martes, 15 de julio de 2014

Lo que hacemos nos lleva a lo que somos

Estaba en medio de una reunión donde la finalidad era encontrarse con la alegría, conectarnos a la felicidad de estar juntos. Entre amigos.

-¿Cómo pensás hacer para traer el Cielo a la Tierra?

Me han hecho preguntas de diversos tipos. Llevo mucho tiempo haciendo círculos de trabajo donde el móvil es abrir el corazón. Talleres, cursos, incluso consultas donde el propósito es que cada persona descubra su propio misterio, su “quién soy''. Pero esta pregunta me tomó por sorpresa.

Casi de inmediato, alguien más me interrogó:

-¿Qué somos, somos un grupo?

¿Será que encontrarnos con la alegría nos hace reflexionar sobre quiénes somos? Si. Estar juntos y colaborar al bienestar de todas las partes, hace que se desate el Ser y lo que traemos para vertir al todo. En esas charlas, cuando evocamos las antiguas tradiciones de convivencia, hay añoranza, nostalgia porque estuvimos en otros momentos de la historia. Como quien ríe a la que ves que llora. Por recuerdo o por olvido es que nos emocionamos. Por el derecho o el revés, nos medimos a ver cuán lejos nos queda la unidad. Como sea, es el espíritu regándonos con la memoria y sosteniendo el propósito de todo esto.

Días después continué con la rutina: reuniones y conversaciones con dueños de centros holísticos. La finalidad: dar con espacio que presten su sitio para hacer actividades e inviten a su gente a participar. Estaba agotado y sin expectativas. Me desilusioné muchas veces hasta que entendí la realidad. Detrás de los espacios dedicados a la espiritualidad, la sanación y el cultivo del autoconocimiento, también hay celo y competencia. Existe en todos demasiado miedo a perder lo poco o mucho del nicho personal que cada cual a ''conquistado''.

En lo que a mi respecta, no vivo ese conflicto porque no cuento con un centro que llevar adelante. Atravieso otros. Mi empresa, la aventura de ser, camina conmigo. Eso no me hace inmune, al contrario. Para coordinar una jornada de sanación, debo desnudar el alma ante el anfitrión: soy quien hace esto o aquello por decisión y voluntad del espíritu. Dios. No hay diplomas, condecoraciones o medallas que certifiquen mi tarea. De mis desolaciones y encuentros, nacieron los mapas que ofrezco.

Finalmente llegué a una casa de puertas abiertas y corazón ancho, y eso no sucede en todos lados. Teníamos apenas minutos para hablar. El diálogo se dio apretado y apresurado. En un momento gobernó el silencio, hubo un intercambiado de miradas profundas, de viejos conocidos y de reencuentro.

Ese lugar me recibió y me hizo un espacio: ''¡Se agrandó la familia! Bienvenido, Camilo Pérez.'', me escribió la anfitriona en un cuadernito de notas que todos compartimos. Luego la celeridad de la jornada y en medio de ella, la promesa de hacernos un tiempo para conversar. Esta vez sin apuros.

Dafna -así se llama esta hermana- abrió su consultorio y yo apronté el mate. Su sonrisa era fresca y sus ojos transparentes como su inquietud y curiosidad.

Y llegó otra pregunta:

-Quiero saber de vos. ¿Qué es de tu vida? ¿Quién sos, Camilo Pérez?

Soy un buscavidas. El año pasado, tras dejar el hogar y el proyecto familiar que sostuve durante seis años, y completamente tomado por el dolor y el sufrimiento, supe que hacia algún lado me llevaría ese nuevo avatar.

En principio, tuve que salir a buscar los medios para continuar sobreviviendo. Apenas eso. En algún plano de mi conciencia, sabía que me había tocado el momento de salir del capullo protector.

Me reuní con decenas de personas, conocí muchos lugares y hablé con innumerable cantidad de gente. Salí a la búsqueda de hermanos que como yo, guardaran una porción de la historia del cielo en su corazón. Hice tareas espirituales para restaurar algún puntos de Montevideo y su energía. Corrí ceremonias de sanación y conexión. Escribí mucho, lloré demasiado y me reí a veces. El propósito se cumplió a tiempo: una red se había formado, la red del Cielo en Uruguay. Muchas personas comenzaron a reconocerse, a adueñarse de sus memorias y a recoger el fruto de la antigüedad de sus almas. Ahora se está en pleno viaje de fortalecer esa red. Pero también fue una especie de verborragia visceral que me mantuviera vivo. Se amalgamó una historia dolorosa con amor en su transcurrir.

Los tropezones continuaron y también mi exigencia. Ser claro, puntilloso, certero... Conocedor de los mecanismos de la personalidad, sé que esa autoexigencia viene de frustraciones y pérdidas recientes y profundas. Entonces, ¿quién estaría dispuesto a continuar acumulando derrotas? Armé mi trinchera y prometí sopesar cada opción para minimizar equivocaciones. Pero se hace imposible cuando estás dentro de una centrifugadora que toda sensación más o menos clarificadora es empujada hacia un centro que está construyendo la solvencia de un orden mayor que el ''yo'' al cual me identifico. Ese orden me tiene a mi, no yo al él. Es al que pertenezco.

Hoy sé que parte de lo que quería era tapar tanta angustia con muchos quehaceres. Finalmente decidí hacer una pausa y guardar el legado que traigo conmigo. El del Camino del Cielo, el del líder espiritual, el de la memoria sagrada que remite a puntos cruciales de la historia. El del Hombre Rayo, el del chamán. Pertenezco a una gran familia que ha bajado del Cielo para retomar una tarea que ha dejado faros que alumbran. Muchos de los seres de luz que son estampitas, están encarnados, se reconozcan o no. Guardé todo eso en un bolsillo y me apronté para un verano que sería duro, seco y tambaleante.

En marzo comencé el año lectivo. Cuando la vida parecía prometer un poco de aire, otra vez las calamidades de un cielo personal mal aspectado me enfrentaron a limitaciones y obstáculos. Por eso decidí llamarme a silencio hasta la próxima primavera.

-''Si quieren algo de mí, que vengan a buscarlo. No pienso seguir haciendo el papel de mensajero si siento que las personas no están preparadas para escuchar el mensaje. Es suficiente.'', pensé entre enojado y rebelde.

Me aprontaba para un invierno donde solamente dedicaría tiempo a mi trabajo y a fortalecerme en los vínculos. Pero aparecieron esas preguntas. ¿Qué somos? ¿Cómo lo vas a hacer? ¿Quién sos?

Somos lo que vinimos a Ser y a hacer. Y no hay escapatoria, ni atajo. Luego de años, la que se cultiva es la paciencia y la que madura es la forma de estar. La Presencia. Mi omnipotencia fue devorada por la fuerza de la vida. No tengo ánimo de socorrerla ni voluntad de alimentarla.

¿Cómo haré para hacer lo que vine a hacer? Mi presencia es suficiente para que suceda. Estando, las oportunidades florecen. ¿Qué somos? Una red. Una familia destinada a encontrarse en respeto y unidad. Cada cual volcará en ella lo más maravilloso que la existencia haya depositado en su interior.

¿Quién soy,? Lo que hice hasta aquí. Ya soy el que interroga y el que responde, pero sobre todo el que reza y canta. He dejado huellas y pistas para el que las quiera ver. Somos lo que hacemos, dice un eslogan de una reconocida empresa de comunicación de Uruguay. Se puede descansar sobre el propio sendero aunque tengas los acertijos desfilando delante tuyo. El quién soy se responde solo. La tarea más difícil para los occidentales es no hacer. En la simple presencia, se gesta espacio para que la paz se exprese y permanezca. Hagas o no hagas, la vida te llama cuando es el momento.

Hoy, dejo que mi camino hable por mi. 


Camilo Pérez

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