miércoles, 13 de agosto de 2014

Memoria Divina

He visto a muchísimas personas llorar. He llorado también, tan profundo que acabé dormido. Entregándome. Y en numerosas oportunidades el llanto ha sido compartido, familiar, íntimo. Pasé por todos los estados: ser sostenido, ser quien sostiene y dejar que la vida se encargue. Esto último es fundirse con alguien en el motivo del llanto, sus aguas y sales.

Todas esas vivencias tienen una particularidad: la búsqueda. El agua recompone la relación entre un ser vivo y la fuente que lo alimenta.

Estaba en un círculo de personas conversando cuando la profundidad de la charla tocó las fibras de alguien, y comenzó a llorar. El silencio fue inmediato, no por incomodidad, sino por respeto, permitiendo que esa persona fuera a sus aguas y se explorara. Yo me dediqué a explorar las mías. Recorrí mis emociones como forma de acompañar a quien se encontraba acongojada. Sé que el mejor modo de ayudar a otro es sostener mi lugar, no salir al cruce de lo que sucede en otro espacio del círculo. Allí me quedé, observándome y eso naturalmente me conectó al sitio de quien lloraba.

Esta persona sostenía el agua del círculo, lloraba por todos. Hasta que encontró un punto de calma y se serenó. Estaba otra vez con nosotros y entonces la oportunidad de entrar en diálogo, volvió. Al llenarme de aire, sentí la presencia del espíritu y cómo se abría paso a través de mí para comunicarse. Entonces, inspirado, me dirigí a ella y sólo fui canal.

Tuve palabras para revelarle que el llanto es una cara de la realidad. La mitad invisible es la naturaleza espiritual que se apodera de la circunstancia. Lo que se llama en el camino espiritual del Cielo, Agua de las Estrellas. Cuando lo necesitamos, pero sobre todo cuando lo permitimos, un ángel nos baña con ese manantial divino.

''Algunos nacen con una estrella y otros estrellados'', dice el dicho. En el medio, entre los que brillan y los que no, hay sólo una decisión. Los que brillan, eligieron. Ante la ignorancia, la medicina es la humildad para verse sumergido en el mar del desconocimiento. Ante el laberinto emocional que eso provoca, el remedio es la valentía para atravesar la película de la vida una y otra vez. Aunque su sentido se esconda y eso desconcierte. Sin quejas, sin reclamos. Hasta que sea suficiente. ¡Pero cuidado! Cuándo es suficiente no lo determina le personalidad ni el ego juzgando la experiencia.

Lo que define el paso de un lado del umbral al otro, es vis-lumbrar. Ver la luz. Es un sentirse recibido y receptor. Da igual: algo dentro se activa. Las dos maneras son ciertas: eso viene a ti como tu vas hacia él. Porque el que busca, encuentra y el encuentro es el medio. Lo que hay entre dos.

A más quejas, nos aseguramos continuar resintiendo el mismo rollo. A mayor entrega, le corresponde la certeza de saber. Saber qué. Que detrás de cada acto, adelante, a los costados, arriba y abajo, se encuentra la vida. Y que la vida tiene sus razones para hacer el cómo. No es un acto perpétuo de tortura. En lo que ocurre, hay orden. Descubrirlo, es una decisión.

Invadimos todos los espacios de marcos conceptuales, de ideas y teorías que terminan diluyendo la transparencia en soberbia. Y la arrogancia nos descoloca, nos fuerza, nos petrifica y esclaviza. Huimos desesperadamente del contacto íntimo y cuando lo rechazamos, garantizamos la continuidad del ciclo de desavenencias y en su retorno, la dureza.

Las corrientes en tensión traen lluvia como las emociones desencontradas traen entendimiento. Todo lo que no sabemos sobre nosotros, los por qué y los para qué (si accedemos a conectarnos con ellos) encienden las aguas. Cuando ese motor se prende, el alma se despliega.

Una buena noticia: siempre que estemos atentos a nuestras necesidades y lo que hacemos sea en coherencia con ellas, estaremos bien.

Un detalle: nunca las necesidades se satisfacen en soledad. Como está implícito en la palabra, Encontrarse con lo necesario implica moverse del lugarcito de comodidad, conocido y común.

Llorar impacta en cada célula, baja las resistencias al cambio, eleva la conciencia y hace espacio para que el potencial transformador que hay dentro, haga su trabajo.

El Agua de las Estrellas nos riega ofreciendo tramos esenciales de nuestra caminata por el Universo. Porque detrás, delante, a los costados, de un lado y del otro: es siempre Dios. Pero en consonancia con cómo nos movemos, el presente encuentra su sentido en la línea del tiempo hacia atrás. Y Dios está en el fondo de todo, esperando para respondernos.

El amor es siempre nuestra casa, un refugio sagrado. Ese recinto es divino. Hagamos memoria, venimos de ahí.


Camilo Pérez

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