miércoles, 13 de mayo de 2015

El niño que sufría en silencio

Gracias a la gente de ''Ukelelo'', magazine alternativo (Argentina) por la oportunidad de ir relatando mi vida. Agradecido de cruzar al otro lado del río. ¡Que disfruten de cada entrega!


Mi nombre es Camilo Pérez, nací en la primavera de 1983 en Montevideo, Uruguay. Me dedico a acompañar a las personas en procesos de cambio, transformación y trascendencia. La gente que llega a mi, ha atravesado recientemente (o lo está pasando) algún evento personal crítico o una catástrofe familiar. En ese momento, se enteran de mi existencia por algún conocido o los que me conocen, se animan a una entrevista particular. Ahí empiezan las palabras que se acercan a lo que soy, según la cultura o creencia del ''paciente'': terapeuta, sanador, curandero, chamán, brujo, mago o hasta alquimista. Pero en invierno de 2013 fui consagrado hombre rayo del Camino espiritual del Cielo. En futuras entregas desarrollaré de qué se trata.

He tenido desde chico muchísimas visiones, premoniciones, recuerdos de otras vidas e incluso sueños donde muchas de las profecías que la gente conoce, se me han mostrado. Aunque la memoria de mi alma (donde se guarda el bagaje de todas las encarnaciones previas) comenzó a develarse para mi en los últimos años. A mi edad, sé que vengo de una dimensión conocida como de ''luz'' o ''dimensión crística'' (almas puras). En otros planetas donde la vida física no existe y los cuerpos son energía, se nos dice los ashua, los transparentes. Por eso el nombre de Cristo, fue Yeshua (Jesús), el transparente.

Como mi alma proviene de ese ''lugar'', estoy familiarizado con los seres que todos conocen como ángeles, aunque no por eso desconozco la existencia de otros seres que cumplen otras funciones muy sagradas en la vida de todos: los demonios.

Antes de los 7 años había tenido varias aproximaciones al mundo espiritual. Yo no lo buscaba, simplemente se me aparecían figuras. Sólo sé que su presencia me resultaba familiar. Es más, me parecía natural. Cuando sos un chico, no te cuestionás la presencia de tus padres. Bueno, para mi era lo mismo, no me cuestionaba la presencia de algunos espíritus o seres de otras dimensiones. Podía compartir el espacio de mi habitación con seres que no tenían cuerpo físico sino energético o escuchar susurros cercanos, sin perturbarme. Pero sobre todo era una percepción de que ahí estaban o había algo. Para la mayoría de las personas estas vivencias pueden resultar extrañas o ser eventos sobrenaturales, para mi lo extraño es no tener contacto ni relación con esos seres que algunos les llaman ángeles, maestros de luz, etcétera...¡Porque los vi y me comunico con ellos desde siempre aunque las formas hayan variado!

Con el paso del tiempo me fui dando cuenta que era yo el que tenía una sensibilidad especial ''despierta''. Y ahora (a mis 31 años) sé que ese espacio sensible está vivo en todos nosotros sólo que la mayoría no se anima a atenderlo por muchos motivos, hasta que ocurre algo que derrumba al ego y sus murallas... Y ahí hago mi trabajo, que es reconectar a la gente con su espiritualidad, su sentido de vivir.

Una pequeña parte de mi educación escolar (el primer año) fue en un colegio católico y eso fue fatal. Rápidamente mi espiritualidad interna entró en colapso con una religión externa y esa brecha me generó muchos miedos. Les recuerdo que yo estaba en contacto permanente con el ''mundo invisible''. Estos seres, cuando vamos bien, nos acompañan compasivamente (lo que llamaríamos ángeles). Ahora, cuando nos salimos de camino por pereza o falta de voluntad, otros seres se acercan a nuestro lado a ''acomodarnos'' o a recordarnos el camino; es a lo que la religión les llama demonios. Para mi no había problemas, estaba en paz con ambos porque representan la totalidad y son funcionales a distintos aspectos de la vida. Pero la incidencia de un ciclo breve de educación religiosa hizo que comenzara a percibir la realidad bajo la lupa del mundo de los enemigos, que separa, dentro de las experiencias que nos tocan vivir, a buenos de malos, a santos de pecadores o a ángeles de demonios.

Para mayor terror en mi, cuando me cambiaron del colegio a la escuela pública, esta brecha se pronunció. Los niños con los que compartía la camioneta que me llevaba a casa luego de la escuela, hablaban sobre seres espantosos y su jefe: el Diablo. Así que de la conexión natural temprana, pasé a escuchar fábulas y fantasías que en la soledad de mi cuarto, se transformaban en una tortura y la oscuridad, en una cámara cargada de secretos y ojos que me observaban y acechaban continuamente.

Por mi propia naturaleza, había un motor interno que me llevaba a querer ahondar en esas historias y leyendas. No era morbo, yo ya no estaba en contacto con ninguna dimensión especial pero me quedaba su registro y una sensación de que bajo ese misterio había algo para mi, que pertenecía a eso; así que me aterraba y me seducía a la vez. Lo que pretendía era religar con un origen al que mi vida pertenecía. Más aún, era ese origen el que me dada a mi la oportunidad de estar vivo y no la vida la que me pertenecía a mi. El resultado era esperable: a los 10 años era un niño normal que sufría su sensibilidad en silencio.

Los siguientes años pasaron con cierta regularidad: la rutina de la escuela y sus tareas, las meriendas que preparaba mi abuela y las golosinas posteriores que resultaban en un verdadero goce. También los tiempos pateando la pelota en la calle entre amigos de la cuadra y más allá. Mi hermana 5 años menor, mi madre, mi padre... Ah... ¡Y mi abuela! Que no sólo preparaba la merienda sino con la que conviviríamos hasta un tiempo después.

Las fuerzas de la adaptación al medio familiar y social, hicieron que olvidara aquellos registros tempranos de visiones y voces que se acercaban a mi con frecuencia. Aprendí a pasar frente a un espejo aterrado por la posibilidad de que figuras espantosas y espectrales se presentaran. Mis interrogantes (que las tenía a montones) no encontraban respuestas en los adultos que me rodeaban, para ellos esas preguntas eran un mundo totalmente ajeno. Y efectivamente era y fue así.

En la siguiente entrega les seguiré contando cómo y de qué modo, volví a conectar con esa fuente espiritual.



Camilo Pérez

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