Estaba
en medio de una reunión donde la finalidad era encontrarse con la
alegría, conectarnos a la felicidad de estar juntos. Entre amigos.
-¿Cómo
pensás hacer para traer el Cielo a la Tierra?
Me
han hecho preguntas de diversos tipos. Llevo mucho tiempo haciendo
círculos de trabajo donde el móvil es abrir el corazón. Talleres,
cursos, incluso consultas donde el propósito es que cada persona
descubra su propio misterio, su “quién soy''. Pero esta pregunta
me tomó por sorpresa.
Casi
de inmediato, alguien más me interrogó:
-¿Qué
somos, somos un grupo?
¿Será
que encontrarnos con la alegría nos hace reflexionar sobre quiénes
somos? Si. Estar juntos y colaborar al bienestar de todas las partes,
hace que se desate el Ser y lo que traemos para vertir al todo. En
esas charlas, cuando evocamos las antiguas tradiciones de convivencia, hay añoranza, nostalgia porque estuvimos en otros momentos de la historia. Como quien ríe a la que ves que llora. Por recuerdo o por olvido es que nos emocionamos. Por el
derecho o el revés, nos medimos a ver cuán lejos nos queda la
unidad. Como sea, es el espíritu regándonos con la memoria y
sosteniendo el propósito de todo esto.
Días
después continué con la rutina: reuniones y conversaciones con dueños de
centros holísticos. La finalidad: dar con espacio que presten su sitio para hacer actividades e inviten a su gente a participar. Estaba agotado y sin expectativas. Me
desilusioné muchas veces hasta que entendí la realidad. Detrás de
los espacios dedicados a la espiritualidad, la sanación y el cultivo
del autoconocimiento, también hay celo y competencia. Existe en
todos demasiado miedo a perder lo poco o mucho del nicho personal que
cada cual a ''conquistado''.
En
lo que a mi respecta, no vivo ese conflicto porque no cuento con un
centro que llevar adelante. Atravieso otros. Mi empresa, la aventura
de ser, camina conmigo. Eso no me hace inmune, al contrario. Para
coordinar una jornada de sanación, debo desnudar el alma ante el
anfitrión: soy quien hace esto o aquello por decisión y voluntad
del espíritu. Dios. No hay diplomas, condecoraciones o medallas que
certifiquen mi tarea. De mis desolaciones y encuentros, nacieron los
mapas que ofrezco.
Finalmente
llegué a una casa de puertas abiertas y corazón ancho, y eso no sucede en todos lados. Teníamos apenas
minutos para hablar. El diálogo se dio apretado y apresurado.
En un momento gobernó el silencio, hubo un intercambiado de miradas
profundas, de viejos conocidos y de reencuentro.
Ese
lugar me recibió y me hizo un espacio: ''¡Se agrandó la familia!
Bienvenido, Camilo Pérez.'', me escribió la anfitriona en un
cuadernito de notas que todos compartimos. Luego la celeridad de la
jornada y en medio de ella, la promesa de hacernos un tiempo para
conversar. Esta vez sin apuros.
Dafna
-así se llama esta hermana- abrió su consultorio y yo apronté el
mate. Su sonrisa era fresca y sus ojos transparentes como su
inquietud y curiosidad.
Y
llegó otra pregunta:
-Quiero
saber de vos. ¿Qué es de tu vida? ¿Quién sos, Camilo Pérez?
Soy
un buscavidas. El año pasado, tras dejar el hogar y el proyecto
familiar que sostuve durante seis años, y completamente tomado por
el dolor y el sufrimiento, supe que hacia algún lado me llevaría
ese nuevo avatar.
En
principio, tuve que salir a buscar los medios para continuar
sobreviviendo. Apenas eso. En algún plano de mi conciencia, sabía
que me había tocado el momento de salir del capullo protector.
Me
reuní con decenas de personas, conocí muchos lugares y hablé con
innumerable cantidad de gente. Salí a la búsqueda de hermanos que como yo, guardaran una porción de la historia del cielo en su corazón. Hice tareas espirituales para restaurar algún puntos de Montevideo y su energía. Corrí ceremonias de sanación y conexión. Escribí mucho, lloré demasiado y me reí a veces. El propósito se cumplió a tiempo: una red se había formado, la red del Cielo en Uruguay. Muchas personas comenzaron a reconocerse, a adueñarse de sus memorias y a recoger el fruto de la antigüedad de sus almas. Ahora se está en pleno viaje de fortalecer esa red. Pero también fue una especie de verborragia
visceral que me mantuviera vivo. Se amalgamó una historia dolorosa con amor en su transcurrir.
Los tropezones continuaron y también mi exigencia. Ser claro, puntilloso, certero... Conocedor de los mecanismos de la personalidad, sé que esa
autoexigencia viene de frustraciones y pérdidas recientes y
profundas. Entonces, ¿quién estaría dispuesto a continuar
acumulando derrotas? Armé mi trinchera y prometí sopesar cada
opción para minimizar equivocaciones. Pero se hace imposible cuando
estás dentro de una centrifugadora que toda sensación más o menos
clarificadora es empujada hacia un centro que está construyendo la
solvencia de un orden mayor que el ''yo'' al cual me identifico. Ese
orden me tiene a mi, no yo al él. Es al que pertenezco.
Hoy
sé que parte de lo que quería era tapar tanta angustia con muchos
quehaceres. Finalmente decidí hacer una pausa y guardar el legado
que traigo conmigo. El del Camino del Cielo, el del líder espiritual, el de la memoria sagrada que remite a puntos cruciales de la historia.
El del Hombre Rayo, el del chamán. Pertenezco a una gran familia que
ha bajado del Cielo para retomar una tarea que ha
dejado faros que alumbran. Muchos de los seres de luz que son estampitas, están encarnados, se reconozcan o no. Guardé
todo eso en un bolsillo y me apronté para un verano que sería duro,
seco y tambaleante.
En
marzo comencé el año lectivo. Cuando la vida
parecía prometer un poco de aire, otra vez las calamidades de un
cielo personal mal aspectado me enfrentaron a limitaciones y
obstáculos. Por eso decidí llamarme a silencio hasta la
próxima primavera.
-''Si quieren algo de mí, que vengan a buscarlo. No pienso seguir
haciendo el papel de mensajero si siento que las personas no están
preparadas para escuchar el mensaje. Es suficiente.'', pensé entre enojado y rebelde.
Me
aprontaba para un invierno donde solamente dedicaría tiempo a mi
trabajo y a fortalecerme en los vínculos. Pero aparecieron esas
preguntas. ¿Qué somos? ¿Cómo lo vas a hacer? ¿Quién sos?
Somos
lo que vinimos a Ser y a hacer. Y no hay escapatoria, ni atajo. Luego
de años, la que se cultiva es la paciencia y la que madura es la
forma de estar. La Presencia. Mi omnipotencia fue devorada por la
fuerza de la vida. No tengo ánimo de socorrerla ni voluntad de
alimentarla.
¿Cómo
haré para hacer lo que vine a hacer? Mi presencia es suficiente para
que suceda. Estando, las oportunidades florecen. ¿Qué somos? Una
red. Una familia destinada a encontrarse en respeto y unidad. Cada
cual volcará en ella lo más maravilloso que la existencia haya
depositado en su interior.
¿Quién
soy,? Lo que hice hasta aquí. Ya soy el que interroga y el que
responde, pero sobre todo el que reza y canta. He dejado huellas y
pistas para el que las quiera ver. Somos lo que hacemos, dice un
eslogan de una reconocida empresa de comunicación de Uruguay. Se
puede descansar sobre el propio sendero aunque tengas los acertijos
desfilando delante tuyo. El quién soy se responde solo. La tarea más
difícil para los occidentales es no hacer. En la simple presencia,
se gesta espacio para que la paz se exprese y permanezca. Hagas o no
hagas, la vida te llama cuando es el momento.
Hoy,
dejo que mi camino hable por mi.
Camilo Pérez
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