Gracias a la gente de ''Ukelelo'', magazine alternativo (Argentina) por la oportunidad de ir relatando mi vida. Agradecido de cruzar al otro lado del río. ¡Que disfruten de cada entrega!
Mi
nombre es Camilo Pérez, nací en la primavera de 1983 en Montevideo,
Uruguay. Me dedico a acompañar a las personas en procesos de cambio,
transformación y trascendencia. La gente que llega a mi, ha
atravesado recientemente (o lo está pasando) algún evento personal
crítico o una catástrofe familiar. En ese momento, se enteran de mi
existencia por algún conocido o los que me conocen, se animan a una
entrevista particular. Ahí empiezan las palabras que se acercan a lo
que soy, según la cultura o creencia del ''paciente'': terapeuta,
sanador, curandero, chamán, brujo, mago o hasta alquimista. Pero en
invierno de 2013 fui consagrado hombre rayo del Camino
espiritual del Cielo. En futuras entregas desarrollaré de qué se
trata.
He
tenido desde chico muchísimas visiones, premoniciones, recuerdos de
otras vidas e incluso sueños donde muchas de las profecías que la
gente conoce, se me han mostrado. Aunque la memoria de mi alma (donde
se guarda el bagaje de todas las encarnaciones previas) comenzó a
develarse para mi en los últimos años. A mi edad, sé que vengo de
una dimensión conocida como de ''luz'' o ''dimensión crística''
(almas puras). En otros planetas donde la vida física no existe y
los cuerpos son energía, se nos dice los ashua, los
transparentes. Por eso el nombre de Cristo, fue Yeshua (Jesús),
el transparente.
Como
mi alma proviene de ese ''lugar'', estoy familiarizado con los seres
que todos conocen como ángeles,
aunque no por eso desconozco la existencia de otros seres que cumplen
otras funciones muy sagradas en la vida de todos: los demonios.
Antes
de los 7 años había tenido varias aproximaciones al mundo
espiritual. Yo no lo buscaba, simplemente se me aparecían figuras.
Sólo sé que su presencia me resultaba familiar. Es más, me parecía
natural. Cuando sos un chico, no te cuestionás la presencia de tus
padres. Bueno, para mi era lo mismo, no me cuestionaba la presencia
de algunos espíritus o seres de otras dimensiones. Podía compartir
el espacio de mi habitación con seres que no tenían cuerpo físico
sino energético o escuchar susurros cercanos, sin perturbarme. Pero
sobre todo era una percepción de que ahí estaban o había algo.
Para la mayoría de las personas estas vivencias pueden resultar
extrañas o ser eventos sobrenaturales, para mi lo extraño es no
tener contacto ni relación con esos seres que algunos les llaman
ángeles, maestros de luz, etcétera...¡Porque los vi y me comunico
con ellos desde siempre aunque las formas hayan variado!
Con
el paso del tiempo me fui dando cuenta que era yo el que tenía una
sensibilidad especial ''despierta''. Y ahora (a mis 31 años) sé que
ese espacio sensible está vivo en todos nosotros sólo que la
mayoría no se anima a atenderlo por muchos motivos, hasta que ocurre
algo que derrumba al ego y sus murallas... Y ahí hago mi trabajo,
que es reconectar a la gente con su espiritualidad, su sentido de
vivir.
Una
pequeña parte de mi educación escolar (el primer año) fue en un
colegio católico y eso fue fatal. Rápidamente mi espiritualidad
interna entró en colapso con una religión externa y esa brecha me
generó muchos miedos. Les recuerdo que yo estaba en contacto
permanente con el ''mundo invisible''. Estos seres, cuando vamos
bien, nos acompañan compasivamente (lo que llamaríamos ángeles).
Ahora, cuando nos salimos de camino por pereza o falta de voluntad,
otros seres se acercan a nuestro lado a ''acomodarnos'' o a
recordarnos el camino; es a lo que la religión les llama demonios.
Para mi no había problemas, estaba en paz con ambos porque
representan la totalidad y son funcionales a distintos aspectos de la
vida. Pero la incidencia de un ciclo breve de educación religiosa
hizo que comenzara a percibir la realidad bajo la lupa del
mundo de los enemigos, que
separa, dentro de las experiencias que nos tocan vivir, a buenos
de malos, a santos de pecadores o a ángeles de demonios.
Para
mayor terror en mi, cuando me cambiaron del colegio a la escuela
pública, esta brecha se pronunció. Los niños con los que compartía
la camioneta que me llevaba a casa luego de la escuela, hablaban
sobre seres espantosos y su jefe: el Diablo. Así que de la conexión
natural temprana, pasé a escuchar fábulas y fantasías que en la
soledad de mi cuarto, se transformaban en una tortura y la oscuridad,
en una cámara cargada de secretos y ojos que me observaban y
acechaban continuamente.
Por
mi propia naturaleza, había un motor interno que me llevaba a querer
ahondar en esas historias y leyendas. No era morbo, yo ya no estaba
en contacto con ninguna dimensión especial pero me quedaba su
registro y una sensación de que bajo ese misterio había algo para
mi, que pertenecía a eso; así que me aterraba y me seducía a la
vez. Lo que pretendía era religar con un origen al que mi vida
pertenecía. Más aún, era ese origen el que me dada a mi la
oportunidad de estar vivo y no la vida la que me pertenecía a mi. El
resultado era esperable: a los 10 años era un niño normal que
sufría su sensibilidad en silencio.
Los
siguientes años pasaron con cierta regularidad: la rutina de la
escuela y sus tareas, las meriendas que preparaba mi abuela y las
golosinas posteriores que resultaban en un verdadero goce. También
los tiempos pateando la pelota en la calle entre amigos de la cuadra
y más allá. Mi hermana 5 años menor, mi madre, mi padre... Ah...
¡Y mi abuela! Que no sólo preparaba la merienda sino con la que
conviviríamos hasta un tiempo después.
Las
fuerzas de la adaptación al medio familiar y social, hicieron que
olvidara aquellos registros tempranos de visiones y voces que se
acercaban a mi con frecuencia. Aprendí a pasar frente a un espejo
aterrado por la posibilidad de que figuras espantosas y espectrales
se presentaran. Mis interrogantes (que las tenía a montones) no
encontraban respuestas en los adultos que me rodeaban, para ellos
esas preguntas eran un mundo totalmente ajeno. Y efectivamente era y
fue así.
En
la siguiente entrega les seguiré contando cómo y de qué modo,
volví a conectar con esa fuente espiritual.
Camilo Pérez
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