domingo, 5 de abril de 2015

Memorias de la luz

La zona de confort es todo aquello que diseñamos y creamos para evitar lo inesperado. Es una estrategia que armamos contra la posibilidad de sorprendernos. Es un cerrojo a lo imprevisible.

Dentro de esa zona hay comodidades que están allí para salir lo menos posible de las murallas del confort. Así se minimizan las chances de que algo desconocido se asome a esa privacidad. Ese mundo donde alguien se piensa y se queda solo, es proporcional al miedo. ¿Miedo a qué? A volver a abrir el corazón.

¿Qué más hay dentro de esa zona de confort? La comodidad es un trabajo, el modo en que se llega a ese lugar y el paisaje cotidiano asociado a él. Comodidad puede ser no trabajar y todo lo que se repite para que eso siga ocurriendo. Comodidad es la manera sistemática en la que ocurre un descuido físico o un modo obsesivo de exigirte estar en forma. Es comodidad relacionarte con ciertas personas y rechazar otras, y es comodidad lo que justifica esa selección. Todo esto es zona de confort. Resulta paradojal, porque parecería que una zona de confort implica no salir de casa, pero no es así.

Cayó la cabra, una agrupación del género murga, se rebelaba así con su canto: “…quiero ser más que una vida correcta, más que una simple sucesión de actos cotidianos…”.

Por más bien armado que esté el plan, hay un momento donde nada alcanza. No hay suficientes recursos económicos en las extensiones donde se guardan que compren la tranquilidad. No hay ropa con la que se pueda vestir a la personalidad que alcance para que la persona se sienta apreciada. Nunca será suficiente esfuerzo aquello que se pueda hacer para que el ego se sienta satisfecho de sí mismo. No hay auto ni coche que pueda llevar a alguien más allá de los lugares a los que se atreve a ir.

Veámoslo globalmente: estamos en el punto más álgido del exitismo. El marketing y las carreras empresariales se encuentran en su montaña rusa triunfal y todos, en algún sentido, trabajamos para minimizar errores y negociar hacia dónde nos importa menos que repercutan los daños colaterales.

La zona de confort y sus cómodas rutinas, no son los sueños. Los sueños que no despiertan aprietan el vientre, rezongan en el estómago, oprimen el pecho y se atoran en la garganta.  Los sueños que duermen agobian el corazón. Hay mucho más esfuerzo dedicado a no escuchar nuestras necesidades y los anhelos que se imponen delante nuestro que en aprender a fluir junto a ese latir. Cuando un sueño se levanta del letargo su fuerza arrolla la comodidad y abre una hendija políticamente incorrecta en las trincheras de la zona de confort.

Siempre hay alguien que aún guarda pureza en su corazón, que es tocado por un sueño de los buenos y los buenos sueños atentan contra las comodidades. Y ahí empieza un gran problema para algunos y una enorme oportunidad para todos.

Voy a hacer un cambio a partir de aquí y sustituiré sueño por proyecto. Les pido que me acompañen.

Cuando un corazón late, aún todo es posible. En cada corazón está guardada la memoria de la luz. Esa memoria somos todos pero ocurre que venimos a brillar desde un resplandor particular. Es decir, tenemos algo que hacer y cuando lo desarrollamos, lo expresamos de una forma muy íntima y peculiar.

Alguien simplemente descubre que debe, que quiere o que puede hacer algo y casi de inmediato se da cuenta que para llevarlo a cabo, necesita algo más y ese “algo más” lo tiene, le pertenece o está guardado en otro.

El universo es un proyecto en sí mismo que también está dando latidos de autodescubrimiento y nosotros somos pequeñas luces dentro de él, encendiéndolo. Todos los proyectos incluyen a otros. Ese sueño que pulsa dentro de ti, siempre es una tarea a volcar hacia fuera y es en forma de servicio, una manera de atender y estar atento. Así sube la intensidad en tu luz. ¡Eso es la conciencia!

Si todavía tenés alguna duda, lo voy a plantear de otra manera: sueñes lo que sueñes, todavía estás dormido/a. Ahora, el hecho de ir por ese sueño, va a hacer que trasciendas la idea de que podés lograr algo solo/a. ¡Si o si los anhelos son viajes compartidos! Y así comienza el despertar del espíritu, el final de la pereza en el alma y la voluntad humana.

El arte de despertar implica desilusionarse y una desilusión es siempre una manera de perder una imagen que tengo de mí mismo o de alguien para descubrir lo real detrás de lo aparente. Despertar en cierta forma, no es distinto a nacer. Nacer o despertar, es doloroso pero es un baño de esencia y claridad. Y este “nacer”, incluye la posibilidad de adoptar una mirada amorosa sobre lo más sombrío. De lo contrario viviremos una nueva desintegración de la ilusión o de la idea que persiste en nuestra mente hasta poder tomar un nacimiento o un despertar que incluya a la oscuridad más sufriente.

La cultura del Tíbet le llama la Rueda del Samsara: los actos repetitivos que esconden un inmenso miedo y que tarde o temprano estamos llamados a trascender. El budismo, en una frase que adaptó un hermano de camino, dice: “Muérete antes que tu cuerpo te eche”.

Tras muchos años de rumear hacia dentro y de darme al servicio, he comprobado dos cosas. Una: las pérdidas como las muertes siempre van a venir. Dos: nuestros actos generan efectos o consecuencias. En ambos casos, no hay nada que contraste al dolor. Se lo puede sublimar, pero terminamos en él para rendirnos y volver a nacer.

Hay épocas de cambio y hay ciclos de transformaciones mucho más profundas y en general estas se suceden luego de perdidas muy sentidas o enormes catástrofes. Parado ante ese duelo personal, pude ver muchas de las consecuencias de mis actos y actitudes así como pasé por estados de honda culpa y de gran dicha. Eso es navegar en el alma.

Pero el alma es una parte de esta película, no es todo el misterio. Cuando soltamos la capa del alma y vemos con los ojos del espíritu, el Plan Divino o Dios nos muestra por qué tuvo que ser de esa manera y no de otra y que todo —¡absolutamente todo!— fue Su diseño y tú, yo, todos jugamos a ser el diseñador, ¡las manos del universo! Es así como el alma se lava hasta la próxima vez que decidamos vestirla, y sus luces y sombras se diluyen y disuelven. Los actos bondadosos y compasivos, así como los contratos amargos, también le pertenecen al Gran Espíritu.

Conozco un solo proyecto en el universo: el amor. Eso es todo lo que pulsa el sol central que está más allá de nuestro alcance y comprensión. Y eso es también lo que nosotros pulsamos. Todo, siempre y a cada instante, es un acto de amor y darse cuenta, es liberador.





Camilo Pérez

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