El
nombre de nuestro espíritu está tallado en un anillo del color del oro que se
encuentra encima de nuestra cabeza, es
la corona del ser. El alma, en ese orden, lo que hace es habilitar la
información necesaria para que vayamos conectándonos con distintas partes de nuestra
misión hasta que logremos asumir completamente el propósito que guarda.
Por
eso nuestro espíritu, al ser una manifestación divina, no evoluciona y el alma
sí. Porque el alma es un terreno donde aún hay luces y sombras y esas
oscuridades se iluminan durante el proceso del despertar.
El
nombre cósmico es una manera de responder a la totalidad de nuestra esencia.
Ese círculo o anillo, lleva una larga inscripción en la lengua universal, son
símbolos sagrados. Las letras están talladas en la parte externa, alrededor de
toda la corona y a medida que te acercas a un nuevo punto de evolución,
asumiendo una tarea mayor, algunas partes de esa inscripción se van iluminando.
En
general, quienes eligen un camino o sendero espiritual para conectarse con su
fuente, en algún momento, deben sellar ese compromiso. Es allí que se llega al
bautismo y a recibir el nombre de su espíritu, pero este no es definitivo. Al responder
a un espacio de conciencia en que nos encontramos, se recibe una parte y aquello
que tomemos contiene también el peso energético que nos transfiere la dirección
hacia la cual continuar caminando. Al seguir evolucionando, un nuevo tramo del
alma se despierta y en él habrá otros desafíos, un nuevo nombre y un nuevo
aspecto del espíritu se podrá manifestar.
Las
dimensiones del universo como las frecuencias a las cuales nos vamos elevando
con el recorrer de nuestra vida, son siete. Así también, atravesamos siete
nombres en el andar tras el camino del espíritu. La octava superior es el
encuentro con Dios en Dios o cuando toda la corona toma luz.
Camilo
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