Las tardes en la costa este de Uruguay son frías, en el Remanso y a modo subjetivo, mucho más. Las casas construidas para el veraneo se han puesto a la orden del día para el alquiler de moradores permanentes. Es que en plan escape del modo de vida urbano, me entero de muchas personas y sus necesidades, de salirse del mapa metropolitano. No es una cuestión de gusto - gustarme me gusta el dulce de leche, o tengo preferencia por el café con leche cargado y caliente cuando me levanto - es una decisión de vida cuando la ciudad colma tu paciencia y excede el respeto en mi termómetro. Por eso, cuando las necesidades habitacionales fluyen a una velocidad sideral y las políticas de vivienda por mejor intencionadas que sean, no llegan con la misma rapidez, pasás a ocupar cualquier casa que se precie de tal, con condiciones que apenas alcanzan un criterio mínimo a tu criterio ya de por sí flexibilizado.
Así llegamos a nuestro querido Remanso hace un año y medio atrás. Ingenuos y sacando el pecho como diciendo "miren lo que conseguí, vivir en este lugar, donde quería". Aprovechamos la última hora de la primavera y el verano íntegramente, con la noticia del embarazo de Noelia incluida. La diferencia entre el otoño y el invierno por estos lados no es muy notoria, por momentos es como jugar a encontrar las diferencias en los cuadros de los diarios, hay que mirar fijo y con lentes de cerca. Así fue que la temporada invernal nos dio para que tengamos... Escasez de gas tras los conflictos entre las compañías y sus empleados y el precio de la leña por las nubes, nos hizo vestir más de una vez dentro de casa con bufanda y gorro. Otro ingrediente fue la preocupación por la llegada de la bebé que nacería en septiembre, cuando todavía el frío se cuela por las hendijas.
Por terminar el invierno conseguimos un generoso recurso. Una buena estufa de esas que llevan garrafas de 13 kilos, sin rueditas - así que la columna agradecida - pero fue el esplendor. A dos o tres fuegos, la mirada fue menos fría, más optimista y calurosa.
Ahora que ha pasado el tiempo, ahora que estamos más curtidos - por el frío y por el conocimiento de la zona - el invierno nos encuentra más certeros. Lo primero que hice es rejuntar leña de un monte de pinos pequeños que fue masacrado hace tiempo. Los vecinos - naturalistas por demás, a mi juicio - todavía se acuerdan del sujeto que los taló, con desprecio. Es así que cargué en dos domingos consecutivos con cientos de kilos de árboles hechos trizas. Caminé varias veces el trayecto casa/monte - monte/casa que gracias a Dios es de una cuadra y metros como con un guinche colgado a la cintura, cinchando de estos pinos. Les juro que pensaba que quien camina por el desierto, al borde de perder el conocimiento, muerto de sed y con la piel quebrada, se debía sentir similar a mi por momentos... sólo por momentos. Otra cosa que mi cabeza pensaba es que cuando tu trabajo tiene que ver con el arte y la buena voluntad de colaborar de las personas, sos más dueño de tu tiempo, pero menos dueño de grandes dinero, y eso exige rebusques como hacer leña del árbol caído. Así me convierto en polifacético y multifuncional. Transitando con mi cuerpo flaquito la cuadra más larga de mi vida. Otras veces soy leñador, en ocasiones baby sitter y amo de casa. Es por eso que cuando llega Noe de trabajar, más de una vez me encuentra sin ninguna posibilidad de haber pasado por la ducha, con los rulos despeinados y desparejos. También soy buen compañero de mi mujer a veces, y otras no tanto. Soy padre a gusto y a tiempo completo dos veces por semana, cuando descanso de convertirme en cantor y recorrer con mi pase libre la ciudad: la guitarra. También suelo vestirme de músico, entre casa, cuando sueño que algún día, el Universo se apiade y estructure la forma de editar estas canciones.
El sábado recibo la receta de mi madre, receta que contaba de qué forma mantener vivo el fuego del hogar cuando el invierno se ensancha y estropea los paisajes exteriores. Receta que habla de cómo cobijar el alma en tiempos que bajan al hielo de los infiernos las temperaturas. Y sobre todo, receta de alguien que está convertida en abuela, que goza de juventud en cuerpo y espíritu. Desde casa, por vivir estratégicamente ubicados mirando al Sur, olemos las tempestades antes que se desencadenen, las intuimos, las saboreamos... Y este sábado, nos encontramos frente a la computadora, armamos campamento frente a ella. Yo ensayaba alguna canción que se antojaba sublime en el momento, ahora que la web trae digeridas las notas para sentarse y rasgar las cuerdas. La guitarra sonaba tímida entre mis manos porque Julieta aprovechaba el ventarrón para refugiarse entre las caricias y la leche materna.
Así vamos aprendiendo los tres juntos - Noe, Julieta y yo - a compartir el secreto del fuego y el hogar veraniego en medio de la tormenta. Es como celebrar pequeñas ceremonias en medio de la tempestad.
Así llegamos a nuestro querido Remanso hace un año y medio atrás. Ingenuos y sacando el pecho como diciendo "miren lo que conseguí, vivir en este lugar, donde quería". Aprovechamos la última hora de la primavera y el verano íntegramente, con la noticia del embarazo de Noelia incluida. La diferencia entre el otoño y el invierno por estos lados no es muy notoria, por momentos es como jugar a encontrar las diferencias en los cuadros de los diarios, hay que mirar fijo y con lentes de cerca. Así fue que la temporada invernal nos dio para que tengamos... Escasez de gas tras los conflictos entre las compañías y sus empleados y el precio de la leña por las nubes, nos hizo vestir más de una vez dentro de casa con bufanda y gorro. Otro ingrediente fue la preocupación por la llegada de la bebé que nacería en septiembre, cuando todavía el frío se cuela por las hendijas.
Por terminar el invierno conseguimos un generoso recurso. Una buena estufa de esas que llevan garrafas de 13 kilos, sin rueditas - así que la columna agradecida - pero fue el esplendor. A dos o tres fuegos, la mirada fue menos fría, más optimista y calurosa.
Ahora que ha pasado el tiempo, ahora que estamos más curtidos - por el frío y por el conocimiento de la zona - el invierno nos encuentra más certeros. Lo primero que hice es rejuntar leña de un monte de pinos pequeños que fue masacrado hace tiempo. Los vecinos - naturalistas por demás, a mi juicio - todavía se acuerdan del sujeto que los taló, con desprecio. Es así que cargué en dos domingos consecutivos con cientos de kilos de árboles hechos trizas. Caminé varias veces el trayecto casa/monte - monte/casa que gracias a Dios es de una cuadra y metros como con un guinche colgado a la cintura, cinchando de estos pinos. Les juro que pensaba que quien camina por el desierto, al borde de perder el conocimiento, muerto de sed y con la piel quebrada, se debía sentir similar a mi por momentos... sólo por momentos. Otra cosa que mi cabeza pensaba es que cuando tu trabajo tiene que ver con el arte y la buena voluntad de colaborar de las personas, sos más dueño de tu tiempo, pero menos dueño de grandes dinero, y eso exige rebusques como hacer leña del árbol caído. Así me convierto en polifacético y multifuncional. Transitando con mi cuerpo flaquito la cuadra más larga de mi vida. Otras veces soy leñador, en ocasiones baby sitter y amo de casa. Es por eso que cuando llega Noe de trabajar, más de una vez me encuentra sin ninguna posibilidad de haber pasado por la ducha, con los rulos despeinados y desparejos. También soy buen compañero de mi mujer a veces, y otras no tanto. Soy padre a gusto y a tiempo completo dos veces por semana, cuando descanso de convertirme en cantor y recorrer con mi pase libre la ciudad: la guitarra. También suelo vestirme de músico, entre casa, cuando sueño que algún día, el Universo se apiade y estructure la forma de editar estas canciones.
El sábado recibo la receta de mi madre, receta que contaba de qué forma mantener vivo el fuego del hogar cuando el invierno se ensancha y estropea los paisajes exteriores. Receta que habla de cómo cobijar el alma en tiempos que bajan al hielo de los infiernos las temperaturas. Y sobre todo, receta de alguien que está convertida en abuela, que goza de juventud en cuerpo y espíritu. Desde casa, por vivir estratégicamente ubicados mirando al Sur, olemos las tempestades antes que se desencadenen, las intuimos, las saboreamos... Y este sábado, nos encontramos frente a la computadora, armamos campamento frente a ella. Yo ensayaba alguna canción que se antojaba sublime en el momento, ahora que la web trae digeridas las notas para sentarse y rasgar las cuerdas. La guitarra sonaba tímida entre mis manos porque Julieta aprovechaba el ventarrón para refugiarse entre las caricias y la leche materna.
Así vamos aprendiendo los tres juntos - Noe, Julieta y yo - a compartir el secreto del fuego y el hogar veraniego en medio de la tormenta. Es como celebrar pequeñas ceremonias en medio de la tempestad.