisa del camino para
que el lenguaje que se exprese sea el de la experiencia. De no ser así, el
verbo pierde fuerza y contenido, servimos vacío. Buscar la admiración revela
una inconsistencia con la autoridad propia. Colocar a otro en un pedestal, es
continuar rindiendo tributo a alguien o algo externo a uno mismo. Cuando
alzamos a un personaje, estamos venerando una personalidad y confirmando
nuestra soledad, ya que alejamos la esencia del otro por la ignorancia de
nuestra propia luz. Reclutar a otros hacia nuestra propia dirección es operar
desde el temor y el miedo. Habla de una gran fragilidad para enfrentarnos al
destino y propósito de nuestro ser, el que está guardado en el corazón. Transité
años mi camino desde este lugar. Una agrupación de carnaval lo cantaba hace tiempo
atrás, tenemos una debilidad constante por decir que ya sabemos lo que aún no
conocemos.
También me gusta, con cuidado, consideración y respeto,
trabajar con los encontradores de status. Con quienes como yo, se agazaparon a
un espacio de “privilegio” sin medir las consecuencias ni reconocer que las
apariencias engañan a pocos y la realidad tarde o temprano, te pasa por arriba.
Cuánta soledad, ambición y fragilidad hay en la permanencia en movimiento. En
general, recalamos en determinada posición de poder y ese punto se transforma
en el talón de Aquiles, porque las relaciones de poder están basadas en el
temor al cambio y a la necesidad del miedo a perpetuarse. De nuevo será la
realidad quien mueva la estructura que domina al ser a instancias del ego. Así
se enmarca el tránsito hacia la etapa siguiente. La vida nos saca del lugar de “privilegio”
que levantamos y como lo hicimos desde la vulnerabilidad, eso se fragiliza y nos
envía otra vez a la búsqueda.
Ahora que pude mostrar el camino que mi omnipotencia recorrió,
tras la elegancia y sutilidad del espíritu, me siento libre y en confianza para
ir un poco más hondo.