Abro canal, las células despiertan, cambian el estado, la energía deja de ser desapacible. Los ángeles bailan y ruedan, menean su luz, construyen puentes, me elevan y todo lo veo distinto. Me suben amorosamente a su recurso, intentan abrazarme y curarme desplazándome al espacio donde la conciencia está abierta.
Se congela el tiempo, se estaciona, queda grabado y todo duerme en cada lugar que miro. Las cosas cambian a cómo estaban fabricadas y ordenadas un instante atrás, indisimuladamente se alteran.
Llamo a la luz radiante y esta acude con simpleza. Cuando lo cuente, necesitaré escribir que siempre estuvieron allí, pero este es el momento en que debía reconocerlos. Ahora confío en una forma de invocarlos, de sentirlos y eso fue lo que cambió.
Me depositan en su amor, en su dimensión expandida, donde la situación que me duele y su solución son el mismo movimiento y sinfonía. Son una voz interna, carente de sonoridad. Su mensaje es apagado pero no le falta vida, sentido y profundidad. Es un momento distinto al resto del día, alterado. Es un asiento ameno.
Humano y todo, me permito ser trasladado en ese reposo brillante a una liviandad y levedad que resulta -a todas luces- conocida. Sí, provengo de ahí, lo confirmaron alguna vez hace algún tiempo. Todos provenimos de ahí. Por eso es que cuando el canal se abre me siento en familia. Todos colgamos de la misma luz. Me dispuse a permanecer en quietud, aquí sentado y aunque permanezco estático, todo tiene movimiento. Despego sin articular un solo músculo, una butaca mullida me eleva y me contiene. La siento tersa, la veo titilar suave debajo de mí, encendida. Alterna entre los siete colores que configuran el paraíso. Es un paseo sobre una nave, sobre una esponja de energía, verdadera y sutil.
Allí están ellos en las alturas -que no son otras que el mismo espacio cotidiano-, tan ciertos a mi lado. Ocupo el mismo sitio y sin embargo este se disloca. Permanezco en el lugar de donde jamás me moví pero estoy colocado en el entendimiento, esa dimensión velada a los lugares comunes que guarda la trama compleja y simple de la inmensidad. Es un paralelo a la realidad. Me hablan, guían, ordenan y clarifican. Explican con suficiencia los secretos que los pormenores de todos los días intentan enseñarme. No salen de su estado de gracia: humilde, compacto pero de infinito manantial. Muestran apenas un punto de claridad y todo encaja en cierto resorte interior. Todo se resuelve con evidente facilidad en su mundo, que también es mío.
Un agua helada, traída de las estrellas es volcada por alguien sobre mi cabeza, ese es mi signo y me sella. Luego de recibirme, de bañarme y contenerme me avisan que es hora de volver. El estado de conciencia entonces cede y todo lo que comprendí se hace cansino, comienza a resultar lejano. Gana lugar la sensación de que mi comprensión e inteligencia perdieran destreza a cada tramo. Queda un pequeño vestigio de cansancio y somnolencia y un estado de serenidad que se prolonga algunos momentos. Sé que las lecciones están andando y jugando por las guaridas del alma, ahora es tiempo de volver a hacer pie.
Camilo Pérez Olivera
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