sábado, 27 de octubre de 2012

El rezo y el círculo de la palabra.

Desconozco las miles de maneras de rezar, solo reconocí que tanto "rezar" como "Dios" eran palabras que estaban gobernadas en mi experiencia y en la de muchos por cantidades industriales de dolor y sufrimiento. El corazón junta y acumula toneladas de insatisfacción sin perder ni por un instante su belleza aunque quede cargado de opacidad. Entonces llegué frente a un fuego y a Dios le llamaron Gran Espíritu. Eso fue un drama menos para la manera de comprender las cosas. Entonces tomé asiento en el suelo y Dios era solo un Gran Espíritu, ni siquiera era inmenso ni magnánimo, era solo un gran espíritu que también se sentaba a mi lado con sus lenguas, soplando calor. Allí me animé a rezarle a las llamas y también entendí que rezar es un arte y lleva su tiempo aprender.

Rezar es poner en orden el universo personal, establecer prioridades, es decidir en el momento en que estas qué es lo preciso para sentir plenitud e integridad. Rezar es habitar el presente y si eso ocurre, lo primero que surge de las palabras es agradecimiento. Rezar en la noche tiene la medicina particular de observar el día con cierta distancia, ir juntando las huellas de tus pasos hasta encontrarte con vos. No es otra cosa que reconocer lo vivido para llegar hasta ese momento. Hay cierta maravilla en rezar, las palabras que vierten los labios tienen un poder especial, son pequeños decretos que construyen la realidad que pisamos y la que pisaremos.

Hay miles de maneras de rezar, de orar, de meditar, de recogerse al silencio hasta hacer contacto con la parte que no perece. El rezo es un reconocimiento de las emociones que nos recorren y en ellas está lo más genuino, lo que nos conduce, la dirección adecuada y la buena estrella. Pareciera verdad en el silencio la intuición, el soplo que toca al oído cuando los espíritus se arriman a conversar. La buena guía, la compañía firme. El rezo es una ronda de espejos y al centro el fuego. Todos tomamos asiento para sentirnos iguales en nuestros corazones. Todos conformando una heterogeneidad de mil colores. Todos necesitamos beber del mismo amor: suave y reconfortante. Un lugar de preponderancia alimenta la soledad, el lugar de quien se siente desvalido hace rengo al resto porque el círculo se sostiene de la totalidad que no es igual a la suma de las partes.

El rezo comienza a vaciarnos el interior colmado de trucos y a la segunda rueda, cuando nos despojamos de tanta coraza, de tanto miedo a mostrar la naturaleza más vulnerable, se abre de inmediato el latido y el aire. Llega la certeza, una palabra de agradecimiento, una palabra de pedido que rebota y muestra que necesitamos lo mismo: más amor, aunque de maneras diversas. Elevar un canto, el que sea, es una manera de poner un rezo también y como en cada aspecto de la vida, hay que ser cuidadoso de lo que cantamos porque de eso se alimenta el alma. Si cantamos lucha, la estamos pidiendo, si cantamos dolor, lo estamos evocando y si cantamos alegría la estamos invocando para nuestros días. 

Las maneras de rezar son infinitas. La manera de rezar que permite hallarme es el fuego. En él he colocado mi dolor, lo he soltado, lo he despedido. En él he dejado agudas angustias y he reconocido que la vida vuelve a ser sagrada cada vez que así lo quiero. Rezar es pronunciar lo que no queremos para nuestras vidas y elegir de una buena vez lo que sí queremos de ella. Eso nos hace fuertes.



Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!


Las cuerdas y las maderas

Santiago apareció con su guitarra en el escenario, alto como su espíritu. Fátima, de perfil bajo e intensa. Luego el muchacho del bajo y el chico del cajón peruano, los dos con la alegría en sus manos y en sus sonrisas. El espíritu de ese grupo se llama Nahual. Suena ensamblado, prolijo, sencillo y potente.  Las canciones están llenas de versos con certezas, desenfundan un decálogo de premisas sobre las que germina y se afirma esta nueva era. La música y el verso cumplen con una condición antigua y clásica, pero no siempre lograda, se anticipa a los acontecimientos de una época y en ese sentido Nahual responde a la expectativa con sus palabras. Puede que tu cabeza se eche hacia atrás, como pasa cuando te encontrás con la claridad que no estabas sospechando encontrar. Como sucede cuando lo inesperado te toma por sorpresa o cuando se te asesta un buen golpe de verdad al rostro. Es una conversación de espíritu a espíritu. Ese es su lenguaje. 

Las reuniones, las citas a las que convocan son de carácter intimista. La canción con ellos se engrandece, se hace pequeña y también chiquita, como para invitar a todos a que encuentren entre los intervalos, entre los recreos que da la voz, un sitio donde imaginar el propio sueño. Arriba del escenario ellos y su mensaje, abajo sus invitados y en el medio, en ese espacio, las letras no pierden tiempo en discutir si te creés o no las certezas que ellos relatan y retan a entender. Tienen un viaje claro y un destino preciso. Las líneas melódicas están repletan de amor porque de eso hablan sus estrofas: te arrullan, te miman, pero también su voz sacude y se hace un canto rebelde que se encarga de pasarte por arriba delicadamente cuando es necesario. La música argumenta lo que dicen de manera sostenida, no deja caer a la palabra en ningún momento. Acompaña el verso ininterrumpidamente, colabora con la descripción del paisaje.

Hay una línea que separa lo que fue de lo que es. En ese terreno se para Nahual: "...rompan contrato que hay otras luces...", dice una de las líneas que mejor logradas encuentro. Refundan el sentido y otra vez paralizan las viejas formas hasta desintegrarlas: la revolución va por dentro. Arriesga y compromete a arriesgar porque de eso se trata el sueño que manifiestan, de sujetar las riendas de la travesía e invitar a los demás a tomar la responsabilidad de interrogar cuál es el sueño propio. 

Quienes llegan - imagino-  son del escuadrón de los que transportan al espíritu en sus pasos diarios. Caminar en conciencia de la magia y el don es posible para todos. Hay una conexión directa en cada composición con lo intuitivo, con lo perceptual y hay dos formas de escuchar la intuición: en el silencio, en el recogimiento o con una buena canción que te libere. La obra de Nahual hace esto último. Asume el dolor como parte de la expedición humana por la tierra y el aire. No lo elude, lo transforma e invierte su valor. Ellos están en ese otro margen. Han traspasado la mecha que quema, allí cuando el miedo atosiga y apreta y la libertad todavía nos deja hiperventilados. Hablan del lado de quien se movió a conquistar lo que les pertenece. Hay luz propia. Eso distingue a las personas.

Ese es el sitio desde el cual canta el grupo y quien se entrenó en reconocerse está preparado para colaborar en el ejercicio gimnástico de los demás. Hay juventud en sus miradas y serenidad en sus pasos y eso delata a los espíritus que han trabajado delicadamente por florecer. Es una matemática más permeable, donde damos cuenta que la ecuación siempre da esperanza. "Amen, amen, insistan...", es un apuesta al cariño y a la tenacidad que deviene en cambio. Es una nueva ciencia, intuitiva, emocional, llena de sentido, comprensión y entendimiento donde estamos siempre sujetos a una secuencia de coincidencias perfectas que nos abarcan. 

En una cultura donde la música es un revival permanente de otros tiempos, donde se machaca en lo conocido, son pocos, escasísimos los artistas que desbordan lo común. Este grupo tiene un sueño y lo aborda. Saben que es imprescindible protagonizar y gobernar sus vidas al ritmo del corazón y hacen de eso un arte.  Dan aliento, alimentan y también ellos se nutren. Habitan el terreno de sus sueños y provocan otros despertares. Tienen un sueño y al abrirlo encuentran compañía. 



Camilo Pérez Olivera


martes, 23 de octubre de 2012

Fábula de las fuerzas de las sombras y el miedo a la libertad. Epílogo de la vida sin vida y la crisis final.


-          ¿Lobo, podrías vivir para siempre en este reino, exento de tus poderes? Tú sabes que no hay peligro en tus colmillos insulsos porque no hay fiereza en tus fauces, porque esto fue, es y será siempre una cuestión de actitud. Tus ojos están apagados y pierdes el cabello porque ya no corres, ni siquiera caminas y eso deja tus huesos en absoluta debilidad.

-          Cordero, sufres la desdicha de quien parece conocerlo todo. Has engordado tu organismo y ya no cabe un solo pensamiento en tus entrañas. Al final eres solo una maraña plagada de rollos, carente de voluntad, con una pereza soberbia que podría dejar con sueño al mismo cielo y bostezando al propio Dios. Eres un inútil que solo se anima a caminar sobre nuestras impurezas.

-          ¿Y tú qué, Hombre? Tu júbilo en este reino lo provoca una corona que punza tu cerebro y que te llena de condenas. Todos tus movimientos parecen destinados a arrebatarnos la libertad. Encadenas a Lobo al fondo o al frente de tu morada. Si te crees perseguido por la oscuridad nocturna, lo llevas a la parte de atrás porque no tienes ojos en la nuca. Pero cuando los días avergüenzan tu rostro, te escondes de la presencia del sol y obligas a Lobo a ladrarle toda la jornada. En cuanto a mi, me tienes con las pezuñas clavadas a la tierra, como si esta se convirtiera en fango. Ya te he dicho que esto es imposible. No hay magia que pueda convertir la basura en fortuna. Ni la tierra se convertirá en fango, ni lobo se hará perro, ni el sol se cohíbe ante la voz avejentada y el ladrido fingido de Lobo. Sin embargo, he aquí la paradoja: has estado durante milenios ocupado en dejar sin efecto lo que somos, en una enfermiza búsqueda por coartar y poner límites a la danza, el baile y la corrida, pretendiendo que en la represión a los demás encontrarás eficacia para tus intereses. Tu propio castigo te hace incapaz de reconocer tu propio rostro aunque pasaras por los espejos más claros y límpidos o el agua más pura y cristalina. No porque estas no devuelvan con majestuosidad tu perfil, sino porque no sabes quién eres y en qué te has convertido.  

Lobo, Cordero y Hombre podrían investigar eternamente en sus dificultades y no arribarían a solución alguna.

Lobo juega el rol de quien ya no puede desplegar su agresividad. Es apenas un ciego con la espalda domada y el cuello acalambrado, masticando hierbas y rumeando el pasto. Se ha hecho vegetariano porque está senil y no brota recuerdo alguno de sus épocas de cazador. A veces lo asalta en sueños la peor pesadilla: un animal corriendo por los bosques, saltando entre las pendientes, sediento y hambriento, siguiendo los rastros de la sangre caliente. Siquiera se percata de que es él.  

Hombre se posiciona en quien ejerce la violencia con sutilidad, destruyendo la libertad de los demás como consecuencia de quien primero extravío la suya. Pero cuando pierde los estribos compensa el lugar de animal que los otros dos abandonaron y es un buen domador que destila rabia a bastonazos. Está demás decir que es un tipo tosco y sin sosiego, imprudente e inexacto. 

Cordero se adjudica el costado oscuro más extremo de lo femenino. Como ocupa un lugar de quietud producido por su falta de reacción y un cuerpo lleno de grasas, quedó plagado de embrollos y de inteligencia que Hombre abandonó. Es un ser abominable y rebuscado. Es un exagerado charlatán. No hay ninguna belleza en quien reconoce las miserias y no tiene condiciones para modificarlas.

Hay un momento desencantado donde la situación se vuelve irreversible. Los primeros pasos, los que cuentan con la información que de verdad relata de qué estamos hechos, quedaron extremadamente lejos. De aquí en más, los tres personajes más entrañables del purgatorio comienzan a desprenderse de sus últimas fuerzas. Son tres pares de ojos que permanecen más cerrados que abiertos. No necesitan ver nada, pues lo que han hecho los últimos siglos fue actuar y personificar ese papel como buenos autómatas. La memoria para ellos es una secuencia ordenada y apesadumbrada de movimientos que termina en muerte lenta pero segura. Los tres han puesta sus vidas, sus quejas, sus desdichas y sus cargos a disposición de Dios para que este resuelva de qué manera acabar con sus fracasos y rematar sus desconciertos. Los tres quisieran en el fondo terminar ya con todo esto y arrancar sus corazones, pero saben con la última energía y única verdad que les pertenece que por instinto esto no es posible.

Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!
Camilo Pérez Olivera

Antes de la oscuridad


Los días habían abandonado su ritmo normal. Hacía tiempo que los acontecimientos naturales habían trastocado las acciones rutinarias de todos y en casos más extremos -que para ese entonces eran muchos- también la suerte. 

Los años anteriores un enjambre informativo se amuchaba en cualquier medio donde se pudiera divulgar alguna noticia. La objetividad corría por los carriles normales y en paralelo la gente estaba acostumbrada a nutrirse de la manera que quisiese mediante internet. Allí todos buscaban lo que les apetecía, alimentando una mirada subjetiva y las neurosis personales de la misma manera. Los noticieros centrales fomentaban el desconcierto, por lo menos, sumaban horas y horas de edición con las manifestaciones que la naturaleza expelía de sus entrañas. El otro avance era la ola inacabable de disconformidad que la humanidad demostraba en cualquier parte del planeta. Las sociedades más democráticas o más autoritarias estaban deprimidas y descontentas, se levantaban contra toda autoridad, contra las decisiones que habían llevado las cosas a tal grado de tensión y en los años anteriores eso fue permanente. Grupos de cientos, grupos de miles sembraban semillas de enojo, de rabia, pero también de liberación, de libre expresión, de libre reunión en los costados más perversos del mundo civilizado, fuera este desarrollado o no. 

Una masa crítica crecía drásticamente día tras día, sol tras sol, apabullaba a los corazones más desconfiados porque sus mensajes y sus voces penetraban cualquier recóndito bunker donde se escondiese el miedo. Hubo confusión hasta los últimos momentos, es cierto… La oscuridad nunca estuvo mejor organizada para desbaratar los intentos de la luz, pero el alumbramientos igual fue inevitable. 

Varios años antes hubo que andar saltando la tierra bajo los pies porque esta se movía o se abría o quitaba de sus interiores las lavas más ardientes, los venenos hundidos del hombre. Varios meses antes, en ese sur que habitamos, también un día la normalidad se rompió. Recuerdo con claridad el viento incrementando su vigor, las aguas cercanas pisando nuestros pies, el frío y el soplo y el sol y la seca confundiéndonos y enloqueciendo la primavera y el verano previo. Se habían acabado las ventajas hasta para nuestro país que siempre observaba ajeno las mañas de la naturaleza cuando esta se ensañaba con alguna latitud lejana. 

A todos nos navegaba el desconcierto, algunos -la masa crítica en aumento permanente-  sosteníamos un grado de confianza y firmeza que habíamos ido recogiendo con gran esfuerzo a la vez que conocíamos lo que vendría con ligeras diferencias en el orden e interpretaciones. Resultaba común o más bien teníamos incorporado a lo habitual, la ausencia a las obligaciones laborales o a cualquier compromiso de importancia. Los servicios esenciales tenían sus cuadrillas en la calle y permanecían en un alto grado de exposición. Sus operadores hasta último momento soportaron los reclamos y las quejas de ciudadanos convertidos a usuarios por las leyes del mercado que querían mantener lo poco que los hacía sentir estables: la electricidad y las facilidades derivadas de esta, los teléfonos móviles y las posibilidades comunicativas a cualquier escala. Todos queríamos que durara la comodidad un tiempito más. El acceso al agua que también era garantizado por empresas estatales o corporaciones privadas reveló sus dificultades para continuar fluyendo y los casos donde directamente se cortó el circuito fueron miles.

Los socorros de emergencia se llevaron una de las peores partes. Quizás pagando el precio de negociar durante siglos con la salud y de estar desconectados del espíritu de la medicina. Eran un reguero de pólvora. Las personas que no habían logrado sintonizar con ellas mismas hasta aquellos días, atestaban las ajadas fachadas externas e internas de innumerables instituciones de orden público o privado. Qué significativo que resultó observar que los sitios que se encargaban de devolver salud a las personas fueran el punto en común donde acudían todas las locuras en esas instancias. Como si todas las oportunidades se estuvieses acabando y las gentes que perdían los estribos fueran a sacudir lo poco que quedaba erguido. 

Creo que lo principal que resultaba riesgoso era la pérdida parcial o total de la comunicación a la que nos enfrentábamos. Como ocurre en todas las relaciones, eso hace desaparecer la confianza y aparecer el juicio y las suposiciones, destruyendo cualquier posibilidad de construcción de solidaridad. Por supuesto que no era el único gesto que despertaba tal situación, también permitía y habilitaba el actuar compasivamente, apoyarse y sostenerse. 

Había aldeas organizadas, pequeñas comunidades que alertaron solapadamente y después de forma clara que era el momento que todos -los más descreídos y los más confiados- estaban esperando íntimamente. Quienes pertenecían a caminos espirituales y quienes vivían su espiritualidad de manera individual sin afiliarse a credo alguno, todos trabajan con firmeza, en conciencia y sin descanso. Las energías se movían y las personas se reunían en muchísimos casos, conjuntos de última hora, grupos recientemente constituidos. Personas comunes despertando en los momentos justos antes que se los devorara la confusión y el caos. Personas tomando decisiones definitivas con el tiempo quemándoles las plantas de los pies. Mucha gente entendiéndolo todo o por lo menos lo necesario y poniendo sus fortalezas y potencialidades al servicio. Círculos y más círculos, de oración, de fe, sosteniendo y anclando la confianza en el devenir de la vida. Fue imposible mantenerse separado o aislado, aquellos que lo intentaron sucumbieron tempranamente. 

Cuando se podía asomar la cabeza -entre parpadeo y parpadeo del cielo- lo más importante era encontrarse con los familiares o amigos, si es que estos estaban cerca. Cuando las autoridades cumplían su papel común de hombres de gobierno, comunicaban decisiones y tomaban tal o cual medida en carácter de urgencia. Entre ellas, instaban a las empresas de transporte -por ejemplo- a retomar sus circuitos con carácter de emergencia, estas medidas duraban algunas horas, las necesarias para que se produjeran pequeñas migraciones, para que se juntaran familias -o se separaran también- y para que se produjeran pérdidas producto de nuevos movimientos de la tierra y el cielo desplegando sus fuerzas. Cada movimiento no era más que el de cada individuo yendo hacia su destino. 

Desde luego que la posibilidad de trasladarse estaban ya definidas como una osadía, pues salir de los lugares de referencia implicaba exponerse a altos grados de agresividad e inseguridad. Las condiciones meteorológicas frenaban los intentos e interrumpían las arterias de las ciudades. La condición humana también frenaba los movimientos pues estaba en plena manifestación de sus estados más neuróticos y dementes. Así que nos manteníamos en nuestras respectivas viviendas mientras se transformaba en una constante que distintos grupos de personas salieran nerviosamente a arrebatar locales comerciales que extendieran su supervivencia un poco más. Las cosas estaban realmente tensas. 

Solo puedo imaginar lo que se vivió en centros hospitalarios y servicios médicos, solo lo puedo imaginar. Los últimos meses los viajes eran cada vez más esporádicos y la premisa era permanecer en puertas adentro. Tan solo una vez calcé mis pies con zapatos de aventurero y viajé al centro de la ciudad a saber cómo estaba mi familia y afectos cercanos con los cuales me separaba una distancia de muchos kilómetros que para esos momentos eran eternos. Los diálogos que se sucedían revestían enojos, bronca, impotencia e incomprensión entre muchas otras palabras que pudieran servir para describir los estados de conciencia sobre los que cada uno se paraba. Si en general las personas que no creían en Dios ni en alguna otra fuerza superior se mostraban resistentes, en ocasiones como estas, quienes sosteníamos un crecimiento personal o un camino espiritual activo, éramos desembocadura de todas las penurias que se pudieran comunicar. La injusticia divina, la naturaleza perversa del mundo y el universo estaban a la orden del día. Solo algunos pocos cambiaban radicalmente el punto de vista y eso era un gran aliciente para los que no aflojábamos en nuestras convicciones. También hubo casos de resignación más que de un acto de fe y entonces las cosas se fueron ordenando de forma definitiva en el último momento, en los descuentos, antes de la oscuridad. 




Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!






















Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!



lunes, 15 de octubre de 2012

Fábula de las fuerzas de las sombras y el miedo a la libertad

Hay un lobo y un cordero debatiéndose nuestra sangre y este cuento plagado de lugares comunes que vuelve a enfermar. A veces vivimos esta pesadilla donde los pedestales y los generales se pujan tu vida y la mía, nos separan y deciden adecuadamente qué será lo mejor. Por si acaso fuera cierto está la cama servida y los sueños tendidos para soñar. Pero también intervienen el sueño, por momentos "melonean" los oídos, cambian la voz con pretensión de engatusar. Los dos tienen acobardadas sus proezas y ejercitadas sus lenguas para seducir. Cuando no se hacen convincentes, gritan y escasean y carecen de suavidad. Siempre quedan jadeando, cansados, no importa que uno corra -el lobo- y otro baile -el cordero-, en el fondo son dos devoradores que gimen igual. Uno estira su rabito y comenta las bondades de vivir sin arriesgar. El otro no pierde tiempo en ademanes diplomáticos, está pendiente del momento propicio para salir a cazar. A mi me dan miedo los dos. 

Cordero unta su piel con aceite de tortuga para rechazar los rayos del sol, Lobo se alimenta de la luna y las nubes cuando la primera está pesada, llena o de mal humor. Las nubes pronuncian y propician oscuridades donde poderse agazapar. Uno está flaco y famélico porque come las ansiedades de los mismos fantasmas que tienen la sangre licuada, entonces esa sangre no lo alimenta jamás. El otro mastica coágulos de quienes impiden que la vida les fluya, los transforme y los cambie, entonces es una sangre "amarronada", endurecida. En el fondo ambos desprecian la vida.

Aunque Lobo y Cordero visten pieles de animales, juegan a ser humanos y eso los condena. Extraviaron su vocación natural. Quizás aullar a la luna al borde de un precipicio, anunciando a la manada la llegada de los espíritus, son eternos custodios de la ingenuidad. Rompen límites, se adelantan, se sueltan, se escabullen, se meten en el meollo del riesgo y aún así pasan inadvertidos entre la maleza. En cambio el otro es un servidor hogareño, cuidador de su porqueriza, medido en sus movimientos, su físico no le permite grandes destrezas  por tanto se encarga de marcar los límites colocando su cuerpo, aguantando los sobrepesos de los transgresores con su espalda. Suele embellecer con grave excelencia sus fangos y es un experto celebrando fiestas y preparando banquetes para fascinar al placer. Como Hombre, interpretaron pésimamente su papel en la danza de los bosques y perdieron sus virtudes en el comienzo de los tiempos. 

En el fondo, a Lobo y a Cordero no les quedó más alternativa que correr hacia lugares humanos, hacerse hombres, porque Hombre hizo de la vida de Lobo y de Cordero sus peores moralejas. Sentenció a uno a correr y a otro a bailar. Hombre domesticó las acrobacias de Lobo y Cordero e hizo de sus principios más elementales y salvajes puras metáforas, entonces los dos quedaron encerrados en las lenguas de la civilización. 

En el fondo, Lobo añora sus antiguos dientes y su estupenda audacia y Cordero sus gracias firmes y su repentina agresividad. Sin embargo sus vidas se convirtieron en hologramas, uno ara la tierra y esta eternizado a convertirla en fango y otro está atado a defender la comarca del hombre, lamiendo sus zapatos y su ferocidad. Hombre sin embargo se ha quedado con los colmillos, se le ha ensanchado desmedidamente el abdomen y carga a sus espaldas las contracturas gigantes de la sociedad virtual. Como su mundo es una pantalla que gasta la vista ya no sabe hablar. Habla como piensa, escribe con sus garras y no se levanta de su pedestal ni para orinar. 

En el fondo, los tres han perdido la virtud. Hombre por falta de carácter y Lobo y Cordero por falta de escrúpulos. Tanto Hombre, como Lobo, como Cordero han olvidado su identidad. Solo recuerdan sesgos de sus propias mentiras y sus verdades más añosas son meros devaneos, son rodeos que ni siquiera rozan con sus amarillas vergüenzas porque temen asaltar el corazón. Ninguno de los tres tiene memoria pero si gozan de un prudente estupor que los embarga en el planeta eterno de la melancolía y eso los hace presa de sus propios modales. Lobo le teme a Hombre, Cordero le teme a Lobo y Hombre le teme a Cordero porque sus pulsaciones son extractos de la sangre ancestral, cuando las embarcaciones de hombres vinieron a joder a las sociedades de lobos y todos terminaron hundidos entre los barros del pantanal. Recién allí aparecieron los corderos que ya estaban sumergidos hasta la coronilla en sus propios placeres, pues disfrutaban sin miramientos de los fangos en soledad. Entonces el primer corrupto fue el cordero, que por puro remordimiento de haber gozado sin compañía invitó al hombre a chapotear. Pero el hombre destronó al cordero y de un zarpazo actuó en su contra cuando apareció en escena el lobo que custodiaba la inocencia y la ingenuidad. El lobo, creyendo al hombre en peligro hizo frente al cordero y el hombre desde atrás se abalanzó al cuerpo del lobo, quedándose con su cuello y con su inocencia. El cordero, como buen samaritano, mostró por primera vez sus extraños dotes para transformarse en servil a quien portara el arte del engaño y la confusión. A partir de aquel momento los tres se convirtieron en Hombre, Lobo y Cordero y nunca jamás dejaron de actuar aquella parodia llena de hambre y vanidad.   

(Continuará)



Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivir¡!

Las manos de arena y las garras de la civilización

Los ojos ocultando tus intenciones, los ojos apenas pudiendo contener tus ganas, tu enojo como impulso, tu ambición, esa herida en ese niño que alimentaron miles de leguas de las aguas inconclusas. Quién sabe dónde comienzan y dónde terminan esos mares y hacia dónde cursan las corrientes sin destino. Para nosotros eran bravos hombres que peleaban con toda su dureza para ocultar toda su fragilidad. Hombres niños con dolor en sus ojos y sin amor en sus manos. Para nosotros los ojos nada pueden ocultar porque son, detrás de sus cristales, las puertas mismas del alma y cualquier miembro de la tribu sabría reconocer el estado del alma en un hermano sin importar de dónde provenga. Los dioses de todas las cosas que están vivas ya habían advertido la llegada de esta edad.

Nos veo viajando en la historia y transgrediendo el tiempo como lo hacen quienes realmente han superado el rigor de la carne y la maravilla de la materia. Nos veo volviendo en ojos nuevos, cristalinos y en cualquier piel que sea de la Tierra. Nos encontramos en esta forma porque ya hemos sido la piedra, el fuego y el maíz. Nos encontramos en cada lágrima porque hemos sido la sangre que ha regado la tierra de esta estrella que nos ampara.

Hijos de la Tierra, hijos de la estrella que otras tierras ven de lejos. Hijos de la nación de todas las estrellas y de todo el Universo, caminantes del Gran Misterio sin destino recorriendo el Gran Espíritu por dentro.

Somos los mares sosteniendo las naves y precipitando los acontecimientos. Somos el conquistador y el nativo y somos los dos al mismo tiempo. Somos los vientos avanzando esas barcas y el espíritu abarcando esos vientos. Somos las manos invisibles impulsando las velas y las banderas y los labios soplando los tiempos a la orilla de la profecía. Fuimos todas las razas y tantos sueños distintos... Vestimos todos los colores en nuestra piel. Nos pertenece esa rara virtud del espíritu de habitar todos los tiempos y todas las direcciones al mismo momento. Por eso somos la memoria, por eso somos el ahora, por eso somos la vibración que construye el futuro. Pero somos ese futuro viajando hasta nuestros días para facilitarnos los sueños, los deseos y los horizontes. La chispa, la luz, la melodía, el goce, la serenidad y la pasión nos suceden.

Tuvimos en nuestras manos el arco, la flecha, el fusil, la flor, el pan y la copa con vino. Sentimos en nuestras manos la cosquilla del pasto y del viento y la áspera piel de la madera. Sentimos en los oídos el llanto de un niño recién venido, el cañón disparando y la carcajada sabrosa que trae alegría al aire que compartimos. Oímos también la expresión de un niño antes que la cultura la convierta en palabras.

Vaciar nuestro lenguaje de lo "mío" y lo "tuyo", desocupar las manos de pertenencias. Imprimirnos distintos cada día  encontrar la buena palabra y el signo. Volver siempre, habitarlo todo sin resolver los misterios y caminar si ha de ser posible con la fascinación en las pupilas. Reconocer adentro toda la identidad que se desata afuera.



Camilo Pérez Olivera
Ensayando otra manera de vivr¡!