miércoles, 6 de marzo de 2013

La rueda de los tiempos

Hay caos en los escudos de Babilonia, hay grandes enfrentamientos entre los dueños de los poderes inventados. Entre Túnez y Grecia hay toneladas de oro, de héroes, de dioses y villanos. Y en las ruinas de la antigua Sumeria se pierde el origen de la civilización. Fuimos la espada que cuenta la leyenda y fuimos superados por la furia romana que nos coronó. Luego nacimos en la América desconocida y tripulamos la flecha que rajó el viento hasta alcanzar al conquistador. Nos perteneció el odio y el amor. Sentimos compasión y rencor. Acudimos al fuego adornados con plumas, conformamos parte de las tribus primigenias y encendimos la alquimia entre los bosques misteriosos de la Europa medieval. Cruzamos el frío del hielo en gruesas maderas y acero del bueno, templamos los mares soplando los cuernos en las abruptas naves vikingas que cortaban las aguas.

Danzamos al sol y a la luna entre la chispa y la miscelánea tribal de los rincones más robustos de África. Refugiamos nuestra piel mestiza en la oscuridad de las cavernas en las alturas de la Samoa, en la encrucijada de los acueductos más seductores, donde el sacro de la Tierra despertó su creación. Y una vez y otra más nos disparamos entre nosotros, siendo el rufián y el inocente al mismo tiempo. Sos el mercader de las ferias persas clandestinas y el gang que define con sus decisiones los negocios y la suerte, los destinos y el futuro de la pobreza de su alrededor. Hay bastones de mando insolentes y hay cordones de miseria al costado de las rutas trasnacionales y también en tu propia imaginación.

Una alfombra de arabescos ondeando a ras del suelo sacude su polvo vencido, un religioso musulmán trepado a ella encantando serpientes e ilusión. Un botiquín de sueños en el camalote de un barco a la deriva, perdido en el Mar Rojo, hundido en soledad. La mujer nocturna, los ojos verdes, las caderas prominentes y su piel cobriza tentando al califa descendiente de Alá. Las tolderías gitanas, sus extravagancias, un oráculo y las voces del más allá.

Descender al subsuelo de la tierra, subir a las ruinas de Catamarca y cocinar aguacoya para curar. Meterse en el entrevero, surcar las selvas y despertar el secreto guaraní. Ser la punta de Tierra del Fuego y tocar la punta de la Antártida-eternidad. Sin disimulos hiciste la riqueza que empuñó el Vaticano y Su Majestad. Pasaron papados, pasaron reinados de Dios. Los jardines de la Iglesia, los Campos Elíseos y una ciudad luz dando origen al tiempo de la razón. Los mares de la China, los templos de la India y el Tíbet y la gran muralla separándonos de todo mal. El muro toca el cielo, la caída de la guerra provocada por el estruendo y tenor de Berlín. El colapso financiero y un hechicero dando la vida en medio del ruido animal.

La moneda más dura en la pesada Esparta y la búsqueda incesante por la iluminación. Una mujer humillada, una mujer atreviéndose a ser libre vistiendo pantalón. Una mujer honrando la vida, regando la tierra con su luna de mujer. Un verdugo lleva al cielo la sentencia final y dos mil años después hay aviones traficando ese mismo firmamento. Hay glaciares rompiendo, ecos de un mundo inconciente y despiadado que terminará arrastrado por esa misma furia y bajo esa misma agua.

Pisar los extremos nunca es gratuito. Un volcán abre su fortaleza, varios meteoritos sacuden la atmósfera y revientan el orgullo y la omnipotencia que cuida tu debilidad. Quedás devastado, quedás desvestido ante tanto amor. Amor del bueno, amor verdadero: eso estás viviendo, eso estás eligiendo, eso te está sacudiendo, eso te está sucediendo.


Camilo Pérez Olivera

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