lunes, 8 de diciembre de 2014

Ser el observador

Al nacer, vivimos una experiencia que nos lleva del centro del amor y la belleza hacia fuera. Las vivencias siguientes, refuerzan esa idea. Nos dejan más allá de la periferia. Nos alejan de la comprensión del círculo de la vida y las leyes que la gobiernan.

En algún momento, asumimos que somos el producto de lo que nos ocurrió y que estamos destinados a repetir el mismo plato y jugar para el mismo equipo: el miedo. Quedamos encerrados en una perspectiva. Jugamos a que somos solamente eso y participamos de una dinámica en la cual estamos involucrados familiar y socialmente. Es un compromiso ciego e implícito que nos convoca constantemente.

Alguien dentro del juego, decide mirar por la cerradura del cuarto donde estamos y se da cuenta... Fuera de esa habitación, hay otras formas y contenidos. Ahí empieza el problema. Comprender que estaba experimentando una libertad a medida: se espera que sepamos cumplir. ¿Con qué? Con mandatos, maneras adquiridas, fórmulas que engendran contaminación, niveles altos de toxicidad, patrones que son costumbre, entre otros modelos. Nos ponemos lentes no para ver mejor, sino para seguir enfocando afuera la distorsión que llevamos en la mirada interna. A esta separación con el amor que vivimos a temprana edad y que luego no hacemos más que confirmar en el mundo, le llamo miopía existencial.

Dentro del sistema y los comportamientos a los cuales se está acostumbrado en él, alguna persona intenta explicar que hay luz más allá de la caverna. Para esa persona, la experiencia de observar por el cerrojo es transformadora. No es sólo lo que vio, sino darse cuenta de que en su destino estaba ser el observador. Eso que descubrió a través de la ranura de la puerta, estaba dentro de sí y sería inevitable que se encontrara con una realidad externa muy parecida a la que habitaba dentro. El observador, busca hasta que finalmente da en el exterior con la visión que se hallaba en su interior.

Romper el molde es un destino inquietante y divino. En primera instancia porque al salir del cascarón nos quedamos sin el orden del cual nos convencimos y para el cual trabajamos. ¡Y todo tambalea! En segundo término porque exige a quien es heredero de ese destino, ser quien cree e invente un nuevo estado para su vida y eventualmente, para quienes empiecen a desconfiar de la suerte de la estructura y decidan prestan atención a quien se reveló ante lo establecido.

En este proceso, tan inevitable como la vida, el que se desmarca de la rigidez, deberá, muy a su pesar, sostenerse desde adentro hacia fuera, porque el afuera no lo sostendrá ni lo entenderá, en principio.

Los nuevos criterios nacerán de la exploración, de la investigación permanente, del chequeo de sus sentimientos y sensaciones y tan importante como eso, de expresarlas. Todo el aparato emocional, es el primero en responder. Es como una máquina de inteligencia que de pronto se activa y ofrece otras alternativas. Sólo esperaba que le preguntáramos por qué, para qué y hacia dónde. Todo el traje emocional, sus distintas vestiduras y perfiles, conducen. Ese mundo de aguas al principio no parece ser demasiado claro. En este punto, no hay que desanimarse, las emociones verdaderas persisten y resisten hasta ser atendidas y las que están contaminadas de tanta trampa, se disuelven. El movimiento que produce sentirse, cambia lenta pero inexorablemente al disco duro de nuestra computadora: el pensamiento.

Nadie estuvo ni estará solo en la difícil tarea de ofrecerse un destino posible. Posible a la vida, posible a la amplificación. Posible a animarse a saltar más allá de los motivos que llevan a asumir un papel que lo único que hace es perpetuar el sufrimiento. Y posible, sobre todo, a los efectos de inventar otra creación. Todo habla dentro y fuera de nosotros. Cuando te animes a mirar por la cerradura, verás que hay otros visionarios que esperan a los nuevos. Siempre ha sido así, una relación en cadena, un despertar en dominó donde unas piezas caen para que todo se ordene de nuevo. Y nuevo, como sentido de novedad, quiere decir dos cosas: no vedar y adquirir una nueva verdad.

Estuvieron siempre allí, las visiones y los visionarios, sólo que no los registrabas. No los percibe la ignorancia habitual de los pensamientos y la mente que los piensa. No les da lugar la soberbia que defiende a la herida. Las dosis de amor nos hacen recordar la experiencia de la cual venimos: el centro incondicional que gesta la vida.

No hay elegidos. Somos todos herederos de la inocencia poderosa, firme y contemplativa. Existen decisiones que nos impulsan de la periferia hacia el centro. Luego, nos vamos enterando de que el final de la historia, como en los cuentos, explica el para qué.

¡Hasta el año que viene!



Camilo Pérez

martes, 4 de noviembre de 2014

Sanar la dualidad

Todo sistema político responde a un mismo estado de conciencia: la búsqueda del poder a través de la exaltación de los personalismos. No importa en qué extremo de la línea de la vida se coloque la personalidad, hacia la derecha o a la izquierda, los opuestos finalmente precisan lo mismo: empezar a comprender lo que piensa el otro y qué lo llevó a sostener esa manera de pensar. La dualidad es una forma de andar hacia la integración. 

La personalidad, más allá de cómo se presente, adopta una tendencia (siempre neurótica) a enfrentarse con otras personalidades para alcanzar una cuota de poder. Esa conquista guarda un profundo deseo de esconder su debilidad. Ambiciona gobernar en pequeños o grandes espacios porque de lograrlo, cree que aquello doloroso que vivió, no le volverá a suceder. Por eso le es vital vencer para su sobrevivencia.

La lógica de cualquier poder es aún más profunda: cuando la personalidad alcanza sitios de supuesto privilegio, lo que desea es mantenerse lo más alta y alejada posible del alcance de otros, así no tendrá que afrontar nuevamente circunstancias que la agredan. No ganar, significa mantenerse con los pies en la tierra y toda relación en condiciones de igualdad representa una amenaza ya que internamente, sabemos que no hay un punto de vista más importante que otro. Dicho de otro modo, si no gobierno o estoy al control de las situaciones, DEBERÉ ESCUCHAR, INTERCAMBIAR Y ACORDAR, y esto último es lo que trae el principal dilema existencial: SI ACUERDO TENGO QUE VOLVER A CONFIAR en que alguien más hará su parte. Esto para la personalidad es vivido como si estuviera muriéndose.

Pero continuando con la lógica desde la que se arma el poder, quien lo alcanza, se asegura (momentáneamente) un circuito de fuerza que minimice posibles perdidas de control. Pero el talón de Aquiles de toda estrategia de poder es que está destinada a perder a manos de la autoridad de la vida, y la vida es el espacio donde la personalidad justamente quiere gobernar. Es una dinámica problemática que no tiene solución: los estados neuróticos o enfermizos quieren una vida sin implicancias ni compromisos y eso es imposible. Eso es estar muerto en vida.

La personalidad está asistida por una ilusión que no es capaz de reconocer: el deseo de vencer a otras personalidades como ella para que nada ni nadie (circunstancias de vida y los actores que cumplen un rol en ella) la vuelva a dañar o a herir.

Toda estructura democrática sostiene el mismo orden anterior. Multiplica las pequeñas justas individuales, las confrontaciones en los planos menores por la conquista de espacios más grandes. Los grupos mayoritarios tienen heridas comunes. ''Dios los cría y ellos se juntan'', dice el dicho. Y estos conjuntos, viven merced a la acumulación de voluntades con características semejantes para alcanzar el gobierno de sitios desde los cuales dominar y satisfacer sus egos, sus puntos de vista y en lo posible, perpetuarse una y otra vez en ese lugar. En tiempos de pujas electorales, una tendencia se generaliza: desde uno y otro bando se menosprecian, son todos o fascistas o comunistas.

En la realidad dual y de acuerdo a los tiempos de un país, para una fuerza que nace en sociedad, rápidamente emerge una contraria. Voy a citar un ejemplo con profundo respeto por todas las partes que mencionaré.

Las primeras batallas y guerras civiles fueron entre ''blancos'' y ''colorados''. Se enfrentaron tanto como lo quisieron hasta que finalmente, las personalidades de ambas escuadras, aceptaron que debían convivir. Por más combates, ejecuciones y muertes que intentaran, como flores desde la tierra, volvería a emerger el punto de vista que tanto los alarmaba.

Se acostumbraron a mandar, se hicieron tradición y después cultura. Y cometieron enormes atrocidades. Esto porque la propia permanencia y petrificación en el poder sin fuerza que lo equilibre, es una invitación a desnudar todas las perversiones que ocultamos lo más alejadas de nuestra conciencia cotidiana. Es como nacer en una tierra sin Dios u orden mayor donde reina la oscuridad. ''Cuando no está el gato, los ratones se divierten''.

Los escrúpulos son los que permiten a la personalidad no desenfundar sus enajenaciones. La presencia de la luz desactiva los mecanismos autodestructivos, con excepción de personalidades extremadamente enfermas. Por eso a la noche, nuestra conciencia registra que hay ciertas zonas donde es más probable que estemos en riesgo o peligro. Porque cuando no hay luz, los límites se han difusos o no se ven.

La derecha, en términos psicológicos, es la masculinidad y el lado oscuro de esta, es el tirano. Ante la ausencia de una fuerza que la compensara, fue que sucedieron los grandes genocidios en nombre del orden y el control en todo el mundo, es decir, cuando los aspectos más extremos del patriarcado (de padre, masculino..) buscó su realización.

En la antesala de la dictadura en Uruguay, se fundó el Frente Amplio, y no es casualidad. Vino a equilibrar una realidad desvirtuada. Cuatro décadas después, esta fuerza política está en las puertas de un tercer gobierno. Pero para lograrlo, debió modificar su carácter. El Frente Amplio, tuvo que correrse de la izquierda (aspecto madre, femenino...) hacia el centro, aproximándose en la línea de la vida, a la derecha. Con qué propósito: capturar votos en una sociedad altamente machista y profundamente ordenada hacia la producción como valor esencial. Hoy, aquella izquierda se ha vuelto tan tradicional como los partidos que fundaron el país y aquel terreno que dejó vacío es del cual emergen nuevas agrupaciones.

La sombra masculina (el tirano), actúa en la luz, desde las alturas determina y dictamina qué es lo que debe hacerse y cómo. La sombra del aspecto femenino es la bruja. Esta no actúa desde el hacer sino desde la palabra. Habla tanto que se pierde el sentido, discute tanto que deja pierde fuerzas para actuar, reflexiona tanto que inhibe el movimiento. ¡Aturde! Así como el tirano tiene su lugar en las alturas, ordenando; la bruja reposa debajo de la tierra, ausente de la superficie. En el subterfugio donde reina la oscuridad, es allí donde desarrollan el arte del enredo. 

El rechazo hacia cualquier punto de vista nos asegura que tendremos que enfrentarnos a él una y mil veces hasta reconocer, no sólo lo que piensa y siente sino la historia que engendró su óptica.

No se trata de ignorar lo que está pasando, se trata de agradecer que está sucediendo. Se puede trascender el debate, la puja. Quién no se enfrentó a la pregunta: de quién sos, ¿de mamá o de papá? Como hijos nos vimos ante el abismo de tener que seleccionar por uno de los dos, temiendo que ir a los brazos de uno de ellos significaría perder el cariño y el reconocimiento del otro. Y esto no es más que una manera de manipulación.

Honro la vida del árbol del cual soy parte y las historias en las que estoy implicado. Un buen camino es madurar las emociones y también no correr más. Decidí hace tiempo liberar a mis padres de la responsabilidad de hacerme feliz. ¡Han hecho lo posible y lo han hecho muy bien! Se puede sanar la dualidad y elegirnos a nosotros mismos. Y ahora, ¿de quién sos?



Camilo Pérez


miércoles, 1 de octubre de 2014

Cuando el eje son ellos

Pasamos años tratando de quitarnos de encima la ingenuidad, creyendo que así estaremos más aptos para la competencia y tanto más si evitamos que alguien alcance nuestras debilidades. Esconder lo que nos hace humanos es una dinámica demencial incorporada por la necesidad de armar y construir un lugar en la sociedad. Exige calcular la relación costo-beneficio de las circunstancias y a esto le llamamos negociar. Para estas alturas, la inocencia está completamente enterrada.

La inocencia y la ingenuidad son estados de conciencia que se entreveran y confunden fácilmente. El primero se pierde en casa, el segundo mientras nos capacitamos para el mercado laboral.

Caímos en un mundo donde todo indica que bajo el sol hay una guerra desatada mucho antes de nuestra llegada. Y el —sin— sentido de la vida pasa por refugiarse. Sacrificamos lo que es esencial adentro, en pos de garantizarnos un lugar entre millones, en una puja por la sobrevivencia. Así  vencemos nuestra naturaleza en pos de un ego a prueba de derrotas. Serio, solemne y endurecido.

En este escenario jugar nos da miedo, sonreír supone un riesgo y mirarnos a los ojos es directamente un acto de intromisión a la intimidad del otro, una herejía.

Qué ocurre si invertimos el significado por el cual entendemos —de un modo irracional e infantil*— la ingenuidad. En verdad lo ingenuo es creer que podemos llegar muy lejos blindando nuestras vulnerabilidades del afuera, incluso que es posible desoírlas internamente, conviviendo con ellas.

Para mantenernos “cuerdos”, construimos dos fantasías que se llevan nuestra energía y vitalidad: el pasado y el futuro. Estas no pertenecen al tiempo real, no son ciertas ni se sostienen alejadas del pensamiento. Ellos lo saben.

Huimos del presente llenándonos de recuerdos fabricados en la mente. Y estos se modifican de forma constante con el material anímico actual. Los recuerdos varían según la percepción a la cual accedemos en este instante. Del mismo modo corremos al futuro que será maravilloso o terrible de acuerdo a cómo nos encontremos ahora. Intentemos explicarle a  un niño el ayer y el mañana y veremos en el embrollo que nos metemos. Para los chicos, el ayer fue hace cinco minutos y el mañana es inmediato.

En nuestra cultura hay un día en el que rendimos tributo a nuestra personalidad y le tendemos una trampa a la pureza, ridiculizándola: el día de los inocentes. El objetivo es lograr engañar a alguien a partir de una fantasía. El ardid puede ser  bueno o malo, dependiendo del grado de manipulación con el que estemos acostumbrados a comportarnos. Si la fantasía que hacemos o nos hacen representa algo agradable, sentiremos frustración o decepción. Si la trampa es una situación de peligro para nosotros o para la víctima de turno, devendrá el alivio. Esta jornada representa el permiso —socialmente aceptado— para soltar nuestras pequeñas perversiones.

Como tú, como yo, como todos… Creí ser muy importante e imprescindible. Un año, como hay tantos, me tocó atravesar una dura situación personal que comprometió a mi familia. Después de meses sintiéndome atormentado, descubrí que hacía tiempo había ordenado mis días sin ser el centro de atención. Me había salido del lugar de privilegio y mis caprichos perdían fuerza y razón. Estaba dedicado al cuidado pleno de los hijos, la propia y los de la vida. Trasladé mi batalla personal y las luchas de mi ego a la presencia de quienes más me necesitaban y cuando no fui necesario para mi entorno, comencé a disfrutar en calma de mi compañía. Sin darme cuenta y esto es lo más enriquecedor, aprendí a brindarme, a contener, a poner límites, a jugar, a ser firme, a ofrecer ternura, a reconocer mi autoridad: a ser hombre.

Cuentan las antiguas culturas que los guerreros de las tribus demostraban que estaban aptos para el combate cuando dentro de su clan cuidaban y protegían a los niños, a las mujeres y a los abuelos. Si aprendían a respetar las figuras de mayor vulnerabilidad de su comunidad, eran individuos confiables para la confrontación, pues conocerían el propósito de sus luchas sin caer en la tentación de convertirse en mercenarios.

En nuestra sociedad, estamos decidiendo dónde ubicarnos, despiertos en la ambivalencia entre la competencia y la cooperación. Lo que está en juego es mucho más que la posibilidad del éxito o la prosperidad.  Estamos decidiendo la continuidad de la especie humana, de las mujeres y los hombres. Lo que define nuestros pequeños mundos es a qué nos vamos a entregar: al miedo o al amor.

No soy ingenuo, sé que rendirse ante el amor para renacer en el amparo, implica atravesar lo que me horroriza. No estoy hablando por hablar, lo experimenté. El sentido común que me conduce, mueve, o invita a aquietarme, se despertó cuando más volqué mis energías al cuidado de los niños, a alentar sus sueños e ilusiones. En el camino, me sorprendí de las respuestas que encontraba y de las soluciones que se abrían. Así, compartimos los obstáculos y desafíos que implican educar, madurar y crecer juntos. 

La ingenuidad se restablece cuando aceptamos que la vida puede más y que será tanto más grande y misteriosa de lo que alcanzamos a adivinar sobre ella. Ante la existencia, aun conociendo sus leyes, formas y contenidos, me declaro ingenuo; su magia es mucho mayor de lo que logro dilucidar.

Recuperar la inocencia es el destino final. Es posible cuando logramos levantar entre nosotros y las relaciones, las culpas que colocamos fuera o de las que nos hacemos cargo. El estado de inocencia implica un vínculo de paz, de rendición ante la existencia y ellos —los niños— no sólo lo saben, lo actúan. Para nosotros, los padres y los abuelos, significa perdonarnos definitivamente.

Por eso, cuando la tormenta se hizo ancha sobre mi cabeza, cuidando a los niños, aprendí a cuidar de mi niño interior. Y el hombre floreció.  



*Somos ingenuos de un modo irracional al perder contacto con el sentido de la vida y sus razones (propósitos) e infantiles por la creencia de que protegiéndonos del contacto, nada nos sucederá.


Camilo Pérez

martes, 2 de septiembre de 2014

El partido ya está ganado

Hace años escuché esta frase en boca de un hermano de camino: ''el Gran Misterio es aquella luz tan conciente de sí que no precisa mostrarse para saber que es luz''. El Gran Misterio le llaman las culturas antiguas al espacio y al mapa que forman las estrellas en el cielo. Toda manifestación de la vida que nos deslumbre, proviene de ese potencial.

Dos angustias corren por las venas de la mayoría de las personas y por el torrente de la humanidad: no saber quién se es y para qué se está aquí. Si estas preguntas que son el origen de todas las demás, no tienen respuesta, entonces ninguna interrogante la tiene. Todo el pensamiento del hombre, por más elaborado y sofisticado que sea, no ha logrado saciar estos vacíos existenciales. Esos lugares dentro nuestro no se silencian adquiriendo información, se alimentan y reconfortan a través de la experiencia: lo que se extrae de lo vivido. Por eso las preguntas no tienen respuestas, cuentan con caminos para desatarse.

También hace años escuché a un abuelo muy sabio decir: ''el partido ya está ganado''. Si en los campos de la ignorancia, un solo ser humano ha logrado prender su llama e iluminar su camino; el cambio ya está dado y el fruto de ese acontecimiento nos baña a todos. En la naturaleza del hombre no está quedarse atrapado en el desconocimiento, sino crecer y madurar hasta descorrer los velos que lo separan de su propia luz. Dejar de sentirse extraño consigo y de ser un misterio para sí al igual que ir tan profundo hasta reconocer que el universo es él mismo, son dos buenos propósitos para poner en andas al hombre sobre el Ser.

Ahora, volvamos al punto de partida. ¿Cómo podés saber que sos la luz primera sino lo experimentaste? No alcanza con que te lo cuenten. Necesitás vivirlo.

En algún momento todos precisamos un faro o por lo menos una linterna que nos guíe. Es válido y sano. Válido porque quien da con la fuente, no es un ser aislado sino el resultado de lo hecho por su especie. Y los intentos de sus semejantes de explorar las formas de llegar al centro están a su disposición. Y sano porque pactamos el olvido y con toda lógica, para recuperar la memoria precisamos imitar a otros hasta saber cómo hacerlo, tomar la fuerza y así edificar la autonomía que nos distingue.

Entre los escalones de la conciencia, hay dos eslabones que son fundamentales. Hay un solo camino que está hecho para cada uno y todos los caminos conducen al mismo lugar. Imaginá que cada uno de nosotros es una vertiente, un canal de agua que sí o sí, desembocará en un mar que se colma con las aguas de todos. Imaginá ahora que cada encarnación o vida pasada, es una vertiente de agua y todas confluyen y hacen tu gran mar. Naturalmente, todos nuestros mares con sus mareas, su serenidad, agitaciones, tempestades y turbulencias; hacen al gran océano del universo humano.

Aquí volvemos al problema original. Las vidas pasadas como ser la luz divina y total, son creencias hasta no experimentarlas. Para que nadie se sienta excluido, hay muchas maneras de conocer esos registros o memorias. Algún día hay que empezar y el menú está a la orden.

Una vez más, tenemos un inconveniente. Lo más importante no es quién fuiste sino tomar de lo que fuiste la sabiduría que te dejó haber sido. Pero vuelvo a unos párrafos antes. Mucho de lo que viniste a ser y a hacer aquí, está íntimamente ligado con lo que ya has caminado en la Tierra. Por eso digo que todas tus aguas y vertientes, todos tus caminos y encarnaciones, están confluyendo en este momento. El presente es un resumen y síntesis de tu alma. Por eso lo que te pasó en la vida -en esta-, guarda su sentido en lo que se denominan vidas pasadas. Los que te rodean son viejos actores tomando otros roles o tal vez el mismo para que despierte el potencial no manifestado en ti.

Todos estamos incluidos en la oportunidad de ingresar en lo que hicimos, lo que fuimos y lo que nos debemos a nosotros mismos en este tiempo. Pero no sirve de nada romper el silencio e ilustrarte sobre cómo es y de qué se trata, sino de darte animo para que vayas por lo que te pertenece. Así como la curiosidad es la primer llave a la puerta del Misterio, las inquietudes e interrogantes que persisten cada día y te empujan a la búsqueda, conducen a tus confines.

Lo más importante es la conquista de ti mismo. ¡Ese es el triunfo! No es cuestión de ser buenos o de esforzarse ¡Está dado! Sos lo que sos. Soy lo que soy. Ya sé que soy la luz y que me llegará el tiempo de fundirme con la fuente.

Algo más... En los momentos en que la vida me aprieta y habiendo soltado las muletillas y guías externas, acuñé una convicción regalada por mi alma: ''Voy a seguir adelante para saber qué hay detrás de todo esto''. Estoy feliz de ser humano. Vivo con entusiasmo el misterio de la vida y con alegría la capacidad de sorprenderme ante la trama de la existencia.

¡Que tengas una aventura exitosa y puedas conquistarte! Y como éxito viene de elixir y esta deriva de elegir, no es una expresión de deseo, ¡es una certeza porque la vida ya te eligió! Éxito, elixir, elegir y existir, son de la misma familia: la maravillosa explosión que resulta de hallarse.

Hagas lo hagas, ya estás siendo. La vida te soñó y por tanto sos una expresión de su vientre. Ella es la que marca el ritmo y quien te espera detrás de cada perfil para contarte sus secretos. Por eso ¡el partido ya está ganado!



Camilo Pérez


viernes, 15 de agosto de 2014

Ir de la razón a la paz

La vida consta de dos dimensiones: forma y contenido. La formas son todos los espacios en los cuales nos pasan cosas. Nuestro cuerpo es la primera, nuestra casa es la que sigue, el lugar de trabajo es otro entre tantos en los que frecuentamos. El contenido tiene que ver con lo que nosotros hacemos dentro de los espacios en los cuales estamos.

Este mapa tiene dos direcciones más, porque en los lugares no estamos solos, entonces lo que hagamos afecta a quienes comparten esa plataforma. Si lo que contenemos y por tanto soltamos en ese marco, impacta negativamente en otra persona, generamos conflicto. Si lo que vertimos en ese espacio aporta positivamente al otro, creamos encuentro. Conflicto y encuentro son las frecuencias que hablan de cada uno de nosotros. Son la amplificación del mundo interno en contacto con las realidades de otras personas.

Todo estado de lucha que se exteriorice, deriva de una riña adentro de cada uno. Las libertades que resignamos, al ser reprimidas y normalizarse esa situación, se oponen a la naturaleza de bienestar inherente al Ser. Todos conocemos estas discusiones que se desbocan en nuestro interior.

La pelea es una sola: nos pasaron cosas que contradicen al estado de gracia y plenitud del cual venimos. La respuesta también es una: tenemos razones para estar dolidos y sufrir. Simplifiquemos el camino y juntemos todos los motivos en uno: tenés razón, toda la razón y solamente la razón.

Cada vez que escribo soy conciente de que estoy hablando contigo (y conmigo). Te invito a que te detengas tantas veces como te sea necesario. Si podés conectarte con que de verdad tenés razón, un poco del camino está allanado. Sufre el que no está seguro completamente de que lo que le pasó, fue injusto. Hagamos una franquicia en este momento: no te lo merecías, no hiciste nada para que eso ocurra. Tenés razón. Podés dejar de sufrir. ¿Pudiste? ¡Es liberador! ¿Vamos por más?

Si hasta acá seguimos juntos, demos otro paso. Lo que sucedió igual duele. Acá necesito que prestes especial atención a lo que voy a decir. Lo que viviste, vos y yo sabemos que tiene una razón de ser. Si te enoja leerlo, recomiendo que vuelvas al párrafo anterior y reúnas de nuevo la energía que conseguiste para avanzar. ¿Seguimos?

Asumiendo que podemos continuar, aunque te hizo sufrir y ahora duela, no es importante saber el propósito de lo que pasó, es trascendente reconocer que tuvo un sentido y que aún lo tiene porque no lo conocés. Transgredir tus propios limites, ayudarte a crecer, madurar aspectos de tu personalidad y templar el carácter pueden ser conceptos que alberguen el propósito.

Pero el ego sigue ahí, porque sabiendo que lo que pasó tiene algo de fondo, quiere develar lo que ahora se esconde. No deja de doler, pero es reconfortante sentir y pensar que aquello que tuviste que atravesar tu o alguien más, tienen una capa a la cual es posible acceder.

A partir de aquí, no puedo ayudarte más que con la intención para que te muevas del conflicto que aún permanece hacia el encuentro de la verdad oculta. Te garantizo que si te ponés en marcha, hay respuesta. No hay búsqueda que no arroje luz. El apoyo que vas a precisar es personal, frente a frente y estará la vida para guiarte hacia dónde recurrir y en quién confiar.

Cuando hayas alcanzado el sentido, quedará un último paso, tan difícil como los anteriores. Hay que abrazar la razón primera, no la personal (ya nos pusimos de acuerdo en que tenés razón), sino el motivo de la vida para construir lo que puso en tu camino.

El cierre de todo ciclo es la aceptación. Quiero facilitarte una herramienta más para las dudas que probablemente te invadan en este momento. La ventaja que supone llegar al final del laberinto, no es estar frente a la salida. Sino todo lo que se transformó dentro tuyo en el camino.

Para cerrar, insisto en las cosas más esenciales. No hay nada qué discutir, no entres en la discordia, la razón ya la tenés. Hacé tu parte y fluí con el ritmo que propone el viaje. Las pausas y las velocidades son la fuerza de la vida y siempre será infinitamente más que la omnipotencia personal. Cuando vayas por las respuestas, participá del juego con respeto. No tenés demasiado qué hacer porque igual cuando descubras por lo que fuiste, vas a ver fuera algo que te esperaba dentro.

Me quedo en forma de mapa y con estas palabras como contenido. Que sea posible soltar los problemas, los acertijos se resuelven en las relaciones.




Camilo Pérez

miércoles, 13 de agosto de 2014

Memoria Divina

He visto a muchísimas personas llorar. He llorado también, tan profundo que acabé dormido. Entregándome. Y en numerosas oportunidades el llanto ha sido compartido, familiar, íntimo. Pasé por todos los estados: ser sostenido, ser quien sostiene y dejar que la vida se encargue. Esto último es fundirse con alguien en el motivo del llanto, sus aguas y sales.

Todas esas vivencias tienen una particularidad: la búsqueda. El agua recompone la relación entre un ser vivo y la fuente que lo alimenta.

Estaba en un círculo de personas conversando cuando la profundidad de la charla tocó las fibras de alguien, y comenzó a llorar. El silencio fue inmediato, no por incomodidad, sino por respeto, permitiendo que esa persona fuera a sus aguas y se explorara. Yo me dediqué a explorar las mías. Recorrí mis emociones como forma de acompañar a quien se encontraba acongojada. Sé que el mejor modo de ayudar a otro es sostener mi lugar, no salir al cruce de lo que sucede en otro espacio del círculo. Allí me quedé, observándome y eso naturalmente me conectó al sitio de quien lloraba.

Esta persona sostenía el agua del círculo, lloraba por todos. Hasta que encontró un punto de calma y se serenó. Estaba otra vez con nosotros y entonces la oportunidad de entrar en diálogo, volvió. Al llenarme de aire, sentí la presencia del espíritu y cómo se abría paso a través de mí para comunicarse. Entonces, inspirado, me dirigí a ella y sólo fui canal.

Tuve palabras para revelarle que el llanto es una cara de la realidad. La mitad invisible es la naturaleza espiritual que se apodera de la circunstancia. Lo que se llama en el camino espiritual del Cielo, Agua de las Estrellas. Cuando lo necesitamos, pero sobre todo cuando lo permitimos, un ángel nos baña con ese manantial divino.

''Algunos nacen con una estrella y otros estrellados'', dice el dicho. En el medio, entre los que brillan y los que no, hay sólo una decisión. Los que brillan, eligieron. Ante la ignorancia, la medicina es la humildad para verse sumergido en el mar del desconocimiento. Ante el laberinto emocional que eso provoca, el remedio es la valentía para atravesar la película de la vida una y otra vez. Aunque su sentido se esconda y eso desconcierte. Sin quejas, sin reclamos. Hasta que sea suficiente. ¡Pero cuidado! Cuándo es suficiente no lo determina le personalidad ni el ego juzgando la experiencia.

Lo que define el paso de un lado del umbral al otro, es vis-lumbrar. Ver la luz. Es un sentirse recibido y receptor. Da igual: algo dentro se activa. Las dos maneras son ciertas: eso viene a ti como tu vas hacia él. Porque el que busca, encuentra y el encuentro es el medio. Lo que hay entre dos.

A más quejas, nos aseguramos continuar resintiendo el mismo rollo. A mayor entrega, le corresponde la certeza de saber. Saber qué. Que detrás de cada acto, adelante, a los costados, arriba y abajo, se encuentra la vida. Y que la vida tiene sus razones para hacer el cómo. No es un acto perpétuo de tortura. En lo que ocurre, hay orden. Descubrirlo, es una decisión.

Invadimos todos los espacios de marcos conceptuales, de ideas y teorías que terminan diluyendo la transparencia en soberbia. Y la arrogancia nos descoloca, nos fuerza, nos petrifica y esclaviza. Huimos desesperadamente del contacto íntimo y cuando lo rechazamos, garantizamos la continuidad del ciclo de desavenencias y en su retorno, la dureza.

Las corrientes en tensión traen lluvia como las emociones desencontradas traen entendimiento. Todo lo que no sabemos sobre nosotros, los por qué y los para qué (si accedemos a conectarnos con ellos) encienden las aguas. Cuando ese motor se prende, el alma se despliega.

Una buena noticia: siempre que estemos atentos a nuestras necesidades y lo que hacemos sea en coherencia con ellas, estaremos bien.

Un detalle: nunca las necesidades se satisfacen en soledad. Como está implícito en la palabra, Encontrarse con lo necesario implica moverse del lugarcito de comodidad, conocido y común.

Llorar impacta en cada célula, baja las resistencias al cambio, eleva la conciencia y hace espacio para que el potencial transformador que hay dentro, haga su trabajo.

El Agua de las Estrellas nos riega ofreciendo tramos esenciales de nuestra caminata por el Universo. Porque detrás, delante, a los costados, de un lado y del otro: es siempre Dios. Pero en consonancia con cómo nos movemos, el presente encuentra su sentido en la línea del tiempo hacia atrás. Y Dios está en el fondo de todo, esperando para respondernos.

El amor es siempre nuestra casa, un refugio sagrado. Ese recinto es divino. Hagamos memoria, venimos de ahí.


Camilo Pérez

martes, 29 de julio de 2014

Arte sano

Sanar es lleva luz a los lugares nuestros que están vacíos de amor. No importa si es mucho o poco, mientras no estén colmados, reclamarán atención. Para iluminarlos, tenemos que tomar conciencia sobre cuáles son esos espacios y los reconoceremos porque se comunican a través de las emociones. Lo que estoy re-sintiendo, habla.

Sufrimiento y dolor no son lo mismo, tampoco el sentimiento es igual a la emoción. Un patrón emocional que se reitera o una situación que produce sufrimiento o dolor, dice que hay una forma de percibir el mundo y a mi en él, que es errónea. Si la percepción cambia, el sufrimiento y el dolor se diluyen. Pero esto viene después y no es una situación involuntaria, es una intención que precisa de una acción.

Lo que la vida no brinda ni nos da, es lo que traemos de fábrica. No está puesto en nuestro camino porque lo encontraremos dentro y está para ser desarrollado. Es más, sos una pieza insustituible para la vida, porque lo que viene de tu interior no está en el mundo aún. Habrá parecidos en los que te sientas reflejado y te ayuden a brillar con lo mejor de ti, pero no será nunca igual a lo que puedas ofrecer.

Si tu destino es despertar al artista que llevás en lo íntimo, la forma de trazar figuras y de ponerles color, será única. No hay dos seres con el mismo don o recurso y eso tiene que explotar. Pero primero requiere exploración. Entonces los sucesos que te ocurran y se reiteren son un llamado para reaccionar. Son circunstancias que hacen de ''despertadores''. Por eso lo que nos pasa está lleno de sentido y ''vacío'' de amor, porque esos rincones de ausencia son ocupados por la inteligencia creadora. Y esta es energía y materia prima para canalizar lo que padecés y transformarlo en arte.

El vacío, la ausencia, la sombra, el desamor... Tantas maneras de llamar a la oscuridad... Son sitios donde la luz descansa hasta que te encuentres lo suficientemente cansado de vivir a disgusto y lo suficientemente animado para levantar la fuerza de tu corazón.

La vida no coloca nada en tu camino con lo cual no puedas. Frase cliché. Igual a ''Dios aprieta, pero no ahorca''. Como cuando al sumergirte en el mar enérgicamente, te hundís demasiado, la profundidad pareciera querer devorarte y llevarte a su lecho. Ante la alarma del ahogo, buscás rápidamente la superficie. No pensás. La senda hacia el aire la conocés y el movimiento es espontáneo. En las situaciones adversas y riesgosas, todos sabemos qué hacer y cómo. No interviene el pensamiento. La personalidad ante una amenaza verdadera, queda suspendida, en pausa y aflora el Ser. Estalla y no se puede evitar. Respirar y estar inspirado no son lo mismo. Lo que distingue una acción luminosa a una falta de claridad, es la conciencia que opera junto al quehacer.

También la existencia alumbra a cada uno con una intensidad justa. Podrás ser encandilado temporalmente, pero no enceguecido o con una luz en la que no te puedas sostener. Mientras no te encuentres listo, te estás preparando.

Todo pasaje de un estado de conciencia a otro, nace de un orden que entra en caos al tomar contacto con una variable distinta, que modifica la percepción absoluta que tenemos de las cosas. El prisma por el cual vemos la vida. Ese sistema -cualquiera de nosotros- entra en tensión a causa de un visitante desconocido que desordena el funcionamiento general en el cual un organismo está acostumbrado a organizarse. Todo el cuerpo debe reconocer a ese extraño que transforma y altera el todo, hasta integrarlo.

Los rituales y ceremonias cumplen esa función en nuestra sociedad. Una despedida de solteros, un casamiento, la celebración de los quince años. Están para acompañar el pasaje entre una manera de convivir y otra. Una cumpleañera que llega a sus quince, está siendo apoyada por su entorno en su transformación hacia el ser mujer. Se prepara para vivir su sexualidad y reconoce su posibilidad biológica de ser madre. Todo eso, mientras se despide del sentido ingenuo que recubre la niñez.

Los estados de insatisfacción que rodean al dolor y al sufrimiento, están ligados inseparablemente al sentido de ignorancia. No sabemos lo que hay del otro lado del umbral. En el mejor de los casos podemos ser concientes de que hay una medida de zapatos que nos queda chica y que así no podemos caminar. Todo habla de una realidad que ya no se ajusta a las necesidades que tenemos y para tomar lo que precisamos, hay que avanzar de casillero.

Para cerrar, quiero compartir dos cosas más. Sanar no es un fin en sí mismo. No hay un momento en que se llega a algún lado y el movimiento se interrumpe. Sanar es perder ignorancia e ir reuniendo sabiduría. Recuperar la pureza no acaba al morir. La aventura del alma trasciende la existencia física. Cuando nos salimos de este plano, vamos a conversar con el Gran Espíritu o Dios. Allí repasamos completamente contenidos de amor, nuestras decisiones en vida. Sólo a partir de ese momento, observando la película de lo que fuimos e integrando el sentido que tuvo, el alma también se diluye y vuelve a la fuente donde es lavada. Y allí queda la pura esencia en descanso hasta de vuelta hacer el viaje de tomar cuerpo. Sanar es un infinito viaje de descubrimiento.

Lo otro. La luz nace de la mayor oscuridad. El vientre que te recibió, estuvo totalmente vacío para albergar ese punto luminoso que luego se hizo carne. Por eso es importante resaltar la magia de la noche, de la sombra y otra vez de la oscuridad: la negrura más espesa que conozcas es fecunda en luz. Y la luz, finalmente, es toda la potencia de la vida codificada, encriptada. Después la luz es la semilla y todo en definitiva, es un gran acto de amor. Todo es un gesto de profunda vida.

Y hablando de vida, de muerte, de semillas, de luces, de flores y también de dolores: no hay un sólo rincón en el universo que no esté colmado de amor, aunque las sombras lo disimulen y protejan. Las contracciones se suavizan con aire y traen vida.

¡Hasta el próximo nacimiento!




Camilo Pérez

martes, 15 de julio de 2014

Lo que hacemos nos lleva a lo que somos

Estaba en medio de una reunión donde la finalidad era encontrarse con la alegría, conectarnos a la felicidad de estar juntos. Entre amigos.

-¿Cómo pensás hacer para traer el Cielo a la Tierra?

Me han hecho preguntas de diversos tipos. Llevo mucho tiempo haciendo círculos de trabajo donde el móvil es abrir el corazón. Talleres, cursos, incluso consultas donde el propósito es que cada persona descubra su propio misterio, su “quién soy''. Pero esta pregunta me tomó por sorpresa.

Casi de inmediato, alguien más me interrogó:

-¿Qué somos, somos un grupo?

¿Será que encontrarnos con la alegría nos hace reflexionar sobre quiénes somos? Si. Estar juntos y colaborar al bienestar de todas las partes, hace que se desate el Ser y lo que traemos para vertir al todo. En esas charlas, cuando evocamos las antiguas tradiciones de convivencia, hay añoranza, nostalgia porque estuvimos en otros momentos de la historia. Como quien ríe a la que ves que llora. Por recuerdo o por olvido es que nos emocionamos. Por el derecho o el revés, nos medimos a ver cuán lejos nos queda la unidad. Como sea, es el espíritu regándonos con la memoria y sosteniendo el propósito de todo esto.

Días después continué con la rutina: reuniones y conversaciones con dueños de centros holísticos. La finalidad: dar con espacio que presten su sitio para hacer actividades e inviten a su gente a participar. Estaba agotado y sin expectativas. Me desilusioné muchas veces hasta que entendí la realidad. Detrás de los espacios dedicados a la espiritualidad, la sanación y el cultivo del autoconocimiento, también hay celo y competencia. Existe en todos demasiado miedo a perder lo poco o mucho del nicho personal que cada cual a ''conquistado''.

En lo que a mi respecta, no vivo ese conflicto porque no cuento con un centro que llevar adelante. Atravieso otros. Mi empresa, la aventura de ser, camina conmigo. Eso no me hace inmune, al contrario. Para coordinar una jornada de sanación, debo desnudar el alma ante el anfitrión: soy quien hace esto o aquello por decisión y voluntad del espíritu. Dios. No hay diplomas, condecoraciones o medallas que certifiquen mi tarea. De mis desolaciones y encuentros, nacieron los mapas que ofrezco.

Finalmente llegué a una casa de puertas abiertas y corazón ancho, y eso no sucede en todos lados. Teníamos apenas minutos para hablar. El diálogo se dio apretado y apresurado. En un momento gobernó el silencio, hubo un intercambiado de miradas profundas, de viejos conocidos y de reencuentro.

Ese lugar me recibió y me hizo un espacio: ''¡Se agrandó la familia! Bienvenido, Camilo Pérez.'', me escribió la anfitriona en un cuadernito de notas que todos compartimos. Luego la celeridad de la jornada y en medio de ella, la promesa de hacernos un tiempo para conversar. Esta vez sin apuros.

Dafna -así se llama esta hermana- abrió su consultorio y yo apronté el mate. Su sonrisa era fresca y sus ojos transparentes como su inquietud y curiosidad.

Y llegó otra pregunta:

-Quiero saber de vos. ¿Qué es de tu vida? ¿Quién sos, Camilo Pérez?

Soy un buscavidas. El año pasado, tras dejar el hogar y el proyecto familiar que sostuve durante seis años, y completamente tomado por el dolor y el sufrimiento, supe que hacia algún lado me llevaría ese nuevo avatar.

En principio, tuve que salir a buscar los medios para continuar sobreviviendo. Apenas eso. En algún plano de mi conciencia, sabía que me había tocado el momento de salir del capullo protector.

Me reuní con decenas de personas, conocí muchos lugares y hablé con innumerable cantidad de gente. Salí a la búsqueda de hermanos que como yo, guardaran una porción de la historia del cielo en su corazón. Hice tareas espirituales para restaurar algún puntos de Montevideo y su energía. Corrí ceremonias de sanación y conexión. Escribí mucho, lloré demasiado y me reí a veces. El propósito se cumplió a tiempo: una red se había formado, la red del Cielo en Uruguay. Muchas personas comenzaron a reconocerse, a adueñarse de sus memorias y a recoger el fruto de la antigüedad de sus almas. Ahora se está en pleno viaje de fortalecer esa red. Pero también fue una especie de verborragia visceral que me mantuviera vivo. Se amalgamó una historia dolorosa con amor en su transcurrir.

Los tropezones continuaron y también mi exigencia. Ser claro, puntilloso, certero... Conocedor de los mecanismos de la personalidad, sé que esa autoexigencia viene de frustraciones y pérdidas recientes y profundas. Entonces, ¿quién estaría dispuesto a continuar acumulando derrotas? Armé mi trinchera y prometí sopesar cada opción para minimizar equivocaciones. Pero se hace imposible cuando estás dentro de una centrifugadora que toda sensación más o menos clarificadora es empujada hacia un centro que está construyendo la solvencia de un orden mayor que el ''yo'' al cual me identifico. Ese orden me tiene a mi, no yo al él. Es al que pertenezco.

Hoy sé que parte de lo que quería era tapar tanta angustia con muchos quehaceres. Finalmente decidí hacer una pausa y guardar el legado que traigo conmigo. El del Camino del Cielo, el del líder espiritual, el de la memoria sagrada que remite a puntos cruciales de la historia. El del Hombre Rayo, el del chamán. Pertenezco a una gran familia que ha bajado del Cielo para retomar una tarea que ha dejado faros que alumbran. Muchos de los seres de luz que son estampitas, están encarnados, se reconozcan o no. Guardé todo eso en un bolsillo y me apronté para un verano que sería duro, seco y tambaleante.

En marzo comencé el año lectivo. Cuando la vida parecía prometer un poco de aire, otra vez las calamidades de un cielo personal mal aspectado me enfrentaron a limitaciones y obstáculos. Por eso decidí llamarme a silencio hasta la próxima primavera.

-''Si quieren algo de mí, que vengan a buscarlo. No pienso seguir haciendo el papel de mensajero si siento que las personas no están preparadas para escuchar el mensaje. Es suficiente.'', pensé entre enojado y rebelde.

Me aprontaba para un invierno donde solamente dedicaría tiempo a mi trabajo y a fortalecerme en los vínculos. Pero aparecieron esas preguntas. ¿Qué somos? ¿Cómo lo vas a hacer? ¿Quién sos?

Somos lo que vinimos a Ser y a hacer. Y no hay escapatoria, ni atajo. Luego de años, la que se cultiva es la paciencia y la que madura es la forma de estar. La Presencia. Mi omnipotencia fue devorada por la fuerza de la vida. No tengo ánimo de socorrerla ni voluntad de alimentarla.

¿Cómo haré para hacer lo que vine a hacer? Mi presencia es suficiente para que suceda. Estando, las oportunidades florecen. ¿Qué somos? Una red. Una familia destinada a encontrarse en respeto y unidad. Cada cual volcará en ella lo más maravilloso que la existencia haya depositado en su interior.

¿Quién soy,? Lo que hice hasta aquí. Ya soy el que interroga y el que responde, pero sobre todo el que reza y canta. He dejado huellas y pistas para el que las quiera ver. Somos lo que hacemos, dice un eslogan de una reconocida empresa de comunicación de Uruguay. Se puede descansar sobre el propio sendero aunque tengas los acertijos desfilando delante tuyo. El quién soy se responde solo. La tarea más difícil para los occidentales es no hacer. En la simple presencia, se gesta espacio para que la paz se exprese y permanezca. Hagas o no hagas, la vida te llama cuando es el momento.

Hoy, dejo que mi camino hable por mi. 


Camilo Pérez

miércoles, 4 de junio de 2014

El dolor es una buena señal

Cómo se cura el corazón. Cuánto tiempo se queda el dolor. Hasta dónde llega la pena. Hay naufragios y naufragios… Hay buenas peleas y veces que vale el esfuerzo y otras donde insistir es estéril. Después de dar ciertos combates, el mundo se queda quieto y el que gira es el luchador. Hay golpes que marean y el mareo lleva a algún lado.

Los puertos unen la tierra y el mar. Es demasiado perfecto, es tan maravillosamente simple que ni lo creemos. Estuvo todo el amor a nuestro alrededor, siempre. En la rosa, en el vino, en el agua y en la sal. Las calderas hirvieron el miedo y no hubo escondite donde refugiarse. Se fue por donde saben escaparse los dilemas, en la luz que trae el destino… Inapelable, siniestro cuando no lo comprendemos, abierto en libertad cuando lo abrazamos.

La vida es un manojo de sonrisas después del espanto y de las manos tapando el rostro. Es un racimo de pequeñas verdades que construyen en silencio, la autoridad real y el fuego de adentro. Yo me apagué tantas veces… Me alimenté de pánicos y escenas que no quiero volver a repetir jamás. Me venció la incertidumbre, me mordí el labio tanto que marqué mis dientes.

Hoy me levanté herido y con la extraña sensación de confiar en mi dolor. Le di aire a mi vacilación y aliento a mis penumbras y eso me rescató. Fui sensato frente al espejo diciéndome que no sé, que no puedo, que no quiero, que no debo, que no tengo, que carezco, qué inmaduro, qué agonía, qué silencio, qué palabras. Y no me alcanzó. Y salí de mi ombligo y fui por ayuda y un niño me alentó a seguir. Él precisó un mimo, un beso, un abrazo, un límite, un consuelo, un alfajor, cualquier cosa estaba bien para su corazón. Y él, era yo.

Cuánta vida hay en mi interior, cuánta posibilidad de amar, cuántas ganas de querer, tanta necesidad de gozar, de reír. Por eso acuñé esta frase: ‘’La vida es un juego’’. No sé qué espíritu me la sopló al oído, las palabras no tienen dueño ni propietario. Las palabras van cargadas y sostenidas, como la música y como todo el arte de vivir. Todo lo que nace de mi es universal, debilidad y fortaleza. Lo que nace de mi es la voluntad cansada, diezmada, quebrada y tan porfiada que se vuelve a levantar.

Es inevitable… El rostro que no veo, los ojos que no distingo y son los que parpadeo. Adivino, intuyo, percibo y me adelanto y vuelvo a fracasar y vuelvo a intentar. ¿Y si me caigo? ¿Y si me olvido? ¿Y si me pierdo?

Conozco mis tiempos, sé de mis vidas. Me voy quedando sin excusas, estoy vaciándome de protestas, de reclamos, de absurdos. La enfermedad me desabastece. Estoy temerario y apremiado. Esta realidad no me contiene, me cargo de lo que es real. Lo invisible es sustancial, intangible y preciso.

Yo no sé vencer, porque ante cada victoria que obtengo, perdemos los dos. Me encanta dejar mi yo, extraviarlo, soltarlo. Sólo cuando logro desprenderme de mi, soy tan sinceramente feliz… La libertad es un momento, la verdad se contagia y la totalidad se conquista y a cada segundo esa oportunidad está presente, pero más que nada y por suerte… Está lleno de esos instantes.


Camilo Pérez

lunes, 12 de mayo de 2014

Humanidad: la identidad que nos abarca.

El valor máximo de la vida es dar con la fuente, encontrar la luz que habita detrás de cada escenografía. Para lograrlo, es necesario antes sintonizar y deslumbrarse con el paisaje. Ver belleza en una obra de arte hace fácil que ubiquemos la esencia en nosotros. Todos nos hemos conmovido con la creación en algún momento y eso nos hizo encontrar a Dios tras bambalinas. Cada parte del orden natural cuenta con una identidad que la hace única. Su color es especial y su tono y nota no tienen antecedentes aún perteneciendo a una especie concreta.

Va contra toda la historia humana vaciarnos de esa identidad. No se puede deshacer lo que nos construyó. Podemos pensarnos distinto, creer otras verdades y asumir nuevos roles. Y eso ya es mucho. Si tu vida fue cruzada por el desamparo, en el mejor de los casos intentarás cubrir tu soledad de amor. Hasta ahí.

Si hay un discurso barato y una actitud egoica en la espiritualidad es afirmar la personalidad, negándola. Es peligroso ese juego. Coloca a quien promete esa posibilidad en un lugar altivo, superado de los demás que lidian todos los días con sus neurosis. Si hay una manera de despertar la maestría, es tomar la humanidad que nos abarca. De otra forma, la articulación de un pedestal hace frío, distante, incierto y finalmente inalcanzable a cualquiera.

Vende muchísimo desprenderse del ego y quitarse de encima la personalidad. Pero no es real. ¿Cuánto estamos dispuestos a pagar por olvidarnos de lo que nos pasó? Fue tan duro que nos gana la ilusión de hacer borrón y cuenta nueva. Pero nuestra vida no es una refundación constante, sino una línea continua que le da sentido y belleza hoy, a los pasos que dejamos atrás. Podemos cortarnos el cabello si está deslucido, pero sus raíces están hundidas más allá del cuero. Las raíces son intocables, salvo cuando arrancamos el pelo de cuajo, pero eso nos agrede y provoca más dolor.

Quienes ofrecen esta fantasía de enfrentamiento y desintegración, están cortando la relación con los rasgos distintivos y el camino del alma, pulverizando una parte muy sagrada del ser; lo que nos hace humanos. Lo más sano que podemos prometernos es entender el sentido del dolor y eso transforma la relación con la herida.

He pasado por el espacio de muchos maestros y los he visto derrumbarse porque el tamaño de sus miedos se sentía más fuerte que la dimensión de su gracia. La mayoría de los hombres y mujeres que conocí, veneraban a alguien con impresiones gigantes y cuadros que encerraban figuras a las que adorar. Otro igual a ellos. Entre quienes marcaron con su presencia los tiempos y la historia, vos y yo; no hay diferencia ni distancia. Sus vidas fueron tan sagradas como las nuestras, sólo que ellos se dieron cuenta.

Los altares como los pedestales encumbran una imagen, la hacen lejana y esconden su sabiduría. Relacionarnos así, nos llena de culpa porque tal vez no seamos suficientemente buenos e impecables como para poder alcanzarlos. Eso hemos heredado de las religiones y de varios caminos de fe y rendición.

En un rincón sagrado de mi casa tengo algunos objetos de valor para mí. Una bolsa artesanal con tabaco dentro y varias plumas que he recogido en el camino y muy poco más… Sólo extraigo de la bolsa un puñado de tabaco cuando siento que no puedo tomar una decisión con claridad o si alguien acude a mí con esa misma inquietud. El tabaco abre el diálogo con el mundo espiritual y esta dimensión cuando lo pedimos, nos facilita la visión para ver en los obstáculos, oportunidades.

Las plumas son el resumen de un largo caminar: años de compromiso y auto reconocimiento. Los hermanos que vuelan tienen una comprensión mayor, se despegan del conflicto y en esa distancia reconocen su lugar y la dimensión que ocupan en un sistema más grande y contenedor.

Las plumas representan nuestra habilidad para responder con sabiduría a los problemas y llegan a nosotros cuando más de una vez hemos volado y sintonizado con la divinidad. Cuando hemos trascendido el drama y la tragedia se hace experiencia. El aire y la libertad son palabras difíciles de separar. Por eso las culturas nativas honran las aves, porque hacen de su viaje el arte de la transmutación elevando el padecimiento al cielo.

Si mi camino sirve de inspiración a alguien, maravilloso. Si mi camino es verdadero, entonces no habrá plumas ni tabaco que sustituyan mi presencia porque donde me encuentre, estará mi corazón.  Lo demás es simbólico. En ese rincón de mi casa, no hay fotografías ni imágenes de nadie. Es sagrado porque hay algunos objetos que me recuerdan momentos importantes. Fueron puntos de conciencia donde algo se movió dentro de mí. Pero son sólo la representación, su memoria está grabada en mi alma.

Cuando alguien se convierte en un cuadro, en estampita o en relicario, yo desconfío. Cuando alguien lleva su imagen hasta el grado de admiración, me incomoda. Cuando alguien se entrona en un sillón, me da pavor. Si alguien precisa esa relación con sus iguales, todavía no llenó su amor propio. Quien se siente seducido a hacer de su lugar un pedestal, está protegiéndose para que no toquen el volumen de su herida y el peso de su dolor.

La historia de la humanidad está llena de encumbrados, pero una cosa es lo que el relato haga de ellos y otra es lo que en verdad ellos estimularon. Ni Jesús ni otro maestro se elevó sobre nadie y esa simplicidad lo convirtió en faro. Fue la consecuencia de su camino, no su búsqueda. Lo que une al final a ambos tramos de su vida camino y consecuencia, es la coherencia de su corazón.

Ahora que el año comenzó y la vida nos obliga a salir, confiemos en nosotros, en el pulsar y en el impulso. ¿Sabés por qué alguien que despierta su maestría, fluye y emana de sí la sabiduría no deja que otros lo adulen? Porque sabe que quien lo eleva a la categoría de Dios, tarde o temprano retornará por la luz que le prestó. El maestro estará instalado en los cielos hasta que el alumno precise bajarlo. Necesitará reconocerse a sí mismo y que le devuelvan el brillo que alguna vez cedió. Si me veo roto y te veo entero, te daré mi luz para que me devuelvas una imagen mía más íntegra. Luego la voy a pedir para alumbrar mi recorrido.

Pido clemencia entre nosotros. Que podamos dejar de sostener relaciones abusivas que eleven a unos por encima de otros. Si seguimos manteniendo pedestales y altares, habrá tanta soledad en el llano como en las alturas. Lo que nos cura, es ver que el dolor y el amor nos igualan y que esas sintonías son comunes y compartidas.

Cuando el nacimiento de mi hija estaba cerca, me dijeron: “No hay parto sin dolor, pero sí, sin temor’’. Fue un baño de claridad y conciencia. Los zapatos que calzás llevan la horma de tu historia. Allí está el karma, el lastre y la mochila. Ese material paradójicamente pare la luz, el color y despierta el dharma. Tus virtudes, dones y talentos están nacidos del útero oscuro, de la profundidad de las sombras.

Pongo mi intención para que el espíritu sea cuidado por el ego y en el medio de ambos, el alma nos conduzca suave por la existencia. Rezo para que podamos perderle el miedo al dolor. Llorar a tiempo nos puede reconciliar con la vida.  



Camilo Pérez