He
visto afuera todas las maneras en que no quiero vivir. He visto corazones
almacenando toneladas inagotables de dolor y sufrimiento y muchísimo miedo al
amor. En un panorama así, supe temprano que no quedaría otra que seguir mi
instinto. Por eso, el sendero que escogí fue el de la confianza, la personal,
la propia más que en nada ni en nadie. Antes, décadas atrás, los corazones eran
nubarrones atestados de amargura.
Sostener
mi viaje en lo extenso de mis años, sostener mis sueños sin ser reconocido,
visto y comprendido. Imaginar un mundo bondadoso y nacido que se hace cierto
desde los escombros de esta civilización que está cerca de entregar su tiempo.
Mirar pantallas del futuro con décadas de anticipación. Ser sensible en demasía
a la angustia del prójimo, aprender del dolor y ser parte de las líneas de
armas del amor.
Acostumbramos
la piel a los juicios de todo el mundo, a que siempre opinen, a que sepan mejor
que vos y que yo, lo que es bueno o no para nosotros. Invadimos culturalmente,
le faltamos el respeto a todos, incluyendo y empezando por nosotros mismos.
Nadie está en mis entrañas ni en las tuyas, hay una forma de sentir y pensar
que es única e irrepetible dentro de cada uno.
Aprendí
cuando pude a respetar a las personas, a no decirle a lo queridos —los que en
definitiva importan íntimamente y sobre los que nuestra opinión tiene peso—lo
que deben a hacer. A veces sucede que desde el movimiento y no desde la
palabra, es la mejor referencia que podemos dar. El mayor ejemplo y la manera
de apoyar a otros, es hacer nuestra tarea desde el lugar en el que vibramos, con
entusiasmo. El verbo está para afirmar lo transitado y no al revés. Sin
embargo, es sano entender que cuando se afirma con la palabra, sin haberlo caminado, se atrae para sí
la intención de lo que se dice, la voluntad de vivir lo que se exclama. Eso se llama rezar.
De
manera cada vez más débil, a veces me siento extraño en este lugar, pero ese espacio
que se confunde con la rareza se está terminando, está prácticamente agotado.
Más cuando el mundo que se muestra tan eficiente, no puede atender las
necesidades del alma de todos los que estamos en él. No puedo soportar ni tolerar el amor. Estamos habitando aún, un
sistema de alienación en medio de un gran termómetro volcánico pronto a sacar
de su interior, las penurias y calamidades en las que aceptamos convivir tanto
tiempo. El corazón —esa palabra que amo escribir— no soporta más tanto
calvario.
Quedan
los restos de los juicios y las críticas antiguas, viejas y desmedidas balbuceando
por todos lados, desmoronándose. Les falta aire y vida. Las formas en que nos
señalamos unos a otros, las piedras que arrojamos y vuelven expresas a nuestro
rostro, se despegan de las entrañas, se escapan de los huesos y de la carne. Ya
nos llamaron locos, ya fuimos parias. Ya morimos colgados, quemados y ahogados. Muchos ya fuimos políticamente incorrectos
en un océano repetitivo y absurdo que sostenía solamente apego por una forma
monstruosa que está hoy en carne viva e infectada por la ignorancia de no saber
vivir distinto…
Es
tan crudo vestirse en conformidad con todo lo que se espera de ti… Parecer y
caminar igualito a todo y diferente a nada. Esconderse en el paño gris oscuro
de la soledad por terror a dar un paso al frente y hacerse cargo de que lucir
el corazón y vestir el traje de luz, es brillar y que te vean. Porque cada vez
que te mostraste, tu historia se hizo dolor y sufriente. Es tan difícil confiar…
El
fin de una llama que se extingue, el principio nuevo y su peso. Soporté alinearme
a las esferas de cristal y estuve treinta años esperando mi momento, hablando
bajo y entre casa. Me basé en un criterio que sólo está en mi alma y que se
hace intransferible. Sin importar las etiquetas que carguemos, el camino de
alguien se hace fuerte cuando sus experiencias lo sostienen, por eso sabemos
reconocer lo verdadero de lo falso y la paja del trigo. En ese territorio,
invisible y tan cierto es que el espíritu se templa, porque domó al carácter y
a la personalidad para que otros intuyan que por ese lugar, puede andar. Ahí,
todos nos vemos y exponemos las reales intenciones.
Ese
sentido que me condujo, puede parecer imposible para la mayoría, lejano para
muchos y apenas perceptible para otros… La verdad y su rigor… El amor es
cierto, se puede vivir en ese estado. Este plano cósmico y terrenal, está
amparado por la belleza.
Quiero
dejar, cuando toque irme de aquí, la experiencia de un camino lleno de corazón
y de canción. Lo voy sintiendo, lo voy inventando mientras lo transito. Lo voy
abriendo con uno, con dos o con diez y finalmente, me quedo viviéndolo en la
intimidad de mi espíritu, en diálogo permanente con mi alma.
Camilo